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CINEMA DE PERRA GORDA

I MOBSTER (1959, Roger Corman)

I MOBSTER (1959, Roger Corman)

Que la figura de Roger Corman queda como un referente en el cine norteamericano a partir de la década de los 50 y hasta entrada la de los 70 es algo asumido por todos. Que su labor como mecenas de una serie de jóvenes valores como Bogdanovich, Coppola, Demme, Scorsese… abriera las puertas del denominado Nuevo Cine Norteamericano, resulta indiscutible. Que atesore uno de los más atractivos ciclos de cine de terror realizados en USA durante la década de los 60 deviene otra evidencia. Pero, al mismo tiempo, no podemos olvidar que en su larga filmografía predominan de manera considerable los títulos mediocres o directamente olvidables, sobre aquellos que gozan de un cierto interés o resultan más o menos perdurables. Lo cierto es que en Corman siempre apareció en primer término ese astuto productor que intentaba incluso adelantarse a las fechas fijadas de sus rodajes, o gastarse menos de lo que se había presupuestado, antes que un realizador que fuera mejorando de manera estable sus posibilidades. Ese insólito contraste es el que a mi juicio permite que entre 1960 y 1961 aparezca su obra maestra HOUSE OF USHER (La caída de la casa Usher, 1960) y muy pocos títulos después surja la insufrible CREATURE FROM THE HAUNTED SEA (1961). Es por ello que resulta bastante frecuente encontrarse con películas dirigidas por Corman, y caracterizadas por su morosidad narrativa, algo que ya evidenciaría su propio debut, el tedioso western FIVE GUNS WEST (Cinco pistolas, 1955)

Dicho esto, I MOBSTER (1959) aparece cuando Corman ya atesoraba a sus espaldas una veintena de largometrajes -he visto pocos de ellos, en líneas generales caracterizados por su mediocridad-, y casi se encontraba a punto de dar el salto de su vida al decidirse a filmar la primera de sus adaptaciones del universo de Edgar Allan Poe que, a la postre, modificaría por completo el rumbo de su carrera. Bien es cierto que el año anterior, en 1958, Corman filma MACHINE-GUN KELLY, que no he podido contemplar pero de la que no faltan buenas referencias. Es por ello, que cuando decide llevar a cabo la adaptación de la novela de Joseph Hilton Smyth, ya se encontraba fogueado en el universo del cine tardío de gangsters, que en aquellos años brindaría obras memorables filmadas por cineastas como Budd Boetticher o Sam Fuller. No puede decirse, sin embargo, que el título que comentamos alcance dicha altura ni de lejos, aunque es evidente que nos encontramos en dicho mismo ámbito y, sobre todo, aparece como un título francamente estimable. Hay un enorme hándicap a la hora de contemplar esta película en nuestros días; el hecho de no existir copias que nos permitan contemplarla en su original formato panorámico, bien iluminado en blanco y negro por el veteranísimo Floyd Crosby, poco tiempo después uno de los más brillantes aliados del director en el ya señalado ‘Ciclo Poe’. Es por ello, que la contemplación de esta crónica del gangster Joe Sante aparece -para aquellos que somos maniáticos en contemplar los títulos tal y como se concibieron- en ocasiones como una auténtica tortura, al comprobar los falsos reencuadres o incluso la deconstrucción en una falta planificación, cuando ni siquiera con ese recurso se puede atender el seguimiento de la acción.

Un recorrido argumental, por otro lado, bastante previsible, que se iniciará en la vista judicial en la que se está enjuiciando a Sante -un brillante Steve Cochran, en mi opinión uno de los mejores actores del cine americano-. La cámara se acercará a su rostro mientras se abstrae de las digresiones de la misma, para efectuar en un extenso flashback un recorrido existencial desde sus primeros años, en los que junto a un amigo pronto destacaron por su cercanía con el mundo de la delincuencia pese a los consejos en contra que les formularán sus ya envejecidos padres, una familia de inmigrantes italianos que siempre se han caracterizado por su respeto a las leyes. La película irá recogiendo los principales momentos de su vida, siempre ligados a su querencia por el delito y su especial olfato a la hora de ir ascendiendo como líder desde sus inicios en el universo del reparto de droga, a partir de su asociación con Frankie Udino (Robert Strauss). Realmente este será alguien que guiará su inclinación al mundo del gangsterismo, y a quien pronto llegará a superar, dado su carisma y mayor arrojo. La otra persona que marcará su existencia -hasta el punto de resultar inicialmente un contrapunto a su modo de vida- será la joven Teresa Porter (Lita Milán), quien desde el primer momento se encontrará enamorada de él, pero en todo momento incapaz de dar el paso adelante en su relación, al reprobar su modo de vida. Consciente de ello, e incluso de la utilización que esta realiza de su propia madre -Mrs. Sante (Celia Lovsky)-, Joe no dejará de contrarrestar esa presión contratando al joven hermano de esta Ernie Porter (John Brinkley), al objeto de ir manteniendo esa cercanía. Será todo ello una tensión interna que sobresaldrá de una serie de episodios más o menos previsibles, hasta el punto de ir emergiendo una vez la andadura de Santo dentro de la mafia va consolidándose. Corman articulará con más habilidad que verdadero acierto dicho proceso, en una sucesión de episodios y situaciones violentas -el asesinato de Ernie, cuando este se encontraba dispuesto a traicionarlo- que servirán para delimitar la personalidad ambivalente del protagonista, acostumbrado a una vida de lujos, incapaz de atraer de nuevo al cariño de su madre, y permanentemente obsesionado por ampliar el alcance de su imperio de mando en el mundo de la delincuencia.

Dominada por una ambientación tan sobria como eficaz -con un coste de 500.000 dólares, la película fue la más cara rodada por Corman hasta el momento-, lo cierto es que I MOBSTER alcanza un notable y creciente grado de densidad en su tercio final. Sobre todo, a partir de la pasión que registra la breve secuencia en la que Teresa le confiesa que es tanto el amor que siente por él que ha decidido vivir en su mundo, al que por otra parte detesta. La planificación y el montaje de ese pasaje, la fuerza y sensualidad que Cochran y la Milán imprimirán a dicha inflexión, o el placer que desprenden los instantes en que ambos veranean en la playa, transmiten esa sensación de efímero placer de la joven pareja. Pero al mismo tiempo supondrá el inicio de la caída de Sande. Este ya habrá vivido un primer enfrentamiento con Udino, en el que durante unos tensos -y magníficos- instantes intuirá que se encuentra -finalmente de manera injustificada- dispuesto a matarle, presionado por otros mafiosos. Es más, llegará a matar en un hotel a uno de sus rivales, en otro momento lleno de impacto en la pantalla.

Sin embargo, lo mejor de I MOBSTER aún se encuentra por llegar, una vez la película abandone ese flashback en el que se ha extendido a lo largo del relato. Una vez el juicio se encarame a su fase final, los enemigos de Sante quedarán temerosos de que este fuera testificar y comprometer su mundo. Es por ello que, dada su astucia, el protagonista pronto será consciente de ser objetivo de una emboscada -bajo la trampa de que se le ha facilitado de una huida para escapar la justicia- expresándose esta en una angustiosa persecución nocturna en el taxi que ocupa, y a cuyo conductor guiará, iniciando una persecución que se prolongará por una serie de refriegas que el perseguido logrará revertir con destreza. Sin embargo, ello no supondrá más que el inicio de un pathos irreversible. La revelación de las sospechas que Sante atesoraba se plasmará dentro de una ejecución descrita ante la presencia de su propia esposa, incapaz de contener el llanto ante alguien a quien, a pesar de todo, amó con toda su alma, y que va a engrosar la lista de víctimas sacadas de manera anónima envueltas en una alfombra.

Calificación: 2’5

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