THE SNAKE WOMAN (1961, Sidney J. Furie)
Antes de que destacara en el entonces floreciente cine inglés, el canadiense Sidney J. Furie se había fogueado con algunas producciones de bajo presupuesto rodadas en su país natal e incluso USA. Títulos a los que no podemos acceder, pero que serían los que le llevaran hasta las islas británicas, donde poco a poco iría adentrándose en su industria, alternando algunas simpáticas comedias musicales al servicio de Cliff Richard -THE YOUNG ONES (Los años jóvenes, 1961)- con el que probablemente sea el exponente más valioso de su filmografía -el sensible y audaz THE LEATHER BOYS (1963)-. En medio de ese periodo de adaptación, casi de manera consecutiva rueda dos producciones de terror de bajo presupuesto, con los que Furie de alguna manera -e intuyo que de manera forzosa- parecía homenajear una manera ya periclitada de entender el género. Uno de ellos, sin duda el más estimable, fue esa extraña y bizarra mixtura de relato de vampiros y mad doctors que propone DOCTOR BLOOD’S COFFIN (1961) rodada en desbordante color. Junto a ella, Furie dará vida a la más modesta -apenas 17.000 libras de coste y rodada en seis días; también más menguada en resultados- THE SNAKE WOMAN (1961) que aúna en su disparatado argumento la descripción de una maldición establecida por una criatura en cuyo origen tuvieron una desgraciada influencia las investigaciones de su padre con veneno de serpiente, al tiempo que ondear en su desarrollo cierta querencia por una investigación al modo del Sherlock Holmes de Conan Doyle, una vez más con un argumento descrito en la campiña inglesa, en esta ocasión en el pasado.
Nos encontramos en las muy lejanas comarcas inglesas de Northumberland a finales del siglo XIX. En dicha campiña y alejado del pueblo se encuentra la vieja casona en la que vive el doctor Adderson (John Cazabon), un hombre circunspecto muy reconocido por sus investigaciones en torno a los ofidios, a los que extrae veneno para proseguir con sus trabajos. También lo hará para inocularlo en su esposa, a la que intenta revertir en sus accesos de locura, y que se encuentra embarazada. Precisamente uno de dichos pinchazos acelerará el parto, para lo que se contará con la ayuda del médico local, el doctor Murton (Arnold Marlé) y la compañía de la oscura Aggie Harker (Elsie Wagstaff). En el parto pronto surgirán extraños incidentes, que tendrán su conclusión al dar a luz una niña caracterizada por su gélida temperatura y mantener los ojos abiertos. Serán rasgos que Aggie -muy ligada a planteamientos sobrenaturales y de brujería- pronto ligará a los experimentos de su padre. Por su parte, fallecerá la madre muere en medio de la extraña situación. Mientras esta última hace llamar la atención a la población, para que luchen contra lo que para ellos supone un lugar donde se centra el mal -las investigaciones con serpientes de Adderson-, Murton llevará al bebé a un pastor para que lo cuide, puesto que él se ha de ir de viaje al día siguiente. Poco después, los lugareños prenderán fuego al hábitat del investigador, quien morirá al ser mordido por una de sus propias criaturas.
Pasan veinte años y Murton regresa de su larga misión en África, descubriendo que en la pequeña población se han venido sucediendo diversas muertes por picadura de serpiente, consideradas entre ellos como una maldición. Fruto de la carta enviada por el coronel Wynborn (Geoffrey Denton) a los superiores de Scotland Yard, será enviado a la población el joven agente Charles Prentice (John McCarthy). Este, caracterizado por su mentalidad racionalista, se enfrentará a un contexto rural dominado por las supersticiones, y acentuado además por las constantes víctimas, que el propio agente contemplará. Poco a poco se irá albergando la duda en torno a Prentice, ya que junto a los recelos que le provocará la anciana Aggie Harker, surgirá la fascinación que le producirá una extraña joven a la que conocerá caminando por la noche, mientras entona música con torpeza con una extraña trompeta.
Es curioso señalarlo, pero mientras en Inglaterra aparece esta escasamente relevante THE SNAKE WOMAN, en USA surgía la muy atractiva NIGHT TIDE (Marea nocturna, 1961) la cima en la obra del extraño Curtis Harrington. Y viene esta circunstancia a colación, ya que ambas propuestas apelan a una mirada un tanto nostálgica en torno a determinadas corrientes del fantastique. Sin embargo, el film de Furie se queda ahí en esa semejanza, ya que en realidad lo único que propone es una pequeña historia de terror. La puesta en imagen de una historia que combina la imposible confluencia de lo racional y lo sobrenatural y que, al contrario de lo sucedido con el film de Harrington, en ningún momento desprende el más mínimo ápice de poesía en la relación entre el agente desplazado y esa joven muchacha. Alguien que aparece como sujeto pasivo y nunca se planteará como verdadera víctima de una maldición que ha conducido su vida. Y es que nos encontramos ante una propuesta argumental de tremenda simpleza, que discurre casi a trallazos -de un plano a otro la acción discurre veinte años, desde que el doctor Murton marchó a África, sin conocer el motivo, y retornó a la pequeña población- y en donde la pobreza de medios es manifiesta -el bebé de los primeros minutos aparece casi como un muñeco de trapo encubierto-. Todo va inserto dentro de un cúmulo de peripecias que surgen dentro de una simple acumulación, a partir de un conjunto que no alcanza los setenta minutos.
En cualquier caso, considero que si algo permite elevar discretamente esta película es, sin duda alguna, el logro de una atmósfera oscura y sombría. Algo que puede que fuera buscado de manera deliberada por su realizador, pero que al mismo tiempo vendría dado por sus propias limitaciones de producción -un poco lo que sucedería con títulos de mayor prestigio como CARNIVAL OF SOULS (1962, Herk Harvey) o NIGHT OF THE LIVING DEAD (La noche de los muertos vivientes, 1968. George A. Romero)-. Esa constante presencia de un relato malsano, ayudado de manera especial por la iluminación oscura brindada por Stephen Dade, nos brinda un producto que discurre a trompicones, pero en el que en todo momento tenemos la sensación de asistir a una extraña pesadilla. En su discurrir, la que la casi constante presencia de planos de archivo -bien integrados- protagonizados por ofidios, añaden un plus de inquietante amenaza. En cualquier caso, en un conjunto tan torpe como previsible hay una secuencia en la que surge un cierto intento de puesta en escena. Se trata de aquella en la que en la taberna llevan el cuerpo sin vida de un niño mordido por una serpiente. La secuencia, en plano general, nos muestra a Prentice en el fondo de la pequeña masa de lugareños, siendo el único al que no se ilumina su rostro. Será una eficaz forma de mostrar el desconcierto que define su personaje.
Calificación: 1’5