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CINEMA DE PERRA GORDA

Michael Gordon

AN ACT OF MURDER (1948, Michael Gordon) Vive hoy para mañana

AN ACT OF MURDER (1948, Michael Gordon) Vive hoy para mañana

Séptimo de la veintena de largometrajes filmados por el interesante Michael Gordon, y plenamente representativa del primer periodo de su apreciable aporte como realizador, AN ACT OF MURDER (Vive hoy para mañana, 1948), se integra dentro de los títulos que este firmara en el seno de la Universal, pocos años antes de su implicación en la ‘Caza de Brujas’ de McCarthy, y que le llevó a varios años de retiro en las tareasde realización cinematográfica. Se tratarían por lo general de crómicas de costumbres, dominadas por una cuidada ambientación, dominadas por elementos discursivos que, si bien en su momento pudieron suscitar algún interés, hoy día resultan, a mi modo de ver, su elemento más caduco.

Basada en una novela del vienés Ernst Lothar, transformado en guion por Michael Blankfort y Robert Thoeren, AN ACT OF MURDER se inicia, describiendo el comportamiento profesional de un juez tan impecable en el desarrollo de su profesión, como quizá implacable en el desarrollo, e incluso en la consideración de sus encausados. Se trata del ya veterano Calvin Cooke (un eminente Fredrick March, en uno de sus roles menos conocidos y, a mi juicio, más admirables). Ya desde los títulos de crédito, envueltos en el elegante tema musical de Daniele Amfitheatrof, la cámara se insertará en el exterior del palacio de justicia de una ciudad que no conocemos. Junto a la estatúa que preside el exterior de la misma, un par de hombres ya ancianos, de alguna manera nos introducen a la fama de duro que define a Cooke. En el desarrollo de la vista que preside este, podremos contemplar su implacabilidad -el detalle de estar escribiendo un dibujo, en el que anticipa psicológicamente la condena a veinte años al encausado, deviene especialmente revelador-. Muy pronto, la película nos describirá, por un lado, la aposición que ante el protagonista ejerce el joven abogado David Douglas (Edmond O’Brien), quien desde el respeto a nuestro protagonista, no dudará en representar una corriente de oposición, más garantista y humana, de la disposición de la justicia. Douglas es, asimismo, el novio de la hija de Cooke, estableciéndose por ello, un elemento de confrontación del veterano jurista con su propia hija, dentro de un acomodado hogar, en el que destacará el papel unificador, establecido por la esposa de este; Catherine (espléndida Florence Eldridge), a la que su marido venera.

La película acierta al plasmar el contraste que se produce en la personalidad del intransigente juez, implacable en el desarrollo de su cometido profesional, aunque profundamente tierno con una mujer, con la que demuestra establecer una unión de extrema profundidad. Un mundo que para el juez supondrá el perfecto contrapunto de su profesión, sin saber que su esposa -siempre sumisa y deseosa de complacerle-, sobrelleva unos puntuales pero dramáticos dolores, que incluso llegan a paralizarle un brazo. Argumentando a su esposo unas compras, acudirá el médico de cabecera de la familia -Morrison (Stanley Ridges)-, quien le realizará numerosas pruebas, aunque ante la paciente, mostrando una aparente despreocupación, que al día siguiente transmitirá a su esposo. Cooke por otro lado se ha postulado como inculpado, el ser recriminado por ese dibujo previo a la condena que abrió la película. Morrison le expondrá la crudeza de la detección de un tumor incurable y mortal de necesidad, socavando el entorno familiar que le era habitual. Su mundo se hundirá, con la dificultad de tener que ocultar a Catherine, el incurable y terminal mal que le afecta. Por ello, organizará un rápido viaje de vacaciones, que pronto modificará su amable perfil, para introducir la terrible realidad de los crecientes dolores de su esposa, que intentará solapar proporcionándole medicación, y al mismo tiempo intentando que ella no intuya lo que realmente padece… algo que finalmente ella conocerá inadvertidamente -y de manera un poco artificiosa-. Ello truncará por completo la estabilidad del matrimonio, decidiendo ambos retornar a su hogar -sobre todo ella, aterrada ante la certeza de la cercanía de su muerte, y al mismo tiempo, sin tener la valentía de confesar a su esposo, que ha descubierto la terrible realidad-. El viaje de regreso, entre la descarga de una tormenta, en medio de la noche, se convertirá en una auténtica pesadilla, registrándose incluso una avería en el vehículo, que tendrá que resolver, deteniéndose en una estación de carretera. No será más que un pequeño receso, para una traumática decisión de un hombre desecho de dolor.

El gran acierto de AN ACT OF MURDER, se centra de manera especial, en la capacidad que despliega Miguel Gordon, para describir esa crónica de costumbres, en torno a ese matrimonio de clase media-alta, mantenido en una relación casi de dependencia, insertando en su devenir ese doloroso drama, que no solo romperá por completo sus costumbres, sino que revelará la extrema fragilidad del mismo, cuando se inserte en su rededor una situación límite, de inevitables consecuencias. Para ello, el director articulará una puesta en escena inicialmente transparente, articulada en una planificación destacada en tomas largas, y una acertada disposición de sus actores en el encuadre. La misma irá adquiriendo un aura más sombría, ayudado para ello por los contrastes brindado por la iluminación de Hal Mohn, acrecentando la tensión, a partir del momento en el que el drama de la cercana muerte de la esposa, se adueña de las secuencias con toda su crudeza. Serán, sin duda, los mejores momentos de la película, comprobando, a fin de cuentas, la levedad que ha sostenido una relación, basada en apariencia en el respeto y la confianza, en absoluto encuentra preparada -por ninguno de sus dos componentes-, para asumir una situación límite como esta. Sobre todo, en ese juez, que tendrá que vivir y sufrir en carne propia, la rigurosidad con la que habrá definido su visión del comportamiento humano.

Llegará un momento en el que la película vivirá su particular climax, en el que el tormento interior de Calvin se plasmará en una cesión límite, al comprobar como su esposa sufre inútilmente, en ese angustioso trayecto entre la nocturnidad de una tormenta, decidiendo poner fin a la vida de su esposa y la suya propia, forzando un accidente, que parecerá concluir la película. Una oportuna elipsis, nos muestra a la hija del matrimonio, de riguroso luto, pero muy pronto veremos bajar al juez, también de luto, abstraído de toda emoción, dirigiéndose de manera casi catatónica hasta el juzgado que ha sido parte esencial de su vida, al objeto de declararse culpable. A mi juicio, el interés de AN ACT OF MURDER termina ahí. No dudo que, en el momento de su estreno, sería quizá este tramo final, el que más despertaría la atención del público de la época, probablemente alentado por la supuesta audacia de plantear una insólita vista judicial, en la que, a fin de cuentas, aparece como una de las primeras muestras, de ese tipo de cine discursivo, que plantearían una serie de realizadores caracterizados por su compromiso progresista -Losey. Endfield, Kramer, Zinnemann…-, proponiendo argumentos y películas de desigual calado que, en su conjunto, ofrecen sin embargo un grito de conciencia social, en ese universo de Hollywood, dominado por el drama del maccartismo. Y es que, en última instancia, este intenso drama melodramático, derivará en un aspecto de tesis, que servirá para exorcizar y redimir, la extrema rectitud, de un hombre, que, casi de la noche a la mañana, vio cómo se desmoronaba ante sus pies, su propia concepción del mundo, y al que solo un inesperado giro final, le permitirá plasmar desde su vocación con la justicia, un nuevo concepto más humano de la misma.

Calificación: 2’5

ANOTHER PART OF THE FOREST (1948, Michael Gordon) [La otra cara del bosque]

ANOTHER PART OF THE FOREST (1948, Michael Gordon) [La otra cara del bosque]

A la hora de valorar el aporte ofrecido por el norteamericano Michael Gordon, antes de que la llegada de la “Caza de Brujas” de McCarthy, lo condenara a ser inscrito dentro de esas temibles “listas negras” que coartaron tantas trayectorias artísticas, hay dos elementos que aparecen como sintomáticos de dicho primer periodo. El primero, su casi absoluta adscripción con la Universal. El segundo, la querencia del realizador con los códigos del melodrama. Y es que si en ese primer periodo, podemos detallar policíacos como THE LADY GAMBLES (Dirección prohibida, 1949), o extraños westerns como THE SECRET OF CONVICT LAKE (1951), lo cierto es que en todos ellos, se encuentran presentes las mismas contantes de aquellas producciones que Gordon firma, con directa implicación en las constantes de dicho género; una clara inclinación a los conflictos melodramáticos, que le hacen utilizar los códigos de ámbitos paralelos, para intentar formular propuestas en la que la impronta y el conflicto de sus personajes, se eleve por encima de las costuras argumentales y genéricas en que estas se encontraban insertas. No cabe duda que en dicha predilección, tuvo bastante que ver su experiencia previa en el ámbito teatral como intérprete y, sobre todo, como director escénico. Como era casi obligado, en esa búsqueda estimo que deliberada por parte del cineasta, no podían quedar al margen las adaptaciones literarias, surgiendo estas en base a adaptaciones teatrales. Fruto de dicha coyuntura, podemos destacar por un lado la presencia de CYRANO DE BERGERAC (Idem, 1950), quizá la producción más claramente entroncada en la qualité de cuantas filmara -.también, a mi juicio, uno de sus mejores títulos-, proporcionando a José Ferrer, el Oscar al mejor actor. Sin embargo, dentro de dicho ámbito, quizá el exponente oculto, que combina al mismo tiempo esa ambición literaria, el escaso conocimiento que mantiene en nuestros días, y al propio tiempo las posibilidades y limitaciones del talento de Gordon, es probable que lo ofrezca ANOTHER PART OF THE FOREST (1948), uno de sus títulos que no solo nunca llegó a estrenarse en las pantallas españolas en su momento, sino que durante décadas se ha mantenido oculta de poder ser contemplada por los aficionados de nuestro país.

Y hay que señalar antes que nada, que la película ofrece una considerable singularidad, al ofrecerse como un auténtico Spin off, de los personajes que años atrás había asumido el prestigioso William Wyler, al adaptar el material dramático en forma de obra teatral, creado por la escritora Lilian Hellman, al dar vida uno de los más célebres exponentes, en la colaboración del oscarizado autor de CARRIE (Idem, 1952) con la célebre actriz Bette Davis. Me refiero a THE LITTLE FOXES (La Loba, 1941) ¿Es probable que Gordon tuviera como especial referente, la especialización de Wyler como experto en dramas cinematográficos, a la hora de elegir un replanteamiento del citado material dramático? Quizá así fuera, aunque quizá fuera más probable que dicha circunstancia fuera asumida por la propia Universal, a la hora de confiar en un director que ya atesoraba cierta experiencia, planteando un mèlo de carácter historicista –faceta en la que Gordon incidió en algunas ocasiones-, confiándole un atractivo reparto, e insertándolo en una producción que en no pocos momentos destila la condición de no ofrecer un presupuesto especialmente elevado, sin que ello vaya en menoscabo de su resultado.

Así pues, ANOTHER PART OF THE FOREST nos retrotrae al pasado de la familia Hubbard, plasmando la vida de la misma en 1880, cuando en una localidad de Alabama se celebra el quince aniversario del triunfo de la Unión sobre el ejército Confederado. Sobre un brillante travelling lateral, desplegado entre la frondosidad del paisaje exterior, realzado por el vibrante fondo sonoro de Daniele Amfitreathof, dispuesto desde los propios títulos de crédito, contemplaremos el discurrir de un ya maduro personaje femenino, que contempla a disatancia la ceremonia anual dispuesta por la población. Pronto descubriremos que se trata de la temerosa matriarca de la familia –Lavinia Hubbard (Florence Eldridge)-. Ella será en el fondo la gran sufridora de este drama, siempre sometida a los designios de su despreciable y al mismo tiempo imperturbable cabeza de familia, el intransigente y añorante sureño Marcus Hubbard (Fredrick March). Ese mismo día regresará a la población el mayor de los tres hijos de la familia, el mezquino Ben (Edmond O’Brien), no sin ofrecer una mirada despreciativa de lo que vive la ciudad, desde el interior del vagón de tren. En Ben se encuentra el hijo más díscolo de Marcus, solo empeñado en la lucha imposible, de lograr un aporte económico de su progenitor, para poder embarcarse en lucrativos negocios. El otro hijo será el diletante Oscar (encarnado por Dan Dureya, también partícipe en el cast de THE LITTLE FOXES), un joven atolondrado pero de oscuros impulsos –su pertenencia al Ku-klus-klan será reveladora a este respecto-, incapaz de articular la menor inquietud de futuro. Por el contrario, la auténtica preferencia del patriarca quedará centrada en la joven y arrogante Regina (Ann Blyth, en el personaje que años antes encarnaría Bette Davis), que será al mismo tiempo la única que demostrará sensatez en el seno de la familia, aunque a espaldas de la misma mantenga una relación con un oficial nordista que intentará hacer aceptar a su progenitor.

Lo cierto y verdad es que el film de Gordon, también invisible durante décadas entre los aficionados USA, ofrece un interesante planteamiento, y al mismo tiempo se inserta con pertinencia dentro de las características en las adaptaciones teatrales emanadas en aquel tiempo por Hollywood. Se trata de unas líneas en las que se combina casi a partes iguales el convencionalismo y la destreza en este tipo de cine. Algo que tendrá su ámbito de mayor efectividad en la pertinencia de un notable juego de actores, articulando Gordon las secuencias en torno a la interacción de los diversos componentes de la familia. Y en dicho ámbito, hay que reconocer que dos son los aspectos que proporcionan la mayor validez a dicho conjunto, y que la elevan de esa querencia por lo convencional, de la que no es capaz de desprenderse totalmente. Me refiero por un lado a la capacidad de su conjunto, de describir un universo familiar dominado por la perversidad, que incluso se extenderá en el episodio del recital musical protagonizado por Marcus, en donde no dudará en humillar a la joven Birdie Bagtry (Betsy Blair), e incluso a la licenciosa compañera sentimental de su hijo, negando a la primera el préstamo que anteriormente había accedido a conceder, a petición de Ben. En cualquier caso, la verdadera amenaza, el temor soterrado ante ese secreto que gravitará sobre la familia, en torno a un terrible suceso acaecido en el pasado de la población, se dará cita en torno al personaje de Lavinia, al que la veterana Florence Eldridge proporciona la mejor performance del reparto. Será sin dura el retrato más acabado. El que proporcionará mayores matices y se eleve por encima del cierto esquematismo que preside la galería dramática de la familia protagonista. Desde ese rasgo introvertido que presidirá un carácter, al que en todo momento amenazarán con un presunto desequilibrio formal, hasta el episodio de conclusión, en el que repudiará a todos los componentes de su familia, decidiendo abandonarlos, dará la medida de lo que hubiera podido ofrecer esta película apreciable pero en el fondo limitada, a la hora de haberse inserto en un ámbito de introspección psicológica más acusado.

Ello no nos debe hacer ignorar el conjunto de un resultado dominado por un cierto atractivo, en el que curiosamente caben destacar dos secuencias, que narrativamente emergen por encima de ese eficaz servilismo teatral de su conjunto. Por un lado, el pasaje en el que descubrimos a Oscar como componente de la terrible organización racista, vengándose de forma cobarde de un ocasional galanteador de su chica. La otra, la protagonizará la propia matriarca de la familia, desmayándose ante un ventanal de su mansión, en uno de los momentos en los que se vea superada por las circunstancias.

Calificación: 2’5

THE LADY GAMBLES (1949, Michael Gordon) Dirección prohibida

THE LADY GAMBLES (1949, Michael Gordon) Dirección prohibida

Es probable que si tuviéramos que encontrar un ejemplo –este posterior- de inicio percutante, sorprendente, violento e impactante, protagonizado por una mujer, que pueda equipararse con el que muestra THE LADY GAMBLES (Dirección prohibida, 1949. Michael Gordon), tendríamos que esperar bastantes años, para que Samuel Fuller iniciara la que ara mi gusto es su obra maestra THE NAKED KISS (Una luz en el hampa, 1964) con una virulencia y modos hasta cierto puntos similares. En el film de Gordon –centrado en aquellos años iniciales de su carrera en relatos ligados al noir, la cámara se centra en la andanza de Joan Boothe (la siempre excelente Barbara Stanwyck), ayudando a un jugador de dados, en medio de un pequeño grupo de jugadores de siniestra presencia. Uno de ellos descubrirá que los dados se encuentran trucados, y mientras el jugador se da a la huída, los que acompañan la partida la emprenderán contra su ayudante, propinándole una brutal paliza que la forzará ser ingresada en una clínica con el rostro totalmente dañado, siendo al mismo tiempo dispuesta para ser ingresada en prisión una vez se produzca su recuperación. En esos momentos se incorporará en el hospital preguntando por Joan, alguien que los responsables desconocen, y que a fuer de insistir en su identidad, se confiesa como esposo de la herida –Dabid Boothe (Robert Preston)-. Será el momento en el que mediante un flash-back –la película articulará su metraje en la recurrencia a dos de ellos-, la acción se retrotraiga al momento en que la protagonista se inicie con un mundo hasta entonces grato e inofensivo para ella, incluso algo excitante –un elemento que quizá no queda demasiado destacado en la película, en función de determinar un aliciente para una pareja sólida aunque anodina- pero que casi de la noche a la mañana se convertirá en un auténtico infierno existencial para nuestra protagonista.

Todo se iniciará cuando la pareja se traslade hasta Las Vegas, donde David se dispone a realizar su trabajo periodístico, dedicándose Joan a realizar unas fotos furtivas en el interior de un casino, también con intención de laborar un reportaje. Será el elemento que le posibilitará el primer e incómodo contacto con el responsable del mismo –Horace Corrigan (un Stepehn Mcnally estupendo en la demostración de su ambivalencia)-. Será el inicio de ese despertar para una mujer hasta entonces muy anclada en su vida matrimonial, de la que se deduce que su propia hermana se establece como un elemento de enfrentamiento con ella misma e incluso entre la aparente comodidad de su matrimonio. Corrigan le brinda una sofisticación, y al mismo tiempo de manera indirecta quedará expresado como un mefistofélico inductor a la pasión que nuestra protagonista vivirá en un mundo como el del juego, que en la película quedará marcado de manera absolutamente negativa, incluyendo en ella un claro matiz moralista. Será este, sin lugar a dudas, uno de los elementos que limitan el interés que ofrece, este THE LADY GAMBLES, en la medida de describirse como un apólogo moral de dudosa complejidad. El guión del especialista Roy Huggins no logra elevarse sobre ese matiz de apología de la cotidianeidad de la vida de ese emergente colectivo de ciudadanos que conformarían muy pronto el American Way of Life. A ello contribuirá la escasa personalidad y fuerza que ofrece la descripción y el miscasting brindado por un Robert Preston ausente de fuerza como tal personaje, descompensando con ello el equilibrio que la película debería retomar a la hora de insertarse ese curioso triángulo amoroso, sobre el que se sostiene la pasión por el juego mantenida por nuestra protagonista. Unamos a ello asimismo la escasa sutileza con la que se trata el rol de la hermana de Joan –Ruth (Edith Barrett)-, escondiendo en la relación entre las dos hermanas un trauma psicológico que queda expuesto en los últimos minutos del film de manera totalmente artificiosa.

Son aspectos que no se integran en el meollo del relato, sino que por el contrario interfieren los logros de este pequeño noir, que demuestra ante todo los buenos modos narrativos de un Michael Gordon en el mejor momento de su carrera. Al igual que sucedería en la previa y más lograda THE WEB (La araña, 1947), el realizador muestra una puesta en escena llena de ritmo, impregnada por los suaves contornos y claroscuros que le brinda la fotografía en blanco y negro del gran Russell Metty, y ayudada por la química establecida entre la magnífica Stanwyck y el carismático McNally, Gordon demuestra un esmero en la planificación, el uso de la grúa, la composición de los planos atendiendo a la presencia de sus personajes en el encuadre, e incluso brindando contrastes tan atractivos como el que se produce tras el aviso del viejo que señala irónico “¡Mujeres!”, fundiendo con el magnífico plano en el que Joan y David se muestran en la cima de un pantano –en el que incluso se deslizarán unos insólitos zooms-. Pero son todo ellos instantes y momentos en una película que, pese a todas las objeciones señaladas, y a la constante sensación de que podría haber ofrecido más de lo que en última instancia alcanza, no deja de resultar una apreciable producción de la Universal International –atención a la breve aparición de un jovencísimo Tony Curttis ejerciendo como botones de hotel-. Una producción lindante con la serie B, en la que destaca la capacidad de Gordon –ayudado por un muy adecuado montaje- por mostrar ese “descenso a los infiernos” que supone la progresiva adicción al juego de Joan. En torno a la misma se ofrecerán los mejores momentos del film, como la intensidad y dramatismo de la breve secuencia en la que esta, desesperada por encontrar dinero rápido, empeña su máquina fotográfica, encontrándose con un viejo empleado que intenta disuadirla -en base a su experiencia-, de la sima a donde se va a introducir, o la impactante decisión de Horace de dejar a Joan en medio de una carretera en plena noche, cuando esta ha convertido la oportunidad del empleo que le habían proporcionado sus socios en un negocio de dudosa legalidad relacionado con las apuestas de caballos. Una muestra más de su adictiva obsesión por el juego.

No puede decirse lo mismo de lo artificiosas que aparecen esas secuencias finales, en las que la revelación del trauma oculto mantenido por Joan con su hermana, estén a punto de concluir con el suicidio de esta. Sin embargo, la relativa decepción emanada en su conclusión no impiden el relativo placer que desprenden sus mejores momentos. Se trata en definitiva de una película que, ante todo, demuestra las posibilidades que en aquellos primeros años de su carrera, se intuía en un director de no poca solvencia, que sabía ofrecer garra e intensidad dramática a su cine, y que el maccartismo condenó a un inexplicable ostracismo, hasta que años después emergiera de nuevo, convirtiéndose en uno de los más populares –y poco memorables- artífices de comedia de finales de los cincuenta.

Calificación: 2’5

THE WEB (1947, Michael Gordon) La araña

THE WEB (1947, Michael Gordon) La araña

Aunque no cabe duda que su aportación en la –justamente- mitificada LAURA (1944. Otto Preminger) –aunque en ella su rol no fuera quizá el más matizado de entre la galería que puebla el film-, sea mucho más referenciada, o haya que consignar su aportación en títulos del género como HIS KIND OF WOMAN (Las fronteras del crimen, 1951. John Farrow), THE LAS VEGAS STORY (1952, Robert Stevenson), SHOCK (El susto, 1946. Alfred L. Werker), THE LONG NIGHT (Noche eterna, 1947. Anatole Litvak) o la mismísima LEAVE HER TO HEAVEN (Que el cielo la juzgue, 1945. John M. Stahl), lo cierto es que quizá se encuentre en THE WEB (La araña, 1947. Michael Gordon), la aportación más memorable del gran Vincent Price dentro del ámbito del cine noir. La ambivalencia de su personalidad interpretativa, su elegancia amenazadora, esa capacidad para deslizarse por la pantalla con tanta superioridad como vulnerabilidad, quizá no fue lo suficientemente explotada en un género, en donde sin embargo brindó aportaciones esporádicas –que se extenderían incluso a la admirable WHILE THE CITY SLEEPS (Mientras Nueva York duerme, 1955. Fritz Lang)-, al igual que sucedió con otros intérpretes de características similares –como pudiera ser el propio Clifton Webb, con el que compartió la ya señalada LAURA, también lanzado a partir de la 20th Century Fox-. Estos y otros ejemplos ratifican la amplia galería de intérpretes por lo general no ligados al noir, que no obstante y en una dimensión más mitigada, proporcionaron al género una variedad en la tipología de sus villanos y también sus personajes más o menos positivos. Al mismo tiempo, esta atractiva producción de la Universal International nos revela la buena forma fílmica que ofreció el norteamericano Michael Gordon en el primer tramo de su carrera; aquel que finalizó de forma brusca tras ser incluido en las listas negras del maccarthysmo. Un periodo en el que puede constatar una cierta especialización dentro del ámbito del policíaco y el noir de serie B, contexto del que THE WEB emerge como ejemplo valioso, oscilando en su relato entre la demostración de un contraste de conciencias, y un turbio remolino en el que se entrelaza la voluntad de alcanzar o conservar cierta ética, unida a una lucha permanente por el absorbente y maléfico atractivo que ejerce sobre las mismas la voluntad de ascenso, riqueza económica y, en definitiva, la erótica del poder. Todo ello es ofrecido en esta siempre atractiva, en ocasiones incluso fascinante propuesta, en la que casi solo se puede reprochar la relativa decepción que brinda su conclusión, demasiado blanda y acomodaticia, máxime cuando su inmediato episodio previo ha alcanzado un grado de paroxismo casi insuperable.

Pero no nos adelantemos. THE WEB se inicia de un modo muy atractivo –tras unos títulos de crédito que nos muestran un Manhattan nocturno, marco de la acción-, centrándonos en una estación de ferrocarril a la que llega un envejecido Leopold Corner (Fritz Leiber), después de haber sufrido una condena de prisión de cinco años. Solo lo espera su hija –Martha (Maria Palmer)-, siendo ambos vigilados de forma discreta por Charles (John Abbott), a quien muy pronto descubriremos como al criado y hombre de confianza del poderoso magnate Andrew Colby (Price). Por él preguntará, de forma infructuosa, el retornado Corner, echando de menos su ausencia, pasando la película a mostrarnos al mismo en su imperio empresarial. El espectador tomará contacto con él a través de la inesperada llegada de Bob Regan (Edmond O’Brian), irrumpiendo en su despacho pese a los filtros que se le ofrecen, en la búsqueda de atención a un pequeño pleito que mantiene con un humilde propietario que Colby atropelló. Regan es un abogado dotado de tanto entusiasmo como vocación de servicio, aunque su contacto con el empresario suponga –de forma inesperada y casi a pesar suyo-, un cambio en su vida. Lo ofrecerá por un lado aceptar la casi irrenunciable propuesta económica de este –que muy pronto ha intuido que ese ímpetu puede servir a sus planes-, quien le ofrece cinco mil dólares a cambio de sus inéditos servicios como guardaespaldas durante las dos semanas que le restan para viajar y establecerse en Paris. Por otra parte, y de forma inicialmente turbia pero cada vez de manera más profunda, el joven abogado se irá ligando con la joven Noel Faraday (Ella Raines), secretaria e incluso enamorada de Colby. Serán estos dos elementos de partida, la base en definitiva, para centrarnos en la muerte del viejo Corner de manos de Regan, cuando este se encontraba en una cita nocturna en el despacho del empresario. El expresidiario fue el cabeza de turco en una falsificación de bonos valorada en un millón de dólares, de los que nunca se supo su paradero, y a partir de la cual el magnate estableció su imperio financiero. Todo parece perfecto en un accidente provocado en defensa propia. Sin embargo, poco a poco el joven abogado y ocasional guardaespaldas percibirá por un lado las turbias y sofisticadas maneras, así como el hecho de haber resultado él mismo partícipe de una auténtica encerrona, en la que Colby no dudará en introducir de forma diabólica incluso a las personas de su confianza –Charles y Noel-, cuando estas puedan suponer un inconveniente en sus aspiraciones.

Resulta indudable reconocer que el eje vector sobre el que pivota el principal interés de THE WEB, reside en la fascinante y casi mefistofélica composición que Price realiza de este magnate empresarial de turbios orígenes. A través de su elegancia, sus refinados modales, o la afilada ironía de sus diálogos, la película adquiere una vertiente turbia de enorme calado, destacando su realizador algunos de sus momentos o decisiones más inquietantes, encuadrando a Colby y a los personajes sobre los que manifiesta sus acciones sobre fondos negros de amenazadora composición. Con todos estos elementos, la película adquiere esa casi irrespirable atmósfera de negrura, al servicio de la mente de un demiurgo de entronque criminal, que no dudará incluso en eliminar a quien ha sido su persona de confianza, previendo con ello una futura amenaza a sus intereses. Pese a su relevancia, no es solo la fuerza proporcionada por su pérfido personaje la que dota de interés a esta película. Lo ofrece en primer grado la elegante realización de Gordon –destacada tanto en la funcionalidad de sus movimientos de cámara, la utilización dramática de la iluminación o la ubicación de los actores dentro del encuadre-, los afilados diálogos que se disparan en todo el metraje, o el acierto de su cast. En esta vertiente, además de la composición de Price, resulta magnífica la utilización de un Edmond O’Brian que sabe mostrar en su registro la complejidad de una personalidad dividida entre los principios morales que siempre ha seguido, y la aceptación de la tentación que acepta de Colby. Y junto a este, deviene incluso sorprendente la composición del excelente William Bendix, en esta ocasión abandonando sus roles de matón, para encarnar a un agente de la ley, el teniente Damico, dotando al mismo una considerable dosis de socarronería. Unamos a ello la elegancia de Ella Raines –una actriz muy interesante, que no tuvo la suerte que merecía por su talento-, y la ambigüedad –rondando una nuance homosexual no correspondida- que proporciona John Abbott a su rol de fiel y sumiso hombre de confianza del empresario. Con todos estos mimbres, ayudado por un guión revestido de notables matices –obra de William Bowers y Bertram Millhauser, basados en una historia del habitual comediógrafo Harry Kurnitz-, y la aportación de una fotografía en blanco y negro de Irving Glassberg en la que sus claroscuros aparecen revestidos de una extraña sofisticación, Michael Gordon demuestra su destreza a la hora de moverse por ambientes y situaciones dominadas por la ambivalencia e incluso lo siniestro. Todo ello aparece plasmado con un cierto grado de densidad en este sinuoso juego ideado y corregido sobre la marcha por alguien caracterizado tanto por sus ínfulas de enriquecimiento, como sobre todo por su auto convencida percepción de resultar alguien que se sitúa muy por encima de todos cuantos le rodean. Esta ceremonia de turbio calado será narrada por Gordon utilizando incluso elementos de montaje de gran refinamiento, como el fundido que ligará el instante en el que Colby guarda el arma con el que Regan ha matado accidentalmente a Corner, con el discurrir del teclado de un piano. Diáfana metáfora del juego sutil y pérfido acometido por un ser, que no obstante acabará cayendo en su mismo juego, revestido de manera hábil por quien menos cabría esperar, tanto por personalidad como por métodos. Será un episodio este dominado de forma admirable en su tensión por Gordon, aunque su fuerza de alguna manera quede mitigada en su convencional conclusión. Sería quizá la manera de dulcificar ante el gran público un relato que en sus mejores momentos distribuye una mirada poco complaciente sobre los comportamientos de poder, aunque en modo alguno mitigue el grado de atractivo demostrado por un thriller tan escasamente conocido como digno de ser reseñado, revelador tanto de los buenos modos que en aquellos tiempos caracterizaron a su realizador, una de tantas víctimas de aquel periodo tan convulso para la vida norteamericana.

Calificación: 3

THE SECRET OF CONVICT LAKE (1951, Michael Gordon)

THE SECRET OF CONVICT LAKE (1951, Michael Gordon)

Es probable que todos aquellos que conozcan y disfruten –yo más lo primero que lo segundo- PILLOW TALK (Confidencias a medianoche, 1959) desconozcan que tras la cámara se encontraba un realizador como Michael Gordon, que ya entonces se encontraba de retorno a un cine norteamericano que había dejado de forma abrupta, al ser una de las víctimas más destacadas del maccartismo en la pantalla. No puede decirse que el taquillero y representativo exponente de comedia protagonizado por Rock Hudson y Doris Day fuera un referente de especial significación, ni siquiera demostrara un especial rasgo de estilo en su actualización de la sempiterna “guerra de los sexos”. Pero al menos trajo la vuelta a la actividad de un realizador hasta entonces postergado, que poco tiempo después firmaría otra aportación al género más atractiva, como fue BOYS’ NIGHT OUT (Una vez a la semana, 1962), dentro de una filiación a la comedia tan simpática como poco perdurable. Sin embargo, es en sus primeros pasos como realizador, donde cabe encontrar lo mejor del Gordon realizador, quien firmó una atractiva versión de CYRANO DE BERGERAC (1950), y a la que cabría unir THE SECRET OF CONVICT LAKE (1951), notable producción de la 20th Century Fox en la que, bajo una mixtura de drama envuelto en lejanos aromas westernianos, se esconde una meridiana parábola en torno a la necesidad de la comprensión y la compañía del ser humano. No era por otra parte, la única ocasión en la que el estudio de Zanuck se inclinaba por combinaciones genéricas de este tipo. Recordemos para ello un ejemplo tan atractivo –y paralelo en el tiempo al que comentamos- como RAWRIDE (El correo del infierno, 1951. Henry Hathaway), con el que comparte esa creciente tensión en el encuentro de sendos colectivos humanos, absolutamente contrapuestos unos a otros, pero de los que en el último momento se establecerán nexos de unión.

Nos encontramos a finales del siglo XIX, asistiendo a los últimos coletazos de la fuga de un grupo de cerca de treinta reclusos de una prisión en Nevada. Todos han huido teniendo como fondo las inclemencias de una tremenda tormenta de nieve en plena montaña, siendo seguidos por patrullas que encontrarán los cadáveres de la mayor parte de todos ellos. Apenas quedarán seis, quienes en un momento de extrema crudeza por el clima, dejarán de ser perseguidos por las patrullas a caballo, incapaces de seguirlos en la nieve. Uno de los presos fugados morirá cuando estos se encuentran a punto de acceder a un pequeño poblado. Este quedará definido como un auténtico oasis en medio de la tempestad, del que pronto descubrirán se encuentra apenas poblado por un número reducido de mujeres. Estas se apercibirán de la existencia de elementos extraños que alteran su cotidianeidad por medio del perro de una de ellas, pero pronto se producirá el encuentro entre el grupo de fugados, y las vecinas de diferentes edades que se encuentran en el pequeño poblado –más adelante sabremos que están esperando a sus diferentes esposos o novios, que se encuentran en la búsqueda de plata-. A partir de un hostil acercamiento inicial, que solo tendrá un punto de inflexión al ayudar a unos hombres que se encuentran por completo desfallecidos, poco a poco se establecerá un conflicto de matiz psicológica, en el que estas mujeres provistas en su comportamiento habitual de una fuerte personalidad, en el fondo sucumbirán ante el hecho de la propia presencia de seres del sexo masculino.

Será esa, sin lugar a duda, una de las virtudes de este tenso relato, en el que hay que destacar el magnífico guión que le sirve como punto de partida –en el que parece que Ben Hetch colaboró sin estar acreditado-. Unamos a ello la fuerza que tienen sus primeros instantes, describiendo la furia de la tormenta de nieve sobre la que huyen y son perseguidos los presos, mientras la voz en off nos relata lo acaecido hasta llegar a ese momento. La atmósfera sombría propia de los films adscritos al género en la Fox –bien ayudados por la espléndida labor fotográfica de Leo Tover-, nos adentra en un contexto cerrado y opresivo, familiar para todos aquellos que hayan seguido las muestras del western en este estudio. Y será a partir de centrarse la acción en la pequeña población, cuando THE SECRET OF… deja entrever el acierto de su engranaje psicológico. Un proceso de relaciones que deviene por momentos magnífico, sobre todo centrado en la idoneidad mostrada a través de la definición de los personajes descritos, y el acierto del cast elegido para encarnarlos –incluso un villano tan arquetípico y poco sutil como Zachary Scott resulta funcional en el conjunto, y curioso será consignar la presencia del británico Cyril Cusack-. En realidad, el film de Gordon expondrá una singular partida de conquista entre dos mundos bien opuestos. Uno de ellos formado por el grupo de facinerosos –aunque entre ellos se pongan de manifiesto diversas categorías- y otro colectivo de seres definidos en apariencia como nobles –las mujeres, entre las que también coexistirán una diferente gradación de tipologías-. Como si se tratara de una partida de ajedrez formada con caracteres humanos en pleno contexto rural, con ecos del universo cerrado de Eugene O’Neill, asistimos por un lado a la búsqueda por parte de un grupo de seres malvados, en los que destacará la redención de uno de ellos, condenado a muerte injustamente –Jim Canfield-, a los cuales el destino –o quizá no tanto-, ha llevado a un contexto marcado por la represión de un grupo de mujeres de diferentes edades y perfiles, comandadas por la veterana Granny (Ethel Barrymore). Un microcosmos cerrado, entre el que destacará la fortaleza y nobleza de carácter aportada por la joven Marcia (Gene Tierney), mientras que en sentido contrario tendrá especial protagonismo el resentimiento que mantiene Rachel (Ann Dvorak) -hermana del prometido de Marcia-, cuyo carácter amargo proviene del fracaso personal que comprueba al haber pasado los años y no haber dejado nunca de ser una triste solterona. Es en concreto en este personaje donde THE SECRET OF… incide con mayor crueldad, al comprender Johnny Greer (el citado Scott), las flaquezas de la misma, intuyendo que con ella podrá encontrar ese botín que en su momento escondió su hermano en un asalto por el que fue culpabilizado Canfield. Hay un instante especialmente memorable en ese aspecto, cuando Rachel no se pueda resistir al asedio sexual que le brinda Greer, abrazándose a él con garra apenas contenida, mientras la cámara funde con la imagen de la llama de una hoguera.

THE SECRET OF CONVICT LAKE es el ejemplo perfecto de un tipo de producción reconocible en el ámbito de un estudio –en este caso la Fox-, confeccionado con destreza, en el que no se descuidan ninguno de sus elementos. Resulta tan preciso a la hora de configurar sus personajes y conflictos, como competente en el momento de aplicar una atmósfera claustrofóbica, que se corresponde a nivel físico con el callejón sin salida al que se someterán sus protagonistas, y que tendrá su pathos en los minutos finales, con el inútil –e inevitable- sacrificio del malvado Greer, y la oportunidad de redención brindada por esa comunidad que ha conocido la nobleza que en el fondo existe en el interior de Jim. Con ello, evitarán que este vaya a ser condenado sin merecerlo, sino que incluso le otorgará una oportunidad de vivir su futuro con la prometida del hombre que propició su injusta condena. Es en la valentía de esos aspectos –como por ejemplo la presencia de ese joven psicópata sexual que se encuentra entre los cinco conflictos-, donde cabría destacar por último la audacia de una película en la que se adelanta en la pantalla al planteamiento de personajes de dichas características, tal y como posteriormente brindaría la excepcional WHILE THE CITY SLEEPS (Mientras Nueva York duerme, 1956) aunque, eso sí, sin la complejidad mostrada en la obra cumbre de Fritz Lang. Sin embargo, no es poco lo conseguido en esta apenas conocida película de Michael Gordon, que concluye combinando el recurso a la fidelidad de los hechos, con un matiz –marcado de nuevo por la voz en off inicial-, en el que queda abierto un cierto margen de deseo de felicidad compartida.

Calificación: 3