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CINEMA DE PERRA GORDA

SEVEN DAYS LEAVE (1930, Richard Wallace)

SEVEN DAYS LEAVE (1930, Richard Wallace)

Con el paso de los años, se ha ido estableciendo una creciente -aunque aún minoritaria- corriente de opinión, entre ciertos aficionados e historiadores y comentaristas, poniendo en valor las cualidades del realizador norteamericano Richard Wallace (1894 – 1951). Es probable que su prematuro fallecimiento -aunque atesoraba a sus espaldas, cerca de medio centenar de largometrajes, desde las postrimerías del periodo silente-, antes de que las corrientes de la crítica, tomaran en valor la obra de numerosos cineastas, impidieran la valorización conjunta de una obra, que muchas décadas después, podemos ir recuperando de manera aleatoria y sin rigor. Y ello nos está permitiendo descubrir la versatilidad, el talento y el interés que nos puede suscitar, ir accediendo a todos aquellos títulos suyos que podamos. Es cierto, no he contemplado ningún logro absoluto, entre los nueve títulos suyos que he visionado hasta la fecha. Pero todos ellos albergan suficiente interés, y buena parte de los mismos poseen un considerable interés, destacando la buena mano y singularidad de Wallace, con el melodrama y la comedia.

En buena medida, son los dos ámbitos que proporcionan los mayores elementos de interés a SEVEN DAYS LEAVE (1930). Nos encontramos con uno de los primeros talkies de la Paramount. Y solo desde el punto de vista de valorar el dinamismo que siguen albergando sus imágenes, en un contexto donde la incorporación del sonido supuso un lastre -rápidamente solventado por otro lado-, en la evolución y riqueza del lenguaje cinematográfico, se pueden apreciar las ocasionales virtudes, emanadas en esta adaptación de la obra teatral del escritor escocés James Matthew Barrie, encontrándonos entre los responsables de la adaptación a la pantalla, con el posterior realizador, John Farrow. La película se desarrolla en el Londres de la I Guerra Mundial, en donde el montaje inicial que nos es descrito con imágenes extraídas de documentales, muestran con pertinencia, la importancia que la contienda transmite a la sociedad civil, e incluso en el seno de unas mujeres, de las que se reclama participen como voluntarias en tareas de emergencia.

Será un contexto, que influirá de manera muy decidida a la madura, bonachona y humilde Sarah Ann Dowey (magnífica Beryl Mercer, asumiendo un rol ya representado con éxito en la escena newyorkina). Una viuda escocesa, mujer de forzada soledad, que se gana la vida limpiando edificios con otras mujeres, sus únicas compañeras vitales. Y que vive una existencia dominada por las estrecheces, sublimando su soledad ante sus compañeras, inventándose una relación con su supuesto hijo que se encuentra en el frente. Una serie de curiosas circunstancias, la relacionarán con un poco destacado soldado del Black Watch, famoso regimiento escocés. Se trata del joven Kenneth Downey (Gary Cooper), al cual se le concederán unos días de permiso, más por quitárselo de encima, que por la veracidad de una herida, de la que sospechan se la ha provocado él mismo. Downey viajará a Londres, donde se encontrará con esa mujer a la que han confundido con su madre -la suya real ya murió-, y que sin saber de quien se trataba, le ha estado enviando tartas al frente de guerra. Así pues, se producirá el insólito encuentro, en el que el escocés mostrará sus reticencias, aunque poco a poco vaya sintiéndose más a gusto, ante el cariño mostrado por la anciana, que lo acogerá en su casa, y prodigará todo tipo de atenciones, señalará a ella que la mantiene “a prueba”, de cara a poder adoptarla como madre.

La película, centrará su discurrir, en la relación que por unos días se establecerá entre esos dos seres, de manera deseada por parte de la anciana, y totalmente inesperada en ese soldado hosco y poco recomendable. Apenas una semana, en la que la mujer paseará con el joven, emergiendo de su mediocre y miserable existencia, y en el caso de Kenneth, sintiendo algo quizá casi olvidado; ser querido. Será la crónica de dos soledades paralelas, que se entrecruzarán en un momento determinado, marcando una huella indeleble en los dos inesperados protagonistas.

Partiendo de la base de ese servilismo teatral y hacia las convenciones de los primeros talkies, lo cierto es que Wallace sabe sortearlas con acierto. Bien sea con esa inserción inicial de imágenes documentales, mediante un pertinente montaje, o la presencia de esos travellings frontales de retroceso, que nos describen el relajado caminar de la protagonista. La ambientación resulta adecuada, potenciando el lado miserabilista, rodeando el entorno de esa limpiadora alienada, que desea integrarse en esa corriente de aporte al hecho bélico, viendo en los primeros instantes, como es rechazada por superiores militares, para poder colaborar directamente en la misma, mediante los comandos de ayuda reservado a las mujeres.

Es cierto que la película, atesora una cierta herencia teatralizante, en aquellas secuencias donde se describe la relación de Sarah con sus compañeras de trabajo. Son momentos en los que la convención hace acto de presencia, y no ayuda precisamente a esa intención de Wallace, de dinamizar un relato que, justo es reconocerlo, no levantará definitivamente el vuelo, hasta la aparición del personaje encarnado por Gary Cooper. Pese a que buena parte de sus secuencias, se desarrollarán en el interior del mísero domicilio de la anciana, y pese a la tosquedad interpretativa que por aquel entonces desplegaba el jovencísimo Cooper, lo cierto es que entre ambos intérpretes se desarrolla una inesperada química. Una calidez, que nos permitirá contemplar la sensibilidad cinematográfica, en la que se describirá ese rápido, pero al mismo tiempo casi imperceptible proceso, por el que ese soldado de rudos modales y nulo sentido de la ética, variará casi por completo su modo de pensar hasta entonces, dejando de lado su intención de actuar como desertor y, por el contrario, volver al frente, sabiendo que en Londres ha dejado a una mujer, que prácticamente lo considera como su hijo.

Sin embargo, SEVEN DAYS LEAVE, debajo de esa sensación placentera, de encontrar un sentido a la existencia a dos seres antitéticos, encubre una nada solapada carga antibélica. Ese soldado escocés, que ha vuelto al combate merced al consejo de la anciana con la que ya se sentirá por siempre ligado, lo contemplaremos feliz, en la trinchera, leyendo una carta de esta, en donde le explica planes de futuro, habiendo recibido uno de sus habituales pasteles. El destino lo llevará de manera inesperada al exterior, viendo en el off narrativo como caerá en el combate. Sin heroísmos. De manera absurda, como suele suceder en las contiendas. La película acabará, cuando un superior del ejército entregue a Sarah las escasas pertenencias de Kenneth, así como una medalla que recibirá como única persona de referencia. Ella las guardará amorosamente en el cajón. En especial, esa bufanda que le regalara antes de marcharse. Es cierto. Su muerte ha sido un sacrificio innecesario. Pero al menos servirá, para que alguien le recuerde y, sobre todo, se sienta integrada y útil como ser humano.

Calificación: 2’5

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