ARE THESE OUR CHILDREN (1931, Wesley Ruggles)
Nos encontramos en los primeros pasos de la Gran Depresión norteamericana. Un ámbito de crítica incidencia social, que tuvo en Hollywood una rotunda -y enriquecedora- expresión. Sería un contexto en el que la producción cinematográfica sería complemente indispensable en el ocio de esa población damnificada, al tiempo que parte de la misma se erigiría como crónica viva de su entorno. Todo ello, tendría una sólida expresión fílmica prácticamente desde los primeros pasos del sonoro, ayudado de manera esencial, con la consolidación de dos corrientes contrapuestas; el cine de gangsters, envuelta en un contexto de crónica social, e incluyo en dicho ámbito, una creciente presencia de análisis del mundo juvenil. Pues bien, uno de los primeros -y estimo que menos recordados- exponentes, de dicha corriente, lo brindaría el versátil y olvidado Wesley Ruggles -más conocida por su aportación a la comedia-, con ARE THESE OUR CHILDREN (1931), rodada a continuación de la exitosa y oscarizada CIMARRON (Cimarrón, 1931). En buena medida, puede decirse que nos encontramos con uno de los precedentes, de una corriente que, casi de inmediato, tendría una significativa expresión, en el seno de la producción de Warner Bros.
Sin embargo, nos estamos en el contexto de la ya consolidada RKO, proponiendo una insólita mirada al desencanto de esa juventud de clase obrera, en medio de una sociedad convulsa. Es lo que propone, con modos en cierto modo originales, la triste deriva vivida por el joven estudiante Eddie Brand (el hoy olvidado Eric Linden, iniciando una andadura de casi una década, encarnando con aciertos, roles juveniles dominados por conflictos interiores). La película se inicia, con el recurso de la plasmación del romanticismo de la joven pareja formada por Eddie, y su abnegada novia -Mary (Rochelle Hudosn)-, siendo encuadrados ambos en medio de una sobreimpresión con leves formas de corazón, mientras hablan con sinceridad durante la noche, en la vivienda de ella. Será la manera de describir la cotidianeidad de un muchacho bondadoso y con aspiraciones, bien cuidado por su abnegada abuela -la Sra. Martin (Beryl Mercer)-, y acompañado por su hermano pequeño Bobby. De cualquier forma, esa búsqueda de un sendero de normalidad social, albergará en Eddie un considerable fracaso personal, al quedar eliminado en una liga de conferenciantes escolares, en la que había puesto tantas ilusiones.
Será el inicio de una peligrosa deriva, en la que el desencanto del protagonista le llevará al desapego de las personas que ama y que le aman, dándose a la vida fácil, a juergas nocturnas, a ingresar en una reducida banda juvenil, en donde incluso recaerá en las redes de la joven Flo Carnes (Arline Judge), perdidamente enamorada de él -se encuentra fascinada ante el atractivo de Eddie-, y que llevará al muchacho al terreno de una abierta sexualidad, quizá para él inédito hasta entonces. En medio de esta deriva, los componentes de la pandilla y sus mujeres, vivirán una borrachera. En medio de la misma, el protagonista llevará a todos en un taxi, a la tienda que regenta su viejo amigo de la familia -Heinie (William Korlamond)-, al objeto de pillar unas botellas de bebida y prolongar la juerga nocturna de ambos. Eddie, completamente borracho, reclamará al viejo Heinie estas. Como quiera que el viejo amigo intente reconducir al muchacho, para que retroceda en sus intenciones, resultará muerto por los disparos de Eddie. A partir de este momento, este contemplará con temor las noticias de la policía, mientras asume su trabajo habitual, relajándose al percibir que pasadas unas semanas, las pesquisas no han dado resultado, intuyendo que su acción pueda quedar impune. Una vez más, su imprudencia, exteriorizando comentarios y actitudes, en el local donde los componentes de la banda reiteran sus juergas, harán que la policía finalmente detenga a todos sus componentes. En principio, todos ellos mantendrán el juramento de exteriorizar unas coartadas que los protejan de la indagación judicial. Sin embargo, una vez más, la arrogancia y, en el fondo, la inmadurez de Eddie, que en un momento dado decidirá actuar como su propio defensor, será el detonante para que la culpabilidad de su asesinato se haga pública, a partir de la imprevista delación de uno de los componentes de la banda, celoso como ha estado siempre, de la vinculación de este a Flo, quien en su declaración como testigo, no dejará de reiterar la pasión que siente por el acusado.
A tenor de este resumen argumental, es más que probable que cualquier aficionado, pueda concluir que ARE THESE OUR CHILDREN, en el fondo, no aparezca más, que un exponente más, de esa pléyade de títulos que poblaron el cine americano en los años 30. Títulos en los que hay de todo, de lo mejor a lo más prescindible. De entrada, el hecho de ser uno de los precursores, le proporciona un plus de significación. Sin embargo, el interés de esta película de Ruggles, va más allá de esta circunstancia. Y es que nos encontramos con un relato que logra trascender esa aura moralista, inherente a buena parte de este tipo de películas, apostando, por el contrario, por un relato que suele hablar en voz baja, y que posee la singularidad, de estar apoyado en ciertos instantes, por sobreimpresiones y electos visuales, poco habituales. Una mirada intimista, que apuesta por la fuerza de sus detalles -esa moneda que Eddie entrega habitualmente a su hermano pequeño, el cariño que demostrará al perro con el que se encontrará en repetidas ocasiones a la puerta de su casa-. Que esgrime una extraña delicadeza al plasmar las relaciones humanas -el perenne sufrimiento de la abuela del protagonista; la sincera e incluso física atracción que Flo siente por Eddie, mostrada con brillantez en su primera explosión sexual, en el off narrativo-. Todo ello, permitirá enriquecer el entorno de ese joven protagonista. En el fondo, un joven de buen fondo, dominado por su inseguridad, y al que esa propia debilidad personal, será, en el fondo, la que le lleve al abismo de su existencia. La cámara de Ruggles acierta al extraer esa dualidad en su comportamiento, ayudado por la mezcla de inocencia y arrogancia que prestará Linden a su personaje, descrita sobre todo en el tercio final, donde este se propondrá como defensor propio, siendo incapaz de evitar la tentación de ser utilizado por la prensa -la coquetería que esgrime, a la hora de posar para los fotógrafos-, creyéndose alguien realizado y, en el fondo, sin darse cuenta, que no acabará, más que como otro juguete roto, de la sociedad cruel e injusta que, de alguna manera ha intentado sortear.
ARE THESE OUR CHILDREN concluirá de manera dolorosa, ante la soledad de la celda donde se encuentra Eddie, en la antesala del corredor de la muerte. Allí recibirá, desolado, a su abuelo, a su resignada novia, y a su pequeño hermano -para ello, pedirá una moneda a su vigilante, para poder entregársela, como último gesto de complicidad-. Y, en ese momento, la cámara se detendrá en plano medio sobre nuestro protagonista. Llegarán a sonar ciertos coros celestiales, mientras este entona un padrenuestro. Pero, contra ese riesgo moralizante, la fuerza que Ruggles imprime a ese plano, o la propia intensidad de su plasmación física, es una muestra de esa capacidad que ha venido demostrando hasta ese momento, logrando sortear una serie de lugares comunes, que en exponentes posteriores de esta corriente aparecían ligados casi por inercia y que, en este caso, permite un relato, en el que un notable grado de autenticidad y garra cinematográfica, preside su conjunto.
Calificación: 3
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