NORTH WEST FRONTIER (1958, John Lee Thompson) La India en llamas
Se suele considerar NORTH WEST FRONTIER (La India en llamas, 1958. J. Lee Thompson) como un exponente más o menos significativo del cine colonial. A este respecto, no cabe duda que en su apariencia externa, esta simpática producción británica mantiene ciertos rasgos ligados a este tipo de cine. Sin embargo, uno no puede contemplar sus imágenes, sin dejar de abstraerse por completo de la galería de estereotipos que plantea la película, degustándola como lo que en realidad es; una a ratos atractiva propuesta de aventuras, dominada por una sencilla estructura de episodios bien dosificada. Más cercana en sus características a THE GENERAL (El maquinista de la general, 1926. Buster Keaton & Clyde Bruckman) y THE TITFIELD THUNDERBOLT (Los apuros de un pequeño trés, 1953. Charles Crichton, que a referentes como GUNGA DIN (1939, George Stevens) o THE REAL GLORY (La jungla en armas, 1939), el film de Thompson narra la odisea de un grupo de expedicionarios, ligados por lo general al contexto de la dominación británica a la India. Nos situamos a principios del siglo XX, teniendo como escenario la guerra existente entre los propios hindús y los musulmanes, a la que asisten los británicos con la intuición que esta circunstancia va a suponer el principio del fin de su dominio. La película narrará la odisea de ese grupo comandado por el capitán Scott (Kenneth More), trasladando al pequeño hijo de un marajah –que muy poco después será asaltado y ejecutado en su palacio-, hasta su destino junto a sus gentes, con objeto de que sea protegido y salvaguardado como futuro heredero. Será un trayecto que se extenderá a más de quinientas millas, y en el que todo el grupo humano vivirá diversas aventuras, en una espiral creciente de tensión que irá salpicada con constantes notas de humor.
Cierto es que nada de lo que nos cuenta el film de Thompson resulta en absoluto novedoso. Son situaciones vistas antes o después en la pantalla, y en no pocas ocasiones mejor que lo que nos muestran estas imágenes… pero también peor. Si más no, NORTH WEST… puede enorgullecerse de albergar de un ritmo notable. Esa carencia de hondura en los perfiles psicológicos de sus personajes –algo que hemos visto con posterioridad en las conocidas adaptaciones cinematográficas de las novelas de Agatha Christie-, permite por otro lado que el relato posea cierta eficacia en su progresión, discurriendo a través de esos segmentos, en líneas generales eficaces, y en algunos casos incluso magníficos. Es así como uno no deja de impresionarse con la secuencia en la que Scott –y posteriormente otros de los pasajeros, entre ellos Catherine Wyatt (Lauen Bacall)-, contemplan la aterradora estampa del tren de refugiados detenido en una estación que se ha convertido en fantasma, ya que todos sus pasajeros –con la excepción del bebé de una niña-, han sido acribillados por los contendientes en lucha. En otros momentos asistiremos a una lucha entre ambas facciones rivales, en la que los pasajeros del tren lucharán por reparar contra reloj una vía averiada, en un fragmento que –siendo un poco sarcástico-, me recordó el inicio de THE PARTY (El guateque, 1968. Blake Edwards) –esa sensación de estereotipo alcanza en esos momentos un matiz casi cómico-. Mejor será la intensidad casi física que ofrecen fragmentos como el del cruce del puente accidentado por parte de los pasajeros y el propio vehículo –un epidosio de una intensidad y simplicidad casi paroxística, sin duda el mejor de la película- o todos aquellos instantes que definen el lado oscuro y criminal del periodista Van Layden (Herbert Lom), inclinado a eliminar al pequeño heredero –el verdadero motivo de su presencia en el viaje-. A partir de estas aventuras, NORTH WEST… destaca por su fisicidad. Por la relajación que al mismo tiempo ofrece en su metraje mediante esos detalles de humor que intercala en la vivencia de los participantes del viaje. Ese punto de ironía y ausencia de dramatización en unos códigos genéricos ya entonces cercanos a ser periclitados, unidos a la eficacia que Thompson muestra en resaltar cinematográficamente su conjunto, son los elementos que permiten que aún hoy, a medio siglo vista, el título que nos ocupa se siga con un relativo interés. Un interés que no impide señalar lo convencional y apresurado de su conclusión –una elección que desmerece del acertado ritmo seguido en su conjunto-, pero que no impide que minutos antes, cuando estamos asistiendo al último combate vivido por nuestros protagonistas, un deslumbrante movimiento de grúa sublime la lucha vivida entre los guerrilleros tripulando a caballo, y los pasajeros de ese pequeño y casi milagroso tren, que si bien en su apariencia externa no supondrá un referente de transformación de todos sus inesperados pasajeros, en la expresión de sus actores se adivina una soterrada nueva visión de su propia existencia, en la que no faltará un pequeño dardo envenenado, cuando el pequeño príncipe le espete con educación a su salvador, que el tiempo le llevará a luchar contra él. Una pequeña alusión a la inutilidad y relatividad de los campos de lucha, dentro de un título en el que el disfrute llano y simple de una propuesta de tarde de palomitas, sigue permaneciendo su cierta vigencia, tantos años después.
Calificación: 2
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