THE WEB (1947, Michael Gordon) La araña
Aunque no cabe duda que su aportación en la –justamente- mitificada LAURA (1944. Otto Preminger) –aunque en ella su rol no fuera quizá el más matizado de entre la galería que puebla el film-, sea mucho más referenciada, o haya que consignar su aportación en títulos del género como HIS KIND OF WOMAN (Las fronteras del crimen, 1951. John Farrow), THE LAS VEGAS STORY (1952, Robert Stevenson), SHOCK (El susto, 1946. Alfred L. Werker), THE LONG NIGHT (Noche eterna, 1947. Anatole Litvak) o la mismísima LEAVE HER TO HEAVEN (Que el cielo la juzgue, 1945. John M. Stahl), lo cierto es que quizá se encuentre en THE WEB (La araña, 1947. Michael Gordon), la aportación más memorable del gran Vincent Price dentro del ámbito del cine noir. La ambivalencia de su personalidad interpretativa, su elegancia amenazadora, esa capacidad para deslizarse por la pantalla con tanta superioridad como vulnerabilidad, quizá no fue lo suficientemente explotada en un género, en donde sin embargo brindó aportaciones esporádicas –que se extenderían incluso a la admirable WHILE THE CITY SLEEPS (Mientras Nueva York duerme, 1955. Fritz Lang)-, al igual que sucedió con otros intérpretes de características similares –como pudiera ser el propio Clifton Webb, con el que compartió la ya señalada LAURA, también lanzado a partir de la 20th Century Fox-. Estos y otros ejemplos ratifican la amplia galería de intérpretes por lo general no ligados al noir, que no obstante y en una dimensión más mitigada, proporcionaron al género una variedad en la tipología de sus villanos y también sus personajes más o menos positivos. Al mismo tiempo, esta atractiva producción de la Universal International nos revela la buena forma fílmica que ofreció el norteamericano Michael Gordon en el primer tramo de su carrera; aquel que finalizó de forma brusca tras ser incluido en las listas negras del maccarthysmo. Un periodo en el que puede constatar una cierta especialización dentro del ámbito del policíaco y el noir de serie B, contexto del que THE WEB emerge como ejemplo valioso, oscilando en su relato entre la demostración de un contraste de conciencias, y un turbio remolino en el que se entrelaza la voluntad de alcanzar o conservar cierta ética, unida a una lucha permanente por el absorbente y maléfico atractivo que ejerce sobre las mismas la voluntad de ascenso, riqueza económica y, en definitiva, la erótica del poder. Todo ello es ofrecido en esta siempre atractiva, en ocasiones incluso fascinante propuesta, en la que casi solo se puede reprochar la relativa decepción que brinda su conclusión, demasiado blanda y acomodaticia, máxime cuando su inmediato episodio previo ha alcanzado un grado de paroxismo casi insuperable.
Pero no nos adelantemos. THE WEB se inicia de un modo muy atractivo –tras unos títulos de crédito que nos muestran un Manhattan nocturno, marco de la acción-, centrándonos en una estación de ferrocarril a la que llega un envejecido Leopold Corner (Fritz Leiber), después de haber sufrido una condena de prisión de cinco años. Solo lo espera su hija –Martha (Maria Palmer)-, siendo ambos vigilados de forma discreta por Charles (John Abbott), a quien muy pronto descubriremos como al criado y hombre de confianza del poderoso magnate Andrew Colby (Price). Por él preguntará, de forma infructuosa, el retornado Corner, echando de menos su ausencia, pasando la película a mostrarnos al mismo en su imperio empresarial. El espectador tomará contacto con él a través de la inesperada llegada de Bob Regan (Edmond O’Brian), irrumpiendo en su despacho pese a los filtros que se le ofrecen, en la búsqueda de atención a un pequeño pleito que mantiene con un humilde propietario que Colby atropelló. Regan es un abogado dotado de tanto entusiasmo como vocación de servicio, aunque su contacto con el empresario suponga –de forma inesperada y casi a pesar suyo-, un cambio en su vida. Lo ofrecerá por un lado aceptar la casi irrenunciable propuesta económica de este –que muy pronto ha intuido que ese ímpetu puede servir a sus planes-, quien le ofrece cinco mil dólares a cambio de sus inéditos servicios como guardaespaldas durante las dos semanas que le restan para viajar y establecerse en Paris. Por otra parte, y de forma inicialmente turbia pero cada vez de manera más profunda, el joven abogado se irá ligando con la joven Noel Faraday (Ella Raines), secretaria e incluso enamorada de Colby. Serán estos dos elementos de partida, la base en definitiva, para centrarnos en la muerte del viejo Corner de manos de Regan, cuando este se encontraba en una cita nocturna en el despacho del empresario. El expresidiario fue el cabeza de turco en una falsificación de bonos valorada en un millón de dólares, de los que nunca se supo su paradero, y a partir de la cual el magnate estableció su imperio financiero. Todo parece perfecto en un accidente provocado en defensa propia. Sin embargo, poco a poco el joven abogado y ocasional guardaespaldas percibirá por un lado las turbias y sofisticadas maneras, así como el hecho de haber resultado él mismo partícipe de una auténtica encerrona, en la que Colby no dudará en introducir de forma diabólica incluso a las personas de su confianza –Charles y Noel-, cuando estas puedan suponer un inconveniente en sus aspiraciones.
Resulta indudable reconocer que el eje vector sobre el que pivota el principal interés de THE WEB, reside en la fascinante y casi mefistofélica composición que Price realiza de este magnate empresarial de turbios orígenes. A través de su elegancia, sus refinados modales, o la afilada ironía de sus diálogos, la película adquiere una vertiente turbia de enorme calado, destacando su realizador algunos de sus momentos o decisiones más inquietantes, encuadrando a Colby y a los personajes sobre los que manifiesta sus acciones sobre fondos negros de amenazadora composición. Con todos estos elementos, la película adquiere esa casi irrespirable atmósfera de negrura, al servicio de la mente de un demiurgo de entronque criminal, que no dudará incluso en eliminar a quien ha sido su persona de confianza, previendo con ello una futura amenaza a sus intereses. Pese a su relevancia, no es solo la fuerza proporcionada por su pérfido personaje la que dota de interés a esta película. Lo ofrece en primer grado la elegante realización de Gordon –destacada tanto en la funcionalidad de sus movimientos de cámara, la utilización dramática de la iluminación o la ubicación de los actores dentro del encuadre-, los afilados diálogos que se disparan en todo el metraje, o el acierto de su cast. En esta vertiente, además de la composición de Price, resulta magnífica la utilización de un Edmond O’Brian que sabe mostrar en su registro la complejidad de una personalidad dividida entre los principios morales que siempre ha seguido, y la aceptación de la tentación que acepta de Colby. Y junto a este, deviene incluso sorprendente la composición del excelente William Bendix, en esta ocasión abandonando sus roles de matón, para encarnar a un agente de la ley, el teniente Damico, dotando al mismo una considerable dosis de socarronería. Unamos a ello la elegancia de Ella Raines –una actriz muy interesante, que no tuvo la suerte que merecía por su talento-, y la ambigüedad –rondando una nuance homosexual no correspondida- que proporciona John Abbott a su rol de fiel y sumiso hombre de confianza del empresario. Con todos estos mimbres, ayudado por un guión revestido de notables matices –obra de William Bowers y Bertram Millhauser, basados en una historia del habitual comediógrafo Harry Kurnitz-, y la aportación de una fotografía en blanco y negro de Irving Glassberg en la que sus claroscuros aparecen revestidos de una extraña sofisticación, Michael Gordon demuestra su destreza a la hora de moverse por ambientes y situaciones dominadas por la ambivalencia e incluso lo siniestro. Todo ello aparece plasmado con un cierto grado de densidad en este sinuoso juego ideado y corregido sobre la marcha por alguien caracterizado tanto por sus ínfulas de enriquecimiento, como sobre todo por su auto convencida percepción de resultar alguien que se sitúa muy por encima de todos cuantos le rodean. Esta ceremonia de turbio calado será narrada por Gordon utilizando incluso elementos de montaje de gran refinamiento, como el fundido que ligará el instante en el que Colby guarda el arma con el que Regan ha matado accidentalmente a Corner, con el discurrir del teclado de un piano. Diáfana metáfora del juego sutil y pérfido acometido por un ser, que no obstante acabará cayendo en su mismo juego, revestido de manera hábil por quien menos cabría esperar, tanto por personalidad como por métodos. Será un episodio este dominado de forma admirable en su tensión por Gordon, aunque su fuerza de alguna manera quede mitigada en su convencional conclusión. Sería quizá la manera de dulcificar ante el gran público un relato que en sus mejores momentos distribuye una mirada poco complaciente sobre los comportamientos de poder, aunque en modo alguno mitigue el grado de atractivo demostrado por un thriller tan escasamente conocido como digno de ser reseñado, revelador tanto de los buenos modos que en aquellos tiempos caracterizaron a su realizador, una de tantas víctimas de aquel periodo tan convulso para la vida norteamericana.
Calificación: 3
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