Cuando se habla que el Free Cinema fue un movimiento que legitimó la lucha de clases en el seno de la cinematografía británica, es probable que o bien no conocieran en realidad el conjunto de su cine –y eso que avalaban dichos postulados, cineastas que antes fueron críticos, como Tony Richardson o Lindsay Anderson-, y que podrían tener un ejemplo rotundo en la hoy casi ignota THE STARS LOOK DOWN (1940), con la que Carol Reed se introducía en un auténtico conflicto de clases, integrando la película en pleno contexto minero, curiosamente un año antes de que John Ford hiciera lo propio –en otra vertiente- en su inolvidable HOW GREEN WAS MY VALLEY (¡Que verde era mi valle!, 1941), rodada en Estados Unidos. Pero poco tiene que ver la propuesta firmada por Ford y avalada por Darryl F. Zanuck en la 20th Century Fox, con la que plantea Reed a partir de una novela de A. J. Cronin –de cuya producción han surgido películas tan notables como THE CITADEL (La ciudadela, 1938. King Vidor) o THE KEYS OF THE KINGDOM (Las llaves del reino, 1944. John M. Stahl)-, adaptada a la pantalla por un nutrido grupo de guionistas. En su inicio, una voz en off incide en plantear el relato a través de una serie de héroes anónimos. Seres que sobrellevan la dureza de sus vidas trabajando en las minas, y que encuentran junto a la cámara del realizador dos aliados de excepción en el operador de fotografía de Ernest Palmer –no acreditado- y el montaje de Reginald Beck. Con la confluencia de ambos, logran un fragmento inicial de claro corte documental, en el que el espectador casi puede sentir en carne propia la extrema dureza de una profesión que hoy día se nos antoja como algo tan alejado en el tiempo. Esa vertiente documental y verista está plasmada de manera casi magistral en los primeros veinte minutos del relato, en donde el veterano minero Robert Fenwick (Edward Rigby) se erige como líder de todos sus compañeros, encabezando una huelga en contra de los fundados rumores existentes en torno a la presencia de importantes fondos acuáticos existentes en zonas mineras que se encuentran a punto de explotar por parte de su propietario –Richard Barras (Allan Jeayes)-, de quien se señala guarda los planos que ratifican dichos riesgos y que nunca hará públicos, empeñado en hacer volver a la normalidad a sus obreros. Las semanas pasan, las necesidades de los trabajadores van creciendo hasta el límite de tener que sufrir hambre, e incluso en el seno de la familia Fenwick la madre –Martha (Nancy Price)- contempla con cierta desaprobación el interés de su hijo –Davey (Michael Redgrave)- en cumplir sus estudios para acceder a la universidad y, con ello, desde una posición superior, poder ayudar a ese mundo de la mina en el que ha trabajado desde pequeño.
La situación irá agravándose, hasta que se produzca una rebelión popular en contra del abusivo tendero del poblado de mineros, quien recibirá el ataque de los vecinos, en una acción en la que combinará la sincera búsqueda de vecinos hambrientos que robarán pedazos de carne, con otros que aprovecharán la ocasión para saquear el comercio. El más relevante en dicha vertiente será el avispado Joe Gowlan (Emilyn Williams), quien robará la caja y muy pronto huirá hasta la ciudad con la intención de poder prosperar mucho más de lo que le prometía la vida gris de ese entorno minero en el que parece que el único destino es la grisura y la rutina. Tras los incidentes vividos en la tienda, en los que serán detenidos y encarcelados el veterano Robert, favorecerán las intenciones de Barras de retomar la actividad en la mina. Por su parte, Davey viajará hasta la ciudad para iniciar sus estudios destinados a asumir el destino que él mismo ha buscado, no sin contar con las reticencias de su madre y el apoyo de su progenitor. En la ciudad, este se encontrará con Gowlan, quien mantiene una extraña relación con Jenny Sunley (Margaret Lockwood), en la que en realidad no hay nada serio, aunque por parte de la muchacha, esté desesperada por salir de ambiente de casi miseria que vive junto a su madre. En realidad, Joe utiliza a la muchacha, y no dudará en dejarla de lado de manera sibilina, dejando que el recién llegado se enamore de ella, siendo correspondido por Jenny. La acción volverá hasta la localidad minera, donde el ya contraído matrimonio vivirá luchando dando clases como maestro, mientras ella no deja de mostrar su carácter consumista, haciendo ostentación de su inadaptación a un ambiente rudo para el que no solo no está acostumbrada, sino que incluso no desea asumir. Ni siquiera cuando los padres del maestro logre vencer la resistencia de su madre, y junto a su padre estos acudan a visitar al nuevo matrimonio, Susan hará ostentación de la frivolidad de su carácter.
Será pese a todo este, el fragmento menos brillante de la película, y el que a mi modo de ver impide que la misma pueda alcanzar casi, casi, el grado de obra maestra, sin que sin embargo evite que su conjunto devenga magnífico. Tras el repudio por parte de nuestro protagonista de su esposa –al contemplar que esta ha retornado con Gowlan- en un episodio que se narra con poca convicción, Davey luchará en la ciudad para lograr por parte del consejo de minas la orden de detención de los planes expansivos de Barras, quien ha prolongado su contrato, contando para ello con la mediación del siempre aprovechado Gowlan. Sin embargo, y pese a la elocuencia mostrada por el joven en su alocución, la interesada intervención de uno de los cercamos a Barras impedirá que actúen en contra de las actitudes de este. Será a partir de estos momentos, cuando de nuevo THE STARS LOOK… vuelva a alcanzar, e incluso superar, la irresistible fuerza de un tercio final, en donde Carol Reed derrama el tarro de las esencias, al producirse la tan temida aparición de la inmensa galería de agua en las galerías que se encuentran realizando en las minas. Lo que aparecía como una amenaza, se manifestará inesperadamente con tintes trágicos. A partir de ese momento, todo se trastocará en una localidad que vivirá en carne propia el drama. Incluso Barras –que tenía escondidos los famosos planos- se ofrecerá para ayudar a los atrapados en la mina, entre los que se encuentra un grupo del que forma parte el padre de Davey. Este se introducirá para ayudar en las tareas, advirtiendo del mismo modo el hecho de que Barras sí poseía esos planos que siempre había negado.
La irresistible fuerza que adquiere el tercio inicial de THE STARS LOOK DOWN , proviene de la convicción con la que Reed narra la vida diaria de un poblado, deteniéndose en la cotidianeidad, la dureza, y al mismo tiempo la normalidad que manifiestan estos obreros que, sin saberlo –y como señalará posteriormente Davey en una de sus charlas- en realidad sostienen la nación, sin tener que su trabajo pertenecer a ningún jefe o mandatario que ejerza como mediador de esa labor repleta de dureza. Antes lo señalaba, ese tercio intermedio que se centra entre la relación del protagonista y Sunny, aparece como una cierta ruptura en un tempo que se ha logrado marcar con una sensbilidad y sentido de la inmediatez exquisita. Ni que decit tine, que además de todo ello, el film de Reed proporciona una visión progresista en la lucha de clases, algo que tendría que tenerse muy en cuenta a todos aquellos que siempre han despreciado el cine británico por su pretendido conservadurismo. Pero esa lucidez reivindicativa no tendría ningún valor, si no fuera vehiculado por una labor de puesta en escena intensa y que en ese tercio final se encuentra marcada por una sucesión de detalles admirables –la muerte de Barras cuando va a entregar los planos de la mina, que se caerán por un riachuelo; las secuencias que van viviendo los atrapados en la mina en esos minutos finales que van adquiriendo poco a poco matices de superior angustia –el instante en que estos se deciden a celebrar una ceremonia religiosa, siendo conscientes de su casi inevitable muerte-. Sin embargo, más allá de esa plenitud en las capacidades expresivas y narrativas que Reed desarrolla a lo largo del metraje, si por algo debería mantenerse en la memoria THE STARS LOOK DOWN, en por el atrevimiento en afrontar un final por completo trágico, sin incurrir en las facilidades que podría proporcionar un más o menos consensuado happy end. Esa panorámica hacia el cielo, siguiendo el humo de la explosión que no ha evitado salvar las vidas de los atrapados, entre ellos al padre de Davey, unido a la ajustada conclusión en off del relato, es sin duda la apuesta más arriesgada de una película que no solo evita –haciendo excepción en todo lo relativo al innecesario personaje encarnado por la Lockwood- la concurrencia en lugares comunes, sino que a más de setenta años vista se revela de rabiosa actualidad y, lo que es más importante, destila una extraña, dolorosa y al mismo tiempo –y valga la contradicción- sensación de esperanza, aunque en esta ocasión se exprese a partir de la tragedia.
Calificación: 3’5