ARIZONA (1940, Wesley Ruggles) [Tucson, Arizona]
La primera sensación que a uno le invade tras contemplar ARIZONA (1940, Wesley Ruggles) es la que asistir a la visión de un western río quizá anticuado. Nos encontramos ya en 1940, cuando se han estrenado algunas de la muestras que marcaron la evolución del género –como la interesante pero sobrevalorada STAGECOACH (La diligencia, 1939. John Ford)- y lo cierto es que ya no se estilaban propuestas como la que se plantea de la mano del veterano Wesley Ruggles. Este rasgo no quiere decir que nos encontremos con un film desprovisto de interés. Antes al contrario, esa extraña sensación que desprenden sus fotogramas y la combinación de temáticas e incluso géneros que se intercambian, confluyen en un producto de verdadero atractivo y muy fluido en sus amenas dos horas de duración.
Nos encontramos en la pequeña localidad de Tucson, en Arizona. Hasta allí llegan los supervivientes de una caravana que ha sido comandada por Peter Muncie (William Holden). Tucson es un auténtico hervidero de personas que están intentando establecerse en ella y consolidarla como una ciudad. Entre sus habitantes se encuentra la atrevida Phoebe Titus (Jean Arthur). Phoebe tiene allí su negocio y goza de un gran carisma en su entorno, caracterizándose por tener unos modales muy cercanos a los vaqueros –viste de forma muy masculina-. Muy pronto se establece una singular relación entre Peter y Phoebe, aunque el primero desea proseguir su andadura hasta contemplar California. Por su parte ella inicia un negocio de transporte de víveres que tendrá un óptimo resultado.
Pero para luchar de forma secreta en contra de los buenos augurios de la muchacha y al mismo tiempo lograr consolidar su poder en la pequeña ciudad, se encuentra Jefferson Carteret (Warren William), individuo de aviesas intenciones encubiertas bajo unos modales caballerosos. Este llegará incluso a asociarse con bandidos de cortos vuelos e incluso con algunas tribus indias para que ataquen las diligencias de la empresa de Phoebe. La situación se hará bastante tensa cuando a ella le lleguen a robar los quince mil dólares que guardaba en su caja fuerte, lo que le llevará a tener que acceder al ofrecimiento del cínico Carteret para recibir un préstamo con el que proseguir con sus negocios. Todo ello coincidirá con el retorno de Muncie –esta vez investido como soldado-, que servirá para acrecentar las relaciones entre los dos jóvenes. Phoebe encarga a este que recoja medio millar de cabezas de ganado con la que abriría un rancho y se establecería como familia con él, mientras que Peter cada vez tiene mayores indicios que prueban la villanía de Carteret.
El tiempo pasa y el plazo del préstamo de Phoebe se cumple. El prestamista se presenta en el rancho que esta está edificando, mientras la nueva ranchera no tiene el dinero al pillarle desprevenida. Para ello necesitaría tener en su poder las cabezas de ganado que espera. Sin embargo, su intuición acertará al pensar que están a punto de llegar a la población, algo que finalmente lograrán tras resistir una embestida de los indios, fagocitados por Carteret. El ganado invade Tucson y se celebra la boda entre Phoebe y Peter. Pero para el segundo aún queda el importante rescoldo de su venganza contra Carteret, algo que finalmente sucederá prácticamente de forma paralela con el enlace entre la pareja.
Desde el primer momentos, con la presencia de esos hermosos travellings laterales, ARIZONA apuesta por la vía de la descripción y la mirada serena, antes que inclinarse por una acción excesivamente dramatizada o una narrativa convencional. Ese será quizá uno de sus mayores aciertos, al que hay que unir en ciertos momentos la presencia de secuencias casi cercanas al serial del cine mudo –aquella en la que Phoebe es atada a la cama cuando por la noche le roban en su caja fuerte-. Pero por encima de todo, el rasgo más definitorio que destaca en la película –sobre todo en la relación que se establece entre sus dos personajes principales-, es el tono de irónica comedia que se establece entre ellos. Un tono que se manifiesta en unos diálogos sorprendentes en los que se nota la impronta del comediógrafo y ocasional director cinematográfico Claude Binyon. Se trata de una ironía seca que brinda una singularidad a la película y a la relación amorosa establecida entre los dos protagonistas. Una relación esta en la que apenas hay atisbos de romanticismo, y en la que en muchos momentos se tiene la impresión que más que dos amantes se trata de una relación de amistad basada en la confianza y el reconocimiento de la personalidad de aquel que tienen enfrente y con el que han decidido compartir sus vidas.
En ese elemento incide de forma especial la configuración física de Phoebe, casi iniciando esa galería de mujeres fuertes del western, que luego prolongarían actrices como Barbara Stanwych –FORTY GUNS (1957, Samuel Fuller)- o Joan Crawford –JOHNNY GUITAR (1954, Nicholas Ray)-. En todo momento ella adquiere el papel activo de la relación y se muestra su arrolladora personalidad no solo ante Peter, sino también hacia el entorno que la rodea –la secuencia casi inicial en la que reclama ante unos contratados un dinero que le han robado es reveladora-. Sin embargo, la presencia del amor –por más que su manifestación se efectúe dentro de las señaladas peculiaridades- hará que en ocasiones ella adquiera un mayor grado de femineidad –se viste con hermosos trajes cuando ha de pasar veladas con él y desea impresionarle-.
Y para lograr una definición de personajes como la que se manifiesta en ARIZONA, había que plasmarlo por medio de una pareja de actores que supieran expresarlo con certeza. Y en este caso la química es tan sorprendente como acertada. Más allá de poder contemplar la estupenda Jean Arthur en un rol bien diferente al que nos podíamos imaginar, hay que destacar el enorme carisma desplegado por un jovencísimo William Holden, quien demuestra unas innatas cualidades ante la pantalla, máxime cuando su brillante carrera cinematográfica no había hecho más que empezar.
Todo lo que hemos comentado pueda hacer parecer que ARIZONA no sea una película que brille estéticamente de forma especial. No es así, aunque lo cierto es que en su desarrollo destaque especialmente la ironía de sus situaciones y la larga y latente relación entre sus protagonistas. Sin embargo, en sus compases finales, y mas allá de despreciar abiertamente situaciones y momentos que hubieras favorecido secuencias llenas de tensión –el traslado del ganado por parte de Muncie prácticamente es mostrado elípticamente--, se encuentran los motivos narrativos más intensos, centrados fundamentalmente en plasmar la tensión a la hora del inevitable enfrentamiento final con Carteret. Una tensión que se expresa de forma magnífica mientras los dos novios son casados en la plaza del pueblo –el villano mata en el saloon a un vaquero para que los disparos sean escuchados por los novios; este dispara, la imagen pasa a plano americano de los novios mientras lo escuchan aparentemente impasibles, el juez de paz hace además de parar y ellos le indican que prosiga con la ceremonia-
La tensión aumenta cuando Muncie va al encuentro con Carteret y le dice a su ya esposa que se vaya al almacén. Ella intenta mantener la frialdad haciendo sus compras habituales dentro de un entorno de personajes totalmente electrizante; la cámara se detiene sobre ella en plano americano; se escucha una ráfaga de disparos; Phoebe prosigue con el encargo; primer plano de ella; nueva ráfaga de disparos; primer plano con su rostro descompuesto, hasta que Peter aparece en el encuadre y se restablece la armonía. Los novios retornarán al rancho y el futuro de sus vidas se puede iniciar definitivamente. Conclusión serena para una película realmente atractiva, que merece salir de las catacumbas del olvido.
Calificación: 3
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