NIGHT TRAIN TO MUNICH (1940, Carol Reed)
Duodécimo título de la filmografía del británico Carol Reed, es probable que quepa considerar NIGHT TRAIN TO MUNICH (1940) –ausente de estreno en España en su momento por sus obvias concomitancias antinazis- un ligero paso atrás en una obra que ya contaba con títulos francamente destacables. Es algo normal y lícito, máxime cuando además -según apunta su enunciado- la película se erige casi como un apresurado producto de coyuntura, aunando una combinación de suspense y comedia, bastante habitual por otro lado en los argumentos esgrimidos por el muy interesante tandem formado por Sidney Gilliat y Frank Launder. No es la primera ocasión en la que, a la hora de referirse a este título, se cita el referente ilustre del LADY OF VANISHES (Alarma en el expreso, 1938) de Hitchcock, del que retoma tanto su protagonista femenina –la estupenda y llena de frescura Margaret Lockwood-, la de la pareja de característicos formada por el excelente Naunton Wayner y Basil Radford y la propia presencia del suspense en el ferrocarril, que en esta ocasión solo tiene acto de presencia en su tramo final. En cualquier caso, y aún reconociendo que no nos encontramos con una propuesta memorable, esta mantiene su interés tanto como exponente reconocido dentro de esa mirada revestida de desprecio que la sociedad británica manifestó desde el primer momento –envuelta en temor- contra el nazismo-. Pero al mismo tiempo, sus intenciones quedaron envueltas en la propia amenidad de un argumento que combina con apreciables resultados tensión, romance y comedia.
NIGHT TRAIN… se inicia con un amplio travelling de acercamiento hacia el recinto en plena montaña en el que se refugia Hitler –el movimiento de cámara se dirige hacia una maqueta bastante ostentosa, carencia de producción que se reiterará al mostrar mediante otro movimiento de cámara lateral la fuga de la protagonista-. Además de preludiar el inicio de la excelente MAN HUNT (El hombre atrapado, 1941) rodada solo un año después por Fritz Lang en USA para la Fox, las discusiones del Führer tienen como resultado unos instantes de montaje que nos describirán diversas invasiones realizadas por el ejército alemán en 1939. Estas se acercan a territorio checoslovaco, introduciéndonos dentro de una factoría de armamento en la que se encuentra como ingeniero de un ambicioso proyecto armamentístico que no desean sea confiscado por los nazis el veterano Axel Bomasch (James Harcout). Es apenas pocos minutos y debido a un ajustado montaje, Reed nos traslada a un terreno de amenaza, que propiciará la huída del investigador hasta Inglaterra, cuando las tropas alemanas ya han invadido territorio checo. Sin embargo, éstas últimas lograrán atrapar a su hija –Anne (Margaret Lockwood)-, a la que confinarán a un campo de concentración. Allí trabará amistad con otro joven preso –Karl Mansen (un joven Paul Henreid)-, del que verá está siendo vejado por los nazis, y con quien protagonizará una huída hasta Inglaterra. La elipsis con la que se trasladan los presos hasta las islas, revelarán a un espectador avezado que la base argumental que hasta entonces ha tenido un tono severo, muy pronto va a introducir matices ligeros e incluso cómicos, al tiempo que revela lo apresurado del mismo –algo que también sucedió en otras propuestas antinazis de perfiles más serios-. Una vez refugiados allí, descubriremos que Mansen en realidad es un oficial nazi –la secuencia de encuentro con un doctor que en realidad es un agente alemán infiltrado, reviste una notable efectividad-, que forma parte de un plan destinado a lograr capturar al ingeniero escondido en las islas, utilizando para ello a una confiada Anne. Esta logrará mediante un anuncio de prensa contactar con Gus Bennett (Rex Harrison), chirriante cantante de vaudeville callejero, que en realidad esconde su condición de agente de las fuerzas inglesas, llevando a la muchacha hasta su padre, sin intuir que ello facilitaría que los nazis capturara a los Bomasch y los traslade de regreso hasta terreno alemán, mediante un viaje submarino.
La gravedad de la situación será contemplada por el arrojado Bennett, quien no dudará –en un elemento de guión bastante traído por los pelos- simular ser un oficial de las fuerzas nazis, viajando hasta Berlín e infiltrándose entre las instalaciones gubernamentales. Una vez más, la elipsis será el recurso elegido para plantear una simulación tan compleja casi de un plano a otro, dejando entrever las debilidades de un relato ligero que bien es cierto se deja degustar con agrado, pero en el que en última instancia su mayor elemento de interés reside en el característico humor británico que se despliega a partir del traslado de la acción a territorio nazi. Son numerosos los detalles en este sentido que proporcionan un nada desdeñable regocijo. Desde la descripción de la burocracia que se implanta en las dependencias alemanas, con su personal echándole las culpas de su ineficacia unos a otros, y criticando en privado ese régimen totalitario que en público no se recatan en ensalzar, o en el impagable detalle que muestra el escaparate de una librería lleno de ejemplares de “Mi lucha” de Hitler, en medio del cual se inserta la novela de Margaret Mitchell “Lo que el viento se llevó”. Unamos a ello la complicidad cómica de la ya citada pareja Naunton y Bradford, y el buen pulso que se observa en ese tercio final, donde la acción se focaliza en el tren que realiza el trayecto hasta Munich, y en el que el personaje que encarna Harrison es descubierto en su impostura como nazi por parte del oficial encarnado por Paul Henreid –que interiormente aspira a conseguir el imposible amor de Anne-. El conocimiento por parte de los dos ingleses pasajeros del tren de la auténtica personalidad del nazi, provocarán una creciente implicación con el inglés disfrazado como tal, brindado un divertido juego de confusiones e identidades falsas, concluyendo el relato en la frontera suiza por medio del uso de un teleférico que servirá para huir de los perseguidores alemanes. Una vez más, lo inverosímil tendrá lugar en el tiroteo que los perseguidores destinarán contra un Gus que responde con una pistola en la que parece que su sencillo cargador nunca llega a su fin. Será una más de las ligerezas y inverosimilitudes que plantea un relato, al que hay que tomar a través de sus cuotas de sano e incluso ingenioso divertimento, planteado además dentro de un contexto en el que el cine inglés se encontraba poco proclive a reírse del dramatismo que rodeaba su vida diaria. Solo la propia gestación de NIGHT TRAIN… la ligereza de su ritmo y su saludable sentido del humor, permiten considerar este film, menor en la andadura de su realizador, pero no por ello desdeñable.
Calificación: 2’5
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