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CINEMA DE PERRA GORDA

BORN YESTERDAY (1950, George Cukor) Nacida ayer

Uno de los elementos más llamativos de la inmediatamente precedente ADAM’S RIB (La costilla de Adán, 1949) en la obra de George Cukor sería, sin duda, la presencia de un delirante rol secundario para Judy Holliday, en un cometido para el que se escribieron secuencias expresamente. Es por ello, que su inminente protagonismo cinematográfico era algo más que previsible. Y sucedería con BORN YESTERDAY (Nacida ayer, 1950), primera de las tres ocasiones en que Cukor dirigió a la actriz encabezando su reparto, en este caso adaptando a la pantalla la obra teatral de Garson Kanin que protagonizó la misma actriz, que, curiosamente, en un primer momento no estaba dispuesta a asumir, y que finalmente le proporcionó un Oscar a le mejor actriz, en un año donde compitió con roles legendarios con Bette Davis o Gloria Swanson.

Pero, y es curioso señalarlo, cuando en líneas generales se tiene en consideración está película por el liberalismo democrático de su discurso -valioso en un momento donde las consecuencias del maccarthismo se encontraban extendidas en Hollywood, a mi modo de ver nos encontramos ante una comedia que más de siete décadas después, destaca sobre todo por los valiosos esfuerzos que brinda su realizador no solo para emerger de la teatralidad de su origen, sino, sobre todo, de incorporar para ello un notable grado de experimentalidad, mucho más perceptible en nuestros días.

No cabe duda que ese grado de experimentalidad se percibe desde sus primeros compases. Ese inicio en una estación nos brinda ya dos pistas. Una, el sombrío tono fotográfico en blanco y negro, obra de Joseph Walker, a media entre documental y cercano a la atmósfera de ciertos títulos coetáneos de ámbito social que empezaban a proliferar aquellos años. Será una elección formal que el realizador prolongaría en las siguientes comedias que dirigió con la actriz, y que contribuye a la adopción de cierto tono naturalista, en el que las pinceladas de comedia se insertan en ocasiones casi como contraste. Unamos a ello la casi total ausencia de banda sonora, un elemento que pocos años después se consideraría como elemento indispensable en el último gran periodo dorado del género.

Y ya en esos instantes casi de apertura, podemos percibir la enorme importancia que adquirirá el diseño de producción, en el que tendrá una importancia esencial la aportación del muy premiado y ocasionalmente atractivo realizador que fue el checo Harry Horner, capaz de erigirse como elemento de capital importancia. Casi como base fundamental para que a través de sus limitadas escenografías -no conviene olvidar la labor como decorador de William Kiernan- adquieren un singular tratamiento dramático, precisamente por la agudeza con la que Cukor se sirve de ellas para articular el engranaje dramático de la película.

Es algo que tendrá su principal foco de interés en las amplias dependencias de la suite donde se aloja el magnate de la chatarra Harry Brock (un en ocasiones algo excesivo, en otras rotundo Broderick Crawford), que cuenta con la tan vulgar como estridente Billy Dawn (Holliday, imprescindible escucharla con su voz original) como su amante. Se trata de alguien que Brock sacó cuando actuaba como corista, y con quien comparte una relación próxima dominada por la vulgaridad, aunque, en el fondo, por parte del pco ortodoxo magnate se oculte un sincero sentimiento -que se manifestará en los últimos minutos-. La cámara de Cukor utilizará su aguda y casi invisible planificación en planos largos, para permitir la presentación de los personajes, entre los que se incluirá el joven periodista Paul Verralt (William Holden), quien va a realizar una entrevista al recién llegado, y que muy pronto se convertirá en el detonante de la progresiva toma de conciencia de Billy y, en definitiva, del desmoronamiento de la estructura que mantiene el chillón y casi mafioso empresario. Y, entre ellos, se encontrará el abogado de este. Se trata del lúcido y veterano Jim Devery (un impresionante Howart St. John), alguien consciente de encontrarse sometido ante un ser al que detesta, pero plenamente capaz de reconocer la corrupción en la que lidia, y que considero en realidad el mejor personaje de la película.

A partir de estas premisas, Cukor se introduje en una estructura bastante libre, articulando a través de ese sencillo engranaje, su destacada apuesta por la importancia de la secuencia, insertando en ella su máxima entrega, bien sea a través de una planificación sencilla y, algo innato en Cukor, la dirección de actores. De alguna manera, parece como si el cineasta tomara lecciones de otro referente del género, Leo McCarey, a la hora de estructurar la película a través de dichos parámetros narrativos. En la conjunción de todos estos elementos, BORN YESTERDAY aparece como una extraña mixtura de comedia y drama, definida en un tinte naturalista, despejada por completo de ese glamour que adornaría las muestras del género pocos años después, pero, quizá, por ello, singular en un planteamiento casi atonal, del que emergen no sus giros argumentales, en realidad bastante previsibles, sino la diversidad expresada en la sucesión de sus escenas. La ya señalada e inicial, que nos presenta a sus principales personajes, es evidente que resulta un pequeño prodigio a este respecto. Y es que más allá del relativo histrionismo marcado entre Harry y Billy, supone un extraño ballet que acierta no solo a presentar a sus criaturas esenciales sino, de manera singular, las relaciones establecidas entre ambos, dentro de una intrincada planificación que los sigue dentro de un marco que aparece crecientemente opresivo.

Esa diversidad nos presenta un episodio resuelto de manera admirable, con escasísimos planos, que define la creciente tensión establecida entre la pareja protagonista, por medio de esas reiteradas partidas de Gimmy jugadas, donde los sucesivos triunfos de Billy no harán más que exasperar a Harry. Todo ello, mediante una auténtica exhibición de slow burn, de tensión cómica, que ejerce como divertida oposición en un relato revestido de sorprendentes contrastes. Es algo que nos permitirá un posterior episodio de desasosiego ascendente; el enfrentamiento entre el tosco magnate y su cada vez más reticente amante, cuando se niega a efectuar la firma de uno de sus chanchullos, hasta que este no dude en utilizar la violencia contra ella, en el momento más -insospechadamente- cruel, de la película. Entremedias de ambos, se irán insertando pequeños episodios y visitas de Billy, bien sea en solitario o en compañía de Paul, en los que la ordinaria joven se va abriendo a la lectura, al conocimiento y, en definitiva, a un nuevo mundo hasta ahora ajeno a ella. Pasajes filmados con una cierte querencia por una iluminación por momentos ligadas a un cierto misticismo, un tempo narrativo más reposado, e incluso por una puntual presencia de fondo musical.

Rasgos como estos son los que contribuyen a la singularidad de la película, en la que curiosamente ese elemento discursivo en defensa de las libertades democráticas, es posible que en periodos posteriores resultara algo desfasado. Sin embargo, intuyo que el alcance transgresor del momento de su estreno, puede volver a alcanzar una renovada vigencia, varias décadas después. Curiosamente, el paso del tiempo, en ocasiones, nos retrotrae a la casilla de salida.

Calificación: 3

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