I DELFINI (1960, Francesco Maselli) Juventud corrompida
La dualidad de 1960 y 1961 alberga uno de los bienios de mayor febrilidad creativa de la Historia del Cine. Nunca me cansaré de afirmarlo, pero lo cierto es que la confluencia de las obras seminales de algunos de los grandes maestros del clasicismo fílmico, se dieron la mano con el florecimiento de las nuevas olas o el propio relevo de jóvenes cineastas. Fruto de esta irrepetible circunstancia, no solo surgirá un rotundo ramillete de obras maestras, jamás igualado en la andadura del denominado séptimo arte hasta nuestros días. Lo importante será que unidos a dicha élite florecerán un importante número de películas de notabilísimo interés, que enriquecerán el conjunto de unas cinematografías pletóricas en interés. Una de la más beneficiada de dichas circunstancias será la italiana, que en ese contexto cronológico albergará exponentes de capital importancia, junto a los cuales surgirán magníficas películas, parte de las cuales han sido injustamente arrolladas con el paso del tiempo, manteniéndose ocultas para las nuevas generaciones. Uno de estos exponentes lo propone I DELFINI, titulada de manera peyorativa en su tardío estreno en nuestro país como Juventud corrompida (1960), tercero de los largometrajes dirigido por Francesco Maselli, ya entonces considerablemente fogueado en el ámbito del cortometraje y el documental. No hace muchas semanas comentaba el debut de Maselli como director -GLI SBANDATI (1955)- otro exponente que logré ser restaurado recientemente, como el que nos ocupa, y con el que comparte su voluntad de análisis de un determinado ámbito de juventud de su país. Las diferencias se centran en el contexto temporal de los dos títulos. Si bien su propuesta de debut se centraba en el drama vivido en Italia en las postrimerías de la II Guerra Mundial, I DELFINI aparece definida en el propio ámbito temporal de su rodaje, al marcar su entraña dramática la descripción de una serie de jóvenes burgueses que deambulan ociosos en una vieja ciudad italiana de provincias -Ancona-, desde donde intentarán emerger de un ámbito de decadencia, oscuridad y puritanismo, y en cuyo ámbito no dudarán utilizar sus ventajas birguesas para llegar a humillar a representantes de las clases obreras.
Para ello, se utilizará una base argumental que parte de la colaboración entre el propio Maselli, Ageo Savioli, y el capital Ennio De Concini, contando con la colaboración del escritor Alberto Moravia y el aporte no acreditado de Antonio Pietrangeli y otro de los referentes dramáticos de dicha cinematografía, como fue la recordada Suso Cecchi D’Amico. Será todo ello la amalgama que utilizará Maselli, precisando para ello un magnífico y entregado reparto de jóvenes intérpretes, que alberga como magnífico aliado la fría iluminación en blanco y negro del gran Gianni Di Venanzo. Serán suficientes elementos que servirán a nuestro inspirado realizador para articular una puesta en escena basada en largos y complejos planos secuencia, en los que tendrá una considerable importancia la utilización de los viejos exteriores de la ciudad, así como el peso de los interiores de esas viviendas que sirven de contraste en las diferencias de clases y, al mismo tiempo, la irrenunciable decadencia de una ciudad de provincias que no deja de observarse a sí misma y, en última instancia, asfixiar su propio fluir diario.
I DELFINI se inicia con una serie de panorámicas de esa Ancona que ejercerá como epicentro del relato, y tomando como fondo el relato en off del angustiado Anselmo Foresi (Gérard Blain). Con sus palabras nos introduciremos en los últimos meses de 1959 y, con él, en las andanzas de un puñado de amigos, ociosos jóvenes burgueses, que se verán inmersos en una incómoda situación, puesto que su novia Marina (Anna Maria Ferrero), se ha bebido de un trago una botella de whisky, sumiéndose en un estado de shock. Por ello, la llegada del joven y proletario Dr. Mario Corsi (Sergio Fantoni) supondrá el primer elemento de contraste social, puesto que de inmediato provocará el interés de la joven condesa Margherita Chéré (excepcional Betsy Blair). Dicho punto de partida iniciará un proceso de relaciones, tensiones, conflictos, humillaciones y desengaños, todos ellos descritos casi a modo de leve y nihilista danza de sentimientos y decepciones, en el que no faltará el enfrentamiento entre hermanos, a partir de la presencia de una joven proletaria -Fedora (la bellísima Claudia Cardinale). Ella aparecerá inicialmente destinataria de los sentimientos del médico, aunque muy pronto será acaparada por el aristocrático y amoral Alberto De Matteix (Tomás Millan), siendo empujada la muchacha por su propia madre a que se ligue a este, al ver en ello la posibilidad de un ascenso social que supere el propio fracaso emocional que ella sufrió en el pasado.
A partir de estas premisas se sucederán diversas situaciones en las que se entremezclarán las frustraciones de no pocos de sus personajes, los enfrentamientos con sus progenitores y, en última instancia, una mirada oscura y sombría en la que el materialismo de sus personajes, apenas puede ocultar un futuro dominado por la codicia y la absoluta renuncia de cualquier ideal. Una especie de tela de araña que retoma esa corriente albergada por títulos como el ya señalado GLI SBANDATI, VIA MARGUTTA (Vía Margutta, 1959. Mario Camerini), o la posterior LA CORRUZIONE (La corrupción, 1963. Mauro Bolognini). Títulos todos ellos coincidentes en su intención de mostrar esa visión absolutamente desencantada de la juventud de su tiempo bajo diferentes perfiles, y que en esta película adquiere por momentos tintes casi irrespirables.
I DELFINI se encuentra dominada por secuencias nocturnas, que tendrán su prolongación en aquellas diurnas, definidos por tonalidades lívidas y carentes de calidez, y logrando con ello transmitir al espectador esa aura de angustia existencial que domina a sus personajes protagonistas, como antes señalaba. Para ello, Maselli utilizará una arriesgada puesta en escena dominada por largos planos caracterizados por complejos reencuadres, decidido en su búsqueda casi obsesiva en el devenir de sus personajes. Por dicha circunstancia, quizá sean aquellos momentos y secuencias confesionales, los que adquieran una más rotunda temperatura emocional. Será algo que albergará el episodio de la relación fallida entre Mario y Margherita al sincerarse esta última ante alguien a quien se ha sentido atraído desde el primer momento. O el instante en que tras un tenso encuentro de los amigos que se han reunido para recibir a Marina tras su internamiento, esta y Anselmo confesarán con dolor la imposibilidad de conciliar en el futuro el amor que se profesan, mientras ambos se encuentran tumbados en la duna ante el mar. O en el incontenible llanto de la madre de Fedora, apostada en la ventana y sin atreverse a mirar a esta, al conocer que la muchacha desea abandonar embarazada a Alberto, exponiéndose con ello a perder su estabilidad y verse envuelta en un escándalo.
Pero la entraña del film de Maselli sabe contraponer esos momentos de dolorosa sinceridad con otros revestidos de enorme dureza. Como esa carrera casi suicida en el coche de Alberto, tras la cual se describirá en la habitación de un motel una absolutamente despreciable apreciación de este, en la que describirá a Fedora casi como un objeto de su propiedad. O en la muy previa fiesta nocturna en la mansión de los De Matteix, donde Alberto provocará un escabroso juego de detectives a oscuras, en el que los presentes exteriorizarán sus más bajas pasiones. También en la sorpresiva secuencia desarrollada en el palazzo de Margherita, donde esta llevará a la práctica una especie de sutil danza de venganza con todos sus amigos, relatando finalmente que su vida acomodada escondía en el fondo la ruina económica más rotunda. Oscura, desesperanzada, casi erigida como una trampa para los sentimientos, I DELFINI culminará con la rendición de todos sus personajes, y el grito agónico de ese joven sensible que nos ha ido relatando esa imposibilidad de emerger del contexto en que viven. Esa ciudad con historia y con pasado, pero también con suficientes tentáculos para limitar la libre expresión de unos individuos ahorcados por sus propias raíces sociales.
Calificación: 3’5
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