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CINEMA DE PERRA GORDA

KANSAS RAIDERS (1950, Ray Enright) [Los asaltantes de Texas]

KANSAS RAIDERS (1950, Ray Enright) [Los asaltantes de Texas]

Pese a una dilatada producción que se remonta al propio periodo silente, y se extiende a cerca de setenta largometrajes, lo cierto es en la figura del norteamericano Ray Enright define a la perfección tantos y tantos realizadores que, engrosados dentro del contexto de producción de la serie B, también ejemplifican que la inclusión de la misma no siempre llevaba aparejado el marchamo de un especial grado de calidad. No han sido hasta la fecha muchos los títulos suyos que he contemplado, pero la muestra y esa cierta intuición de veterano aficionado, me hace inducir a pensar que en su figura se ofreció un profesional más o menos competente, pero en pocas ocasiones inspirado. Dentro de dichos parámetros, cabe incluir KANSAS RAIDERS (1950), uno de los últimos títulos de su larga andadura, estimo que puesto en práctica por parte de la Universal International, para servir como lanzamiento de la figura que supuso el limitado y joven intérprete Audie Murphy –el soldado más condecorado de América-, quien por lo general estableció su filmografía dentro del ámbito del western, género dentro del cual protagonizó algunos títulos de notable interés. No es este precisamente el caso, ya que apenas podemos consignar o resaltar dos elementos que, incluso por encima de sus no demasiados valores, permiten otorgar a la película un cierto encanto. Uno de ellos es el luminoso cromatismo de la productora –obra de Irving Glassberg-, y el otro la presencia, junto al joven Murphy, de intérpretes que años después se convertirían en auténticas figuras –como un jovencísimo Tony Curtis, que ya demostraba su carisma ante la cámara-, o tuvieron una efímera pero recordable fama –es el caso de Dewey Martin, un joven boxeador, que poco después lanzaría Howard Hawks, especialmente en la memorable THE BIG SKY (Río de sangre, 1952)-. En su oposición, un joven característico tan solvente en otras ocasiones como Scott Brady, en esta película se revela poco menos que insufrible, ejerciendo como segundo de a bordo de uno de los auténticos protagonistas del relato. Se trata del Coronel William Clarke Quantrill (Brian Donlevy). Este es un auténtico bandido, que aprovecha el fragor de la Guerra de Secesión, pertenece al bando Confederado, aunque dirigirá sus acciones basándose en sus ansias de poder, asaltando, robando y matando a inocentes que se encuentran en uno y otro bando. Sin embargo, pese a ser el líder de un grupo de bandidos, tiene su ascendente en determinados sectores de la población, en las que se insertará el quinteto de jóvenes compañeros que lidera el Jesse James (Murphy), su hermano Frank, los hermanos Younger, amén de Kid Dalton (Curtis). Especialmente en el caso de los James se encuentra el trauma sufrido por el ataque hacia su familia brindado en su hogar de Missouri por parte del ejército de la Unión. Ello les acercará hasta la figura de Quantrill, de quien no conocen su auténtica, megalómana y sanguinaria personalidad. Será el comienzo de la vivencia del peligro de estos cinco muchachos, traumatizados en sus jóvenes existencias.

Iniciado por una excesiva voz en off que ya nos avisa de la incapacidad de Enright de introducir el relato por senderos específicamente cinematográficos, muy pronto apreciaremos esa nostálgicos elección cromática del relato, e incluso simpatizaremos con esos cinco jóvenes que, incautos ellos, accederán a formar parte del “ejército” de Quantrill, tras haber cruzado por una ciudad en la que se les acusará –en ese momento injustamente-, de pertenecer a las filas de este, siendo salvador in extremis de ser linchados, por la actuación precisamente de la autoridad emanada por los representantes militares de la Unión. Sin embargo, dicha circunstancia será un detonante para que el grupo que encabeza Jesse James se decida a insertarse en las filas de dicho bandido, a quien rodean el petulante Bill Anderson (Scott Brady) y un tercer hombre de a bordo, -que los unionistas tenían infiltrado como espía, y que morirá en una violenta refriega “a pañuelo”, entre James y este –una de las secuencias más valiosas e insólitas del film-. Sin embargo, muy pronto la estructura del film se derrumba, dentro de un relato repleto de convenciones e ingenuidades, en la que apenas caben destacar las secuencias de asalto de la pandilla de Quantrell –especialmente la primera que vivirá en carne propia jesse y sus compañeros, en la que este advertirá la realidad de ese coronel al que inicialmente tenía como modelo a seguir. Serán secuencias en las que la carencia de medios se vislumbrará en la manera de mostrar el fuego en dichos ataques, y en donde se insertará un extraño personaje femenino –Kate Clarke (Marguerite Chapman)-, compañera de Quantrill, aunque en realidad deteste sus métodos, e incluso en un momento dado se enamore de James, siendo realmente quien más influya en él a la hora de abrirle los ojos en el seguimiento de un ser sanguinario, que poco a poco irá viendo mermadas sus fuerzas –para ello se recurrirá de nuevo a la voz en off-.

En cualquier caso, hay un elemento en la película que pese a resultar a mi juicio bastante desaprovechado, no deja de aportar un determinado grado de singularidad a esta modesta producción de apenas ochenta minutos de duración. Me refiero a los últimos momentos de la singladura de Quantrell, cuando sus seguidores o bien han sido aniquilados, o desertan de sus filas al ver que seguir con él no alberga el más mínimo futuro. Sin embargo, el quinteto de jóvenes que encabeza Jesse James, decidirán seguirlo, e incluso lo trasladarán a una vieja cabaña, cuando en un ataque con los unionistas este quede ciego. Lejos de dejarlo abandonado a su suerte, estos e incluso Kelly lo custodiarán, aún cuando se encuentren rodeados por un ejército que no duda en proponerles la rendición, ya que ante todo desean capturar al ya inútil y ciego coronel. Será un breve fragmento en el que este mostrará una extraña lucidez –carente hasta entonces en sus delirios de grandeza… es curioso que en un momento dado mencione a Napoleón-, reconozca la inutilidad y crueldad de sus actos, y aconseje fervientemente a los jóvenes muchachos y a esa compañera que tanto le ha soportado, que huyan sin él, dejando que lo capturen, ya que en realidad se encuentra en la antesala de su muerte. Pese a ello, los únicos seguidores que le quedan se muestran renuentes a abandonarle, hasta que accedan finalmente a hacerlo por la puerta de atrás –Una incongruencia; si las fuerzas del ejército rodean la cabaña ¿Cómo dejan la parte trasera sin vigilancia?-. Jesse decidirá quedarse hasta el final con Quantrill, pero el veterano coronel y bandido llevará a cabo una sencilla estrategia que permitirá al muchacho y a Kate huir, mientras él finalmente saldrá de la cabaña, provocando un inútil tiroteo que culmine con su decidida inmolación y, con ello, la salvación de unos jóvenes que decidirán separarse en ese momento de sus vidas. No hay apenas reflexión en un tramo final que se prestaba a ello, pero en definitiva no deja de resultar congruente con una película de muy corto alcance. Típico producto de programa doble, más allá de determinadas secuencias de acción, solo se puede apreciar en ella una más de las encarnaciones del célebre bandido Jesse James, al que Audie Murphy –nunca un gran intérprete, pero en otras ocasiones más acertado en la elección de sus roles-, aparece indudablemente blando y poco apropiado.

En pocas palabras, contemplar KANSAS RAIDERS –ausente de estreno comercial en nuestro país, aunque editada digitalmente bajo el título de LOS ASALTANTES DE TEXAS-, nos permite recordar que no todo el cine de antaño merecía una especial significación, aunque en ella se encontraran elementos parciales o incluso nostálgicos dignos de ser evocados.

Calificación: 1’5

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