DOCTOR BLOODS COFFIN (1961, Sidney J. Furie)
No vamos a descubrir nada nuevo, al señalar que el extraordinario éxito comercial marcado por la irrupción de Hammer Films a partir de su decidida apuesta por el cine de terror, convulsionó literalmente un florecimiento del género, inigualable en la Historia del Cine. Una brillantez que tuvo su extensión en la paralela escuela italiana del terror y en el ciclo Corman – Poe filmado en USA. En ambos casos con producciones lindantes con la serie B -en cierto modo este ámbito creativo fue la culminación de la misma-, en producciones en su momento merecedoras de un gran éxito comercial y, en líneas generales, orillados por la crítica. Pese a su configuración dentro de esa ya señalada serie B británica, lo cierto es que el desbordante atractivo de los exponentes emanados por dicha productora favoreció que al margen de la misma, otras pequeñas productoras se sumaran a esta corriente intentando ofrecer productos que alcanzaran, con bajos presupuestos, resultados más o menos interesantes, aunque fundamentalmente de rápida rentabilidad.
Estoy convencido que esta sería la génesis de DOCTOR BLOOD’S COFFIN (1961), cuarto largometraje rodado por el canadiense Sidney J. Furie apenas un par de años antes de su magnifica THE LEATHER BOYS (1963), y cuatro de su éxito comercial con THE IPCRESS FILE (Ipcress, 1965). Furie daría sus primeros pasos en realizaciones de bajo presupuesto, y ocasionalmente incurriendo en el cine de terror -tras esta película ese mismo año rueda hasta cuatro películas, siendo la siguiente otra olvidada apuesta dentro de dicho género; THE SNAKE WOMAN (1961)-. Se trata, en el exponente que comentamos, de una producción de la pequeña compañía ‘Caralan Productions’, que aparece de entrada como una curiosa mixtura de las propuestas de cine de misterio inherentes a la cinematografía inglesa, aunque con la novedad de su elección por el color lo cual, a fin de cuentas, proporciona a su conjunto una extraña configuración. Basado en una historia de Nathan Juran -que firma como Jerry Juran- nos encontramos a grandes rasgos, como una película que asume no pocos de los postulados de la magnífica THE MAN WHO COULD CHEAT DEATH (1959) rodada un par de años antes por el gran Terence Fisher. Sin embargo, todo lo que en la obra de Fisher se articulaba como una más de sus múltiples y transgresoras reflexiones de clase que otorgaban densidad psicológica a unas películas envueltas de una admirable formulación narrativa, en esta ocasión se limita a una pequeña historia de terror que, justo es reconocerlo, sabe mantener un perdurable y moderado grado de interés, gracias a la incorporación de una oscura atmósfera, y la presencia de ciertas escenas insertas de forma oportuna, al objeto de elevar esa inquietante formulación en el género.
Una secuencia pregenérico nos sitúa en el laboratorio de una universidad, donde un joven alumno al que no veremos su cara, se encuentra a punto de realizar un experimento con el cuerpo de un enfermo que se encuentra anestesiado. La llegada de su superior iniciará una discusión entre ambos, reprochando el veterano profesor lo inaceptable de su comportamiento al desobedecer sus órdenes y expulsándole del recinto. Tras los créditos, la acción se trasladará a una pequeña población de la costa de Cornualles en donde se vienen sucediendo unas extrañas desapariciones entre sus habitantes, y cuyo médico es el veterano dr. Robert Blood (el muy veterano Ian Hunter), siempre ayudado por la eficiente enfermera Linda Parker (Hazel Court, muy pronto convertida en una de las musas del género británicas). Muy pronto, la cámara nos mostrará la presencia de un hombre -del que tampoco veremos su rostro- que se encuentra en el interior del despacho de Blood robando una jeringuilla de sus pertenencias. Casi de inmediato nos trasladaremos al oscuro interior de una mina abandonada, donde de manera sorprendente se encuentra un laboratorio, del que contemplamos un cuerpo inerte y en el que esta persona anónima llevará a otro hombre, presumiblemente para realizar experimentos. De manera paralela llegará hasta la pequeña población el hijo del doctor -Peter Blood (notable y rotundo Kieron Moore)- tras algunos años estudiando una beca en el extranjero, tomando este breve retorno como un pequeño descanso hasta encontrar un destino médico adecuado a sus inquietudes.
La incorporación de Peter a la población coincidirá con la desaparición del ya señalado lugareño, al que el secuestrado ha aplicado una extraña inyección. El joven sugerirá la posibilidad de que en las ruinas de la mina pudieran encontrarse los cuerpos, acompañando al representante policial para investigar entre ambos sus oscuros túneles… hasta que en el recorrido de este último descubramos que el propio Peter es el oculto secuestrador, quien ha decidido confirmar aquellos experimentos que le fueron negados en su beca. Así pues, este seguirá prolongando un doble juego apareciendo como colaborador ante las autoridades del pequeño pueblo, mientras prosiga con riesgo y absoluta convicción sus inaceptables actividades y, al mismo tiempo, acercándose sentimentalmente a Linda, quien quedó viuda pocos meses atrás. La sencilla premisa configurará un relato en el que, como antes señalaba, resaltará de manera especial esa querencia por una atmósfera inquietante y oscura, inserta en el contexto de la placidez rural en que se desarrolla su sórdido planteamiento. Junto a ello, se observarán limitaciones de presupuesto en algunos de sus maquillajes, e incluso algunas arbitrariedades argumentales -esas inoportunas caídas, que en más de una ocasión ejercerán como giros argumentales- y, en líneas generales, una falta de mayor ambición, a la hora de llevar hasta sus últimas consecuencias la locura interior de este mad doctor empeñado hasta casi el paroxismo en confirmar sus teorías, encaminadas en la resurrección selectiva de cadáveres a través de la extracción del corazón de moribundos o personas que bajo su consideración no merecen mantenerse con vida, y a los que previamente habrá envenenado con curare.
DOCTOR BLOOD’S COFFIN discurre, por tanto, con tanta sencillez como efectividad, con una buena dosificación de su atmósfera y la concurrencia de ciertas ingenuidades. Pero, sobre todo, destacará en la fuerza que adquirirán algunos de sus pasajes, ofreciendo la medida de hasta habría podido llegar, esta pequeña y simpática propuesta, cuyo look, no deja de anticipar -volviendo de nuevo a Fisher-, aquellos insólitos ISLAND OF TERROR (S. O. S.: el mundo en peligro, 1965) o la posterior NIGHT OF THE BIG HEAT (Radiaciones en la noche, 1967). El film de Furie destacará en la insólita recreación de ese laboratorio ubicado en los oscuros subterráneos. Sin embargo, adquirirá su auténtica carta de naturaleza efectiva en la secuencia donde el policía y Peter revisan sendos pasadizos de las ruinas, y descubriendo el espectador la sospecha que hasta entonces se tenía sobre él. En ese momento insertará una panorámica casi a ras de suelo, abandonando al protagonista una vez descubrimos que se trata del autor de los secuestros, y dirigiéndose a su última víctima, que se encuentra arrastrándose entre la oscuridad. Mostrará asimismo el intento de huida de este viejo lugareño, a gatas por la costa, intentando evitar la búsqueda que muy cerca realiza Peter con la intención de eliminarlo. El instante en que Peter y Linda discurren por los túneles de la mina y este se encuentra a punto de asesinarla en su interior, intención frustrada por la inesperada aparición de un vagabundo. La angustiosa secuencia en la que el demente científico realiza la supuesta autopsia, en realidad la operación para extirpar el corazón -aún palpitante- del cuerpo de este viejo vecino que se encuentra con vida. Furie llegará a insertar contrapicados del joven científico mostrando su turbación, e incluso planos de ese corazón vivo y sangrante, algo poco habitual en el cine de aquel tiempo. Es cierto que nos encontraremos pequeñas ligerezas de guion en el recorrido de la película -la puerta de la morgue aparece abierta en todo momento; la enfermera aparece ligada al despacho del doctor día y noche; nadie se apercibirá que en un ataúd se encuentran introducidos dos cadáveres…- que concluirá con una secuencia de atroz configuración; Peter reprochará a Linda la nostalgia de su difunto marido. Por ello, con el corazón que ha logrado salvaguardar con vida, desenterrará el putrefacto cadáver de este, para insertarle el órgano aún palpìtante y devolviéndole a la vida. El demente doctor obligará a la viuda a contemplar la dantesca presencia, en una de las situaciones más transgresoras del cine de terror de su tiempo, por más que en su plasmación cinematográfica uno eche de menos, además de mayor perfección en la recreación del cadáver vuelto a la vida, un mayor arrojo visual, sin que ello nos evite reconocer el grado de efectividad que logra alcanzar.
Calificación: 2’5
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