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CINEMA DE PERRA GORDA

Wolf Rilla

NOOSE FOR A LADY (1953, Wolf Rilla)

NOOSE FOR A LADY (1953, Wolf Rilla)

Poco a poco vamos descubriendo alguno de los perfiles en la filmografía -veintiún largometrajes en dos décadas como realizador- de Wolf Rilla, realizador de origen alemán, establecido en Gran Bretaña desde sus primeros años de adolescencia junto a su familia. Hasta el momento son solo seis los títulos suyos que he podido contemplar, en una trayectoria de la que apenas se destaca la mítica que alberga su magnífica propuesta fantastique -adaptación de la novela de John Wyndham- VILLAGE OF THE DAMNED (1960). En cualquier caso, en todas aquellas propuestas visionadas hasta el momento, vislumbro por un lado una capacidad para las atmósferas sórdidas, combinadas con un acercamiento a la psicología de sus personajes, tal y como podría demostrar en este último ámbito la brillante comedia BACHELOR IN HEARTS (Bachiller de corazones, 1958) a partir de un guion casi autobiográfico de Frederic Raphael.

NOOSE FOR A LADY (1953) supone su debut en el largometraje, dentro de una producción de la Anglo-Amalgamated, auspiciada por el ya veterano Victor Hanbury. Un relato que apenas supera los 70 minutos de duración, dominado por un contexto de clara serie B -actores poco conocidos, aunque todos ellos eficacísimos, rodaje en contados, pero bien utilizados escenarios- que se inicia con un rótulo revelador, que más o menos señala "Es mejor que cien culpables escapen que un inocente sea ahorcado". La premisa dará paso a la sobria -casi valdría mejor señalar ascética- descripción- de la sentencia a la aún joven Margaret Hallam (Pamela Alam) que ha sido condenada a muerte por el envenenamiento de su esposo. Aunque ella en todo momento apela a su inocencia las pruebas son ineludibles, por lo que es encarcelada, en unos planos concisos e inapelables, que parecen adquirir una cadencia bressoniana. Hasta la cárcel se acerca su hijastra Jill Hallam (Rona Anderson), transmitiendo a Margaret su convicción de no ver en ella a la culpable, y el deseo de ayudarla, cuando queda poco más de una semana para que la horca acabe con ella.

El destino apelará a que el primo -Simon Gale (notable Dennis Price)- de la condenada acuda desde Uganda para encontrarse con ella hasta su casa, comprobando a partir del relato de Jill de las tristes circunstancias que se ciernen sobre esta, y decidiendo actuar de manera activa para intentar encontrar al auténtico culpable, convencido como está de su inocencia. Ello le llevará a una incisiva investigación que revelará los claroscuros del entorno habitual del asesinado, en donde de manera creciente se despejará el puritanismo de un entorno que representan las fuerzas vivas de la población. Basada en un guion de Rex Rienits, a partir de una novela de Gerard Verner, que previamente emergió como serial radiofónico, NOOSE FOR A LADY de entrada confirma uno de los rasgos del cine posterior de Rilla, como fue la asumida imitación de propuestas argumentales previamente ensayadas en otras producciones de mayor impacto comercial. Ello no es nada malo en sí mismo, y en esta ocasión, en sus mejores momentos, acerca la película a propuestas filmadas algunos años antes por Robert Siodmak o, en su conjunto, recuerda en su planteamiento, algún célebre título del francés Henri-George Clouzot, como fue el magnífico y ya lejano LE CORBEAU (1943).

Esa capacidad descriptiva de un personaje que derrochó perversidad durante su existencia -el asesinado- y la facultad que albergaba para mantener en sus dominios psicológicos a relevantes personas de su entorno, conocedor de los trapos sucios de su pasado, atesoran lo más valioso de esta modesta pero siempre estimulante drama psicológico. Todo ello irá ligado al seguimiento de la investigación, al interrogatorio de las víctimas, al asesinato que se producirá a un oscuro y aislado personaje que poco antes había salido de la cárcel, y a una serie de convenciones, que bien podrían hacerla parecer una nueva adaptación cinematográfica del universo de Agatha Christie, en la que Gale ejercerá como inesperada y cotidiana referencia de un novedoso Hércules Poirot. En la confluencia de ambas vertientes, el film de Rilla logra adquirir un extraño equilibrio, aunque es cierto que asume una mayor densidad en las breves pinceladas en las que muestra la creciente desesperación de la condenada, al ver cómo se va a cercando la fecha de su ejecución y no se observan avances -su grito desgarrado al sacerdote al señalar que no se produce un milagro en torno a ella dentro de su inocencia-. A partir de esas premisas, y sin desdeñar la eficacia mecánica que esgrimen todos aquellos elementos que describen las indagaciones del improvisado detective -con especial mención en la secuencia coral donde que descubrirá al auténtico asesino-, lo cierto es que adquieren un muy superior interés, aquellos pasajes confesionales e intimistas, en que varias de las personas que irán adquiriendo una progresiva condición de sospechosos confesarán a Simon las debilidades y hechos ocultos del pasado, que fueron utilizados con crueldad por el asesinado -a quien obviamente nunca conoceremos, puesto que el relato respetará siempre una estructura lineal, pero que curiosamente se encontrará presente en dichas evocaciones-. En esos momentos, descbriremos el drama que atenaza el centenar de muertos que provocó por un error en la pasada contienda, esa supuesta tía y sobrina que esconden en realidad ser una hija de la otra, o el siniestro sr. Upcott (Charles Lloyd Pack), que oculta un terrible hecho en torno a su desaparecida esposa, y cuya propia y untosa presencia física, lo hace parecer casi como uno de los personajes encarnados pocos años antes por Peter Lorre en el seno de la Warner.

En cualquier caso, junto al logro de esa atmósfera opresiva en las progresivas confesiones de los posibles sospechosos, hay ocasiones en las que Rilla brinda pinceladas de virtuosismo cinematográfico, en instantes que aparecen de entrada poco relevantes. Uno de ellos, en mi opinión el instante más valioso de la película, se ubica en el último tercio del relato, cuando Jill, que está conversando con David, le indica que le ha llamado el dr. Evershed (Ronald Howard). Este se marcha a conversar con él, diciendo que volverá, y la joven se quedará sola con una copa en la mano, acercándose hacia una mesa en la que se encuentra un retrato de la condenada, mirando desafiante la imagen, mientras la cámara describe un inquietante, elegante y revelador movimiento de cámara. La esencia de la película se encuentra representada en ese preciso momento.

Calificación: 2’5

VILLAGE OF THE DAMNED (1960, Wolf Rilla)

VILLAGE OF THE DAMNED (1960, Wolf Rilla)

El paso de los años ha reconocido los méritos de la magnífica VILLAGE OF THE DAMNED (1960) como una de las más valiosas y atrevidas propuestas dentro de la ciencia-ficción cinematográfica en Inglaterra. Todo ello, en un periodo en que esta supo atesorar un lugar propio, basando su mirada en hechos mostrados en su cotidianeidad y, por ende, prescindiendo en su mayor parte de efectos especiales. Quizá el hecho de suponer buena parte de sus exponentes auténticas series B, y conociendo la veta realista que atravesó el conjunto de su cinematografía, estoy convencido que ambas circunstancias favorecieron unas propuestas en líneas generales valiosas, provistas de interesantes reflexiones y originales planteamientos. Sin embargo, el prestigio -y el éxito en el momento de su estreno- que atesora la película -que favoreció pocos años después una continuación temática, y en la década de los 90 un remake a cargo de John Carpenter- todavía no ha motivado la necesaria curiosidad en torno a su artífice, el alemán Wolf Rilla (1920-2005), como sí sucedió con otros realizadores de su generación. Rilla llega a Londres con sus padres siendo adolescente, una vez es proclamado el régimen nazi. Entrada de la década de los cincuenta inicia una trayectoria como cineasta que dará como fruto una veintena de largometrajes. Es cierto que la mayor parte de su obra resulta de muy difícil acceso, pero hasta el momento han sido seis los títulos que he podido contemplar, todos ellos de similares cualidades -dentro de los diferentes géneros en los que estos se encuentran encuadrados-. De entre ambos, detecto una enorme destreza en el manejo de la producción de bajo presupuesto, su especial manejo en situaciones sórdidas y sombrías, el eco que en sus películas alberga el mejor cine americano y, de manera muy especial, su capacidad para el trazado psicológico de sus personajes. Es algo que podremos vislumbrar tanto en el tenso y sórdido film de suspense WHITNESS IN THE DARK (1959) como en la inmediatamente previa comedia estudiantil BACHELOR ON HEARTS (Bachiller en corazones, 1958).

Todo ello se encuentra, punto por punto, inserto en esta estupenda adaptación de la novela del escritor de culto John Wyndham ‘The Midwich Cuckoos’. Una propuesta que desde el primer momento resalta en esa gelidez consustancial el cine de su realizador. En pocos instantes descubriremos la aparente placidez de los vecinos de la aldea inglesa de Midwick. De repente, parece como si un sueño generalizado invada a todos los seres vivos del entorno. Tanto hombres y mujeres como animales perderán el sentido en las situaciones en que se encontraban en ese momento, un rápido montaje logra que el espectador adquieras conciencia del extraño hecho. Algo que en el exterior descubrirá, casi de casualidad, el mayor Alan Bernard (el excelente y hammeriano Michael Gynnn) cuando se dispone a visitar a su hermana y su cuñado y, de manera sorprendente; el cartero del pueblo le adelanta con su bicicleta y poco después se desvanece en el camino… en el que algo más adelante se encuentra un autobús salido del mismo. Como suele suceder en numerosas películas inglesas, un hecho cotidiano será la espita para vivir algo extraordinario. Pronto las autoridades acordonarán la zona, descubriendo el aura de influencia de algo en lo que no detectan gas o razón alguna, hasta que pocas horas después todos las victimas despierten como si tal cosa, entre la incredulidad de todos.

Pocas semanas después, un nuevo e inquietante elemento sobrevendrá en la pequeña localidad. Una serie de mujeres han quedado embarazadas contra natura, provocando la suspicacia de sus respectivas parejas, en la medida que en algunos casos no se habían producido relaciones sexuales. Una de las embarazadas será la distinguida Anthea Zellaby (la maravillosa Barbara Shelley, diosa del terror en Inglaterra) esposa del respetado profesor Gordon Zellaby (George Sanders) de mayor edad que ella. Ambos supondrán un puntal de racionalismo en el conjunto de un colectivo violentado por este inexplicable hecho. Meses antes de la habitual gestación nacerán las diversas criaturas, todas ellas ligadas por su pelo dorado y extraña mirada. Su rápido crecimiento físico y, sobre todo, mental, provocarán un ambiente malsano entre los vecinos. Unos lugareños que en modo alguno quieren relacionarse con estos extraños y maduros niños de tan perfecta como inquietante presencia. Zellaby será el primero que intuya la telepatía que rodea la mentalidad de todos ellos, intuyendo un posible origen extraterrestre, que tendrá un elemento que al mismo tiempo los ligue a ellos, es el padre de David (el fascinante Martin Stephens), que aparece como líder de los niños. Las autoridades londinenses obtienen noticias de la presencia de otras colonias de pequeños en diferentes países, que han sido contrarrestadas en algunos casos con brutales ataques que destruían las poblaciones en que se encontraban sin avisar a sus vecinos, puesto que con ello buscaban despistar las capacidades telepáticas de estos. Será algo que se planteará realizar también en Midwich, donde se han producidos trágicos acontecimientos entre el vecindario, y las autoridades temen que los recién llegados crezcan en su poder. Tal es así que ellos ya conocen estas intenciones, puesto que Gordon está muy cerca de dicho colectivo en su condición de profesor -estos niños se encuentran aislados del resto de los pequeños de la población-. Consciente de la situación límite que se acerca ante el conjunto de la aldea, el veterano profesor intentará aplicar un plan que intente revertir una situación casi irresoluble.

Desde el primer momento y hasta su conclusión, dentro de un metraje de menos de 80 minutos, VILLAGE OF THE DAMNED destaca en su crónica concienzuda de un hecho extraño, que será asumido de todos modos con naturalidad, y con esa misma sensación de realismo acertará a ser plasmada en la pantalla. Ese verismo y el rasgo de crónica sombría, será una de las mayoreas cualidades de lo que en realidad supone un extraño e intenso melodrama, en el que no se deja de introducir un auténtico misil transgresor en torno a la sociedad inglesa de su tiempo. La llegada de estos extraños embarazos no solo posibilitará la ira de esos maridos o familiares que desconfiarán de unas mujeres atribuladas, e incapaces de ratificar la verdad de sus afirmaciones. De tal forma, la piedra angular de la familia quedará en entredicho, e incluso el baluarte de la religión se mantendrá en el desconcierto, puesto que el párroco será obligado a exponer el secreto de confesión de las embarazadas, para ratificar la sinceridad de sus acciones.

A ese elemento discursivo, inserto con un absoluto sentido de la lógica, y en el que cabrá añadir la creciente actitud destructiva de las autoridades gubernamentales y militares -del mismo modo expuestas con un aterrador sentido de lo cotidiano-, se sumará una compleja entraña dramática, en la que se auna ese rechazo de lo diferente por parte de los lugareños, confrontadas con las crecientes acciones de esos niños tan especiales que, en especial en el caso de David, provocan el escalofrío por el aplomo con el que manifiesta sus conclusiones y deseos a su supuesto padre, siempre sin manifestar la más mínima señal de cariño -en especial a Anthea, esta sí su madre física, aunque fuera gestado sin inseminación y con métodos extraterrestres que nunca serán explicados, a modo de sutil y transgresora parábola cristiana-, y al mismo tiempo en todo momento conservando las formas.

Lo magnífico del film de Rilla proviene de la aplastante lógica de su desarrollo, en la que no quedarán al margen secuencias que siguen manteniendo su impacto más de seis décadas después. Momentos como la propia manifestación de la pérdida de sentido colectiva de la población, la manera con la que se describe el encuentro de Alan con la terrible situación, o incluso la frialdad con la que los oficiales intentan delimitar y situar la frontera de la extraña situación. Y dentro de ese ámbito de racionalismo, se impondrá un momento escalofriante, en el que se esconde la frialdad militar; llevar a una muerte segura a un piloto que sobrevuela la zona afectada.

No será esa la única secuencia percutante en un conjunto dominado por la racionalidad dentro de su extraordinaria configuración. Ese lugareño que atropellará involuntariamente a una de las niñas extraterrestres, y será forzado por el conjunto de estos a un suicidio estrellándose contra un muro -quizá una premonición de la resolución del relato-. O el ataque que sufrirá Alan cuando intente enfrentarse con los inquietantes niños. Sin embargo, no cabe duda que el episodio más terrible de la película reside en esa tensa, casi irrespirable secuencia, en la que el hermano del accidentado, intente matar con una escopeta a los pequeños, y bajo el influjo de estos se suicide pegándose un tiro en la cabeza. Dentro de la brillantez general de VILLAGE OF THE DAMNED tengo que reconocer que no me termina de convencer ese inesperado giro final de los niños extraterrestres. Ello no impide reconocer que Sanders transmite muy bien, sin romper la serenidad narrativa de estas secuencias, esa convicción interior de que solo con su sacrificio personal logrará revertir dicha amenaza. Serán instantes los del último encuentro de este con las extrañas criaturas -desarmante la altura de su conversación-, en donde el rostro atribulado de Gordon intentará mantener mentalmente ese muro que impida que los muchachos adivinen sus pensamientos. Curiosamente, en el momento de su inmolación -resuelto de manera pobre- se producirá otra inesperada transmisión de pensamiento; la de su esposa, que retornará a su encuentro, al adivinar interiormente lo que trágicamente comprobará instantes después.

Calificación: 3’5

BACHELOR OF HEARTS (1958. Wolf Rilla) Bachiller en corazones

BACHELOR OF HEARTS (1958. Wolf Rilla) Bachiller en corazones

“La comedia menos divertida de una época que no fue divertida en absoluto, el vehículo de ruedas cuadradas que transportó a un actor alemán a un olvido temporal”. Así de -injustamente- expeditivo, de mostró en su momento el norteamericano de convicción europeísta Frederick Raphael, a la hora de definir BACHELOR OF HEARTS (Bachiller en corazones, 1958. Wolf Rilla), un encargo que sumió de la Rank, centrado ante todo en el lanzamiento como estrella, del joven actor alemán Hardy Krüger. Si bien no dejo que apreciar en la medida que merecen, algunos de los guiones por él elaborados -especialmente el de la excepcional TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1967. Stanley Donen)-, no dejo de distanciarme de buena parte de las impresiones que ha ido dejando, en torno a los productos cinematográficos en los que colaboró, o bien descartó. Pero bueno, no dejan de ser apreciaciones interesantes, en la medida de plantear, como es en este caso, la impresión generalizada que se tenía sobre el cine inglés de aquel tiempo, que ya compartía su presencia con el arrollador empuje del Free Cinema.

Pero sucede que, a seis décadas vista, la perspectiva varía y pone en cuestión la supuesta escasa valía del aporte de comedia del cine inglés de aquel tiempo, más allá de las obras brindadas por los cineastas espoleados en los estudios Ealing, o las reivindicables sátiras de los hermanos Boulting. Una mirada desprejuiciada a ese cine, digámoslo así, puente, entre dos ámbitos, de entrada, revela que la evolución de las formas y corrientes de la cinematografía inglesa, aparece más conectada de lo que se suele reconocer a primera vista. Y una propuesta en apariencia inocua como BACHELOR OF HEARTS, percibe de entrada la mano de un cineasta como el alemán Wolf Rilla -otro más. de los profesionales de otros países, que desarrollaron su obra en tierras británicas, como Alberto Cavalcanti, Alexander Mackendrick, o Karel Reisz-. Creo que es llegada la hora de poner en valor la obra de este realizador. Este es el quinto largometraje suyo que veo, de los 21 que rodó para la gran pantalla, y puedo decir que su obra es bastante más valiosa, que la de ser simplemente el realizador de la estupenda VILLAGE OF THE DAMNED (1960). En la mirada de Rilla detecto un cierto fatalismo, una mirada muy precisa al entramado de sus personajes, y una utilización muy personal de los recursos del lenguaje cinematográfico, destinados a profundizar en esa vertiente psicológica, en la que no se ausenta la audaz presencia del montaje. En definitiva, que nos encontramos ante un profesional que tenía cosas que decir, en muchas ocasiones a partir de presupuestos y productos claramente orillados en la serie B británica.

Como antes señalaba, BACHELOR OF HEARTS se erige, de entrada, como un producto puesto al servicio estelar de Hardy Krüger, y también de entrada aparece como una sencilla comedia coming on age, de ambiente estudiantil universitario, describiendo la andadura de un joven alemán -Wolf Hauser (Krüger)-, durante un curso en la Universidad de Cambridge. Un leve hilo conductor -elaborado por el ya citado Rapahel junto al posterior letrista musical Leslie Bricusse-, que servirá para una comedia que, de entrada, se plantea con una estructura discontinua, a modo de pequeñas viñetas o secuencias y, con ello, adelantando sus postulados a los que, muy poco tiempo después, establecería, de manera más rotunda aún, el gran Jerry Lewis, en su andadura como realizador cinematográfico. Primera singularidad, en un relato que aparece en todo momento dominado por un aura de nostálgica levedad, como si en todo momento se tuviera la sensación de asistir a un ámbito espacio temporal, que el protagonista vivirá como un capítulo más de su formación como individuo: la conclusión, en la que se evidencia que su relación con Ann Wainwright (Sylvia Syms) pronto quedará en el recuerdo, deviene paradigmática este respecto.

Así pues, el film de Rilla aparece desplegado en una sucesión de viñetas, que en el fondo no se distancia de tantas y tantas comedias juveniles. Lo que le hace destacar, y mucho, de las mismas, es la mirada que en ellas pone en práctica el cineasta. Y en ella se vislumbra que no se encontraba ajeno a las corrientes y el bullir cinematográfico que entonces vivía el cine de las islas. Embellecido por el hermoso cromatismo que le brinda el technicolor de Geoffrey Unsworth, BACHELOR OF HEARTS destaca por elementos como la incorporación de episodios que afirman la presencia de la corriente documentalista -la descripción de la Fiesta de la Amapola, las regatas anuales-. En otros la película adquiere una casi asombrosa musicalidad dentro de su coreográfica concepción de la comedia. Estoy pensando en el sensacional episodio, que describe las casi impensables peripecias de Wolf, a la hora de sortear el plan de las seis muchachas que ha cortejado, para que a partir de medianoche sean ofrecidas a sus compañeros de universidad. O en el previo y no menos delirante pasaje, que describe la prueba que han de disputar -sin que ellos lo sepan, de manera colectiva- los componentes del club, invadiendo por la noche una residencia femenina.

Son probablemente estos los pasajes más memorables de una propuesta que, inicialmente intenta adoptar los modos del cine de Tatí, y que no desaprovecha la ocasión para marcar una singular mirada, plasmando en la manera que tiene de describir a sus personajes episódicos. Y que – esto es algo que nunca se ha reconocido, en esta casi desconocida película-, preludia con mayor acierto cinematográfico, esa corriente iconoclasta, que por lo general ha tenido como referente en las primeras y caducas comedias filmadas por Richard Lester. Esa mirada revestida de ironía y cierto desapego, ante una sociedad que se vislumbraba ya inmersa en un cambio generacional de jerarquías, se encuentra presente en esta comedia, en apariencia plácida y acomodaticia, probablemente puesta en marcha para intentar consolidar el lanzamiento británico de Kruger -que, pese a demasiados forzados primeros planos, para resaltar su apostura, sale más que airoso del envite-. En su recorrido narrativo, se atisba la inquietud de un cineasta personalismo que, de forma quizá inconsciente, alterna dos elementos que enriquecen su conjunto. De un lado, proponer una mirada revestida de lucidez, en torno a esa sociedad inglesa, en aquel entonces dominada por la ebullición y el rupturismo. Y de otra, adelantar diversas corrientes cinematográficas, tal y como hemos señalado con anterioridad. Y, sobre todo, ratificar la mirada inquieta de este extraño outsider cinematográfico, en una obra pequeña pero magnífica, que curiosamente mantiene en dos pequeños roles, a la pareja que un par de años después protagonizaría la inolvidable LA MASCHERA DEL DEMONIO (La máscara del demonio, 1960. Mario Bava); Barbara Steele y John Richardson, ambos británicos.

Calificación: 3’5

WITNESS IN THE DARK (1959, Wolf Rilla)

WITNESS IN THE DARK (1959, Wolf Rilla)

Sin ser un número demasiado representativo de su obra, no creo que existan muchos aficionados españoles que hayan logrado contemplar cuatro títulos de cuantos filmara el alemán y residente en Inglaterra Wolf Rilla, para poder ya intuir en sus imágenes, unas determinadas coordenadas, que podrían delimitar tanto una serie de características comunes, como incluso la presencia de elementos de estilo, tanto formales como temáticos. WITNESS IN THE DARK (1959), aparece rodada muy poco antes de su título más conocido, y sorprende de entrada por su extrema modestia, algo que en realidad Rila prolongó en su obra, integrada por lo general por títulos de clara serie B y de muy ajustada duración –en este caso apenas sobrepasa la hora de metraje-, inscrita en géneros lindantes, como el policíaco, algunos con ascendencia o ecos norteamericanos, el thriller –como es en este caso- o la propia ciencia-ficción, como ejemplificaría la mítica VILLAGE OF THE DAMNED (1960). Es decir, su cine aparecer por lo general revestido por lo sombrío –quizá una excepción sería la muy cercana en el tiempo BACHELOR OF HEARTS (1958), que contaba con un guión autobiográfico firmado por Frederick Raphael-, dentro de una inclinación incluso con lo bizarro que, no obstante, no se despega de una mirada en buena medida realista, inclinada abiertamente por un tono desesperanzado. Es por ello, que bajo la simplicidad de sus bases argumentales, Rilla propone una serie de apólogos morales, oscilando entre la extrema sobriedad y el dramatismo de sus imágenes, entre el fatalismo y la esperanza de una nueva oportunidad, incluso cuando esta venga vehiculada a partir del sacrificio de alguno de sus protagonistas.

Buena parte de ello queda expuesto en esta producción de tan cortos medios de producción, que Rilla sabe revertir con notable destreza, intuyéndose en ello una implicación personal, que sobrepasa con mucho la mera efectividad artesanal. Todo ello, hasta el punto de brindar, con todas las objeciones que se pueda ofrecer a un conjunto tan limitado de recursos, una visión de esa viciada sociedad británica que se encontraba a punto de entrar en un nuevo compás a todos los niveles, y que se encontraba aún dominada por prejuicios y vicios casi consustanciales a su personalidad. En realidad, este contexto queda delimitado en un relato de suspense, que se dirime esencialmente en el marco de un adusto edificio de apartamentos, donde reside la protagonista de la película, una joven invidente llamada Jane (Patricia Dainton). Ya en los mismos títulos de crédito, adornada con la extraña banda sonora que acentúa sus pasajes más inquietantes, descubrimos que trabaja como operadora en una oficina, antes incluso de percibir su ceguera. Pese a su minusvalía, Jane es una muchacha caracterizada por el voluntarismo. Vive en ese angosto edificio de apartamentos, dando clases a un joven invidente que no se resigna a su nueva condición, ayudando incluso a la anciana sra. Temple (Enid Lorimer), que vive en soledad, con el único aliento que le proporciona nuestra protagonista. Junto a ambas, reside el matrimonio Finch, representativo del mundo obrero urbano, con un esposo deseoso de abstraerse de la dura jornada laboral, leyendo el periódico en su casa, mientras que su mujer –Madge Ryan-, no deja de representar a la clásica mujer chismosa, representativa del inglés de clase media-baja. Pese a la escasez de ingresos de la anciana, esta atesora un valioso broche que le legó su esposo antes de morir, y que ha preferido conservar en su modesto apartamento, escondido en un tarro, antes que custodiarlo o incluso venderlo, ya que lo trae recuerdos de su difunto marido.

Un joven –Nigel Green- tendrá noticia de la existencia de dicha joya, y acudirá hasta la vivienda de la sra. Temple, matándola para poder robarla. Sin embargo, sus noticias le llegarían antes de que la anciana variara el escondite, por lo que finalmente no la encontrará, aunque ello le haga encontrarse con Jane, produciéndose un tenso encuentro, pese a que el criminal no abra la boca, y la muchacha no pueda verle, aunque lo roce con sus manos. Tras descubrir el cadáver, Jane será objeto de los interrogatorios policiales, especialmente intensos de manos del inspector Coates (Conrad Phillips), no pudiendo ella ayudar demasiado, a la hora de proporcionar pistas que permitan dar captura al autor del crimen. Sin embargo, el esfuerzo del inspector poco a poco irá dando sus frutos, al tiempo que de manera inesperada, le vayan acercándose a Jane, algo que ella también irá sintiendo, rompiendo en cierto modo esa máscara que aún porta, como recuerdo de ese novio con quien vivió un accidente de tráfico, que le costó la vida al muchacho, conservando una fotografía de este, que paradójicamente no podrá contemplar. Es más, la joven incluso mostrará su arrojo, a la hora de servirse de cebo para lograr la captura del asesino, quizá intentando con ello exteriorizar una cierta venganza sobre él, algo que intentará con timidez, tras su definitivo apresamiento.

No puede decirse que WITNESS IN THE DARK aparezca en su base argumental como un conjunto dechado de originalidad, aunque justo es reconocer que suponga al mismo tiempo una cierta continuidad en torno a los thrillers con protagonista invidente –recordemos la estupenda 23 PACES TO BAKER STREET (A 23 pasos de Baker Street, 1956. Henry Hathaway) –de nuevo Rilla asumiendo influencias de títulos de ascendencia hollywoodiense, aunque también compartiendo producción británica-, pero al mismo tiempo abriendo un escenario dramático, que se prolongaría en los años sesenta y setenta, con conocidos y no demasiado gloriosos exponentes del género, rodados por Terence Young y Richard Fleischer. En su oposición, nos encontramos con una producción de muy bajo presupuesto, en la que el realizador alemán utiliza su intriga de base –a la que sirve con brillantez, en aquellas secuencias tensionadas por la presencia del asesino, o en una planificación que prima la utilización expresiva de los objetos de dicha tensión-, al objeto de reiniciar en esa mirada desesperanzada sobre una sociedad deshumanizada y embrutecida. Un mundo obrero inglés, que desperdicia su existencia con ritos dominados por la mediocridad y la alienación, y en la que paradójicamente, la ceguera de Jane, servirá para que la muchacha pueda vivir una existencia paralela, emergiendo de un viciado y desazonador ámbito existencial. Ella misma lo expresará a Coates, en la que será la secuencia más definitoria del relato, en la cual Rilla optará por un elegante travelling lateral, insuflando con ello un oasis de sinceridad emocional, en una premisa marcada hasta entonces por la frialdad o el dramatismo. No cabrá ya duda que Wolf Rila en realidad insufla a sus imágenes, la posibilidad de una soledad compartida, por ese inspector de presumible hastiada existencia, con esa protagonista que sorprende por la lucidez que le acompaña, y en la que con probabilidad su ceguera, es la que le proporciona una especial luz interior. Esta querencia por una posibilidad de redención existencial –como la que planteaba el falso acusado de THE LARGUE ROPE (1953)-, no impide que WITNESS IN THE DARK funcione como relato de suspense. Sucede que nos encontramos ante una película en la que se puede decir que no sobra un plano, aspecto por el cual por momentos se tiene esa sensación de apresuramiento, que quizá contribuya a disipar la posibilidad de encontrarnos ante un logro absoluto. No lo es, como tampoco sucede con los otros títulos de Rilla a los que he tenido ocasión de disfrutar. Ello no impide definirlos todos en un considerable nivel. Tanto como el que ofrece esta modesta, pero densa y asfixiante producción, en la que podemos destacar tanto una muy competente dirección de actores, todos ellos desconocidos, con la excepción de Nigel Green, o la presencia de un casi niño Richard O’Sullivan –muchos años después, protagonista de la serie televisiva “Un hombre en casa”-, como la ya probada capacidad del director para generar tensión, tal y como se puede percibir incluso en la combinación de esta con el uso de la elipsis –el asesinato de la anciana- o en pasajes dominados por una extraña inquietud –el encuentro del asesino con Jane en la escalera-. Sin embargo, la película no dejará de mostrarnos dos instantes escalofriantes, dignos de cualquier antología del suspense cinematográfico, con las que la integridad de la muchacha se transformará, en apenas instantes, en un peligro sentido por el propio espectador.

Aparecida casi al margen de las corrientes renovadoras que acechaban el cine inglés de finales de los cincuenta, WITNESS IN THE DARK comparte con ellas esa mirada crítica sobre la sociedad inglesa de su tiempo. Y lo hará además de forma libre, despojada de las convenciones de estudio, tal y como podría suceder con excelentes policíacos como el coetáneo THE WHITE TRAP (1959, Sidney Hayers). Tan solo quizá, una mayor hondura en los recovecos dramáticos de la propuesta, o lo chirriante que aparezca su banda sonora en algunos momentos, sean pequeños desajustes, en una propuesta notable, que avala la singularidad, de uno de los nombres que quizá deberían ser ya merecedores de un reconocimiento, dentro del cine inglés de su tiempo; Wolf Rilla.

Calificación: 3