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CINEMA DE PERRA GORDA

Ray Enright

RETURN OF THE BAD MEN (1948, Ray Enright) [El regreso del forajido]

RETURN OF THE BAD MEN (1948, Ray Enright) [El regreso del forajido]

Epítome del profesional incansable e impersonal, el norteamericano Ray Enright fue un avezado en el cine de género, carente de personalidad, y tan profesional como escasamente inspirado. No es demasiado lo que he podido contemplar de sus setenta largometrajes, pero he reconocer que entre ellos he encontrado más rutina que buen cine. Sin embargo, he de reconocer que RETURN OF THE BAD MEN (1948), sin ser un título de gran nivel, me aparece como lo más atractivo que hasta el momento he podido contemplar de su dilatada filmografía. Inserta dentro de las diversas producciones del cine del Oeste que Enright rodó al servicio de una cada vez más consolidada estrella del género como fue Randolph Scott, eternamente ligado a la serie B pero, al mismo tiempo madurando a cada título en la configuración de su personaje, esta aparece como una relativa prolongación a BAD MEN OF MISSOURI (1941) también rodada por Enright, e igualmente poblada por una amplia iconografía de célebres bandidos de la historia del western.

La presencia en esta ocasión de una figura como Scott en absoluto condiciona su resultado. Es más, estoy dispuesto a considerar que esa presencia de un cocktail de célebres bandidos del Oeste -quiero pensar que utilizaron una fórmula frecuentada en la Universal dentro del cine de terror- podía haberse suprimido por completo, y en modo alguno hubiera perjudicado el resultado final, de esta bien urdida producción de serie B en el seno de la RKO, y poseedora de no pocos alicientes, hasta el punto de favorecer un resultado final más que estimable. Nos encontramos en 1889, en la ciudad de Braxton (Oklahoma). Sus moradores se encuentran preparando un traslado hasta otra nueva ciudad anhelando con ello alcanzar nuevas tierras vírgenes. La ciudad, con todo, sigue manteniendo una enorme vitalidad llegando hasta ella el grupo de forajidos que comanda el ya veterano Will Bill Doolin (Robert Armstrong), asaltando el banco que comanda el no menos curtido John J. Pettit (Gabby Hayes). El antiguo ranger Vance Cordell (Scott) se encuentra prometido con Madge (Jacqueline White), la hija de Pettit, viuda y con un hijo caracterizada por su deseo de vivir una vida al margen de la violencia del Oeste, en California y junto a Cordell. La circunstancia del atraco pillará de manera inesperada a este en su alejada vivienda, mediante el acoso de tres de los asaltantes, quienes matarán a su fiel ayudante indio. Una vez Cordell se entere del asalto y del crimen contra su ayudante, perseguirá a los ladrones capturando a la joven Cheyenne (Anne Jeffreys) portadora además del botín, sugiriéndole que se entregue. Los bandidos atracarán al protagonista llevándose con ellos a Cheyenne. Sin embargo, finalmente esta huirá evocando las razones que Vance le ha ido insinuando, aunque regresando a donde este se encuentra, y aceptando su entrega a la justicia de la localidad.

En Braxton se está ultimando el viaje de sus vecinos al objeto de colonizar la nueva ciudad de Guthrie -éxodo que se plasmará de manera casi elíptica, utilizando tomas de archivo de títulos precedentes-. Allí, muy pronto se establecerá y crecerá la población abandonando el destacamento de caballería la misma, y dejando al mando a Cordell cuando este se planteaba su definitiva marcha a California con su futura esposas. Allí llegará también, de manera inesperada, la joven Cheyenne -quien desde el primer momento, se ha sentido atraída de manera latente por nuestro protagonista- acompañada por el juez, quien le recomienda que ejerza como telegrafista en la propia oficina del nuevo Sheriff, quien asimismo la acogerá en su propia casa. Todo ello establecerá una soterrada pugna entre ella y Maggie, quien ha solicitado que la boda entre ambos se retrase. El destino de Guthrie vivirá otro nuevo atraco por parte de la agrupación de bandidos que, hasta ese momento, se ha mantenido ausente, y entre los cuales surgirá una rebelión interna entre Dooli, y el más joven y despreciable Sundance (Robert Ryan), que pretenderá erigirse como líder de lo que queda de dichos delincuentes. Estos desaparecerán tras el atraco, pero Cordell intuirá -por la inesperada pista que le proporcionará uno de los vecinos de la población- que estos se encuentran en las abandonadas viviendas de Braxton. Será el momento de coordinar refuerzos y acudir hasta allí, para enfrentarse con los asaltantes que han llegado a asesinar a Cheyenne.

De entrada, si algo deviene deficiente en RETURN OF THE BAD MEN no solo es la ausencia de rigor histórico de la propuesta, sino incluso algunas debilidades de guion. La menor de ellas no es, por supuesto, ese inesperado abandono de la autoridad militar en la nueva Guthrie, precisamente tras el asalto sufrido que es cuando estos debieran actuar. Pese a esas limitaciones, desde el primer momento, el film de Enright atesora un especial aliado en la oscura iluminación en blanco y negro del estupendo J. Roy Hunt, uno de los más brillantes en el seno de la RKO, quien conseguirá en todo momento plasmar una atmósfera oscura que supera los instantes más o menos familiares, para adueñarse de aquellos instantes dominados por lo bizarro y lo violento. Dicha circunstancia, y un encomiable sentido del ritmo, unido a un por lo general preciso uso del primer plano en aquellos momentos en los que la tensión se eleva, permiten que su conjunto adquiera un nada desdeñable grado de interés.

En sus imágenes no se ausentará el componente humorístico, presente sobre todo en las salidas del veterano director de banco y, muy especialmente, en sus constantes enfrentamientos con uno de sus clientes, que a lo largo de la película aparecen como un curioso remedo de Laurel & Hardy proporcionando, además, una curiosa y disolvente conclusión a la película. También en esta vertiente aparecerá esa rotulación que expresará el repentino crecimiento de la nueva población del Oeste. La película no olvidará una insólita vertiente de melodrama triangular, por medio de esa doble atracción hacia Cordell por parte de su hasta entonces indolente prometida que, una vez Cheyenne se encuentre cerca de este establecerá una clara competitividad con la recién llegada, al objeto de intentar atraer la atención de este. Las leyes de Hollywood nos harán intuir desde el primer momento que Cheyenne desaparecerá en el último momento. Pero esta convención no nos evitará una secuencia entre ambas, en la que esta última aconsejará a la más convencional Madge que sea sincera a la hora de expresar el sentimiento que le une a su prometido. En todo caso, lo mejor, lo más perdurable de RETURN OF THE BAD MEN reside en diversas de sus secuencias, que inciden en una sordidez expresada con una iconografía muy cercana al cine noir, en el que este estudio resultó uno de sus más inolvidables especialistas. Ello se expresa en secuencias magníficas como la del asesinato del ayuda indio del protagonista -descrita con un valioso uso de las sombras y el off narrativo-. Los planos que muestran la ciudad de Braxton convertida en desértica, incluso aquel breve instante en el que uno de los vecinos de Guthrie verá ciertos aspectos de vida en la misma. Esa escalada en lo sombrío se acentuará en sus minutos finales, con la espléndida y dura secuencia del estrangulamiento de Cheyenne, mediante un estupendo uso del contraste lumínico, así como en el descubrimiento de su cadáver por parte del hijo de Madge, insertando una audaz elipsis, que nos trasladará al dolor de Cardell, mientras vemos el primer plano al pequeño llorando con el rostro escondido. La ofensiva del protagonista contra los bandidos propiciará dos episodios magníficos desarrollados ambos en la abandonada Braxton. El primero, nocturno y acompañado por un grupo de voluntarios, describirá la ofensiva a los bandidos que están celebrando una fiesta en el viejo saloon, en la que algunos de ellos caerán, otros huirán y el viejo Doolin será detenido. Sin embargo, Sundance se ha escapado. Y en ese mismo saloon, ya solo entre Cardell y el escurridizo bandido, se desarrollará una brutal pelea descrita con tanta violencia externa como tensión latente y brillante utilización del espacio escénico y la propia iluminación de dicho escenario, solo por la cual merece la pena contemplar el conjunto de esta interesante aportación al western, que aparece como una peculiar secuela de la previa BADMAN’S TERRITORY (1946, Tim Whelam), también protagonizada por Randolph Scott.

Calificación: 2’5

THE WAGONS ROLL AT NIGHT (1941, Ray Enright) [El circo sangriento]

THE WAGONS ROLL AT NIGHT (1941, Ray Enright) [El circo sangriento]

¿Se acuerdan del sketch Dynamite Fists, que conformaba la primera mitad de la entrañable y olvidada MOVIE MOVIE (1978, Stanley Donen)? En aquella mirada entrañable se representaba todo un espíritu de producción, en títulos de rodaje rápido, que en definitiva aparecían como pequeños exponentes “de aprendizaje”, en los cuales un personaje de joven edad, se veía imbuido en un contexto inesperado, gracias a la propuesta que le formulaba el destino, dirimido por un demiurgo que veía en dicha confluencia no solo un beneficio económico sino, en un segundo término, más latente, la posibilidad de una prolongación existencial. Fueron todos ellos producciones de rodaje rápido, que tuvieron quizá su especial adscripción al mundo del boxeo –el ejemplo de KID GALAHAD (1937, Michael Curtiz) deviene paradigmático--, pero que se extendió en numerosas variantes, que cautivaron los públicos ansiosos, en las pantallas de la segunda mitad de la década de los treinta, y primeros cuarenta.

THE WAGONS ROLL AT NIGHT (1941, Ray Enright) aparece de manera pertinente como uno de dichos ejemplos. Quizá de los más tardíos, agrupando en su enunciado lo más perdurable y al mismo tiempo lo más periclitado de un modo de producción, que popularizó una de las más efectivas majors de Hollywood; la Warner Bros. El film de Enright queda ambientado en el contexto del paupérrimo circo que comanda Nick Coster (Humphrey Bogart). Inserto en una dinámica en donde predomina la pìcaresca, con unas atracciones desgastadas que en poco atraen al público, la inesperada fuga de uno de los leones que conforman el número del alcoholizado domador Hoffman (Sig Ruman), llevará al felino hasta la tienda en la que se encuentra como dependiente el joven Matt Varney (Eddie Albert). La inesperada acción de este para dominar al animal, llamarán la atención de Coster, quien invitará a Varney a formar parte del personal del circo, aprovechándose de su popularidad, e intentando este de manera paulatina conocer los entresijos de la faceta de domador, al tiempo que ir perdiendo el miedo en dichos números. De manera paulatina a esa creciente confianza, una de las crisis de Hoffman con el alcohol, llevarán a Varney a sustituirle en su número, logrando hacerlo con gran éxito, provocando el despido del viejo domador, el intento de venganza de este, su enfrentamiento con Varney y su muerte accidental. Consecuencias todas ellas que obligarán al muchacho a huir y ser refugiado en casa de la hermana de Nick. Será un nuevo ámbito, en donde la joven Mary (Joan Leslie), se acercará al sensible protagonista. Dicho acercamiento enfurecerá a su hermano, que no dudará en plantear una venganza contra este, pero al mismo tiempo provocará un enorme dolor en la fiel compañera de Nick –Flo Lorraine (Sylvia Sydney)-, secreta enamorada de Matt desde la primera vez que lo contempló.

Así pues, THE WAGONS ROLL AT NIGHT ofrece otra de esas combinaciones de melodrama triangular, relato dominado por un inapelable ritmo, propuesta de género, mirada realista a un determinado ámbito y crónica de la redención de un personaje dominado por la astucia y ciertos bajos instintos. Todo ello es batido en una hipotética coctelera, describiendo su desarrollo en el contexto de un circo decrépito, mostrado con efectividad en sus primeros pasajes –apenas unos apuntes acrecentados con leves proclamas y un atinado montaje-, sin que ello nos deje el extraño resabio de haber desaprovechado la ocasión de plasmar la entraña de un mundo dominado por lo sombrío, como sí lo habrían exteriorizado con anterioridad no pocas obras firmadas por Tod Browing, o años después mostrarían exponentes como NIGHTMARE ALLEY (El callejón de las almas perdidas, 1947. Edmund Goulding), o incluso la vilipendiada y magnifica MAN ON A TIGHTROPE (Fugitivos del terror rojo, 1953. Elia Kazan). En su defecto, y pese al tono realista consustancial a las producciones del estudio, la película del competente aunque nunca demasiado inspirado Enright, ofrece una mirada en torno al mundo circense, en la que el atisbo de decadencia, jamás sobrepasa la barrera de lo pintoresco, o el referente para un contexto melodramático.

Será una demostración más de una fórmula de probada efectividad y, si más no, solvencia fílmica, pese a que en la película se eche de menos no ya la presencia de una superior densidad a su conjunto, sino simplemente el hecho de que el mismo ofrezca una determinada unidad. Lo cierto es que casi en todo momento se tiene la sensación de asistir a un título compuesto de descartes. De entrada, la blandura del joven Eddie Albert –cierto es que ni de mayor fue nunca gran cosa-, no ayuda en nada a sentir empatía con su rol dominado por la inocencia. A partir de dicha carencia, se percibe en demasía el recurso al montaje, que si bien en ciertos momentos permite que aflore ese ritmo consustancial a las producciones del estudio, en más ocasiones de las deseables, aparece para disimular las carencias dramáticas de su conjunto. O quizá la pincelada melodramática existente entre Varney y la hermana de Nick no deje de aparecer algo relamida y carente de auténtica fuerza. Queda, eso sí, ese contexto realista que rodea el mundo de la profesión circense, la más que competente tipología de secundarios –ese carterista que aparece en los primeros compases del film-, o la agresividad y contraste de su tono fotográfico, la fuerza que se percibe en la encerrona que Nick brinda a Matt, convenciéndolo para que ejerza de domador junto con el león asesino –impagable el primer plano sobre Bogart, contemplando el espectador el instinto homicida que anida en su mente-. No obstante, si algo perdura en el espectador tras visionar esta tan previsible como liviana THE WAGONS ROLL AT NIGHT, es poder saborear la fuerza y sensibilidad esgrimida por Sylvia Sidney, en su rol de compañera de Nick y secreta enamorada de Matt. Sus miradas, su constante apoyo, el alma en suma con el que desarrolla un rol sacrificado en su capacidad de decisión, pero grande en su manera de influir a la hora de ofrecer el camino recto en aquellos que le rodean, brinda las mayores cuotas de autenticidad de esta pequeña pero aceptable película de la Warner, exponente de unos modos de producción que legaron frutos superiores, aunque no por ello en este caso dejaron de ofrecer una menguada cuota de validez.

Calificación: 2

KANSAS RAIDERS (1950, Ray Enright) [Los asaltantes de Texas]

KANSAS RAIDERS (1950, Ray Enright) [Los asaltantes de Texas]

Pese a una dilatada producción que se remonta al propio periodo silente, y se extiende a cerca de setenta largometrajes, lo cierto es en la figura del norteamericano Ray Enright define a la perfección tantos y tantos realizadores que, engrosados dentro del contexto de producción de la serie B, también ejemplifican que la inclusión de la misma no siempre llevaba aparejado el marchamo de un especial grado de calidad. No han sido hasta la fecha muchos los títulos suyos que he contemplado, pero la muestra y esa cierta intuición de veterano aficionado, me hace inducir a pensar que en su figura se ofreció un profesional más o menos competente, pero en pocas ocasiones inspirado. Dentro de dichos parámetros, cabe incluir KANSAS RAIDERS (1950), uno de los últimos títulos de su larga andadura, estimo que puesto en práctica por parte de la Universal International, para servir como lanzamiento de la figura que supuso el limitado y joven intérprete Audie Murphy –el soldado más condecorado de América-, quien por lo general estableció su filmografía dentro del ámbito del western, género dentro del cual protagonizó algunos títulos de notable interés. No es este precisamente el caso, ya que apenas podemos consignar o resaltar dos elementos que, incluso por encima de sus no demasiados valores, permiten otorgar a la película un cierto encanto. Uno de ellos es el luminoso cromatismo de la productora –obra de Irving Glassberg-, y el otro la presencia, junto al joven Murphy, de intérpretes que años después se convertirían en auténticas figuras –como un jovencísimo Tony Curtis, que ya demostraba su carisma ante la cámara-, o tuvieron una efímera pero recordable fama –es el caso de Dewey Martin, un joven boxeador, que poco después lanzaría Howard Hawks, especialmente en la memorable THE BIG SKY (Río de sangre, 1952)-. En su oposición, un joven característico tan solvente en otras ocasiones como Scott Brady, en esta película se revela poco menos que insufrible, ejerciendo como segundo de a bordo de uno de los auténticos protagonistas del relato. Se trata del Coronel William Clarke Quantrill (Brian Donlevy). Este es un auténtico bandido, que aprovecha el fragor de la Guerra de Secesión, pertenece al bando Confederado, aunque dirigirá sus acciones basándose en sus ansias de poder, asaltando, robando y matando a inocentes que se encuentran en uno y otro bando. Sin embargo, pese a ser el líder de un grupo de bandidos, tiene su ascendente en determinados sectores de la población, en las que se insertará el quinteto de jóvenes compañeros que lidera el Jesse James (Murphy), su hermano Frank, los hermanos Younger, amén de Kid Dalton (Curtis). Especialmente en el caso de los James se encuentra el trauma sufrido por el ataque hacia su familia brindado en su hogar de Missouri por parte del ejército de la Unión. Ello les acercará hasta la figura de Quantrill, de quien no conocen su auténtica, megalómana y sanguinaria personalidad. Será el comienzo de la vivencia del peligro de estos cinco muchachos, traumatizados en sus jóvenes existencias.

Iniciado por una excesiva voz en off que ya nos avisa de la incapacidad de Enright de introducir el relato por senderos específicamente cinematográficos, muy pronto apreciaremos esa nostálgicos elección cromática del relato, e incluso simpatizaremos con esos cinco jóvenes que, incautos ellos, accederán a formar parte del “ejército” de Quantrill, tras haber cruzado por una ciudad en la que se les acusará –en ese momento injustamente-, de pertenecer a las filas de este, siendo salvador in extremis de ser linchados, por la actuación precisamente de la autoridad emanada por los representantes militares de la Unión. Sin embargo, dicha circunstancia será un detonante para que el grupo que encabeza Jesse James se decida a insertarse en las filas de dicho bandido, a quien rodean el petulante Bill Anderson (Scott Brady) y un tercer hombre de a bordo, -que los unionistas tenían infiltrado como espía, y que morirá en una violenta refriega “a pañuelo”, entre James y este –una de las secuencias más valiosas e insólitas del film-. Sin embargo, muy pronto la estructura del film se derrumba, dentro de un relato repleto de convenciones e ingenuidades, en la que apenas caben destacar las secuencias de asalto de la pandilla de Quantrell –especialmente la primera que vivirá en carne propia jesse y sus compañeros, en la que este advertirá la realidad de ese coronel al que inicialmente tenía como modelo a seguir. Serán secuencias en las que la carencia de medios se vislumbrará en la manera de mostrar el fuego en dichos ataques, y en donde se insertará un extraño personaje femenino –Kate Clarke (Marguerite Chapman)-, compañera de Quantrill, aunque en realidad deteste sus métodos, e incluso en un momento dado se enamore de James, siendo realmente quien más influya en él a la hora de abrirle los ojos en el seguimiento de un ser sanguinario, que poco a poco irá viendo mermadas sus fuerzas –para ello se recurrirá de nuevo a la voz en off-.

En cualquier caso, hay un elemento en la película que pese a resultar a mi juicio bastante desaprovechado, no deja de aportar un determinado grado de singularidad a esta modesta producción de apenas ochenta minutos de duración. Me refiero a los últimos momentos de la singladura de Quantrell, cuando sus seguidores o bien han sido aniquilados, o desertan de sus filas al ver que seguir con él no alberga el más mínimo futuro. Sin embargo, el quinteto de jóvenes que encabeza Jesse James, decidirán seguirlo, e incluso lo trasladarán a una vieja cabaña, cuando en un ataque con los unionistas este quede ciego. Lejos de dejarlo abandonado a su suerte, estos e incluso Kelly lo custodiarán, aún cuando se encuentren rodeados por un ejército que no duda en proponerles la rendición, ya que ante todo desean capturar al ya inútil y ciego coronel. Será un breve fragmento en el que este mostrará una extraña lucidez –carente hasta entonces en sus delirios de grandeza… es curioso que en un momento dado mencione a Napoleón-, reconozca la inutilidad y crueldad de sus actos, y aconseje fervientemente a los jóvenes muchachos y a esa compañera que tanto le ha soportado, que huyan sin él, dejando que lo capturen, ya que en realidad se encuentra en la antesala de su muerte. Pese a ello, los únicos seguidores que le quedan se muestran renuentes a abandonarle, hasta que accedan finalmente a hacerlo por la puerta de atrás –Una incongruencia; si las fuerzas del ejército rodean la cabaña ¿Cómo dejan la parte trasera sin vigilancia?-. Jesse decidirá quedarse hasta el final con Quantrill, pero el veterano coronel y bandido llevará a cabo una sencilla estrategia que permitirá al muchacho y a Kate huir, mientras él finalmente saldrá de la cabaña, provocando un inútil tiroteo que culmine con su decidida inmolación y, con ello, la salvación de unos jóvenes que decidirán separarse en ese momento de sus vidas. No hay apenas reflexión en un tramo final que se prestaba a ello, pero en definitiva no deja de resultar congruente con una película de muy corto alcance. Típico producto de programa doble, más allá de determinadas secuencias de acción, solo se puede apreciar en ella una más de las encarnaciones del célebre bandido Jesse James, al que Audie Murphy –nunca un gran intérprete, pero en otras ocasiones más acertado en la elección de sus roles-, aparece indudablemente blando y poco apropiado.

En pocas palabras, contemplar KANSAS RAIDERS –ausente de estreno comercial en nuestro país, aunque editada digitalmente bajo el título de LOS ASALTANTES DE TEXAS-, nos permite recordar que no todo el cine de antaño merecía una especial significación, aunque en ella se encontraran elementos parciales o incluso nostálgicos dignos de ser evocados.

Calificación: 1’5

GUNG HO! (1943, Ray Enright) Todos a una

GUNG HO! (1943, Ray Enright) Todos a una

No se puede decir que GUNG HO! (1943) –rebautizada en España en el momento de su estreno como TODOS A UNA-, se erija como una de las grandes obras del cine bélico norteamericano realizado en plena 2ª Guerra Mundial. De cualquier manera y pese a su limitado alcance como elemento propagandístico de cara a elevar la moral tras el ataque a Pearl Harbor, es evidente que a su resultado no se le pueden negar una serie de apreciables cualidades. A lo cual ya de antemano encontramos un elemento de interés: se trata de una producción de Walter Wanger para la Universal. Y rara es la producción de Wanger que careciera de atractivo.

Pero vayamos por partes; GUNG HO! –denominada así por ser el grito de guerra retomado de los comandos chinos- relata el proceso de entrenamiento y estrategia para poder atacar a los japoneses y conquistar la estratégica Isla de Makin –punto clave de cara a reducir al ejército nipón-. Y tenía el aliciente previo de contemplar una película firmada por uno de los veteranos artesanos de Hollywood –Ray Enright-, quizá nunca merecedor de un especial relieve pero indudablemente un profesional competente.

Y esa capacidad se pone de manifiesto en esta producción bélica, en la que su carácter indudablemente propagandístico afortunadamente queda bastante soterrado. Incluso me atrevería a afirmar que en algunos momentos y muy entre líneas –las entrevistas a los soldados que se presentan como voluntarios para formar parte de esta lucha-, se deja entrever una serie de personalidades atormentadas e incluso conflictivas que se han alistado como soldados incluso casi como exorcismo personal o terapia psicológica. El film de Enright acogido bajo una voz en off sobria en su trazado y contando con un realmente impecable montaje, nos explica el proceso de adiestramiento de los soldados finalmente seleccionados, eligiéndose al mismo tiempo un reparto repleto de rostros curtidos –entre los que encontramos desde un joven Robert Mitchum, Alan Curtis, Noah Beery Jr., Rod Cameron, J. Carrol Naish...-. En su conjunto una tipología llena de estereotipos –los dos hermanos que compiten por la misma chica-, pero que funcionan puesto que la película siempre apuesta por la sencillez, incluso por apuntes humorísticos que distienden el ambiente y apelan a esa camaradería que nos muestran las imágenes y que ha sido la consigna del Coronel Thorwald (Randolph Scott), de cara a lograr los objetivos deseados.

Llegado el momento de la acción, GUNG HO! transmite una sensación de agobio cuando el submarino que tripulan los soldados se sumerge por vez primera –otra vez más el montaje y la inserción de primeros planos ayuda a ello-. Poco después el despiste de Tedrow (el mencionado Rod Cameron) en la cubierta cuando el submarino ha de sumergirse de nuevo provoca la tensión de un bombardeo desde el interior del submarino, en donde está a punto de surgir el pánico. Sin embargo es a partir del desembarco de los soldados cuando la película ofrece sus más elevadas cotas de interés. Tras llegar a la playa sin encontrar resistencia alguna son atacados por japoneses apostados en los árboles, en unas secuencias realmente impecables –el momento en el que un japonés es eliminado y queda colgando desde la cima de una palmera es estupendo-.

A partir de ahí se pondrá a prueba la estrategia bélica de ir destruyendo las defensas japonesas. En primer lugar un puesto atrincherado que finalmente combatirá uno de los jóvenes que tenía destreza con el béisbol y gracias a ello logra derribar la barricada enemiga. Pero el avance tendrá su mayor punto de ataque en la destrucción de una emisora japonesa cuando además las fuerzas del ejército americano están notablemente diezmadas. En medio del persistente fuego japonés la idea de tripular una apisonadora que se encuentra varada en los alrededores logrará combatir la misma, no sin antes lograr el concurso de unos aviones norteamericanos que simularan ser japoneses al pasear en sus vuelos banderas de dicho país.

Con dicha rendición se inició el camino del triunfo aliado contra el ejército japonés, pese a sufrir la matanza del soldado Harvison (Alan Curtis) por parte de tres prisioneros japoneses, en un momento que pese a lo arquetípico adquiere una cierta emotividad. GUNG HO! culmina con unas palabras en tono de arenga –valiosas en su día, ingenuas en la actualidad- por la libertad pronunciadas por Thorwald. Así finalizará esta pequeña producción en la que pese a discurrir de lleno por senderos trillados del género, el buen pulso de un realizador consigue ofrecer un producto cuanto menos discreto.

Calificación: 2