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CINEMA DE PERRA GORDA

Henry King

DEEP WATERS (1948, Henry King)

DEEP WATERS (1948, Henry King)

Escondida y casi ignorada entre la prolija –y por lo general magnífica- producción de su realizador dentro de la 20th Century Fox, DEEP WATERS (1948, Henry King) ha sido uno de los muchos títulos de su artífice que sobrevive su injusto anonimato, cuando su cúmulo de virtudes, su intimismo y su insólita mezcolanza de géneros, lo define como un exponente perfecto de la especial sensibilidad cinematográfica que King vino demostrando, película tras película, en una filmografía extensa, destacada durante décadas por su fiel vinculación al estudio de Darryl F. Zanuck. Una obra durante largo tiempo confinada bajo una mirada miope en los límites del “encargo bien servido” que, por fortuna, ha variado en su valoración, dejando entrever la mirada limpia, serena, humanista y siempre positiva del que, sin duda, es uno de los grandes clásicos del cine de Hollywood.

 

La acción se inicia en las costas de Maine. Una panorámica en plano general nos sitúa en ante el verdadero protagonista de la película; el mar. Sobre él, apenas unos pocos planos nos hablan con contenida tristeza de la ruptura del compromiso entre Hod Stillwell (Dana Andrews), un concienzudo langostero de la zona, y la joven ayudante social Ann Freeman (Jean Peters). No sabemos la causa de la separación, pero sin ellos advertirlo la narración nos mostrará la persona que va a representar su futuro nexo de unión, la representación humana de un sentimiento que los separa sin que ellos adviertan tal circunstancia. Se trata del pequeño huérfano Donny Mitchell (el maravilloso Dean Stockwell), hijo y sobrino de hombres de mar, caracterizado por una andadura definida en pequeños conflictos emocionales. Donny es portado por Ann a casa de la sra. McKay (Ann Revere), una mujer de aparente ruda personalidad, aunque en el fondo utilice las asperezas de su carácter para encubrir una personalidad sensible –la actriz ofrece de manera espléndida esta dualidad, ayudada por la inspirada planificación que realizador marca sobre sus actitudes-. A partir de dicho encuentro, la película logra de un lado establecer un marco descriptivo de personajes francamente admirable –en el que cabe incorporar la presencia de un estupendo Cesar Romero que incorpora al compañero de faenas pesqueras de Hod, aportando el oportuno toque de comedia con su personaje alienado en la búsqueda de oportunidades laborales anunciadas en las revistas que recibe constantemente por correo-. Llegados a este punto, es indiscutible reconocer en la película la fuerza de su material de base –que parte de una novela de Ruth More-, cuya que esa sensibilidad es trasplantada a la pantalla por un King que se nota implicado con una propuesta que le permitía acceder a un material provisto de vida propia, al tiempo que combinar en ella una mezcla de melodrama, film de aventuras, relato sobre el aprendizaje, resabios de Americana e incluso no pocos contrapuntos de comedia.

 

Todo ello se entremezcla con su habitual serenidad, en un relato que siempre habla en voz baja, en el que la mirada optimista prevalece sobre la vertiente sombría, en el que una vez más King apuesta por la cotidianeidad en detrimento del momento solemne, con una clara inclinación por la elipsis precisamente para desnudar su relato de toda posibilidad de ampulosidad. DEEP WATERS es, además, una película en la que el espectador irá desprovisto del interés por la previsible intriga que pueda despertar su argumento. Estamos ante una historia mínima, en la que cualquier previsible asomo de intriga se desvanece cuando el alcance descriptivo de su guión se establece ante la pantalla. Sabemos que la historia acabará bien –como así sucede, en una conclusión que prácticamente concluye como un círculo que enlaza con el insólito inicio de la película-. En su lugar, King se inclina de manera abierta por la experiencia, por asistir a unas vivencias que pretende que sean compartidas en la pantalla. Unas vivencias que servirán para que los seres que estamos completando, se desnuden de sus prejuicios y se muestren sinceros ante unas personas que quieren, pero ante las que quizá no se atreven a dejarse ser queridos. Es algo que sucederá abiertamente por esa sra. McKay que se resiste a dejar aflorar la sensibilidad que esconde, pero que también manifiesta la sensible Ann, que en el fondo encubre en la ruptura de su compromiso con Hod un pánico atávico con el mar. Será esto último, algo que King manifestará de forma maravillosa en esa brevísima secuencia del entierro de un viejo marinero, que contemplará de manera casual mientras discurre en automóvil –uno de los momentos más hermosos de la película-. Pero en esa misma ocultación del cariño se encierra la compleja personalidad del pequeño Donnie, solo receptivo ante la vida del mar que lleva en la sangre, y absolutamente atormentado por no haber respondido a los consejos que el curtido langostero le había inoculado –por ello no querrá aceptar reiteradamente que este lo adopte-. Un sentimiento que también se expresará en el taciturno protagonista –al que Dana Andrews proporciona el necesario empaque- quien, pese a su seguridad aparente, en realidad se mostrará indeciso entre proseguir el desempeño de su vocación vital –el mar-, o renunciar a ello para lograr con ello mantener su sincera relación con Ann.

 

Será, por tanto, un contexto de ocultación de la sinceridad, que encontrará en la presencia de ese vivaracho muchacho, el elemento de inflexión que servirá para que todos sus personajes se encuentren a sí mismos. Todo ello, será narrado con su habitual sensibilidad por un Henry King que se siente a gusto en un relato sencillo, en apariencia desprovisto de dramatismo, dominado por esa mirada contemplativa ante la que el realizador sabe pulsar la emoción. Una emoción que se manifiesta en la sensación de peligro que advierten los dos pescadores cuando están a punto de sucumbir en la tormenta al acudir en rescate del muchacho, en la mirada que este previamente ha dirigido a un plano ubicado en la pared, que le ofrecerá la idea de huir con una pequeña barca robada, o en ese instante maravilloso en el que Donny es devuelto a casa de la sra. McKay, descubriendo que esta le había preparado una fiesta de cumpleaños –maravilloso primer plano sobre el rostro de Andrews-. Todo un cúmulo de pequeñas pinceladas, serán las que finalmente dominen el discurrir de un relato plácido, que quizá en su tramo final –todo el episodio con el benévolo juez- quizá aparezca demasiado desdramatizado, pero que en su conjunto brinda una crónica de descubrimiento, sinceridad y cariño compartido, en una de las películas menos conocidas de un Henry King en plena forma. Era evidente que al gran pionero norteamericano le resultaba especialmente atractivo plasmar en la pantalla este tipo de propuestas. Algunas de sus obras más reconocidas se encuentran en esta misma vertiente, y bueno sería que las cualidades que plantea esta sencilla producción alcanzaran finalmente su necesaria vindicación.

 

Calificación: 3’5

THE WINNING OF BARBARA WORTH (1926, Henry King) Flor del desierto

THE WINNING OF BARBARA WORTH (1926, Henry King) Flor del desierto

Probablemente, cuando uno contempla con ojos limpios una película como THE WINNING OF BARBARA WORTH (Flor del desierto, 1926. Henry King), se enfrente con un grave handicap a la hora de su valoración; los primeros minutos de la película son maravillosos, inolvidables. Sin duda alguna, nos encontramos con uno de los fragmentos cinematográficos más brillantes jamás rodados por el gran pionero norteamericano, y nunca la película volverá a alcanzar ese nivel casi mágico –ni siquiera en la secuencia más espectacular del film, que también es magnífica-. Es por ello que si logramos olvidar el hechizo de ese fragmento inicial, es cuando podremos valorar un conjunto tan atractivo, lleno de ritmo, y en última instancia coherente con el estilo de King. ¡Pero son tan hermosos esos primeros minutos! En medio del desierto de California se encuentra una pequeña caravana de la que solo quedan con vida la madre y la pequeña hija. Pese a la aridez del momento y la telúrica belleza de la secuencia, vemos como la madre forma una cruz, utilizando unas sencillas maderas y un cordel logrados de la cuna de la muñeca de la pequeña, mientras esta llora. Va a culminar la tumba de su marido. Por otro lado otra caravana más experta discurre no muy lejos de allí. De repente, una fortísima tormenta comienza a desplegar su furia. Los últimos logran refugiarse pero no así la joven viuda, que si podrá sin embargo salvaguardar a su hija. Una de las prendas de la pequeña que han volado con la ventisca, serán la señal para que los fornidos viajeros del desierto logren dar con la caravana de la mujer y su hija. Esta se encuentra casi totalmente enterrada, e incluso el cadáver de la viuda no se encuentra. Sin embargo, la pequeña logrará salvarse, siendo adoptada por el acaudalado Jefferson Worth (Charles Lane). Varios años después, aquella pequeña niña se ha convertido en la hermosa Barbara Worth (Vilma Bánky). En su entorno, esta es admirada secretamente por el que fuera su amigo de infancia, hoy convertido en arquitecto –Abe Lee (Gary Cooper)-. Pero el destino querrá que entre ellos –aunque aparentemente mantengan una relación “entre hermanos”-, se interponga el educado Willard Colmes (Ronald Colman) –algo que se manifestará en la primera secuencia en la que los tres aparezcan juntos, cuando los dos hombres intenten rescatar a Barbara de un caballo desbocado-.

 

Todo este romance irá acompañado por el principal elemento narrativo de la película; la irrigación de unas tierras hasta entonces desérticas en el desierto de California. De nuevo King unifica la aventura individual con el desafío colectivo, logrando hacer progresar la película en esta vertiente, componiendo un cuadro coral alternado de una clara vertiente romántica y un notable trasfondo épico. El norteamericano pondrá su empeño por medio de una narrativa de asombrosa modernidad, en la que no cabe más que admirar el dinamismo de la planificación, el ritmo impuesto al relato, o la manera con la que esta visión tras la cámara traduce los sentimientos y las actitudes de sus personajes. En este sentido, hay que decir que THE WINNING… es una muestra palpable de la madurez cinematográfica del cine de King, que además gozó de una prestancia fotográfica bastante inhabitual, e incluso en la copia que he contemplado está resuelta a través de imágenes teñidas de diversos colores –algo que era norma habitual en buena parte de su producción-.

 

Y en un conjunto como este, no faltará la secuencia en la que los dos rivales amorosos de Barbara tengan que retornar juntos a la ciudad, después de hacer viajado para lograr una aportación económica que sirva para asegurar la presa que se ha elaborado, siendo atacados y dejando herido en la cuneta a Abe. Por su parte, Willard acudirá hasta la localidad de procedencia mostrando el dinero prestado ante una alterada vecindad, mientras que ordena que rescaten a Abe. En teoría todo ello debería bastar para eliminar cualquier tipo de suspicacia, aunque muy pronto llegará lo más temido por todos. Una crecida de agua llevará a la práctica destrucción de la presa –que fue construida con materiales de dudosa calidad-, y poco después anegará con furia la localidad creada con tanto esfuerzo.

 

Llegados a este punto, THE WINNING… adopta sabiamente las maneras creadas por Griffith, logrando una deslumbrante secuencia que además se rodó en caracteres más o menos similares, y que sabe plantearse en unos términos realmente escalofriantes, atomizando los planos y montando la reacción del mayor número de todos ellos. Ciertamente nos encontramos con una casi conclusión extraordinaria, aunque en la mente del espectador no se olviden la magia y serenidad que ofrecía el ya señalado fragmento inicial.

 

Junto a sus propios aciertos cinematográficos, lo cierto es que para la posterior historia del cine, quizá el elemento de mayor significación de la película lo suponga la primera vez con la que el entonces jovencísimo Gary Cooper tuvo un personaje de peso en una película. El resultado en este sentido es magnífico, ya que además muy pocos años después Cooper se convertiría con toda justicia, como uno de los intérpretes más reconocidos de la Paramount.

 

Calificación: 3

TOL’ABLE DAVID (1921, Henry King)

TOL’ABLE DAVID (1921, Henry King)

Como sucedió con un porcentaje lamentablemente importante de la obra filmada por tantos y tantos pioneros del cine, también la mayor parte del periodo mudo de la filmografía del norteamericano Henry King ha desaparecido, impidiendo acercarnos a un periodo fértil en el que el gran realizador fue configurando los elementos de su estilo. Sin embargo, por fortuna permanece entre nosotros no solo el que quizá fuera su título más representativo de aquellos años, sino al mismo tiempo una propuesta íntimamente ligada a esa vertiente del cine norteamericano que expresaron directores como el propio King, John Ford, King Vidor o Frank Borzage. Una hermosa tendencia que tuvo su propio género –con la denominación Americana-, y que se delimitaba en el recorrido y la plasmación de historias centradas en un entorno rural, mostrando el esfuerzo de sus moradores, e inclinando sus obras a una mirada revestida de serenidad, apego a la naturaleza y esfuerzo colectivo, ligadas a un modo de vida definido por un notable alcance telúrico, con la implicación del individuo con la naturaleza en la que han residido sus antepasados durante generaciones.

 

En King, a dichas características siempre se incorporó un elemento cercano a un misticismo de vertiente panteísta, que en buena medida extendió a lo largo de toda su amplia filmografía dentro del sonoro, firmemente ligada a la 20th Century Fox, contando con el apoyo de su máximo responsable, Darryl F. Zanuck. Pero lo que resulta sorprendente a la hora de asistir a esta admirable película, es por un lado ese aspecto precursor que impone la traslación de una historia de estas características, quedando prácticamente como referente para una de las tendencias que ha proporcionado algunos de los títulos más sinceros, conmovedores y auténticos del cine norteamericano. Sorprende que King ejerciera –indudablemente sin pretenderlo-, como un auténtico precursor de esta vertiente temática, aplicando ya en este título los rasgos que permanecerán vigentes durante bastantes años –incluso en la década de los años treinta, dominada por el sonoro-.

 

En ocasiones las casualidades son las que llevan a forjar una obra muy pronto caracterizada como personal. Los orígenes del proyecto de TOL’ABLE DAVID (1921, Henry King), parten de la ruptura del joven actor Richard Barthelmess con el director D. W. Griffith, logrando el intérprete adquirir los derechos del relato de Joseph Hergesheimer, al cual el posterior realizador Edmund Goulding transformará en guión cinematográfico, y apostando por Henry King para plasmar en la pantalla los rasgos que presentaba ese relato de ecos bíblicos. Fue una elección que King asumió desde el primer momento como un reto personal, hasta el punto de modificar los lugares elegidos para la filmación de exteriores –en Pensilvania-, trasladándolos a la Virginia natal del director, en concreto a muy pocos kilómetros de su lugar de nacimiento y entorno de infancia. A partir de dicho punto de partida, TOL’ABLE DAVID narrará en sus imágenes el proceso por el que su protagonista –David Kinemon (Richard Barthelmess)-, el hijo pequeño de una familia tradicional norteamericana, rural y cristiana, pasará a marchas forzadas de ser el pequeño de la casa, hasta convertirse en un hombre. Esa evolución está narrada de manera sorprendentemente madura por un realizador que indudablemente acarició el proyecto desde un prisma muy cercano –algo que, por otra parte, marcó su posterior devenir como hombre de cine-, dominada por un primer tercio en el que la sensación de totalidad se desprende en sus secuencias, al describir el entorno bucólico y tranquilo que rodea la existencia de su protagonista y su familia. Alternando admirablemente los primeros planos de David con otros generales exteriores dotados de una extraordinaria belleza, y contraponiéndolos con unos interiores dominados por su rigor, King equilibra un conjunto que traslada al espectador una sensación de confort, sencillez y autenticidad, trasmitiendo ese mensaje de totalidad y espiritualidad casi mística inherente a los mejores momentos del cine de su artífice. Es tan intensa y profunda esa sensación que, en un momento determinado, y tras un emocionado primer plano del protagonista, un rótulo –muy bien insertados todos ellos-, señala: “Una onda de amor se adueñó del corazón de David”.

 

La placidez que ha dominado este largo fragmento tendrá su contrapunto a partir de la llegada de esas nubes negras, que mostrarán su vertiente humana en la presencia de esos tres bandidos de la familia Hatburn, que traerán las desdichas y una obligada reafirmación de su existencia a los Kineman, y que llegarán a vivir en el hogar que ocupan sus lejanos familiares, Isaac y su hija Esther (Gladis Hulette), esta última ligada sentimentalmente a David. Un fortuito encuentro de Allen (Warner Richmond) con estos bandidos, llevará por un lado al asesinato del perro de la familia –tan querido por David- y por otro a dejar al mayor de los Kineman tullido para siempre, llevando esta circunstancia tan dramática a la muerte del patriarca de la familia –ya delicado de salud- de un ataque. La tragedia motivará que los supervivientes tengan que abandonar la granja que han habitado, llegando a una vivienda en plena ciudad donde David tendrá que emplearse en el comercio de la misma, al tiempo que mostrará un profundo desdén por Isaac y Esther, a quienes de alguna manera relaciona –injustamente-, con la tragedia sufrida en su familia.  Sin embargo, él desea ser conductor del carro del correo –responsabilidad que había sobrellevado su hermano Allan hasta sufrir el ataque de los Hatburn-, mientras que de forma paralela de nuevo irá acercándose a Esther. De repente, una oportunidad insospechada llega a él cuando el conductor habitual es despedido por borracho, teniéndose que hacer cargo del correo. Será el detonante para la catarsis que llevará por un lado a nuestro protagonista a enfrentarse a la terna de maleantes, al tiempo que este casi inevitable enfrentamiento ejercerá como necesaria prueba de madurez para que nuestro protagonista se convierta en un hombre. En no pocas ocasiones, se han hecho comentarios y referencias a la hora de trasladar el alcance bíblico de esta situación de enfrentamiento final, contraponiéndola al “David y Goliath”. A mi juicio, le pertinencia de dicha aseveración es notable, conociendo ese primitivismo y querencia cristiana de su realizador, y la base que proporciona el propio relato que se recrea en la película. Lo cierto es que este tercio final, espléndido, está articulado dentro de las mejores enseñanzas heredadas del cine de Griffith –que siempre se consideró un gran admirador del film-, contraponiendo la alternancia de un admirable montaje de situaciones, y un dominio de la alternancia en la planificación -¡esos intensos primeros planos!- realmente magnífico.

 

Con ello, TOL’ABLE DAVID llegará a plantear tres bloques armónicos y contrapuestos al mismo tiempo; la placidez inicial, la tragedia de su tercio intermedio y el aprendizaje que servirá como culminación del metraje. El equilibrio que se ofrece entre ambas, la intensidad que domina su realización, sus matices, la convicción de su planteamiento dramático, alternado por oportunos contrapuntos de comedia, convierten al film de King en una obra de sorprendente madurez, máxime considerando que se rodó en 1921, permitiéndonos incluso pasar por alto determinadas ligerezas, como el olvido que en su conclusión la película dispensa al personaje del hermano mayor del protagonista. Pero sobre todo, disfrutando de sus fotogramas, uno pronto encuentra en ellas el precedente cinematográfico de títulos como CITY GIRL (El pan nuestro de cada día, 1930. F. W. Murnau), THE GRAPES OF WRATH (Las uvas de la ira, 1940. John Ford), STARS IN MY CROWN (1950, Jacques Tourneur), TOBACCO ROAD (La ruta del tabaco, 1941. John Ford), GOD’S LITTLE ACRE (1958, Anthony Mann) y tantos otros. En definitiva, que el género Americana empezaba a despegar en Hollywood, algo de lo que Henry King pudo sentirse siempre legítimamente orgulloso.

 

Calificación: 4

STANLEY AND LIVINGSTONE (1939, Henry King) El explorador perdido

STANLEY AND LIVINGSTONE (1939, Henry King) El explorador perdido

Puede que a no pocos aficionados pueda parecerles extraño encontrarse con una película esencialmente escorada hacia el cine de aventuras pero definida en el mestizaje de géneros, como expone STANLEY AND LIVINGSTONE (El explorador perdido, 1939. Henry King). En esta ocasión nos encontraremos con un inicio centrado en el más genuino western, pocos momentos después parece que nos adentramos en un relato urbano, el elemento de comedia también tiene se presencia de forma intermitente en su conjunto –de la mano del personaje encarnado por Walter Brennan- y evidentemente, la vertiente aventurera alcanza una notable presencia. Sin embargo, si hay algo que defina el título que comentamos por encima de estos rasgos específicos y hasta cierto punto externos en su apariencia, se trata indudablemente de la narración de una aventura interior, un auténtico viaje iniciático, protagonizado por Henry M. Stanley (un hondo y espléndido Spencer Tracy) quien, desde su oculta condición de inglés de orígenes difíciles y humildes, pasando por su visión de la vida centrada en su profesión periodística, asumirá en la misión de la búsqueda del explorador Livingstone, una oportunidad para poder contemplar la propia dimensión de la existencia desde un prisma nuevo, más intenso y al mismo tiempo más relajado. En suma, se tratará de una transfiguración emocional que Henry King sabrá plasmar de forma espléndida, logrando triunfar en esas singlares interacciones de géneros que, en el fono, le permitían esa mirada telúrica, impregnada en ocasiones de misticismo, y logrando con ello plasmar a través de su cine un desarrollo de personajes sensible, encaminados a una transformación íntima y personal. Probablemente, en el logro de equilibrar la expresión cinematográfica de esa evolución interior dominada por su espiritualidad, y la maestría con la que se expone un relato que ya de por sí llega casi a apasionar, se representan las mayores cualidades con las que Henry King apuesta por la evocación de unos relatos basados en hechos reales, adaptados en forma de guión por el experto Philip Dunne y Julien Josephson

 

La película se inicia en el Oeste norteamericano donde, en plena búsqueda por parte de emisarios presidenciales de un jefe de tribu india, aparecerá la figura de Stanley en calidad de periodista, quien ha logrado trabar contacto con el líder con quien afanosamente desean encontrarse los emisarios del gobierno norteamericano. Tras el éxito que le proporciona el logro de dicha entrevista, no podrá rechazar la invitación que le ofrece el director de su periódico, quien sospecha que la afirmación efectuada por un rotativo inglés rival en uno de sus reportajes, referida a la muerte de Livingstone, tiene una dudosa fiabilidad. Es por ello que logrará convencer a Stanley, quien tendrá un encuentro previo con Lord Tyce (Charles Coburn), el director del rotativo rival, y posteriormente con el hijo de este, así como con la joven Eve Kingsley (Nancy Kelly), con quien iniciará una extraña y latente relación, y quien desde esa intuitiva atracción le manifestará los riesgos y peligros de internarse en la inexplorada África. Pese a dichas advertencias, el periodista se embarcará en una aventura que se prolongará durante meses, dominada inicialmente por una relativa placidez, y que poco a poco dejará entreabierta la faz del peligro, diezmando considerablemente la exploración, y llegando a provocar internamente en nuestro protagonista la sensación del fracaso en su cometido. Sin embargo, y cuando todo parecía perdido, logrará ese deseado encuentro con el anciano explorador. La progresiva observación de la labor de Livingstone llevará a Stanley a una auténtica transformación de su percepción como ser humano, admirando tanto su tenacidad como geógrafo, como la humanidad de su trabajo con los indígenas. Aunque sin manifestaciones externas de ello, la comunión entre ambos llegará a un grado extremo, hasta el grado de considerar el veterano Livingstone al ya transformado periodista como embajador de su labor ante las autoridades británicas, al objeto de poder ofrecer sus ayudas de cara a que su proyecto humanístico tenga la debida continuidad. Será una tarea que este acometerá tras despedirse emotivamente del hombre que ha logrado cambiar su vida, llevando esa batalla ante la sociedad geográfica inglesa, para la que constará con la ayuda del hijo de Tyce –Gareth (Richard Greene)- y de la propia Eve, que se ha casado con este, y que durante toda la azarosa aventura de Stanley ha sido su secreto motivo de inspiración. La oposición de la clasista sociedad geográfica –alentada especialmente por Lord Tyce- motivará un elocuente discurso de defensa del periodista, aunque finalmente resulte vencido en las votaciones. Sin embargo, un elemento de última hora revocará tal decisión. Tras la no conocida muerte de Livingstone, se ha encontrado un mensaje postrero que certificaba la autenticidad de las pruebas expuestas por el periodista, provocando la sentida disculpa de Tyce y la aprobación entusiasta de los geógrafos de la entidad. En realidad, el proceso no ha dejado más que en evidencia los prejuicios de la sociedad inglesa, clasista y materialista, en contraposición a la sinceridad y espiritualidad manifestados en esa África inhóspita. El lugar de Stanley se encuentra allí, máxime cuando su deseada relación con Eve jamás podrá expresarse, aunque ello le haya servido para contemplar la propia existencia como un elemento de ayuda, percepción y contemplación, alejado de materialismos y egoísmos.

 

No es la primera ocasión –ni sería la última-, en la que Henry King abordaría esa mixtura de géneros, que tan bien se acoplaban a la integración de sus miradas revestidas de espiritualidad, misticismo y descubrimiento. Podría decirse a este respecto, que STANLEY AND… prolonga la estela de títulos precedentes como IN OLD CHICAGO (Chicago, 1937), al tiempo que adelanta otros inclinados en el género de aventuras como THE SNOWS OF KILIMANJARO (Las nieves del Kilimanjaro, 1952). Pero más allá de esta circunstancia, del mismo hecho de quebrar en su desarrollo la intuición del espectador –que supone que el conocido encuentro de los dos personajes sería la culminación del film, cosa que sucederá a poco más de la mitad del metraje-, lo cierto es que nos encontramos con una auténtica lección de cine. Es algo que se manifiesta en la magnífica precisión en el recurso del primer plano –cuando estos se insertan, siempre tienen una justificación dramática adecuada-, en la perfección con la que se incluye el relato en off –que permite interiorizar y hacer progresar a la perfección la azarosa aventura africana del periodista-, o en la delicadeza con la que se expone la relación que se establecerá entre Stanley y el veterano Livingstone. Desde ese magnífico plano general fijo que describe la aparición de este desde su cabaña, hasta el memorable plano general de despedida, rodeado de árboles y en plena comunión con la naturaleza –en donde apercibimos casi un regusto místico-, todas las secuencias están revestidas de una sensación de verdad, que sin duda les permitiría ser consideradas entre los mejores fragmentos del cine de King. Un episodio que en modo alguno está observado desde la bobaliconería. Incluso en ese progresivo acercamiento, Stanley –y con él, el espectador-, asistirá a una secuencia en la que quizá Livingstone pudiera ser considerado como un auténtico quijote –cuando dirige gesticulando exageradamente a los miembros de la tribu que cuida, al entonar cantos cristianos-. Sin embargo, una experiencia posterior le llevará comprender la verdadera naturaleza de su misión. Me estoy refiriendo al momento en que ambos cuidan a un joven nativo, curándole unas heridas. La modulación de esa secuencia admirable –a mi juicio la más intensa de la película-, nos permitirá aprehender esa espiritualidad que el entorno virgen de África y, sobre todo, la existencia de un mundo sin contaminar por los vicios de una sociedad contaminada por prejuicios y el aparente progreso, es quizá el más adecuado para el crecimiento del conocimiento personal.

 

Para aquellos que aún dudan de la claridad, contundencia y efectividad de los modos del realizador Henry King, creo que una contemplación sin prejuicios del título que nos ocupa, les obligaría a tener que reconsiderar esa apreciación. Sutileza, capacidad para trascender un relato en apariencia destinado al simple entretenimiento, para profundizar en los personajes, las emociones ocultas, y para mostrar perfiles psicológicos que interactúan con el entorno exterior que contemplan, son elementos que, una vez más, domina con verdadera inspiración esta estupenda película, a la que solo cabría objetar quizá la sensación de que la densidad de sus propuestas precisaba una duración más  extensa -¡que diferencia con el cine de nuestros días!-. STANLEY AND LIVINGSTONE es un ejemplo pertinente de la vigencia de los modos de un realizador como King –de nuevo siempre rodando en escenarios naturales-, y la interacción que sus métodos alcanzaban con los de la 20th Century Fox de Zanuck, cuya fidelidad en su momento sirvió como argumento para denostar al director, pero al que el paso del tiempo ha otorgado su justa dimensión.

 

Calificación: 3’5

CAPTAIN FROM CASTILE (1947, Henry King) [El capitán de Castilla]

CAPTAIN FROM CASTILE (1947, Henry King) [El capitán de Castilla]

La retrospectiva dedicada en el Festival de Cine de San Sebastián de 2007, sin duda debería ser una valiosa piedra de toque de cara a la definitiva revalorización de la figura de Henry King. Realizador elegante, introspectivo, que inició su andadura como tal en pleno cine mudo, prolongando una larga filmografía que finalizó a inicios de la década de los sesenta, destacó en ella un elemento que es evidente que ha significado siempre un inconveniente de cara al reconocimiento de la valía de King. Me estoy refiriendo a su prolongada adscripción a la 20th Century Fox, encomendándose a una larga relación de proyectos auspiciados por el todopoderoso Darryl F. Zanuck, con los que prácticamente recorrió todos los géneros cinematográficos –el fantástico fue su única excepción-, trabajando en numerosas ocasiones con estrellas como Tyrone Power –que tuvo en King prácticamente a su mentor- o Gregory Peck. Lamentable excusa que resulta un cómodo escaparate para entender, apreciar y, me atrevería a señalar que gozar, la perfección que pueden emanar de unos modos de producción controlados por productores como el mencionado Zanuck –que personalmente siempre he considerado el más valioso tycoon surgido en Hollywood-, o profesionales tan minuciosos como pudiera ser el citado King, Lamar Troti……, todos ellos fieles exponentes del estudio, que alcanzaron con sus películas amenas y al mismo tiempo llenas de rigor, inteligencia y compromiso, alegrar las sesiones cinematográficas de los espectadores de su tiempo, y que han logrado conservar esas cualidades con el paso del tiempo.

 

En estas coordenadas, todos hemos de admitir que no siempre estos empeños lograban unos resultados plenamente satisfactorios, aunque por fortuna en bastantes de estas apuestas, la inteligencia y sensibilidad puesta a prueba, daban los frutos apetecidos. Puede decirse que CAPTAIN FROM CASTILE (1947) es, bajo mi punto de vista, uno de esos exponentes en los que el placer de disfrutar de una ejemplar propuesta del cine de aventuras, pueda llevar aparejado el marchamo de una enorme densidad y complejidad. Ciertamente era previsible que con el equipo existente, se alcanzara un resultado brillante –y en ello tenía el recuerdo de otros exponentes del género filmados por King y protagonizados por Power, como son THE BLACK SWAN (El cisne negro, 1942) o la posterior PRINCE OF FOXES (1949)-. Sin embargo, las excelencias del título que nos ocupa estimo que sobrepasan estas ilustres referencias, erigiéndose como uno de los cinco mejores títulos, de entre la veintena firmados por King que he tenido oportunidad de contemplar hasta la fecha –una cifra no muy elevada, teniendo en cuenta la copiosa filmografía del director-. Puede que en unos tiempos como los presentes en materia cinematográfica –que estoy convencido podría extenderse a cualquier expresión que comportara sensibilidad artística-, pueda resultar difícil paladear el tempo, el sentido de la lógica, la progresión dramática, la densidad, y la capacidad de combinar casi a la perfección la aventura exterior como reflejo de la evolución de unos personajes que desarrollan su andadura vital, en medio de unos conflictos y emplazamientos marcados por la historia. En este sentido, lamentablemente creo que hay que poner a prueba una determinada sensibilidad para poder apreciar la enorme gama de matices que se desprende de una propuesta tan bien trabada inicialmente, desarrollada con una modulación casi perfecta, logrando enriquecer con ello un punto de partida de partida ya de por sí lleno de interés.

 

La película se inicia en la España de inicios del siglo XVI. Pocos años atrás se produjo la conquista de América por parte de la tripulación capitaneada por Cristóbal Colón y patrocinada por los Reyes Católicos. En ese contexto conoceremos al joven Pedro De Vargas (Tyrone Power), joven vástago de la noble familia de Vargas. Este se encuentra comprometido con una joven de familia noble igualmente, pero pronto se encontrará con él una hermosa campesina –Catana (Jean Peters)- que, sin él intuirlo, quedará ligada al posterior devenir de su vida. El compromiso sentimental de Pedro, provocará muy pronto los recelos de Diego De Silva (John Sutton), que utilizará su vinculación con el tribunal de la Inquisición para acusar a los componentes de la familia De Vargas de herejes, torturando a su pequeña hija –hermana de Pedro- hasta matarla. Gracias a la ayuda brindada por un singular aventurero –Juan García (Lee J. Coob)-, que acompañará a nuestro protagonista en su posterior andadura vital-, la familia injustamente detenida logrará ser liberada, no sin lograr su hijo enfrentarse a De Silva, a quien asestará una puñalada, pensando que ha llegado a matarlo. Perseguido por las tropas españolas, De Vargas se separará de sus padres y viajará con destino al nuevo mundo representado en la recién descubierta América, acompañado por García y Catana, que no deja de sentir su creciente amor hacia él, aunque su condición de campesina le impida exteriorizarlo, más aún cuando comprueba que este aún añora a su prometida. Llegados hasta Cuba, un encuentro con el conquistador Hernán Cortés llevará a nuestro protagonista a un lugar de cierto privilegio –este recordaba la buenas referencias que su padre le había manifestado de Pedro-, pudiendo todos ellos vivir la aventura de los preliminares de la conquista de México. En ese contexto, se expresará tanto la creciente y cada vez más intensa pasión evidente entre De Vargas y Catana, su progresión en el contexto militar capitaneado por Cortés, las aventuras que le llevarán a contrarrestar una rebelión entre los soldados del conquistador –descubierta tras ser objeto de un robo cuando se encargaba de vigilar el botín que almacenaba, y que a punto está de costarle la vida-, intuir la injusticia que guía el afán conquistador de los españoles, y ser acusado del estrangulamiento de su eterno rival –De Silva-, que no solo no murió en el intento que mantuvo con él en España, sino que incluso ha llegado hasta México como agregado del emperador Carlos, de forma paralela a su vivencia del rango de Capitán el servicio de ese conquistador que llegará a sobrepasar el olvido de la historia.

 

Lo primero que sorprende tras la contemplación de CAPTAIN… es sin duda la modélica progresión de su guión. Generado a partir de la pericia de Lamar Trotti –también productor del film, y basado en la novela de Samuel Shellabarger, del que también se extrajo la base dramática de la posterior y antes mencionada PRINCE OF FOXES-, las más de dos horas de metraje del film se siguen con permanente interés, pudiendo comprobar como cualquier giro de la narración, elemento suplementario, incidencia o hecho en apariencia desprovisto de interés, va a contribuir al desarrollo del relato, demostrando en todo momento la importancia de cada una de estas incidencias. La modélica base argumental ofrece un puente de hierro a la hora de configurar un título que oscila en su configuración genérica entre la propuesta del cine de aventuras, escorándose en no pocos instantes con el melodrama más noble. Es en ese contexto donde se muestran los principales rasgos donde se configurará la película, que encontrará otro elemento de especial interés en el reflejo de la realidad histórica que sirve de contrapunto al devenir de sus personajes protagonistas. En este elemento concreto, lo cierto es que el film de King resulta prácticamente ejemplar, en la medida que muestra un notable rigor histórico –siendo enormemente preciso en la localización física de los marcos en donde se desarrollará la acción-, al que acompaña un notable alcance reflexivo, que no duda en incorporar una mirada crítica en torno al papel de la Inquisición –lo que no impide una apuesta ligada a una religiosidad primitiva y desprovista de prejuicios-, y un matiz ambivalente a la hora de describir el alcance de la conquista española de territorios americanos –aspecto este sin duda que evitó que la película fuera estrenada en su momento, al considerar la censura franquista que formulaba una visión muy crítica de uno de los elementos que conformaban la leyenda “patriótica” del régimen-, como pocas veces pudo mostrarlo el cine norteamericano.

 

Sin embargo, no es esa la intención de King a la hora de proyectar su personalidad en esta película de rara perfección. Indudablemente, el ya veterano realizador procuró en CAPTAIN… mostrar una aventura basada en lealtades y traiciones, venganzas y honras, sombras y dudas. Una vez más, combinó su enorme sensibilidad y la delicadeza en la interacción de lances aventureros y evoluciones personales de carácter intimista. En este sentido, resulta admirable la modulación que logra del personaje protagonista, que con tanta convicción encarna el que fuera uno de los mejores intérpretes que legó el cine de aventuras clásico; Tyrone Power. A su alrededor girará una trama que oscila en todo momento en la dualidad evolutiva que combina aventura exterior con un proceso de maduración y, hasta cierto punto, de evolución casi mística, que constituye a mi modo de ver, el mayor acierto de esta extraña, sombría y sorprendente producción de la Fox, erigiéndose como una de las propuestas más adultas del género en un periodo bastante fértil de su desarrollo. Y esa capacidad para la elegancia, el intimismo, la inclusión de destellos de incidencia en sus personajes complementarios, está plasmada como pocas veces en la filmografía de King, que sabía captar esa intensidad del intimismo de sus personajes, hasta configurar complejos retratos psicológicos como los que no solo definen a nuestro protagonista, sino que esta cualidad se extiende a los de Catana y su fiel compañero Juan García, e incluso me atrevería a señalar se extiende al retrato del complejo compartimiento del conquistado Hernán Cortés, que incluso permite al habitualmente mediocre César Romero una interpretación de matices poco habituales en él.

 

En este aspecto concreto, hay que admitir que CAPTAIN… ofrece momentos poco menos que memorables. Sin intención de resultar exhaustivos, podríamos mencionar la conversación que De Vargas mantiene con el sacerdote de la expedición –Bartolomé (Thomas Gomez)-, en donde se manifiesta ese alcance casi místico innato al mejor cine de King, expresado en el sentimiento contradictorio que le invade al haber atentado contra la vida de De Silva, invocando para ello el hecho de que este renunciara a Dios; la intensidad con que se desarrolla la danza entre Pedro y Catana, en la que esta finalmente rechaza la pasión que este le proporciona, pensando que se trata del embrujo del anillo que le ha facilitado el pretendido vidente o la conversación con el indígena al que Pedro protegió en España y con el que se encontrará en México, haciéndole reflexionar ante la injusta presencia de los conquistadores españoles. Sin embargo, y con resultar excelentes estos y otros momentos, es en la parte final del film donde se encuentra el fragmento más intenso de la película, centrado en la condena a muerte que nuestro protagonista recibe de parte de las autoridades, al ser acusado injustamente del asesinato de su viejo rival De Silva. Poco antes de ejecutarse la condena se reunirá con su amada dentro de su celda, mostrándose en la pantalla el momento en el que Cortés y sus acompañantes se dirigen a la misma para liberarlo al descubrirse la verdadera autoría del crimen. El acertado montaje permite adelantar al espectador esta circunstancia, aunque para la pareja les haga suponer que se disponen a ejecutar la sentencia. Ello llevará a Catana a apuñalar a su amado –con el se encuentra embarazada-, con la intención de librarlo de una muerte tan deshonrosa, provocando tal decisión un notable impacto en el espectador. Una oportuna elipsis –de las que la película se encuentra frecuentada, logrando con su recurso una notable ligereza en la narración-, nos llevará hasta la visión de la joven destrozada y arrepentida por una acción en el fondo impregnada de amor –y que acerca los ecos de “Romeo y Julieta”-, hasta que el Padre Bartolomé le anuncia que su amado ha logrado sobrevivir al ataque. La composición del plano, valorando el fondo soleado del encuadre, y la intensidad con la que Jean Peters lo vive, logra un instante verdaderamente conmovedor e impregnado de liberadora felicidad. La película finalizará de forma sorprendente, con el discurrir de nativos y viajeros acompañando a los conquistadores a su llegada el entorno del emperador Moctezuma. Una conclusión extraña y desprovista de todo triunfalismo, que de alguna manera viene a ratificar la apuesta de Henry King a asumir la realización de esta película sensible, completa y llena de matices, en la que apenas tienen acto de presencia momentos definidos en ese optimismo consustancial en el género, en donde las diferencias de clase se hacen palpables, y en la que como en pocas ocasiones se ha logrado un mayor equilibrio entre el respeto a unas convenciones de producción de género, con la singularidad que despiertan, plano tras plano, sus imágenes. Sin lugar a dudas, CAPTAIN FROM CASTILE es una excelente película, y una de las apuestas más singulares del género en la década de los cuarenta.

 

Calificación: 4

THE SUN ALSO RISES (1957, Henry King) [Fiesta]

THE SUN ALSO RISES (1957, Henry King) [Fiesta]

En bastantes ocasiones hemos escuchado aquello de la “generación perdida”, englobando a un grupo de intelectuales que tras la traumática vivencia de la I Guerra Mundial, siguieron experiencias vitales bien diversas. Ernest Hemingway fue uno de los componentes de aquel colectivo, e intentó plasmar ese desarraigo en su novela autobiográfica THE SUN ALSO RISES, llevada a la pantalla por Henry King en 1957. Sin haber leído dicha novela, estoy convencido que la adaptación finalmente llevada a la pantalla traslada bastante poco de su sentimiento, ya que en realidad esta costosa producción de Darryl  F. Zanuck para la 20th Century Fox, queda finalmente expresado como un melodrama de ambientación “exótica” –e intentaré explicar esta afirmación-, en la que diversos personajes buscan realmente el amor de  Brett Ashley (Ava Gardner).

Tras la breve introducción que supone la voz en off de Tyrone Power, evocando ese sentimiento de la mencionada “generación perdida”, contemplamos los títulos de crédito realzados por la memorable composición musical del gran Hugo Friedhofer, situandonos en el París de los años veinte, donde se han instalado provisionalmente un buen número de personajes que vivieron pocos años atrás el horror de la “gran guerra”. Uno de ellos es Jake Barnes (Tyrone Power), columnista de un diario norteamericano, y que quedó impotente por heridas en la contienda. Muy pronto surgirá en escena el personaje sobre el que girarán los sentimientos de todos los que aparecen en pantalla, la mencionada Brett. Desde la pasada relación nunca superada y mantenida entre Brett y Jake, todos quedan fascinados con la hermosa joven, erigiéndose esta circunstancia bajo mi punto de vista como una de las principales limitaciones de la película. Esa excesiva inclinación al melodrama, y máxime en un personaje que considero tan poco definido como el que encarna la Gardner, permite que el equilibrio de THE SUN ALSO RISES se decante en demasiadas ocasiones al convencionalismo más descaradamente hollywoodiense.

El otro gran lastre de la función –que destaca especialmente cuando esta es contemplada por algún español- es el excesivo folklorismo con que se plantea esa segunda mitad ambientada en las fiestas de San Fermín en Pamplona. Más allá de aquellos momentos realmente filmados en la ciudad navarra –y que se advierten en los primeros momentos en los que la acción traslada hasta allí a todos sus personajes-, lo cierto es que nos encontramos ante una chirriante folklorada en imágenes de aparente ambiente español pero claramente rodadas en México –contemplar la película en versión original delata dicha procedencia-.

Con todas estas limitaciones –que en buena medida provienen de la excesiva ingerencia de Zanuck en el proyecto y su peculiar concepción de las escenas de masas y ambientación-, THE SUN... ofrece un brillante personaje en el encarnado con intensidad y hondura un Tyrone Power al que su prematura muerte cerró una interesante  trayectoria de madurez como intérprete de carácter. Junto a él destaca el alcohólico decadente encarnado por Errol Flynn, por más que su evolución vaya acompañada por numerosos estereotipos sobre roles de sus características.

Viniendo de la mano de un realizador de la categoría de Henry King, y pese a las influencias de producción que se observan, una vez más la elegancia, el dominio de la composición del plano y su ritmo cinematográfico se manifiesta de lleno en la película. Un título este que si bien no puede decirse que se sitúe entre las cimas de su cine, es más que probable que sin su concurrencia hubiera quedado como un producto absolutamente convencional. Prueba de ello lo tenemos en las maneras que se apuntan al narrar el romance de Brett con el joven torero Pedro Romero –interpretado de forma bastante torpe por un joven y apuesto Robert Evans en su breve trayectoria como actor,  antes de elegir más certeramente el convertirse en productor-. Unas escenas que se inician con el magnífico plano que relaciona a ambos personajes por vez primera –se atisba a ambos en una secuencia con puertas y figurantes de por medio- y que se desarrolla con miradas, momentos elípticos e intuidos y una fuerza que llega hasta una conclusión del romance tan aparentemente tempestuosa como plasmada con la mayor sutileza en pantalla.

A ello, cabría señalar que incluso en el derroche folklorista falsamente “pamplonica”, se insertan buenos detalles para describir el cansancio de tantos días de celebración –el portador de un enorme cabezudo está apoyado en el suelo, y no deja de beber, introduciendo la botella en la boca de la enorme cabezade cartón que aún lleva puesto-.

Calificación: 2’5

LOVE IS MANY-SPLENDORED THING (1955. Henry King) La colina del adiós

LOVE IS MANY-SPLENDORED THING (1955. Henry King) La colina del adiós

Siempre me ha sorprendido que pese al gran éxito que tuvo en su momento –o quizá a causa del mismo-, LOVE IS MANY-SPLENDORED THING (La colina del adiós, 1955. Henry King) goce de una escasísima estima. Algo que se produce incluso entre aquellos aficionados y comentaristas que valoran la trayectoria de uno de los grandes realizadores del cine clásico, y al que el paso de los años aún no ha otorgado su merecida y definitiva valoración.

Cierto es que LOVE IS… se pliega a la convención del melodrama de la Fox, que resulta una película imbuida tanto de la servidumbre del film turístico –otro ejemplo podría ser también SUMMERTIME (Locuras de verano, 1955. David Lean) con respecto a Venecia- como la que comporta al servicio de las dos estrellas que encabezan su reparto –Jennifer Jones y William Holden-. Aún reconociendo esos límites y con la creencia de que es difícil concluir que de las manos de Henry King pudiera salir una mala película –aunque me de temor enfrentarme algún día con la visión de CAROUSEL (1956), nadie es perfecto-, lo cierto es que el título que nos ocupa me parece un brillante muestra de melodrama romántico, que combina las recetas más nobles del género, demostrando la buena forma en la que se encontraba en aquellos tiempos el ya veterano realizador, y en la que logra trascender los clichés que aborda sin prejuicios, a partir de un intenso y al mismo tiempo sutil trabajo de puesta en escena. Si a ello unimos la degeneración que se ha ido produciendo en los últimos tiempos dentro del lenguaje cinematográfico, es por lo que quizá se valore en mayor medida la serenidad narrativa que prácticamente acompañó la andadura de Henry King en sus últimos títulos, generalmente amparados en este género. Creo a este respecto que en este caso no hay que hacer un mayor esfuerzo a la hora de contemplar la película, más que dejarse llevar por una manera de entender el romanticismo cinematográfico que desdeña el subrayado –LOVE IS… está casi en su totalidad planificada en plano general o plano americano-, que comprenda la importancia de la música –más allá del peso evocador que tiene su principal tema musical, considerado uno de los temas más célebres creados para la pantalla-, que con muy breves y agudos trazos logra describir el malestar y discriminación social que ejerce la presencia británica en Hong-Kong o que otorga el debido cariño y pudor a sus personajes, a su cotidianeidad, a la interacción que en ellos provoca el conocimiento de esa otra persona que va a interrumpir y sin casi ellos pretenderlos cambiar e iluminar el discurrir de sus vidas.

Quizá habría que remontarse a realizadores tan expertos en el melodrama como Leo McCarey, Mitchell Leisen o Frank Borzage –creo que el ejemplo de Douglas Sirk no sería muy pertinente en este caso-, para encontrar un melodrama tan elegante, sentido y sincero como el que nos ocupa. Intentando creo que con poca dificultad solventar los inconvenientes antes señalados, podremos disfrutar de la historia de amor que nace entre la Dra. Han Suyin (Jennifer Jones) joven doctora eurásica y Mark Elliot (William Holden), avezado reportero. Ambos se encuentran afincados en el Hong-Kong de finales de la década de los cuarenta, donde el protectorado británico está viviendo los últimos momentos de su condición como tal. En medio de estas convulsiones políticas, la semilla del amor prenderá casi como algo pudoroso, hasta que en esa colina en la que ambos se reúnen para meditar y disfrutar de su relación, aflore un sentimiento casi místico y como si el tiempo se detuviera para ellos.

 

Es en la hora de expresar ese gozo íntimo y compartido por los dos amantes, donde brilla el método empleado por Henry King, logrando incluso hacer prevalecer una sensación de totalidad en la felicidad, en el que aquellos elementos colaterales a la historia central –los conflictos raciales, la inminencia de una lucha política que derive en guerra, la constante llegada de refugiados chinos a Hong-Kong- no sirva más que para hacer sublimar la historia de amor de sus dos protagonistas. Y esas sensaciones se transmiten ya en su primera cena juntos, en la ocasión en la que los dos nadan desplazándose hacia una casa en sus orillas, en el instante en el que ella reconoce estar turbada ante lo que está viviendo, o la intensidad casi cósmica del encuentro entre ambos en la colina que simbolizará su relación, y junto al pie del viejo árbol. Pero de pronto algo enturbia una relación perfecta. Mark viaja a Singapur a pedir el divorcio a su esposa –con la cual no mantiene relación alguna desde hace varios años, pero el aspecto que demuestra a su regreso delata a su amada que esta no le ha concedido la separación. Pese a la buena voluntad de ambos, la historia aflora a partir de entonces una mirada de tonalidades graves que nos permite intuir que no va a culminar con el destino que todos deseamos para ellos. Es probable que la creciente inestabilidad del entorno haya sido indirectamente uno de los detonantes; Han ha sido despedida del hospital en que trabajaba, mientras Elliot se encuentra en activo como corresponsal de guerra –tras una despedida inolvidable de ambos ante el árbol de la colina y en la que intuimos que jamás volverán a verse de nuevo-. Solo les quedará el contacto epistolar –vivido por ella con especial intensidad- y el memorable montaje que sirve para enlazar la –elíptica- muerte del periodista con la repentina caída de un bote de tinta roja ante los pies de Han. Ni siquiera la definitiva ausencia del amado evitará que la doctora realice una última ascensión a la colina, en la que por un momento su pasión le hará ver que Mark está allí, en aquel marco en el que de alguna manera ofrecieron a los dioses una relación amorosa elegantemente orquestada en la pantalla por Henry King, con la extraordinaria colaboración de Leon Shamroy en calidad de luminoso operador de fotografía y la serena química generada por William Holden –que años después retomaría un personaje de similares características en la estupenda THE WORLD OF SUZIE WONG (El mundo de Suzie Wong, 1960. Richard Quine) también con guión de John Patrick, y una Jennifer Jones a la que me atrevo a reivindicar en una interpretación de tan notable sensibilidad como la que nos ocupa.

Calificación: 3

THE SONG OF BERNADETTE (1943, Henry King) La canción de Bernadette

THE SONG OF BERNADETTE (1943, Henry King) La canción de Bernadette

“Para aquellos que creen en Dios la historia que narramos no precisa ninguna explicación. Para aquellos que no son creyentes, ninguna explicación será válida”. Con ese rótulo aproximado se inicia THE SONG OF BERNADETTE, basada en una novela de Franz Werfel y con la adaptación a la pantalla del posterior realizador George Seaton. Es evidente que los responsable de la Fox quisieron en aquellos tiempo de la II Guerra Mundial recrear la historia de la joven Bernadette Soubirous y sus apariciones marianas en la aldea de Lourdes en la segunda mitad del Siglo XIX. Un lugar que hasta la fecha se ha mantenido como uno de los focos de peregrinación mariana más importantes del mundo católico.

Ese lema inicial de alguna manera se podría aplicar a la hora de valorar el film una vez configurado. Es evidente que para muchos espectadores y comentaristas escépticos o reacios al cine religioso –además auspiciado por una de las majors del Hollywood de su época dorada-, les resultaría muy fácil rechazar o ignorar esta LA CANCIÓN DE BERNADETTE (1943, Henry King). Es curioso como planteamientos de este tipo solo han sido apreciados –en este caso sin objeciones y con todo merecimiento- si eran firmados por nombres como los de Robert Bresson, Carl Theodore Dreyer o incluso Ingmar Bergman cuando en sus inicios su angustia existencial aún era menor. ¿Pero como iban a aceptarse las películas de “curas y monjas” firmadas por Leo McCarey o, en este caso, una apología del origen del fenómeno religioso de Lourdes? En mi opinión para este último caso la respuesta sería muy simple: se trata de una gran película.

De entre la amplia filmografía que dejó a su paso Henry King solo he podido contemplar hasta el momento una quincena de sus obras, entre las cuales coexiste un elevado nivel de calidad, unas notable personalidad cinematográfica y hasta hoy de ellas destacaba la excelente recreación de los últimos años en la vida del escritos F. Scott Fitzgerald –DÍAS SIN VIDA (Beloved Infidel, 1959)-. Sin embargo y contra cualquier intuición que me podría haber forjado previamente, he de reconocer que THE SONG OF BERNADETTE supone una de las cotas más altas de los modos de producción de la Fox a nivel de la competencia e inspiración de todos sus elementos –fotografía, dirección artística, diseño de producción –del que descubrimos algunos ecos de la previa y sensacional QUE VERDE ERA MI VALLE (How Green Was My Valley, 1941. John Ford)- o la propia banda sonora; algunos de cuyos elementos fueron galardonados con sendos premios Oscars. Pero por encima incluso de esa cuestión concreta, la película se establece en tres elementos esenciales en cuya conjunción su resultado final llega a un altísimo nivel. Por un lado la agudeza, descripción dramática y acertadísima evolución del guión firmado por Seaton, que sin dejar de lado el elemento central del mismo –narrar la historia del origen de la apariciones de Lourdes-, en realidad nos está contando una serie de conflictos, rivalidades e incluso intereses personales y psicológicos que se ponen sobre el tapete a partir de este suceso inicialmente pequeño pero que muy pronto capta la atención no solo de la aldea, sino de campesinos de otras poblaciones. Por otra parte es indudable que la dirección de actores es realmente espléndida. Filias y fobias al margen, la encarnación que de la joven Bernadette realiza Jennifer Jones es realmente admirable –quizá el mejor trabajo de su carrera- en una labor contenida, llena de la inocencia, ingenuidad y al mismo tiempo convicción que requería su personaje. Por su parte no vamos a negar la excelencias que ofrecen en sus interpretaciones nombres como Charles Bickford, Vincent Price, Lee J. Coob, Gladys Cooper, configurando un cast realmente creíble y lleno de autenticidad.

Pero es evidente que si finalmente THE SONG OF BERNADETTE es un gran film se debe –al margen de la perfecta interrelación de los elementos antes mencionados-, a la profesionalidad e inspiración que Henry King ofrece en su puesta en escena. Y es que ya en primer lugar su director no pone excesivo énfasis en prolongar los momentos de apariciones marianas o curaciones milagrosas. Realmente mi única objeción real es la propia presencia física de la aparición, que desmerece entre una película que si bien no oculta su religiosidad, tampoco deja de oscilar en una calculada ambigüedad en ese sentido. Y es que una de las mayores virtudes de la película estriba fundamentalmente en saber traspasar cinematográficamente ese conflicto que se produce en una pequeña localidad entre unos agricultores más proclives a las creencias sobrenaturales y las fuerzas vivas de la misma, ya herederas de la tradición enciclopédica que se muestran no solo escépticas si no reacias totalmente a que estas visiones –o lo que de ella se derivan- continúen perviviendo en su seno, por más que algunos de ellos se muestren dudosos y otros interesados en los beneficios que podría ofrecerles la situación. En ese sentido la ambigüedad de sus personajes permiten que adquieran un perfil psicológico siempre vivo y jamás caigan en el estereotipo ni la caricatura.

No por ello la película carece de matices irónicos e incluso divertidos que inciden poderosamente en las intenciones del conflicto central. Es así como veremos que un prelado casi arenga a las fuerzas sobrenaturales –la Señora- para que “presionen” en la apertura del manantial de cara a iniciar la investigación de la autenticidad de los milagros; un emperador que no duda es admitir que la creencia en Dios –sea real o fingida- es casi imprescindible para asumir su cargo; o esa abundancia de medallas bendecidas de San Cristóbal que le entregan los lugareños a Bernadette cuando esta se marcha a ingresar en el convento, y que el Dean de Lourdes (Charles Bickford) ha bendecido previamente.

Pero es evidente que las excelencias de THE SONG OF BERNADETTE vienen dadas de la mano de la herencia de la puesta en escena del cine mudo que se traducen en sus imágenes, la fuerza de sus intensísimos primeros planos, en el aprovechamiento de las profundidades de campo, el perfecto uso de fundidos en negro y encadenados de imagen que siempre guardan una impecable coherencia, el importante papel de las elipsis que eliminan con acierto tópicos que fácilmente se hubieran adueñado del resultado final, los claroscuros y sombras, el cuidado visual mostrado en las acciones ubicadas en segundos términos tras cristales, la ubicación de objetos e imaginería religiosa –son muy importantes las referencia directas e indirectas a crucifijos; en algunas ocasiones estos son simulados por ventanas y se plasman constreñidos cuando algunos de los personajes escépticos –especialmente el que encarna el gran Vincent Price-, se ubican delante, simbolizando visualmente la opresión de la creencia. Es importante la ubicación de los actores dentro del encuadre, y podríamos destacar un instante especialmente memorable al intentar por última vez el Dean a Bernadette que se retracte del la identidad que la aparición le dijo en su momento “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Pese a su sincero y cómplice empeño, la desarmante sinceridad de esta hace que el sacerdote cambie de parecer, lo que tiene su equivalencia cinematográfica al ubicarse en el lugar del encuadre que la joven ha dejado al marcharse.

Como relato perfectamente construido y realizado, LA CANCIÓN DE BERNADETTE no deja nada al azar, como esa estampa religiosa que inicialmente le es negada a una Bernadette estudiante por su aparente negligencia en el estudio severo de la religión, que le entregará años después el Dean en un emotivo momento y que finalmente esta ya novicia y a punto de morir le mandará al mismo como llamada. Como queda bien trazada esa historia latente de amor jamás consumada entre la visionaria y el granjero o la propia evolución del escéptico juez encarnado por Vincent Price que finalmente tiene una toma de conciencia –la única voz en off del film- realmente honda, y que una película que realmente subrayara su afán sermoneador hubiera incidido de forma más maniquea –pese a su sempiterna oposición, la mirada del personaje adquiere en todo momento una enorme dignidad y coherencia-.

La película posee imágenes realmente magníficas. Desde el primer plano de Bernadette besando los pies de la aparición con la imagen entre los rosales sin florecer, su intento desesperado de encontrar el manantial, la admirable planificación del momento en que el mismo empieza a brotar, o momentos visuales sorprendentes como el que nos muestra a Price encaramado en una enorme escalera y ante una no menos grandiosa biblioteca en el afán de encontrar la motivación legal que posibilite el cierre del manantial. Pero por encima de todo ello, hay un elemento de construcción dramática que finalmente adquiere una enorme fuerza en el film. Se trata de la relación de incredulidad que la hermana Vanzous (sensacional Gladys Cooper) mantiene a lo largo del tiempo con Bernadette. Jamás se resigna a creer en su historia y en la fase final del film se atreve a formularle el motivo de su resentimiento, y es el hecho de no haber sufrido lo suficiente –como ella misma piensa de sí misma-, para haber sido elegida como portadora de las apariciones y del conjunto de milagros. Finalmente, cuando descubre el verdadero sufrimiento resignado de la Soubirous –tiene un tumor cancerígeno en estado incurable- comprende su error, pide el perdón ante Dios en unas bellísimas imágenes en el templo y a partir de ese momento se erige en la fiel ayudante de una enferma Bernadette hasta el momento de su muerte.

Serán los últimos minutos una conjunción armoniosa de momentos que se pueden destacar por su intensidad, la rigurosidad de su planificación, la fuerza expresiva de sus primeros planos, la dureza que ejercen sobre la sensible y moribunda hasta que la aparición de la Virgen –una vez más, su presencia se me antoja totalmente inoportuna-, se la lleva de este mundo en el que no le prometía felicidad, hasta la otra vida en la que sí se la brindaba. Puede que descrito de esta forma el alcance de la historia pueda inclinarse a ese sermón moralizante, pero es tal la fuerza novelesca de la realización de King, la convicción dramática de su metraje –que permite que sus dos horas y media discurran con enorme fluidez- que ciertamente a la hora de hablar de títulos de influencia religiosa en sus temática, habrá que citar DIES IRAE (Vredens dag, 1943) y LA PALABRA (Ordet, 1955) de Dreyer; EL DIARIO DE UN CURA DE CAMPAÑA (Le journal d’un cure de campagne, 1950) de Bresson y algunos otros títulos. No obstante esa relación no quedaría completa si en ella se omitiera esta producción de la Fox realizada con clasicismo, elegancia e implicación personal por ese excelente director llamado Henry King, al que habría que dedicar de una vez por todas esa retrospectiva o acentuar pases televisivos de realizaciones suyas poco exhibidas en las últimas décadas, para valorar de forma definitiva uno de esos pioneros cinematográficos –como fuera el caso de un William A. Wellman, por ejemplo- cuya trayectoria aún resta por ser plasmada a la luz de los aficionados en toda su magnitud.

Calificación: 4