THE NAKED RUNNER (1967, Sidney J. Furie) Atrapado
Cuando en 1967, el canadiense Sidney J. Furie rueda THE NAKED RUNNER (Atrapado), apenas han transcurrido tres años, del momento de su revelación, con la magnífica THE LEATHER BOYS (1964), con bastante probabilidad, el mejor exponente de su filmografía. Pero con ser escaso el margen temporal de distancia, menos distancia se establecerá de la posterior THE IPCRESS FILE (Ipcress, 1965), sin duda el título más exitoso de una andadura que, a partir de la entrada en la década de los setenta, se ahogaría en un lodazal de títulos, con muy escasas excepciones, olvidables en su querencia por la comercialidad. Dados estos antecedentes, no resulta difícil dilucidar, ya desde los primeros compases del título que protagoniza estas líneas, señalar que se encuentra por completo dominado por la estética visual y narrativa, de la película que inauguró la trilogía del agente Harry Palmer, protagonizada por Michael Caine, la ya mencionada THE IPCRESS FILE. Ya desde sus propios títulos de crédito, se reeditará esa formulación visual, descrita en una planificación de planos sin movilidad de la cámara, aplicando profundidad de foco, y ubicando sus personajes en primerísimo término del encuadre.
Este será, punto por punto, el eje narrativo de esta historia de espionaje y suspense producida por su propio protagonista -Frank Sinatra, que en los últimos días del rodaje, no retornó al mismo tras viajar hasta USA, lo que obligó a su director a utilizar un doble para las secuencias que restaban por finalizar, completando dicha elección con la utilización de planos de descarte del actor, y llegando a superponer sobre ellos diálogos-, contando para ello con un conocido actor secundario -Brad Dexter-, actuando como tal en dicha faceta. Viendo el discreto resultado de esta película, al igual que buena parte de los títulos que protagonizaron la andadura de Sinatra en estos años -hagamos excepción de lAs posteriores TONY ROME (Hampa dorada, 1967) y, sobre todo, THE DETECTIVE (El detective, 1968), ambas firmadas por un inspirado Gordon Douglas-, puede calificarse más o menos errática. En cualquier caso, en la cortedad de su alcance, y en sus episódicos logros, THE NAKED RUNNER aparece como un producto de su tiempo. Una película situada en las postrimerías de la llamada guerra fría, intentando prolongar esa mirada desencantada, en torno al universo del espionaje en las altas instancias occidentales, por lo general planteada en su oposición al bloque occidental, y centrada fundamentalmente en argumentos que planteaban peligrosas y, por lo general, mortales andanzas. Un contexto dominado por la deshumanización que, en su vertiente cinematográfica, ya había ofrecido productos del nivel de THE SPY WHO CAME IN FROM THE COLD (El espía que surgió del frio, 1965. Martin Ritt), o THE DEADLY AFFAIR (Llamada para el muerto, 1967. Sidney Lumet), a partir de novelas de Leigh Denison o John le Carre -es curioso destacar, como ambos títulos, fueron rodados en Inglaterra por realizadores americanos, insertos en la denominada ‘Generación de la Televisión’-. Será el contexto, con un Swinging London que ya empezaba a acusar el agotamiento de su hegemonía, aparece esta adaptación de una novela de Francis Clifford, plasmada en guion por el prolífico Stanley Mann, y que nos plasma la odisea de un individuo inserto, a pesar suyo, en una peligrosa aventura, al ser utilizado por el alto servicio británico, para ejecutar a un ex espía inglés, que ha decidido traicionar a sus superiores, pasándose al bando soviético. Será esta una orden, planteada por el ministro de defensa británico, al avezado superior de inteligencia Martin Slattery (Peter Vaughan), con la orden de que dicha ejecución, en modo alguno ha de realizarla agente británico, al objeto de dejar al margen las instancias del país, en lo que se desea plantear como un asesinato puntual, sin relación alguna con ellos. Acuciado Slattery para encontrar una persona de confianza que lleve a cabo esta misión, casualmente -mirando el periódico-, descubrirá el éxito puntual de diseño que ha logrado un industrial, que en la II Guerra Mundial fue compañero suyo, destacando por su ferocidad bélica en la contienda. Se trata del norteamericano Sam Laker (Sinatra), viudo y con un hijo, que se dispone a viajar casi de inmediato a la localidad de Leipzig, al objeto de asistir a una cita de negocios. Pese a llevar años sin mantener contacto con este, el agente británico logrará convencer al escéptico Laker, para que efectúe una sencilla misión de intercambio de documentación, utilizando para ello la figura de Karen Gisevius (Nadia Gray), una mujer que en plena contienda le salvó la vida, y que pensaba se encontraba muerta. Pese a su renuencia en aceptar el envite, descubrir que Karen se encontraba con vida vencerá sus reticencias. Dicha circunstancia será el inicio de una auténtica pesadilla para el protagonista que, a la llegada a su destino, y tras su breve pero emocionante reencuentro con alguien que siempre perduró en su memoria, se encontrará con el secuestro de su hijo por parte del coronel Hartmann (Derren Nesbitt), siendo acuciado por las autoridades orientales, al objeto de cometer un asesinato. En realidad, y pese a la aparente complejidad de las situaciones vividas, Laker está siendo sometido a un astuto plan, calculado hasta el milímetro, jugando para ello incluso con los estallidos emocionales de su psique, llevando a cabo el crimen señalado, sin que perciba que, en realidad, han jugado con su voluntad.
Seamos honestos. THE NAKED RUNNER no parece más que un pequeño juguete. Tan enfático como desgastado. Una anécdota sin verdadera importancia, que desaprovecha ese pathos, o aura nihilista que plantea su peripecia argumental, describiendo unas altas instancia inglesas, deshumanizadas y desprovistas de sentimientos. Por el contrario, nos encontramos con un argumento de intriga revestido de lugares comunes, y envuelto en esa pátina de una planificación forzada, descrita en los términos antes señalados. Esa querencia por el artificio, es evidente que provoca cierta irritación, como decepción produce una conclusión tan desprovista de la menor lógica que, por cierto, aparece con notables paralelismos, a la de la coetánea POINT BLANK (A quemarropa, 1967. John Boorman). Sin embargo, el paso del tiempo brinda a una película tan mimética de ejemplos precedentes cercanos, como deudora de una estética tan datada, algo que quizá en el momento de su estreno no fue demasiado apreciado. Me refiero a esa pátina de fatalismo que rodea todo su metraje, en no poca medida, retomado del ya señalado título de Martín Ritt, y potenciado en esta ocasión, por la lividez que le proporciona la fotografía en color de Otto Heller. Sumemos a ello, algunos instantes, en los que la película da la medida de lo que hubiera podido ser, caso de no quedarse en su periferia -la fuerza de la secuencia en la que Laker asume que va a ser eliminado a punta de pistola por parte de Hartmann; el instante ubicado ya en la parte final, en el que el protagonista es encuadrado, en medio de unas marionetas, como clara metáfora de la crueldad con la que está siendo utilizado-. Unamos a ello la intensidad que alberga el breve rol de la estupenda Nadia Gray -que lástima que su personaje no tenga más presencia en el conjunto-, o la ocasional melancolía, que proporciona el tema musical compuesto por Harry Sukman. Todo ello, conformará un conjunto discreto, en buena medida fruto de una corriente cinematográfica que ya se revelaba de escaso recorrido, pero, al mismo tiempo, apuntando a esa mirada nihilista, que casi de inmediato, se iba a adueñar de buena parte del conjunto del cine de las islas.
Calificación: 2
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