A NIGHT TO REMEMBER (1943, Richard Wallace) ¡Que noche aquella!
El cine de misterio –como cualquier otra variante cinematográfica- ha conocido a lo largo del tiempo conocidas propuestas tendentes a la parodia de sus elementos, faceta en la que quizá en muchas ocasiones se perdió la ocasión planteada al recaer en una tendencia a la facilidad –tenemos el ejemplo de THE GHOST BREAKERS (El castillo maldito, 1940. George Marshall), en donde cualquier elemento de parodia trabajada quedaba sometido a la reiteración de unos pocos gags (perdiendo estos su ocasional eficacia) al estar la película al servicio de un actor cómico tan limitado como Bob Hope-. Por ello, resulta reconfortante encontrarse con una película tan estimulante como A NIGHT TO REMEMBER (¡Que noche aquella!, 1943. Richard Wallace). Y lo es además por ser una película que tiene ciertas semejanzas paródicas con la posterior ARSENIC AND OLD LACE (Arsénico por compasión, 1944. Frank Capra).
Y es que creo que habría que trasladarse hasta el Frank Tashlin de IT’$ ONLY MONEY (¿Qué me importa el dinero?, 1962) o el Richard Quine de THE NOTORIUS LANDLADY (La misteriosa dama de negro, 1962) para encontrarse con un desmonte de este tipo de cine que no discurriera por la vía fácil, sino que consiga ofrecer una película indudablemente divertida que al mismo tiempo mantenga la atmósfera, ambiente turbador y rasgos esenciales de este subgénero.
La acción se inicia de noche en el Greenwich Village de Nueva York. A un edificio de apartamentos llega un taxi en el que viajan el matrimonio formado por Jeff Troy (Brian Aherne), y su esposa Nancy (Loretta Young). Él es un escritor de vulgares novelas de crímenes y ambos han decidido mudarse de vivienda, para lo que su esposa ha alquilado un bajo de un desgastado edificio de apartamentos. Al mismo se dirigen ambos sin sospechar que siniestros augurios se ciernen sobre ellos. Habiendo adelantado su llegada llegan a su nueva vivienda sin que los responsables del edificio hayan podido normalizar el fluido de la luz ni la mudanza ha cumplido su encargo para trasladar los muebles. En su entorno y sin que ellos prácticamente lo adviertan se dan cita una serie de indicios de que algo siniestro va a ocurrir, hasta que a la mañana siguiente se descubra un asesinato en el patio del apartamento. Se sucederá la lógica investigación en la que llegarán a participar el matrimonio, en especial el marido al considerar que con ello se encuentra el jugoso argumento de una próxima novela suya. Al ir desarrollándose la misma se verán implicados la totalidad de personas que viven en el edificio, coincidiendo todos ellos al ser sometidos a chantaje por un extraño individuo al que no conocen y envían periódicas cantidades de dinero por correo, y que inicialmente confundieron con el asesinado. Las pesquisas darán finalmente sus frutos al dejar Jeff un falso indicio y provocar con ello la presencia nuevamente del asesino –aunque en ello arriesgue su propia vida-. Sin embargo la oportuna llegada de la policía –e incluso la propia ineptitud de uno de ellos-, provocará el descubrimiento –ya cadáver- del auténtico asesino y chantajista.
Como ya dejaba entrever al inicio de estas líneas, una de las principales virtudes de A NIGHT TO REMEMBER es el haber encontrado el justo equilibrio entre las dosis de comedia y las del propio relato de misterio. Mas allá de que este resulte ciertamente esquemático, en todo momento se logra una estupenda atmósfera de género que en algunos momentos llega a estar a la altura de lo habitual en el cine policíaco de la época. Con la ayuda de la excelente fotografía creada por el operador Joseph Walter, Richard Wallace –que se encontraba en un periodo bastante prolífico al servicio de la RKO, aunque se trate esta de una producción para la Columbia- demostró comprender muy bien las claves del género, efectuando un estupendo trabajo por medio de planos secuencias con elaborados reencuadres en los que se valoraba tanto la utilización del espacio escénico con la utilización de sombras en este caso amenazadoras. En esta vertiente la película es realmente impecable -especialmente en su primera mitad-, donde se desarrolla la ambientación nocturna y en la que el espectador sentirá –al igual que sus atribulados protagonistas-, el advenimiento de toda una serie de indicios totalmente familiares con las convenciones de este tipo de cine.
Ello no quiere decir que desde el primer momento los elementos de comedia dejen de estar presentes en la función. Y se produce con la presencia de un excelente timming –que solo registra leves caídas en el ritmo de algunas secuencias de enlace-, una magnífica utilización humorística de la banda sonora de Werner R. Heymann y fundamentalmente con la acertada intersección de elementos de comedia doméstica en medio de esta trama tan enrevesada. Y en este sentido no se pude por menos que dejar de destacar momentos tan divertidos como la infructuosa preparación en la cocina de un gigantesco filete de carne por parte de Jeff; la lucha por esa carta que se encuentra en la mesa de una de las vecinas de apartamento que finalizará con un falso abrazo por parte de la mencionada sospechosa y Jeff ante la apariencia de su esposa; el impagable personaje del responsable de los empleados de subastas; la secuencia en la que los dos esposos conversan sintiendo que los están observando, comprobando que tras la repisa se encuentran un buen número de espontáneos viandantes, e improvisando una retirada casi a ritmo de musical que provoca el aplauso de estos; o finalmente el golpe de silla que Nancy propinará a Jeff creyendo que se trata del asesino, al que abrazará confundiéndolo con su marido, son momentos que avalan una brillante propuesta que aúna la sencillez de su planteamiento con una atractiva propuesta de variación de un subgénero que aún hoy sigue vigente pese al paso de más sesenta años. Las continuas tribulaciones del mediocre escritor con esa puerta que solo se abre con facilidad cuando la manejan otros, y el acierto que proporciona la presencia de una inusual pareja cinematográfica como la formada por Brian Aherne y Loretta Young, son algunos de los aciertos más notables de una película que se degusta con verdadera complicidad, y en la que destacan como detectives Sidney Toler -el habitual intérprete del personaje de Charlie Chan- y Donald MacBride, rostro familiar de lejanas comedias en el cine mudo y primeros años del sonoro.
Calificación: 3
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