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CINEMA DE PERRA GORDA

John Lee Thompson

ICE COLD IN ALEX (1958, John Lee Thompson) Fugitivos del desierto

ICE COLD IN ALEX (1958, John Lee Thompson) Fugitivos del desierto

Cada vez que tengo la ocasión de acceder a auténticas sorpresas como la que plantea ICE COLD IN ALEX (Fugitivos del desierto, 1958. John Lee Thompson), no puedo por acordarme –e indignarme-, ante una de las manifestaciones más bochornosas jamás pronunciada por François Truffaut en su etapa como crítico de la mítica Cahiers du Cinema. Aquel desprecio colectivo hacia el cine británico es un anatema que siempre acompañará el recuerdo de este poco después irregular y ocasionalmente inspirado director, que aún parece tener demasiado peso en mentes poco animadas a intentar demostrar lo que de inexacta albergaba aquella afirmación. Y es que aunque en el momento del estreno de esta película nos encontráramos ya en los inicios del Free Cinema, o Hammer Films ya diera muestras de su extraordinaria capacidad para llevar a la pantalla su visión renovadora del fantastique, lo cierto es que también se encontraba en el seno de la industria fílmica inglesa un artesanado que sabía concebir muchos, variados y por lo general estimulantes muestras de cine de género, que tan pronto fueron estrenadas, eran olvidadas y sus negativos escondidos en los cajones de sus respectivos estudios. Puede ser que esa nula autoestima –en otra ocasión habría que hablar como varios de los críticos / directores del Free ayudaron lo suyo para denigrar este tipo de producciones- propiciara que una película tan interesante como la que protagoniza estas líneas, se quedara en el limbo del olvido más absoluto. Y es una pena que ello sucediera –y me temo seguirá sucediendo por los tiempos de los tiempos-, ya que ICE COLD… supone una por momentos apasionante muestra de cine de aventuras, de supervivencia me atrevería a señalar, dentro del contexto bélico de la guerra desarrollada en terrenos orientales cercanos a Alejandría. Cierto es que en esta ocasión no encontraremos esa mirada desencantada que una década después mostrarían cineastas generalmente norteamericanos sobre temas más o menos similares –y curiosamente con actores y ámbitos similares a los existentes en esta película-, en títulos como THE FLIGHT OF THE PHOENIX (El vuelo del Fénix, 1965) o TOO LATE THE HERO (Comando en el mar de China, 1970) –ambos firmados por Robert Aldrich- o en el excelente SANDS OF THE KALAHARI (Arenas del Kalahari, 1965. Cyril Endfield). Lo cierto y verdad es que ya en el seno del cine norteamericano de décadas precedentes, se habían dado cita crónicas de supervivencia en contexto bélico, extrañas propuestas que se alejaban por completo de los cánones existentes, como THE EVE OF ST. MARK (1944, John M. Stahl). Es decir, que nos encontramos con una película que transita por derroteros poco frecuentes pero no por ello inéditos. Lo que realmente ofrece fuerza a esta película, reside en la intensidad, la garra y, al mismo tiempo, la serenidad con la que se plantea la odisea de cuatro seres humanos que han de viajar en las postrimerías de la II Guerra Mundial por el Norte de África en el interior de una ambulancia, con destino hasta Alejandría. John Lee Thompson, mucho antes de convertirse en el olvidable director oficial de los “fascipoliciales” al servicio de Charles Bronson, albergó una filmografía aún muy poco conocida, de la que tan sólo se tiene en consideración CAPE FEAR (El cabo del miedo, 1962), pero de la que me gustaría destacar el accidentado pero por momentos fascinante EYE OF THE DEVIL (1966), además de un colonial bastante aceptable como NORTH WEST FRONTIER (La India en llamas, 1959). Precisamente en dicho marco temporal se rodó ICE COLD IN ALEX, que no creo equivocarme en exceso –aun faltándome no pocos de sus títulos de esa época por contemplar- al afirmar que nos encontremos quizá con su mejor obra –por encima del señalado y excesivamente mitificado CAPE FEAR-.

Obviando cualquier alegato antimilitarista –ni, por el contrario, en pro de cualquier supuesta virtud castrense-, el film de Lee Thompson –basado en una novela de Christopher Landon, también autor del guión en colaboración con T. J. Morrison-, en realidad su duración –que en la copia visionada se mantiene íntegro, obviando la tremenda amputación que sufrió en nuestro país en el momento de su estreno-, parte de la descripción de la escueta galería de seres que nos acompañarán durante las dos tensas y al propio tiempo serenas horas de metraje. El mando de la ambulancia será el Capitán Anson (John Mills), un hombre que mantiene un enfrentamiento con uno de sus compañeros por amar a la misma mujer que este, al tiempo que se encuentra dominado por sus excesos con el alcohol. A él se unirá el Mayor Pugh (Harry Andrews) y, de forma accidental, lo harán dos jóvenes enfermeras, que han perdido su viaje en barco a causa de un bombardeo que el espectador contemplará en los primeros instantes del film. Estas son Diana (Sylvia Sins) y Denise (Diane Clare), La primera de ellas mucho más decidida que su compañera, quien a la hora de tener que acceder a la ambulancia e iniciar ese largo viaje, muy pronto comenzará a mostrar una serie de debilidades psicológicas. Será todo ello el punto de partida de una aventura –interior y exterior a partes iguales-, que se completará con la inesperada incorporación de un robusto y extraño personaje –encarnado por Anthony Quayle-, quien muy pronto se integrará en el reducido colectivo, provocando entre el resto de la tripulación la ambivalencia en torno a su personalidad, ya que por un lado demostrará un enorme valor e incluso ejercerá como interlocutor cuando se encuentren con patrullas nazis, mientras que por otro lado nunca se dejará de intuir que en su persona se encuentra un espía de dicho bando.

A partir de dichos mimbres, y ayudado por la extraordinaria fotografía en blanco y negro de Gilbert Taylor –operador de títulos como REPULSION (Repulsión, 1965. Roman Polanski)  y para las nuevas generaciones, de STARS WARS (La guerra de las galaxias, 1977. George Lucas)-, ICE COLD… va desplegándose en una estructura de episodios –no muy lejana por cierto a la que muestra la excelente y tan cercana THE WAY BACK (Camino a la libertad, 2010) de Peter Weir-, en donde a la precisa definición de sus caracteres se une un admirable sentido de la progresión dramática, al tiempo que asistimos a una estructura de episodios que, de alguna manera, evita que la película oscile en ningún lado por el ámbito de una innecesaria dramatización. Es curioso señalarlo, pero los múltiples peligros y situaciones que sufren sus protagonistas –algunas de una extrema dureza-, se plantean en un contexto de desdramatización y abstracción, acentuándose esa máxima de huir de cualquier atisbo de enfrentamiento bélico –los encuentros con fuerza nazis carecen de relevancia-, mientras que en no pocas ocasiones percibimos esa extraña serenidad con la que se caracterizaban –por ejemplo- las comedias de la Ealing, que planteaban los argumentos más descabellados de la manera más cotidiana posible. Y dentro de dichas coordenadas se plantea el recorrido de esa vetusta ambulancia por las áridas tierras norteafricanas en pleno contexto bélico. No hará falta un escenario más contundente, para describir el devenir de unos personajes a los cuales esta peligrosa aventura –en la que se guardan ciertos ecos con el magnífico LE SALAIRE DE LA PEUR (El salario del miedo, 1953. Henri-George Clouzot)-, que aúna –como en los grandes exponentes de cualquier muestra del cine de aventuras-, la visión exterior e interior de los mismos.

Actuando con las mejores armas de la artesanía cinematográfica, Lee Thompson demuestra un notable grado de inspiración en esa vertiente exterior, con momentos tan magníficos como el detalle de esa mosca que aparece por el exterior de la ambulancia ametrallada por los nazis, señal inequívoca que hará pensar a Anson que Denise se encuentra dentro muerta, en el esfuerzo infrahumano que desarrollará el incorporado que posteriormente resultará ser un nazi, situándose bajo el camión sorteando sobre su robusto cuerpo casi una tonelada de peso, y logrando con ello solventar la avería generada, en las excavaciones en búsqueda inútil de agua en un pozo seco, en la tremenda secuencia en la que este se encuentra a punto de ser engullido en las arenas movedizas del desierto –quizá el fragmento más percutante del film-, a raíz de querer hacer desaparecer allí los artefactos con los que efectuaba de manera oculta sus tareas de espionaje-, o en el casi imposible fragmento final, en el que de manera sobrehumana, los cuatro tripulantes de la ambulancia lograrán casi mano a mano, elevar la misma hasta el objetivo de Alejandría. Tan solo con la confluencia de todos estos elementos, ICE COLD IN ALEX ya merecería ser reconocida con un pequeño lugar dentro de las muestras del género, pero es que además su discurrir exterior va aparejado por un lado por la reafirmación de la personalidad de ese en teoría hundido Capitán, quien mereced a la cercanía con Diana o, en fin, el aprecio que los tres tripulantes ofrecerán hacia ese espía nazi que, pese a sus actividades y a ocultar su realidad, en determinados momentos comprenderán en la debilidad –y también grandeza, apreciando el espectador el cambio de actitud manifestado por él mismo-. Unamos a ello el –como era de preveer- extraordinario trabajo de su cast –eminentes sobre todo John Mills y Harry Andrews-, y esa sensación de contemplar un relato que te va absorbiendo, en el que penetras en sus personajes, y a los que abandonas con esa extraña sensación de amistad compartida, incluso hacia ese nazi al que se despedirán con un gesto de complicidad colectiva.

Calificación: 3

NORTH WEST FRONTIER (1958, John Lee Thompson) La India en llamas

NORTH WEST FRONTIER (1958, John Lee Thompson) La India en llamas

Se suele considerar NORTH WEST FRONTIER (La India en llamas, 1958. J. Lee Thompson) como un exponente más o menos significativo del cine colonial. A este respecto, no cabe duda que en su apariencia externa, esta simpática producción británica mantiene ciertos rasgos ligados a este tipo de cine. Sin embargo, uno no puede contemplar sus imágenes, sin dejar de abstraerse por completo de la galería de estereotipos que plantea la película, degustándola como lo que en realidad es; una a ratos atractiva propuesta de aventuras, dominada por una sencilla estructura de episodios bien dosificada. Más cercana en sus características a THE GENERAL (El maquinista de la general, 1926. Buster Keaton & Clyde Bruckman) y THE TITFIELD THUNDERBOLT (Los apuros de un pequeño trés, 1953. Charles Crichton, que a referentes como GUNGA DIN (1939, George Stevens) o THE REAL GLORY (La jungla en armas, 1939), el film de Thompson narra la odisea de un grupo de expedicionarios, ligados por lo general al contexto de la dominación británica a la India. Nos situamos a principios del siglo XX, teniendo como escenario la guerra existente entre los propios hindús y los musulmanes, a la que asisten los británicos con la intuición que esta circunstancia va a suponer el principio del fin de su dominio. La película narrará la odisea de ese grupo comandado por el capitán Scott (Kenneth More), trasladando al pequeño hijo de un marajah –que muy poco después será asaltado y ejecutado en su palacio-, hasta su destino junto a sus gentes, con objeto de que sea protegido y salvaguardado como futuro heredero. Será un trayecto que se extenderá a más de quinientas millas, y en el que todo el grupo humano vivirá diversas aventuras, en una espiral creciente de tensión que irá salpicada con constantes notas de humor.

 

Cierto es que nada de lo que nos cuenta el film de Thompson resulta en absoluto novedoso. Son situaciones vistas antes o después en la pantalla, y en no pocas ocasiones mejor que lo que nos muestran estas imágenes… pero también peor. Si más no, NORTH WEST… puede enorgullecerse de albergar de un ritmo notable. Esa carencia de hondura en los perfiles psicológicos de sus personajes –algo que hemos visto con posterioridad en las conocidas adaptaciones cinematográficas de las novelas de Agatha Christie-, permite por otro lado que el relato posea cierta eficacia en su progresión, discurriendo a través de esos segmentos, en líneas generales eficaces, y en algunos casos incluso magníficos. Es así como uno no deja de impresionarse con la secuencia en la que Scott –y posteriormente otros de los pasajeros, entre ellos Catherine Wyatt (Lauen Bacall)-, contemplan la aterradora estampa del tren de refugiados detenido en una estación que se ha convertido en fantasma, ya que todos sus pasajeros –con la excepción del bebé de una niña-, han sido acribillados por los contendientes en lucha. En otros momentos asistiremos a una lucha entre ambas facciones rivales, en la que los pasajeros del tren lucharán por reparar contra reloj una vía averiada, en un fragmento que –siendo un poco sarcástico-, me recordó el inicio de THE PARTY (El guateque, 1968. Blake Edwards) –esa sensación de estereotipo alcanza en esos momentos un matiz casi cómico-. Mejor será la intensidad casi física que ofrecen fragmentos como el del cruce del puente accidentado por parte de los pasajeros y el propio vehículo –un epidosio de una intensidad y simplicidad casi paroxística, sin duda el mejor de la película- o todos aquellos instantes que definen el lado oscuro y criminal del periodista Van Layden (Herbert Lom), inclinado a eliminar al pequeño heredero –el verdadero motivo de su presencia en el viaje-. A partir de estas aventuras, NORTH WEST… destaca por su fisicidad. Por la relajación que al mismo tiempo ofrece en su metraje mediante esos detalles de humor que intercala en la vivencia de los participantes del viaje. Ese punto de ironía y ausencia de dramatización en unos códigos genéricos ya entonces cercanos a ser periclitados, unidos a la eficacia que Thompson muestra en resaltar cinematográficamente su conjunto, son los elementos que permiten que aún hoy, a medio siglo vista, el título que nos ocupa se siga con un relativo interés. Un interés que no impide señalar lo convencional y apresurado de su conclusión –una elección que desmerece del acertado ritmo seguido en su conjunto-, pero que no impide que minutos antes, cuando estamos asistiendo al último combate vivido por nuestros protagonistas, un deslumbrante movimiento de grúa sublime la lucha vivida entre los guerrilleros tripulando a caballo, y los pasajeros de ese pequeño y casi milagroso tren, que si bien en su apariencia externa no supondrá un referente de transformación de todos sus inesperados pasajeros, en la expresión de sus actores se adivina una soterrada nueva visión de su propia existencia, en la que no faltará un pequeño dardo envenenado, cuando el pequeño príncipe le espete con educación a su salvador, que el tiempo le llevará a luchar contra él. Una pequeña alusión a la inutilidad y relatividad de los campos de lucha, dentro de un título en el que el disfrute llano y simple de una propuesta de tarde de palomitas, sigue permaneciendo su cierta vigencia, tantos años después.

 

Calificación: 2

EYE OF THE DEVIL (1967, John Lee Thompson)

EYE OF THE DEVIL (1967, John Lee Thompson)

Hay dos elementos que pesan –en diferentes direcciones- en el resultado final de EYE OF THE DEVIL (1967, John Lee Thompson). La primera de ella es la referencia que toma de diversos éxitos precedentes en el cine fantástico británico –especialmente el de THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961. Jack Clayton), pero en menor medida THE MASQUE OF THE RED DEATH (La máscara de la muerte roja, 1964. Roger Corman)-. La segunda –y esta en su vertiente negativa-, es constatar como diversos efectismos visuales propios de la década de su rodaje se insertan con demasiada estridencia en la película, incluso hasta malograr algunas secuencias potencialmente interesantes, como aquella en la que la esposa del protagonista es rodeada por unos hombres encapuchados, o la propia pesadilla posterior de esta. Ambas escenas se caracterizan por una fealdad visual definida en planos cortos, grandes angulares y zooms que empobrecen momentos en teoría atractivos. En todo caso, y aún reconociendo esta debilidad sixtie, creo que la película de Lee Thompson supone una brillante y, por momentos, fascinante muestra de cine fantástico, a la que el paso del tiempo no ha llevado a su reconocimiento –diversas causas habría para justificar esa laguna en cualquier tratado sobre el género inglés-, y que fue una de las producciones de la división inglesa de la M.G.M. auspiciadas por Martin Ranhosoff. Las crónicas señalan que fueron numerosos los problemas de producción surgidos. Entre ellos, la inicialmente prevista Kim Novak tuvo que ser sustituida en el rodaje por Deborah Kerr cuando ya se habían rodado casi todas sus secuencias, debido a una enfermedad –creo que la película salió ganando con el cambio-. Del mismo modo, se consignó la presencia de hasta cuatro directores en diferentes momentos del rodaje, lo cual puede explicar esas irregularidades y saltos existentes caracterizados por lo abrupto. Incluso en algunos momentos se tiene la sensación de haber sido cortada la película, como así señalan las crónicas.

Nos situamos en una atractiva velada musical en la casa del aristócrata francés Philippe de Mountfacon (David Niven) en Londres. Esta se interrumpe cuando el aristócrata es avisado por un lugareño, sobre la sequía de tres años que sufren sus viñas en la campiña francesa. Philippe pronto advertirá en su semblante la inquietud, teniendo que acudir a su castillo familiar para poder atender a la solicitud de sus vecinos. A ella se sumará al día siguiente su mujer, Catherine (Deborah Kerr), acompañada por sus dos pequeños. A su llegada a la fortaleza notará que se encuentra en un entorno extraño y cerrado, para el que no parece haber pasado el tiempo. Sufrirá extrañas vivencias y será testigo casual de una ceremonia en la que parece atisbar a su marido participando en ella. El paso del tiempo no será más que la constatación para Catherine de la intuición de que su esposo forma parte de una secta pagana que se extiende a toda la población de Bellenac, y cuyos antepasados murieron todos sacrificados como ofrenda. Será esta una terrible realidad que tendrá que asumir pese a sus deseos en dirección opuesta... y que será transmitida a Jacques, su pequeño hijo.

Como antes señalaba, numerosos fueron los inconvenientes que marcaron el proceso de rodaje de EYE OF THE DEVIL, que en la práctica provocan un notable desequilibrio en sus estructuras y secuencias. Se tiene la impresión de alargar innecesariamente una historia, los efectismos visuales aparecen intermitentemente, en varios momentos tenemos la sensación que la película discurre de forma abrupta... Y sin embargo, en todo momento se tiene la impresión de asistir a una experiencia absorvente y fascinante, hipnótica y sin escapatoria posible de sus personajes. El título que comentamos constituye –de la manera más intermitente que se quiera-, un ejemplo de que un rodaje lleno de problemas y unas circunstancia de producción adversas, pueden dar como resultado un título mucho más atractivo que muchos otros perfectamente ejecutados. Las propiedades del cine no dejan de ser un misterio más, y en este caso puede que gracias a la fuerza que le proporciona la excelente fotografía en blanco y negro de Edwin Hillier -esta película en color no sería ni de lejos la misma-, el acierto de la partitura musical de Gary McFarland -con ese tema bellísimo y sugerente que se interpreta por vez primera en los instantes iniciales durante la fiesta del aristócrata, avanzándonos un aroma inquietante-, unido a un excelente reparto en el que destaca la mirada transparente de Deborah Kerr, la forma de transmitir la tragedia en su rostro por parte de David Niven, el aspecto diabólicamente angelical del joven David Hemmings o el semblante torturado de la veterana Flora Robson, se erigen fácilmente por encima de la nulidad de la bella Sharon Tate, que trata en vano de resultar misteriosa.

Pero EYE... en todo momento sabe esconder en sus imágenes siempre turbadoras el secreto de una adoración milenaria –adelantándose a THE WICKER MAN (1973, Robin Hardy)-, superficialmente envuelta en el cristianismo, en los recovecos de una mansión llena de oscuros secretos, de sombras, de angostas escaleras circulares que parecen no tener fin. Toda una iconografía del horror gótico, trasplantada a un entorno detenido en el tiempo dentro de una sociedad modernizada. Es curioso a este respecto, señalar que tras un aparatoso progenérico definido por un resumen en planos cortos de la película, y los estupendos títulos de crédito diseñados por Maurice Binder tomando como base unas vías de tren nocturnas, la película inicialmente parece remedar la hechura de cualquier fiesta sixtie aparecida en las más populares comedias del periodo –la presencia de Niven hace pensar en el primer momento en THE PINK PANTHER (La pantera rosa, 1963. Blake Edwards)-. Es por ello, que quizá de forma casual, EYE OF THE DEVIL me parezca una oposición de tradición y modernidad esgrimida a partir de adoptar una serie de tics visuales totalmente desfasados. Rasgos todos ellos inherentes en una película indudablemente imperfecta, pero al mismo tiempo turbadora y merecedora de una mayor consideración. Es el misterio del cine, que muchas veces está ausente de interés en películas impecablemente confeccionadas, pero que en un producto defectuoso como el que nos ocupa, parecen trasladarnos de forma sensible a un mundo de pesadilla.

Calificación: 3

WHAT A WAY TO GO! (1964, John Lee Thompson) Ella y sus maridos

WHAT A WAY TO GO! (1964, John Lee Thompson) Ella y sus maridos

Comedias recientes como DOWN WITH LOVE (Abajo el amor, 2003. Peyton Reed), mas allá de la actualización de unas temáticas relativas a la “guerra de los sexos”, trasladaban la evocación  de una estética con la que se envolvió la comedia americana durante el periodo comprendido entre la segunda mitad de la década de los años cincuenta y bien entrada la de los sesenta. Todo ello a partir de un look caracterizado por colores pasteles, un vestuario o diseño y diseño escenográfico característico y un fondo sonoro inconfundible. A su vera se dieron cita un buen puñado de grandes títulos para el género –bastantes más de los que se suele reconocer-, y también otros que partiendo de los mismos ingredientes, lograron un agradable resultado, pero demostraban que en su confección no contaban con un director especialmente dotado o conocedor de los mimbres de la comedia.

Esa es, en mi opinión, la definición perfecta de WHAT A WAY TO GO! (Ella y sus maridos, 1964), firmada por un John Lee Thompson a quien se deben –precisamente en este periodo- algunas películas interesantes, pero que en este caso orquestó de forma tan aplicada –para lo bueno y lo menos bueno- una historia que indudablemente albergaba mayores posibilidades. Un guión ideado por los expertos Adolph Green y Betty Comdem y que, bajo el aparente seguimiento retrospectivo de la trayectoria de Louise May Foster (Shirley MacLaine, en un papel en el que reiteraba sus más conocidos tics), en el fondo revela una ocasión para el recorrido, la ironía y la revisitación de numerosos arquetipos y géneros cinematográficos.

Louise contará a su psicoanalista (Robert Cummings) el camino recorrido en los cuatro matrimonios con hombres de escasos recursos –el aspecto que más atrae a ella de estos-, pero que como si fuera una maldición se transformará en una rápida y desproporcionada llegada a la riqueza, que finalmente acabará con sus vidas. Es así como esta cuádruple viuda llegará a poseer una fortuna de doscientos millones de dólares, que intentará infructuosamente entregar al departamento del tesoro en la secuencia inicial.

La película, en definitiva, resulta amable, salpicada de eficaces detalles, divertidos secundarios –la eterna oponente de Groucho Marx, Margaret Dummont- y Lee Thompson filma aplicadamente dando presencia fundamentalmente a los elementos de producción con que cuenta, a lo que le ayudan poderosamente elementos técnicos como la magnífica fotografía de Leon Shamroy –atención a la inusual secuencia progenéricos-, la sintonía musical de Nelson Riddle, el vestuario de Edith Head, y unos excelentes decorados, surgidos de la inspiración de un equipo en el que se encontraba el mítico Walter M. Scott.

Sin embargo, es evidente que se echa mucho de menos la mano de un Jerry Lewis –a quien se toma como referencia en la secuencia de los padres de Louise; THE NUTTY PROFFESOR (El profesor chiflado, 1963. Jerry Lewis)-, Richard Quine, Frank Tashlin o Stanley Donen, por citar varios ejemplos que vienen a la mente al contemplar sus imágenes. El resultado es, por tanto, irregular, y junto a momentos e ideas estupendas, se dan cita otros decididamente desaprovechados o nada logrados.

Y en este repaso a vertientes cinematográficas que van desde el cine mudo, la nouvelle vague, el cine psicoanalítico, el musical o el melodrama sofisticado a lo Ross Hunter, destacaría la brillantez e ironía de esa revisitación de la ausencia de raccords en las películas de la nueva ola francesa –una sucesión de planos en blanco y negro que van estrechando la relación de Louise y el pintor que encarna Paul Newman-; las secuencias en las que la protagonista traba relación con el multimillonario encarnado con gran acierto por Robert Mitchum –el único de los esposos que no parte de la pobreza; se casa con el él siendo multimillonario y quedará viuda de él cuando este se despoja aparentemente de sus riquezas-; el narcisismo que desprende la estrella en la que se convierte de la noche a la mañana el personaje que encarna –con su habitual y cargante presencia- Gene Kelly o, en líneas generales, el buen uso que se manifiesta de la voz en off de Louise.

No obstante, la película acusa notables baches: la transformación de Dick Van Dyke resulta muy forzada –y demasiado enfatizada-; el episodio en París con Paul Newman está poco logrado; la evocación de los lujosos melodramas llenos de glamour resulta muy reiterativa, y el número musical en el que interviene Gene Kelly se define como demasiado complaciente –para los amantes del musical, entre los que no me encuentro- y no aporta absolutamente nada a la película.

Y es que cuando el cine norteamericano había recibido –con bastante desdén-, dos excelentes comedias como PARIS WHEN IS SIZZLE (Encuentro en Paris, 1963. Richard Quine) y THE PATSY (Jerry Calamidad, 1964. Jerry Lewis) –de las que esta película retoma numerosas referencias, y en las que sí se planteaban una reflexión sobre los propios mecanismos del cine-, un pasatiempo tan inofensivo, agradable pero desaprovechado como WHAT A WAY TO GO!, queda como una de tantas comedias miméticas en el último periodo dorado del género en el cine norteamericano.

 

Calificación: 2