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CINEMA DE PERRA GORDA

MONKEY ON MY BACK (1957, André De Toth) Combate decisivo

MONKEY ON MY BACK (1957, André De Toth) Combate decisivo

Nunca se reconocerá lo suficiente la figura del austriaco Otto Preminger, no solo en su condición de uno de los grandes cineastas de la historia, sino también en su lucha constante dentro del seno de la industria USA, rompiendo tabúes a través de las temáticas que abordaban sus films, en los que ejercía como productor independiente. Conviene recordar como en 1955 Preminger logró un gran éxito con la estupenda THE MAN WITH THE GOLDEN ARM (El hombre del brazo de oro, 1955), trasladando a la pantalla el mundo de la droga, hasta entonces ausente de las mismas. Aquello abrió la veda de otros títulos como A HATFUL OF RAIN (Un sombrero lleno de lluvia, 1957. Fred Zinnemann), recuperando con más realismo el planteamiento de títulos basados en temáticas paralelas, como puede ser el del alcoholismo reflejado en THE JOKER IS WILD (La máscara del dolor, 1957. Charles Vidor). En dicha saludable corriente se inserta MONKEY ON MY BACK (Combate decisivo, 1957, André De Toth), erigida en torno a la biografía del campeón de boxeo Barney Ross, de orígenes modestos e implicaciones gangsteriles en su juventud. La película queda alineada dentro de la estela del referente de Preminger antes citado, pero bajo mi punto de vista si realmente deviene un film atractivo –y en algunos fragmentos, incluso apasionante-, reside en la insólita combinación de géneros que se establece en el recorrido retroactivo de la andadura profesional de Ross. Un recorrido que se inicia desde sus triunfos pugilísticos, hasta su recuperación tras discurrir por el infierno de la droga, debido a su dependencia de la morfina tras una malaria contraída en Japón durante la II Guerra Mundial. No es la primera vez que el cine norteamericano planteaba historias que oscilaran parcialmente en su planteamiento con el que muestra el film de De Toth. Referentes como THE SET-UP (1949. Robert Wise) y, sobre todo, el extraordinario y previo BODY AND SOUL (Cuerpo y alma, 1947. Robert Rossen), suponen referentes –superiores en su nivel- al que manifiesta el título que comentamos. En este caso, además de la herencia que recoge de dicha corriente y la actualización que esgrime a través del terreno conquistado por Preminger, MONKEY ON… logra insertar en su trazado dramático esa combinación de variantes genéricas, conformando con ello una personalidad insólita, dentro de un contexto de extraña serie B –conectada en algunos modos con los caracteres de una producción televisiva que ofrecía un carácter realista a parte de sus producciones.

La película se inicia con los títulos de crédito proyectados sobre los barrotes de un hospital. Nos muestran el internamiento voluntario de un hundido Barney Ross (encarnado de forma muy efectiva por Cameron Mitchell). De inmediato es aislado en su habitación-celda, donde se le va a ir reduciendo de modo progresivo su adicción a la morfina, viviendo en carne propia un prolongado delirium tremens que exteriorizará al espectador con su relato en off, que nos retrotraerá en flashbacks al periodo de su triunfo como púgil. Será un bloque compacto, bien narrado, pero que no logra sobresalir por encima de los límites del terreno de lo efectivo. Con un notable sentido de la concisión, aunque sin evitar la presencia de roles algo arquetípicos –como, por ejemplo, el fiador del que dependerá económicamente cuando su triunfo se va volviendo del revés-, MONKEY ON MY BACK nos relata el retrato de un hombre tan simple como bondadoso –la película deja muy de pasada los orígenes delictivos del auténtico Ross, quien participó como observador de la película, aunque no quedó contento con su resultado-, quien confía en sus buenos momentos de su condición como ser afortunado. Ello tendrá de bueno en su capacidad para la generosidad, al tiempo que en una adicción a juegos y apuestas que condicionarán una situación económica tan opulenta como de frágil estructura. Será un periodo de su vida en el que conocerá a una guapa corista –Cathy (excelente Diane Foster)-, que tiene ya una pequeña fruto de una anterior relación, con la que intimará hasta contraer matrimonio. Cathy vivirá muy pronto lo voluble de una personalidad bonachona pero carente de seguridad. Tras un combate adverso –rodado con una considerable intensidad cinematográfica-, Ross decidirá de forma repentina abandonar el boxeo, dirigiendo su actividad profesional regentando un salón de bailes, en el que prolongará su irreductible adicción a las apuestas y a dilapidar el dinero fácil, concluyendo al ser despedido del mismo por parte de quien fuera su fiador, que en realidad se ha erigido en su sanguijuela. El episodio destacará por su precisión, un rápido sentido del montaje, fruto de las facultades que cineastas como De Toth encontraban en una seminal serie B –auspiciada por el productor Edward Small, caracterizado por su inclinación al cine de aventuras de origen legendario-. Será un referente que conducirá un relato en el que tendrá una gran importancia la ayuda del operador de fotografía Maury Gertsman, quien en plena simbiosis con el director modulará a la perfección las intenciones de una película que hasta entonces discurre con competencia por unos senderos más o menos familiares ligado al melodrama noir. El alistamiento de Ross en la II Guerra Mundial, se erigirá en la práctica como la piedra angular del gran drama planteado en la andadura vital del antiguo campeón. Y en MONKEY ON… se manifestará en una doble vertiente, puesto que si en su base argumental el contraer esa malaria que estará a punto de costarle la vida, será la base para que su cuerpo contraiga la adicción a la morfina –inyectada en los hospitales de contienda como una solución rápida para intentar atajar los efectos de las enfermedad-, en su vertiente narrativa nos proporcionará el episodio más memorable del film, digno de figurar en cualquier antología del cine bélico –una nueva vertiente genérica inserta en el relato-. El fragmento en el que Ross logra no solo sobrevivir de una lucha bajo una inclemente lluvia en medio de un combate contra los soldados japoneses en la batalla de Guadalcanal, se erige como un prodigio de contención, tensión dramática –no se registra música de fondo, tan solo el sonido de la lluvia y los disparos-, transmitiendo mediante una perfecta planificación la angustia de unos seres que se inmolan en la practica ante una lucha que es expresada con un considerable sentido de la abstracción –su visionado tan solo provoca el horror del ser primitivo en lucha consigo mismo-, aunque los oponentes japoneses prácticamente no aparezcan casi como seres sin identidad. De esta lucha Ross alcanzará tres consecuencias; la primera salvar a su compañero de contienda –lo que le valdrá un trabajo por parte de su acaudalado padre, aunque su descenso al mundo de las drogas le fuerce a perder el mismo. La segunda, erigirse como un héroe local, y la tercera, esa ya señalada adicción, que se manifestará ya en su traslado en un buque hasta USA, tras su inesperada recuperación en la crítica enfermedad –que es mostrada con tanta crudeza como sentido de la síntesis-.

Muy pronto, Ross irá descendiendo sin tregua en el abismo de la dependencia de la droga. El drama irá acentuando su aspecto sombrío, que se manifestará en esa ya señalada pérdida de trabajo, la ausencia nocturna de su hogar en la búsqueda de chutes para pincharse –uno de los planos que más controversia generó en la censura de la época-, o la dependencia de personajes tan siniestros –en su propia aparente civilizada condición- como Rico. La situación límite generada por Barney le forzará a gastar todos sus posibles recursos, plantearse incluso el suicidio, o sufrir el abandono de su esposa, hasta que en un momento crítico se plantee junto a ella su intención de abandonar la misma. Hasta llegar ese momento –en el que la película regresará a su punto de partida-, MONKEY ON MY BACK adquirirá caracteres casi expresionistas con la descripción de exteriores urbanos nocturnos caracterizados por su sordidez. En este sentido, el film adquiere una tersura descriptiva que parece directa heredera de melodramas precedentes que describieron del mismo modo el infierno interior sufrido por personajes sometidos a un hundimiento sicológico –como el Tyrone Power de NIGHTMARE ALLEY (El callejón de las almas perdidas, 1947. Edmund Goulding)-, aunque en esta ocasión la película culmine con un extraño rótulo que apela a una mirada esperanzada. Antes de ello, plasmará unas secuencias que parecen preludiar la dureza del Samuel Fuller en SCHOCK CORRIDOR (Callejón sin retorno, 1963), expresando visualmente las alucinaciones del protagonista a la hora de desembarazarse de esa droga adquirida a través –irónicamente- de su servicio a la patria.

Y es que en última instancia, la película de De Toth esconde una mirada nada solapada e incluso subversiva, en torno a la falsa validez de las consideraciones que parecía expresar una sociedad en apariencia tan bien estructurada como la norteamericana. Será algo que podemos apreciar en dicho aspecto concreto, pero también en la falsa –o inconstante- generosidad brindada por el padre del soldado al que Barney ha salvado la vida, o en el ese equívoco comentario puesto en boca por el director del hospital en el que el antiguo púgil se ha internado, aludiendo con un soterrado doble sentido el hecho de que “el estado no puede gastar más dinero contigo”. Son detalles y destellos en los que se cuelan las intenciones últimas de esta atractiva película, no siempre al mismo nivel, pero a la que cabe destacar ante todo por la búsqueda de elementos hasta entonces vedados en el cine, así como la simbiosis de otras bien conocidas por todos.

Calificación: 3

1 comentario

Luis -

Qué gran pelicula..y qué episodio belIco más memorable.