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CINEMA DE PERRA GORDA

Budd Boetticher

SEVEN MEN FROM NOW (1956, Budd Boetticher)

SEVEN MEN FROM NOW (1956, Budd Boetticher)

Aunque en su momento se planteara inicialmente como un proyecto apriorísticamente atractivo, que partió de la soberbia base dramática de Burt Kennedy, lo cierto es que SEVEN MEN FROM NOW (1956, Budd Boetticher) supone un referente especialmente valioso para la historia del western. Más allá de sus intrínsecas cualidades, brindó en su momento el inicio en la colaboración de Boetticher –que ya había practicado en el género con títulos apreciables, entretenidos y siempre interesantes dentro de sus limitaciones-, con el guionista Burt Kennedy y, sobre todo, con la antigua estrella del género Randolph Scott. No siempre director y actor tuvieron como nexo de unión dramática a Kennedy, pero es indudable que el título que nos ocupa propició no solo un ciclo que se extendió en siete películas hasta 1960, sino que nos atreveríamos a señalar que plantearon toda una mirada personal sobre el género, basada en el laconismo, en una descripción de personajes sobria y definida en diálogos secos y cortantes, en la presencia de unos personajes de villanos irónicos y atractivos de cara al público, en un héroe –siempre Scott- caracterizado por su escepticismo y un pasado tormentoso, y ante el cual el destino le permitirá tanto la catarsis sobre su tormentoso pasado, como una solapada nueva oportunidad a la vida. Junto a ello, el aspecto visual de estas películas se caracterizará por su aire árido y terroso, desarrollándose por lo habitual sus secuencias más percutantes en ámbitos físicos caracterizados por esa mencionada aridez. Se podrá argüir que estas y otras características se pueden definir como habituales en el género. Sin embargo, creo que es de justicia destacar el general consenso existente a la hora de valorar la personalidad e importancia de este conjunto de películas de rodaje rápido y presupuesto limitado, que han quedado ya en las antologías del cine del Oeste.

 

Debo decir de antemano, que quedando tan solo a expensas de acceder a WESTBOUND (1959), he podido visionar y disfrutar este denominado ciclo, y de entre los seis títulos visionados –dentro de su general alto nivel-, me quedaría con dos de sus exponentes. Uno es RIDE LONESOME (1959), el otro sería el que nos ocupa; SEVEN MEN FROM NOW. Restaurada de forma magnifica y editada recientemente en DVD, llega a nosotros en todo su esplendor, inicial singularidad, y final disposición de una serie de elementos que se reeditarán en los restantes exponentes de este conjunto de producciones. Desde el primer momento, SEVEN… prende el interés del espectador –para ello es evidente que se contaba con un material dramático de primera categoría, que entre otras cosas, sabe introducir elementos aparentemente insertos de forma dispersa, pero que en sí mismos suscitan el interés, y paulatinamente van conformando la densidad de su conjunción. En medio de una tormenta, el vaquero Ben Stride (Scott) –sin caballo- se introduce en la guarida donde se refugian dos hombres. La aparente cordialidad de sus palabras no puede esconder la tensión del momento que describen sus miradas. Ambos hablan de una situación violenta vivida en una pequeña localidad. De repente, la cámara se ubica en el exterior, y se escuchan dos disparos. Al plano siguiente, vemos a nuestro protagonista portando un caballo y sujetando las bridas de otro.

 

La fuerza e intensidad de esta breve situación de inicio, no es más que el preludio de un relato pródigo en elementos, detalles y situaciones, que por un lado suman un compendio bastante amplio de temáticas habituales en el género, y por otro los excelentes mimbres sobre los que se teje una historia basada en el encuentro de un reducido número de personajes, definiendo a partir de dicha intersección toda una auténtica parábola moral en la que la ética, el disfrute de la vida, la huella del pasado, el valor, la astucia, la ironía y el eco de una relación imposible, se van incardinando de forma inexorable, hasta que el destino deje abierto el indicio de un futuro para dos enamorados que hasta entonces no han podido exteriorizar su instinto, quizá por que no podían asimilar su reencuentro como una posibilidad brindada por el destino.

 

Uno de los rasgos que mayor grado de admiración permite el disfrute del film de Boetticher, es comprobar que los elementos que se van introduciendo en su escueto desarrollo argumental –la película no llega a alcanzar los ochenta minutos-, se insertan de forma sutil, proporcionando una fluidez admirable al relato, sin interponerse jamás al devenir de sus personajes. Con la sencillez que siempre le caracterizó, la cámara del norteamericano nos va introduciendo detalles que describen el pasado del protagonista, descubrimos juntos al matrimonio Creer que se he entrecruzado con él, y que le permitirá descubrir a la intensa Annie –una magnífica Gail Russell-. Ella es una mujer aún joven que se encuentra casada con John, un hombre bondadoso pero de aire pusilánime, quien pronto intuirá que algo se ha despertado entre su esposa y Ben. Junto a la interacción del matrimonio, la película tendrá su otro elemento de inflexión en la presencia de Bill Masters -Lee Marvin, que jamás ha estado mejor en la pantalla-, un villano que desea el botín de 20.000 dólares en oro, producto del asalto a una diligencia. Fue aquella la situación en la que murió asesinada la esposa de Stride. Este con anterioridad ejerció como sheriff de la localidad, y su andadura no persigue más que la venganza contra los que mataron a su mujer.

 

Con la dualidad de objetivos entre Stride y Masters, las imágenes de SEVEN… irán progresando con absoluta precisión, enriqueciéndose en situaciones definidas con apenas un diálogo o unos pocos planos –la manera con la que con apenas unos apuntes es definida la problemática del abuso contra los indios-, o describiendo cinematográficamente el estado de ánimo de los personajes, en su interacción con los exteriores, paisajes o accidentes metereológicos. A este respecto, podríamos destacar el carácter definitorio que tiene el peso del viento –el instante en el que Annie tiende la ropa ataviada con un pañuelo rojo en la cabeza-, la lluvia –el breve diálogo que mantienen Ben y Annie en la carreta en la intensidad de la lluvia, tras el relato intencionado de Stride-, que ha elevado la tensión de ambos ante la presencia del marido de esta, relatando una historia que pone en evidencia la relación que ambos mantienen.

 

En un conjunto tan preciso y al mismo tiempo con tanta vida interna, como el que manifiesta SEVEN MEN… no se sabe que admirar más, si el denso y matizado desarrollo descriptivo de sus cuatro principales personajes, si la fuerza y casi el anhelo que demuestra la relación que sobrellevan discretamente Ben y Annie por medio de miradas y gestos sutiles, si la ironía y lucidez que describe Masters en todos sus diálogos, o la contención y resignación que muestra en todo momento el esposo de Annie, consciente que el encuentro de su esposa y el antiguo Sheriff, no ha hecho más que acentuar la vaciedad de su unión matrimonial, y que finalmente le llevará a mantener un gesto de dignidad, que le costará la vida.

 

Pero mas allá de todos estos rasgos, de la intensidad visual que ofrece la extraordinaria fotografía de William H. Clothier, del acierto de su fondo sonoro, de la manera en la que se van intercalando los elementos para conformar la unidad de propuesta dramática, o la capacidad evocativa de sus imágenes, hay algo que me atrae especialmente en este espléndido western, y que será extrapolado –con mayor o menor fortuna- a los demás exponentes de este ciclo –quizá con la excepción de los dos que están desarrollados en entornos urbanos del Oeste-. Me estoy refiriendo a la extraordinaria fuerza visual que tiene la elección de exteriores secos, terrosos y ásperos, conformando una especie de fatum donde se dirimen los momentos más definitorios de la película. En esta ocasión, no se puede dejar de destacar el alarde de planificación y elección de exteriores que suponen todas las secuencias desarrolladas en un paraje rocoso de especial aridez. Un escenario que contemplaremos en los primeros minutos, cuando la improvisada caravana formada por Stride y el matrimonio Creer se introduce en su entorno. La manera con la que se planifica su presencia, la inflexión de su fondo sonoro y la repercusión que ese encuentro tiene en los personajes –con la presencia de la casi fantasmagórica finca que sirve de estación de diligencias-, además de ofrecernos una auténtica abstracción visual, avanza la importancia que tendrá este escenario físico para el devenir de la película. En el mismo se desarrollará un duelo memorable en el conjunto de sus rocas, y finalmente se expresará el inevitable desenlace entre Ben y Masters. Una secuencia inevitable, pero que proporciona en el espectador una extraña desazón, que instantes después dejará paso a la esperanza. El desahuciado Sheriff aceptará su puesto de alguacil, quedando en el aire la posibilidad de una nueva vida para él y la ya viuda Annie.

 

Sería la primera vez que el tándem Budd Boetticher, Burt Kennedy y Randolph Scott, dejarían la estela de una mirada intensa a través del western. No sería la última sin embargo, aunque si quedaría esta como una de las más memorables.

 

Calificación: 4

 

BUCHANAN RIDES ALONE (1959, Budd Boetticher) [Buchanan cabalga de nuevo]

BUCHANAN RIDES ALONE (1959, Budd Boetticher) [Buchanan cabalga de nuevo]

Habiendo tenido la oportunidad de contemplar hasta la fecha cinco de los siete títulos que forman la colaboración entre el director Budd Boetticher y el actor Randolph Scott –también en labores de producción-, que originaron un valioso ese ciclo de aportaciones al western, no me cabe la menor duda que BUCHANAN RIDES ALONE (1959) es la menos estimulante de todas ellas –me restan por ver SEVEN MEN FROM NOW (1956) y WESTBOUND (1959)-. No quiere decir esta afirmación que nos encontremos con un título sin interés –ninguna de las aportaciones de Boetticher carece de atractivo-, pero sí es cierto que su resultado final se encuentra bastante alejado del nivel medio acostumbrado, e incluso en algunos momentos llega a asomar el fantasma de una serie B devenida en serie Z.

Tom Buchanan (Randolph Scout) es un veterano cowboy que abandona México y se adentra en Estados Unidos tras haber logrado amasar una considerable fortuna de dos mil dólares, con la que logrará por fin ser propietario de unas tierras en California. Sin embargo reescala en Agry Town, una ciudad dominada por personajes poco recomendables, donde pronto su carácter noble chocará con aquellos que quieren fundamentalmente robar su fortuna. Para ello se le implicará en el asesinato que ha practicado un joven mexicano –Juan (Manuel Rojas), hijo de un terrateniente-, hacia el hijo del Juez Simon Agry (Tol Avery). Buchanan defiende al mexicano de la refriega que iba a sufrir y es implicado de forma deliberada como cómplice del asesinato, al objeto de despojarle de sus dos mil dólares, por parte de los esbirros del Sheriff. Ambos son hechos presos en la cárcel pero será Carbo (Craig Stevens) el que aconseje al Juez que los encausados sean juzgados para evitar que la candidatura de este como senador no prospere. En la vista, Buchanan es absuelto y Juan declarado culpable. El veterano cowboy será escoltado hasta fuera de la ciudad con el nada solapado objetivo de ser asesinado, aunque finalmente se pondrá de su parte uno de los ayudantes del sheriff –Pecos Hill (L.Q.Jones)-, quien ha quedado fascinado por el carisma de Buchanan. Unido ahora a Pecos, Buchanan iniciará el retorno para recuperar sus dos mil dólares, que se verá unido con el rescate de Juan. Este ha sido retenido en su ejecución para poder obtener una fortuna de cincuenta mil dólares en concepto de rescate por parte de su familia. Las tensiones se irán desatando, siempre en pos del dinero, hasta llegar a un clímax en el puente que da entrada la ciudad, con los bandos totalmente enfrentados, y establecerse finalmente una esperanza de futuro en la tensa Agry Town.

¿Qué es lo que convierte, a mi juicio y pese a un resultado final más o menos estimable, a BUCHANAN RIDES ALONE en un western no especialmente logrado? A mi juicio un elemento de especial importancia estriba en una ausencia de un guión lo suficientemente interesante y denso –tan característico de las aportaciones de Burt Kennedy en otros títulos de este ciclo-. En esta ocasión echamos de menos la presencia de ese importante matiz psicológico, la presencia de unos secundarios realmente atractivos y carismáticos –pienso en las aportaciones de actores como Richard Boone, Lee Marvin, Richard Rust, James Coburn, etc. en otras de las propuestas al género del tandem Boetticher-Scott-. Los personajes secundarios en este caso carecen de atractivo y tensión y se encaminan al estereotipo. Una faceta a la que hay que acentuar el excesivo predominio de secuencias de interiores caracterizadas por su acartonamiento –y en las que no se registra ese aire claustrofóbico que caracterizaba, por ejemplo, la estupenda DECISION AT SUNDOWN (1957, Budd Boetticher)- e incluso la falsedad que destilan las peleas que se desarrollan.

Esas debilidades del guión –obra de Charles Lang, aunque parece que Burt Kennedy también participó en él de forma no acreditada-, tienen como fruto incongruencias tan evidentes como las de la secuencia en la que Buchanan reduce y ata a los perseguidores -a nadie se le ocurre dejarlos con las armas tan a mano y los caballos cerca-, los excesivos vaivenes a que se ven sometidos Buchanan y Juan –vienen y van sin orden ni concierto-, o la excesiva presencia del chismoso Amos Agry (Peter Whitney), que solo parece haber sido introducido como personaje para llevar y traer aquellas conversaciones que escucha.

Quizá de todos estos elementos se podría extraer la conclusión que BUCHANAN RIDES ALONE es una mala película. Y no es así, aunque el aroma de la decepción no deje de estar presente viniendo de quien viene su realización –se me permitirá además decir en voz baja que aún valorando el interés de este ciclo de colaboraciones, no sea tampoco un entusiasta absoluto del mismo-. Pero ya en los instantes iniciales podemos contemplar al atractivo visual que su realizador sabía imprimir a sus obras: unas panorámicas punteadas con planos de repercusión en el rostro de Buchanan nos permiten atisbar la especial ironía que se desprende de la mirada del protagonista en la población que acaba de visitar. Al mismo tiempo y aunque de modo un tanto primario, la película se ofrece como una visión sobre la falsedad de los mecanismos y el abuso del poder y la falsa justicia. Por otra parte, creo que es innegable señalar que en su conjunto se echa de menos la ausencia de un personaje femenino de cierta entidad, que en el resto de títulos de la colaboración antes citada, generalmente ejercían como elementos para la reflexión, la mirada al pasado o la búsqueda de una nueva oportunidad de existencia.

En cualquier caso, y pese a ese ya señalado predominio de las secuencias de interiores, cierto es que cuando BUCHANAN RIDES ALONE logra enmarcarse en el exterior, “respira” y logra algunos de sus mejores instantes. Y en ello cabría citar de forma poderosa la larga secuencia en la que Buchanan es escoltado por los dos sicarios del sheriff, con la clara intención de estos de eliminarlo. La soterrada intención de aquellos momentos, la sequedad de los diálogos, la fuerza de sus encuadres y el discurrir alrededor del riachuelo, son elementos que contribuyen a dotar de espesor el conjunto, que tendrá su continuidad con la inesperada colaboración del personaje de Pecos –a mi juicio el más singular y mejor descrito de la película-, el entierro en la cima de un árbol del cadáver de su hasta entonces compañero y la espontánea conversación que mantiene con su cadáver.

Serán los mejores fragmentos de un western que concluirá con el tradicional enfrentamiento habitual en las propuestas de Boetticher, y que pese a su fuerza no adquiere los matices trágicos de otros duelos mostrados por el realizador. Y es que, como antes señalaba, en todo momento y pese a un conjunto interesante, el peso de la relativa decepción nunca deja de abandonar BUCHANAN RIDES ALONE.

Calificación: 2’5

RIDE LONESOME (1959, Budd Boetticher) [Cabalgar en solitario]

RIDE LONESOME (1959, Budd Boetticher) [Cabalgar en solitario]

Conforme voy descubriendo algunos títulos más del ciclo Budd Boetticher / Randolph Scott –me faltan tres de ellos por contemplar-, se me abre el conocimiento a una forma personal de abordar el western que prácticamente concluyen en una postura escéptica ante la vida. Sexto de los siete exponentes de esta mirada al cine del oeste, RIDE LONESOME (1959, Budd Boetticher) –solo emitido en pases televisivos con la traducción literal de CABALGAR EN SOLITARIO- bajo mi punto de vista se erige como el más valioso de los cuatro que he podido visionar –y se trata de destacarlo dentro de un conjunto de notabilísimo interés-, quizá debido a que veo en esta propuesta una determinada y casi elegíaca estilización más mitigada en otros títulos de este grupo.

RIDE LONESOME se inicia con un amplio plano general de un paraje rocoso, del que tras los escuetos títulos de crédito emerge la figura del veterano jinete, cazador de recompensas. Se trata de Ben Brigada (el cada vez más lacónico Randolph Scott), que al mismo tiempo encuentra y es encontrado por el joven bandolero Billy John (James Best). Ambos se disponen a liquidarse uno a otro pero Ben logra ser más ingenioso que el malhechor y la astucia permite hacerlo preso pese al apoyo que este tenía en su hermano y otros compinches. Una vez esposado inicia su camino para llevarlo a la comisaría de Santa Cruz pero al poco de iniciar su camino se encuentran con dos individuos que más tarde comprobaremos que han tenido una larga andadura como bandoleros –Sam Boone (Pernell Robert) y Whit (James Coburn)-. Ambos están atrincherados en un destacamento que ha estado comandado por Lane, cuya esposa (Karen Steele) se encuentra junto a la pareja de jóvenes. Las cinco personas están a punto de exteriorizar sus elementos de enfrentamiento cuando se unifican para contraatacar la llegada de un grupo de indios mescaleros que pretenden que la mujer viva con ellos, cosa a la que ella se muestra dispuesta por no sentir su ira. Sin embargo el caballo por el que iba a ser intercambiada es reconocido por esta como el de su esposo –asesinado por los indios- y estos huyen aunque con la intención de atacar posteriormente con una más nutrida presencia. Ben se hace con el mando de la situación ubicándose en dirección hacia Santa Cruz pero siendo conscientes todos ellos del inevitable ataque de los indios, que logran repeler atrincherados en unas ruinas.

Conforme se van acercando a su destino los dos antiguos bandidos desean aprovechar la oportunidad que se les brinda de amnistía si entregan a Billy John. Sin embargo ello conlleva la lucha con Ben, que pretende hacerlo él mismo en base a unas oscuras razones vinculadas a una venganza personal. Poco a poco se establecerán los intentos del preso por liberarse intentando enfrentar a sus acompañantes, mientras que se irán esclareciendo las razones reales de cazador de recompensas, que están unidas a su deseo de capturar al hermano mayor de este –Frank (Lee Van Cleef)-, quien años atrás asesinó cruelmente a la esposa de Brigada colgándola de un árbol que aún se mantiene en pie y desde el cual el viejo cazador establecerá su venganza. Una vez cumplido su deseo, de nuevo la soledad se adueñará de la andadura del viejo vaquero, quien sin embargo aún brindará una nueva oportunidad a sus hasta entonces compañeros de camino, facilitándoles a Billy John para que puedan entregarlo a la justicia.

Una vez más con un acentuado sentido circular, el personaje interpretado por Randolph Scott surgirá en la historia desde la soledad y culminará su andadura con su retorno casi obligado a la misma. Pero en medio de esta singladura de alguna manera se cumplirá un círculo abierto por la fatalidad del destino años atrás y que se cobró en lo material con el arrebatamiento violento de la vida de su mujer –y que quizá tiene en la película una mayor brutalidad al no hacer excesivo hincapié en ello-, pero que quizá para nuestro protagonista supuso el abandono real de la razón de su existencia. Y es en medio de esta ruptura con la placidez de la propia vida, por la que el cazador de recompensas quizá pierda cualquier vestigio o asomo de sentimentalismo propio de cualquier ser humano. Uno de los grandes méritos de RIDE LONESOME estriba a mi juicio en esa ambigüedad que rodean al quinteto de personajes que acompañan a Ben en su largo viaje. Un itinerario que se recoge por senderos inhóspitos, agrestes y polvorientos. Unos parajes que son fotografiados en grandes planos generales, que apenas dan paso en su parte final a ciertos exteriores en los que aparezca un asomo de vegetación natural, y en los que se tiene el complementos de planos americanos –apenas se muestran en la película primeros planos-, que sirven para establecer la relación entre los personajes.

Y es que RIDE LONESOME tiene mucho de western psicológico, pero al mismo tiempo logra una planificación de una lógica pasmosa que incide tanto en la sobriedad de formas y un notable ascetismo, pero que en algunos casos plantea algunas soluciones visuales de gran complejidad que apenas se notan debido a que siempre emanan de las necesidades internas del relato. Entre ellas citaría con facilidad ese travelling impetuoso al llegar la diligencia que finaliza en el cuerpo de su conductor atravesado por una flecha india; la compleja panorámica desarrollada durante la noche en las ruinas que les servirán para contrarrestar a lo indios –en la que se utilizan unos reencuadres realmente estudiados- o ese majestuoso plano final en grúa ascendente con el que Ben culmina su venganza quemando el reseco árbol que sirvió como trágico altar de ejecución de su esposa “hace ya tantos años que ni me acuerdo”. Pero por encima de todos esos hallazgos existe bajo mi punto de vista en esta película una especie de poso –ya se trataba de uno de los últimos exponentes de la mencionada colaboración entre Scott y Boetticher- que casi permite hablar de visión sedimentaria que impregna cada fotograma, cada plano en esas estudiadas y al mismo tiempo tan física composiciones horizontales que fundamentalmente desarrolladas en exteriores rocosos o casi desérticos, tienen una extraña sensación a mi juicio llena de humilde grandeza.

Ni que decir tiene que Boetticher partió para ello ya con una destreza magnífica que queda expresada en una narrativa concisa, llena de pequeños episodios imbricados unos dentro de otros, en las que la interrelación de los personajes casi tiene una nueva incidencia en cada plano o secuencia. Desde la sexualidad reprimida, el lógico sinsentido de la venganza en el mundo del Oeste (valga la paradoja), la sensación de la vida perdida pero para la cual no existe otro camino, la segunda oportunidad que se ofrece a las jóvenes generaciones y un cierto y adusto camino a la esperanza, son algunos de los múltiples aspectos –heredados y sedimentados de anteriores propuestas de este ciclo- que se despliegan en esta travesía moral y física de cinco individuos para los que esta caminar tendrá un final con sentido.

No cabe olvidar la prestación de los intérpretes de esta austera película –algunos posteriormente tan conocidos como James Coburn o Lee Van Cleef- y las enorme sutilezas emanadas del guión de Burt Kennedy, que ofrece igualmente algunas notas de agreste sentido del humor. Una de ellas es este diálogo de Sam a Ben –al explicarle el primero su deseo de entregar al preso Billy John-; “cuando vimos que ofrecían la amnistía estuvimos dos semanas intentando descubrir el significado de la palabra”. Un apunte certero que define un rasgo de carácter, entre todo un recital de sobriedad ética y cinematográfica de este RIDE LONESOME, a mi juicio uno de los grandes westerns de la historia.

Calificación: 4

THE TALL T (1957, Budd Boetticher) [Los cautivos]

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Dentro del universo de la Serie B y en su vinculación directa con el western, la figura de Budd Boetticher y su ciclo de títulos protagonizados por Randolph Scott en la segunda mitad de la década de los cincuenta adquieren una gran importancia en el devenir del género. Pero más allá de esta adscripción a una vertiente de títulos de bajo presupuesto, fundamentalmente la mirada de Boetticher, de su protagonista y la presencia del experto Burt Kennedy en calidad de guionista comportan una mirada personalísima, llena de austeridad y ahondando fundamentalmente en un perfil psicológico que deja de lado los elementos externos del cine del oeste –cabalgadas, tiroteos- y dirigiendo sus miras en el retrato de personajes y conflictos psicológicos –del mismo modo que lo ofrecían por aquellos años nombres como los de Delmer Daves-, pero indudablemente de un modo más singular e interiorizado.

No he podido seguir hasta el momento más que tres de los siete films que forman este finalmente consolidado aunque quizá nunca buscado “ciclo” –no es fácil poder toparse con la emisión televisiva de alguno de ellos –la mayor parte de ellos nunca conocieron estreno en pantalla grande en España-, prácticamente la única forma de acercarse a los mismos-, pero con la muestra de que dispongo –los otros dos que he podido contemplar son DECISION AT SUNDOWN (1957) y COMANCHE STATION (1960)-, de alguna manera podemos darnos una idea de los rasgos generales que presiden estas películas. La soledad del vaquero, el tiempo perdido, la oportunidad que brinda la llegada de una mujer o la difícil frontera de ambigüedad que en el mundo del oeste americano se brinda entre seguir el sendero del bien y del mal. Disgresiones todas ellas que se dan cita en THE TALL T (1957) –igualmente nunca estrenada en este país y exhibida en la pequeña pantalla bajo el título de LOS CAUTIVOS- que fue el segundo de los títulos realizados en esta serie fecunda y significativa para el género.

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THE TALL T se centra en la figura de Pat Brennan (Randolph Scott), antiguo cowboy que ha decidido establecerse por su cuenta en una granja. Desde su soledad como representante del oeste apuesta con su antiguo jefe la posibilidad de ganar un toro si logra montar al elegido. No vence la monta, perdiendo su caballo, y en su retorno a pie hasta la granja se topa con la diligencia que conduce su amigo Ed (Arthur Hunnicutt), y tripulada por el reciente y poco convincente matrimonio formado por Doretta (la tarzanesca Maureen O’Sullivan), hija de un rico hacendado, y el antipático y atildado Willard (John Hubbard). Pese a las reticencias de este, Pat sube a la diligencia, que alcanza la parada que comandaba un viejo amigo y en donde se encuentra igualmente su hijo –con quienes ha conversado en los primeros compases del film, prometiendo al pequeño llevarle caramelos de fresa-. Al llegar a dicho emplazamiento son abordados por el grupo de bandidos que comanda Frank Usher (un memorable Richard Boone), a cuyo mando se encuentran los jóvenes y exaltados Billy (Skip Homeier) y el mejicano Chink (Henry Silva). Estos se disponen a asaltar la diligencia que está por llegar, y han asesinado previamente al padre e hijo que estaban en el destacamento, matando igualmente a Ed cuando se dispone a defenderse de los asaltantes. En un asalto de cobardía Willard intenta escabullirse de los asaltantes confesándoles la procedencia de su esposa y la posibilidad de que estos los dejen en libertad obteniendo un rescate. Usher se interesa por la posibilidad de obtener uste inesperado botín y envía al esposo junto con Billy para negociar el pago del rescate, custodiando como rehenes a Pat y Doretta, a los que confina en un escondite que alberga la entrada a una vieja mina. Allí el viejo vaquero mide en su escepticismo la posibilidad de salvarse junto con Doretta y va intentando hacer flaquear la confianza de los bandidos mientras su relación con esta se ofrece como una nueva oportunidad en la vida de ambos.

Evidentemente todos conocemos la conclusión, pero no es menos cierto que en su ajustada duración de poco más de setenta minutos, gracias a la destreza y sobriedad narrativa de Boetticher y la imbricaciones del guión de Kennedy –basado en una novela de Elmert Leonard, de cuyo universo traslada ese gusto por la violencia soterrada-, se ofrece un resultado realmente estupendo –para algunos comentaristas, esta es la mejor de la películas de las que componen este “ciclo”-, en el que el ascetismo del paisaje contribuye a subrayar la soledad, mezquindad o nobleza de los pocos personajes que protagonizan la historia y que despliegan una gama de sentimientos encontrados que tienen en la sobriedad que en todo momento se ofrece en la pantalla su más adecuada traslación. THE TALL T demuestra la precisión de un lenguaje cinematográfico en el que casi cada plano esconde un elemento posterior –por ejemplo, el inicial que muestra al niño tirando una piedra a ese pozo que mas adelante será el lugar donde descanse su propio cadáver- y en el que el peso específico del personaje que encarna con su habitual laconismo Randolph Scott ejerce como catalizador de las tensiones y frustraciones que demuestran todos ellos y de las que además del personaje de Doretta, hay que destacar de forma muy especial la relación que se establece entre el cabecilla de los bandidos –Usher- y Pat. Por medio de unas memorables conversaciones que se desarrollan casi a plano fijo entre ambos, el viejo bandido de alguna manera se encuentra fascinado por la personalidad del cowboy, viendo en él aquello en lo que quizá deseó él convertirse. “Me caes bien” le llegará a decir como única justificación para dejarlo con vida, aunque finalmente su condición de maleante –y quizá la íntima y no manifestada convicción de no poder salir de ese modo de vida- le llevará a inmolarse intentando matar a Pat, tras lograr que este de alguna manera le perdonara la vida al dejarlo marchar una vez con su astucia contraataca a los bandidos.

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THE TALL T no es, a mi juicio, una obra maestra, pero sí un magnífico western que ejemplifica la madurez psicológica a la que el género logró llegar en la década de los cincuenta, y una muestra de la sobriedad y talento cinematográfico de Budd Boetticher.

Calificación: 3’5