RETURN OF THE BAD MEN (1948, Ray Enright) [El regreso del forajido]
Epítome del profesional incansable e impersonal, el norteamericano Ray Enright fue un avezado en el cine de género, carente de personalidad, y tan profesional como escasamente inspirado. No es demasiado lo que he podido contemplar de sus setenta largometrajes, pero he reconocer que entre ellos he encontrado más rutina que buen cine. Sin embargo, he de reconocer que RETURN OF THE BAD MEN (1948), sin ser un título de gran nivel, me aparece como lo más atractivo que hasta el momento he podido contemplar de su dilatada filmografía. Inserta dentro de las diversas producciones del cine del Oeste que Enright rodó al servicio de una cada vez más consolidada estrella del género como fue Randolph Scott, eternamente ligado a la serie B pero, al mismo tiempo madurando a cada título en la configuración de su personaje, esta aparece como una relativa prolongación a BAD MEN OF MISSOURI (1941) también rodada por Enright, e igualmente poblada por una amplia iconografía de célebres bandidos de la historia del western.
La presencia en esta ocasión de una figura como Scott en absoluto condiciona su resultado. Es más, estoy dispuesto a considerar que esa presencia de un cocktail de célebres bandidos del Oeste -quiero pensar que utilizaron una fórmula frecuentada en la Universal dentro del cine de terror- podía haberse suprimido por completo, y en modo alguno hubiera perjudicado el resultado final, de esta bien urdida producción de serie B en el seno de la RKO, y poseedora de no pocos alicientes, hasta el punto de favorecer un resultado final más que estimable. Nos encontramos en 1889, en la ciudad de Braxton (Oklahoma). Sus moradores se encuentran preparando un traslado hasta otra nueva ciudad anhelando con ello alcanzar nuevas tierras vírgenes. La ciudad, con todo, sigue manteniendo una enorme vitalidad llegando hasta ella el grupo de forajidos que comanda el ya veterano Will Bill Doolin (Robert Armstrong), asaltando el banco que comanda el no menos curtido John J. Pettit (Gabby Hayes). El antiguo ranger Vance Cordell (Scott) se encuentra prometido con Madge (Jacqueline White), la hija de Pettit, viuda y con un hijo caracterizada por su deseo de vivir una vida al margen de la violencia del Oeste, en California y junto a Cordell. La circunstancia del atraco pillará de manera inesperada a este en su alejada vivienda, mediante el acoso de tres de los asaltantes, quienes matarán a su fiel ayudante indio. Una vez Cordell se entere del asalto y del crimen contra su ayudante, perseguirá a los ladrones capturando a la joven Cheyenne (Anne Jeffreys) portadora además del botín, sugiriéndole que se entregue. Los bandidos atracarán al protagonista llevándose con ellos a Cheyenne. Sin embargo, finalmente esta huirá evocando las razones que Vance le ha ido insinuando, aunque regresando a donde este se encuentra, y aceptando su entrega a la justicia de la localidad.
En Braxton se está ultimando el viaje de sus vecinos al objeto de colonizar la nueva ciudad de Guthrie -éxodo que se plasmará de manera casi elíptica, utilizando tomas de archivo de títulos precedentes-. Allí, muy pronto se establecerá y crecerá la población abandonando el destacamento de caballería la misma, y dejando al mando a Cordell cuando este se planteaba su definitiva marcha a California con su futura esposas. Allí llegará también, de manera inesperada, la joven Cheyenne -quien desde el primer momento, se ha sentido atraída de manera latente por nuestro protagonista- acompañada por el juez, quien le recomienda que ejerza como telegrafista en la propia oficina del nuevo Sheriff, quien asimismo la acogerá en su propia casa. Todo ello establecerá una soterrada pugna entre ella y Maggie, quien ha solicitado que la boda entre ambos se retrase. El destino de Guthrie vivirá otro nuevo atraco por parte de la agrupación de bandidos que, hasta ese momento, se ha mantenido ausente, y entre los cuales surgirá una rebelión interna entre Dooli, y el más joven y despreciable Sundance (Robert Ryan), que pretenderá erigirse como líder de lo que queda de dichos delincuentes. Estos desaparecerán tras el atraco, pero Cordell intuirá -por la inesperada pista que le proporcionará uno de los vecinos de la población- que estos se encuentran en las abandonadas viviendas de Braxton. Será el momento de coordinar refuerzos y acudir hasta allí, para enfrentarse con los asaltantes que han llegado a asesinar a Cheyenne.
De entrada, si algo deviene deficiente en RETURN OF THE BAD MEN no solo es la ausencia de rigor histórico de la propuesta, sino incluso algunas debilidades de guion. La menor de ellas no es, por supuesto, ese inesperado abandono de la autoridad militar en la nueva Guthrie, precisamente tras el asalto sufrido que es cuando estos debieran actuar. Pese a esas limitaciones, desde el primer momento, el film de Enright atesora un especial aliado en la oscura iluminación en blanco y negro del estupendo J. Roy Hunt, uno de los más brillantes en el seno de la RKO, quien conseguirá en todo momento plasmar una atmósfera oscura que supera los instantes más o menos familiares, para adueñarse de aquellos instantes dominados por lo bizarro y lo violento. Dicha circunstancia, y un encomiable sentido del ritmo, unido a un por lo general preciso uso del primer plano en aquellos momentos en los que la tensión se eleva, permiten que su conjunto adquiera un nada desdeñable grado de interés.
En sus imágenes no se ausentará el componente humorístico, presente sobre todo en las salidas del veterano director de banco y, muy especialmente, en sus constantes enfrentamientos con uno de sus clientes, que a lo largo de la película aparecen como un curioso remedo de Laurel & Hardy proporcionando, además, una curiosa y disolvente conclusión a la película. También en esta vertiente aparecerá esa rotulación que expresará el repentino crecimiento de la nueva población del Oeste. La película no olvidará una insólita vertiente de melodrama triangular, por medio de esa doble atracción hacia Cordell por parte de su hasta entonces indolente prometida que, una vez Cheyenne se encuentre cerca de este establecerá una clara competitividad con la recién llegada, al objeto de intentar atraer la atención de este. Las leyes de Hollywood nos harán intuir desde el primer momento que Cheyenne desaparecerá en el último momento. Pero esta convención no nos evitará una secuencia entre ambas, en la que esta última aconsejará a la más convencional Madge que sea sincera a la hora de expresar el sentimiento que le une a su prometido. En todo caso, lo mejor, lo más perdurable de RETURN OF THE BAD MEN reside en diversas de sus secuencias, que inciden en una sordidez expresada con una iconografía muy cercana al cine noir, en el que este estudio resultó uno de sus más inolvidables especialistas. Ello se expresa en secuencias magníficas como la del asesinato del ayuda indio del protagonista -descrita con un valioso uso de las sombras y el off narrativo-. Los planos que muestran la ciudad de Braxton convertida en desértica, incluso aquel breve instante en el que uno de los vecinos de Guthrie verá ciertos aspectos de vida en la misma. Esa escalada en lo sombrío se acentuará en sus minutos finales, con la espléndida y dura secuencia del estrangulamiento de Cheyenne, mediante un estupendo uso del contraste lumínico, así como en el descubrimiento de su cadáver por parte del hijo de Madge, insertando una audaz elipsis, que nos trasladará al dolor de Cardell, mientras vemos el primer plano al pequeño llorando con el rostro escondido. La ofensiva del protagonista contra los bandidos propiciará dos episodios magníficos desarrollados ambos en la abandonada Braxton. El primero, nocturno y acompañado por un grupo de voluntarios, describirá la ofensiva a los bandidos que están celebrando una fiesta en el viejo saloon, en la que algunos de ellos caerán, otros huirán y el viejo Doolin será detenido. Sin embargo, Sundance se ha escapado. Y en ese mismo saloon, ya solo entre Cardell y el escurridizo bandido, se desarrollará una brutal pelea descrita con tanta violencia externa como tensión latente y brillante utilización del espacio escénico y la propia iluminación de dicho escenario, solo por la cual merece la pena contemplar el conjunto de esta interesante aportación al western, que aparece como una peculiar secuela de la previa BADMAN’S TERRITORY (1946, Tim Whelam), también protagonizada por Randolph Scott.
Calificación: 2’5
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