A NIGHT OF ADVENTURE (1944, Gordon Douglas)
A NIGHT OF ADVENTURE (1944) es el octavo de los casi setenta largometrajes filmados por uno de los mejores artesanos que Hollywood albergó en lo que podríamos denominar la generación intermedia, y que desarrolló sus primeros pasos en el ámbito del corto cómico; Gordon Douglas. Nos encontramos en un periodo en el que Douglas fue familiarizándose en producciones de serie B. Películas de limitado presupuesto, muy ajustada duración -en este caso no alcanza los 70 minutos- y carencia de estrellas, lo que no quiere señalar que sus repartos carezcan de interés. Fueron del mismo modo películas pequeñas en ambiciones, pero que albergan en sus cuadros técnicos profesionales con posterioridad prestigiosos -en este caso me gustaría destacar la presencia como guionista del brillante escritor y ocasional realizador Crane Wilbur-.
Todo ello se cumple, punto por punto, en esta más que estimable mixtura de comedia y relato judicial, que destaca desde el primer momento por un encomiable sentido del ritmo, así como una inventiva visual que permite trascender todas aquellas convenciones que podría albergar una base argumental inicialmente simple, pero que en su transcurrir logrará proponer subtramas en absoluto desprovistas de interés. La película se inicia en el interior de un club, y ya la cámara de Douglas nos introduje a la actuación de una bailarina, sirviendo dicha elección para presentarnos al protagonista; el brillante abogado criminalista Mark Latham (Tom Conway). Hará su entrada con una equívoca situación de comedia que servirá para que el espectador perciba la crisis que Latham mantiene con su esposa -Erika (Audrey Long)- que celebra su cumpleaños, harta de la desatención que le manifiesta este, totalmente entregado a su trabajo, y que en ese momento piensa en como poder alcanzar la absolución a un cliente que considera inocente. Finalmente, estos minutos de apertura servirán para introducir al contrapunto cómico del relato; Steve (el impagable Edward Bropy), eterno y fiel colaborador del abogado. Los diálogos entre el matrimonio estarán revestidos de ironía, al tiempo que reflejan con extraña serenidad la crisis de una pareja que mantiene inalterable el amor y el respeto. A partir de ese momento se introducirá el elemento judicial con el aviso de Steve, que servirá al abogado para recuperar a un codiciado testigo de la vista que sobrelleva -Benny Sarto (Russell Hopton)- al cual podrá recuperar y tendrá que testificar logrando la absolución de su cliente. Todo ello supondrá el inicio de una peripecia en la que tendremos que asumir ciertas ligerezas de guion -Sarto declarará tras ser pillado de noche por el abogado, como si la vista estuviera esperando su presencia; la peripecia final que Latham planteará para evitar ser acusado aparecerá muy pillada por los pelos-, lo cierto es que nos encontramos ante una película todo lo modesta que se quiera, pero que resalta en su impecable ritmo, la presencia de un brillante montaje y, más allá de sus poco empáticos protagonistas, alberga una suficiente presencia de personajes episódicos para enriquecer su discurrir -además de la presencia de Bropy, cabe destacar las divertidas inflexiones de los camareros del restaurante, la lanzada testigo de la vista, o ese jurado que no duda en exteriorizar su entusiasmo ante las imprudentes manifestaciones de la joven-.
En realidad, la entraña de esta trepidante película se articula a partir de la separación provisional que Erika formulará con su esposo, y la implicación que atesorará el artista que la acompaña en este periodo -Tony Clark (Louis Borell)-. Dicha sospecha llegará al implicársele de la muerte accidental de una modelo encaprichada con él, y en la que de manera accidental se verá implicado el abogado protagonista. Esta luctuosa circunstancia se convertirá en un auténtico nudo gordiano para todos los personajes. Por un lado, y conocedor en primer grado de las circunstancias del accidente, aceptará la defensa del acusado para recuperar la estima de su mujer. Pero para el auténtico rival de este -el oscuro Gil Regan- supondrá la posibilidad de poder eliminar precisamente a través de la propia justicia, a quien se ha convertido en un difícil obstáculo a sus planes. Todo ello se vehiculará en una segunda mitad dominada por el desarrollo de la vista, en la que, junto a los golpes de ingenio profesional de Mark, se plasmará la rivalidad con el fiscal -a quien ha vencido en el juicio precedente-. Sin embargo, en el discurrir de la misma destacará de manera singular -y la planificación de Douglas incidirá con especial agudeza en esta vertiente- en el progresivo descubrimiento de Erika en un oculto grado de implicación de su esposo. Y es que, a fin de cuentas, por encima de la agilidad de su relato, y de su capacidad para alternar la comedia y lo irónico con lo sórdido -e incluso lo puramente dramático; el relato de la muchacha que cerrará entre lágrimas el turno de testigos- si por algo destaca A NIGHT OF ADVENTURE es precisamente por algo que aparece de manera latente en todo su metraje; la madura plasmación de una crisis de pareja, que si bien es resuelta con demasiada ligereza, destaca por la sinceridad con la que se plantea y la originalidad de su desarrollo. No es poco para un simple divertimento que se devora con no poco regocijo, y que deja bien a las claras la pericia de un realizador que pocos años después empezaría a atesorar un experto manejo del cine de género
Calificación: 2’5