Resulta sorprendente, comprobar la rápida decadencia de uno de los cineastas norteamericanos más populares de los años treinta, como fue Gregory La Cava. El paso del tiempo nos ha revelado que los crecientes problemas con el alcoholismo del cineasta, fueron letales a la hora de frustrar no solo una filmografía que aún hubiera tenido bastante que decir, sino su propia existencia, que se apagó prematuramente, en 1952, contando con 59 años de edad. Así pues, La Cava inicia la década de los cuarenta con el notable melodrama PRIMROSE PATH (Una hermosa primavera, 1940), que prolongaba la estela de sus éxitos, descritos en el ámbito de las consecuencias de la Gran Depresión norteamericana, y que tendría su prolongación con el elegante UNFINISHED BUSINESS (Ansia de amor, 1941). Todo parecía indicar una evolución notable en su filmografía, que con LADY IN A JAM (Una mujer en apuros, 1942) le devolvería en el ámbito de la comedia Screewall. Sin embargo, y pese a sus ocasionales y nada despreciables valores, lo cierto y verdad es que nos encontramos con la película que marcó una considerable ruptura en la obra de La Cava, que tuvo que dejar transcurrir hasta cinco años, para rodar el que sería su última película, la nada desdeñable comedia musical LIVING IN A BIG WAY (1947), concluyendo su carrera ese mismo año al iniciar el rodaje de la simpática ONE TOUCH OF VENUS(Venus era mujer, 1948), en donde tuvo que ser sustituido por el más formulario William A. Seiter. Triste final para ese primitivo cartoonist, que ya en el periodo silente experimentó sobradamente con las posibilidades del slapstick, proponiendo a partir de la llegada del sonoro, un modo singular de ligar la comedia, el melodrama y la denuncia social, dentro de un periodo especialmente glorioso del cine americano, junto a figuras como Leo McCarey, John M. Stahl, Frank Borzage, George Cukor, Howard Hawks, Clarence Brown…
Amparada en la Universal, LADY IN A JAM nos predispone a un relato decididamente cómico, que en sus primeros minutos atisba no pocas expectativas, precisamente por la contención con la que se presentan sus principales personajes. Serán introducidos precisamente por la figura de John Bilingsley (un impagable Eugene Pallette), el protector de la fundación Palmer, que vislumbra la proximidad de la carencia de fondos, ya que la hija y heredera –Jane Palmer (Irene Dunne)-, es una manirrota sin medida. Para intentar evitar esa ruina inminente, Bilingsley atenderá la sugerencia del responsable de la fundación, de ponerle en contacto con el joven psiquiatra, el dr. Enright (Patrick Knowles), al objeto de intentar someterla a terapia y, con ello, revertir esa tendencia irreversible el derroche compulsivo. El punto de partida nos trasladará a dos divertidas secuencias, admirables en su contención cómica, que servirán como impagable presentación de la pareja protagonista. Por un lado, el atractivo Enright será descrito, rodeado de emperifolladas jóvenes, que apenas hacen caso a su disertación médica, pero apenas pueden disimular la fascinación que sienten por el joven. Por su parte, este acudirá a una joyería, contemplando como Jane asume la compra de una serie de joyas, hasta que el dueño del establecimiento, incómodo, le tenga que señalar la orden expresa de no poder atender a su compra. Jane, humillada, comprobará en la puerta de la joyería, la rebelión de su propio chofer, al que debe un par de mensualidades, quedándose sola en una apurada situación, muy Screewall, en medio del choque con los coches que le rodean. Será la oportunidad para que Enright –del que se desconoce su auténtica vocación- se ofrezca como chófer, introduciéndose en el cada vez más caótico mundo de Jane, que casi de un instante a otro, se está viendo sometida a la desposesión de todos sus bienes. A partir de ese momento, esta mujer que en realidad no ha tenido el menor problema en la existencia, se dará de bruces con la realidad, aunque ello no le impida prolongar esa personalidad huidiza, carente de cualquier matiz reflexivo. Jane y Enright viajarán hasta un lejano lugar de Arizona, en el Oeste americano, donde vive su tía Cactus Kate (Queenie Vassar), junto a una vieja mina que están tratando durante largos años proporcione el fruto en oro, y a cuyo entorno se dan cita una serie de avejentados y pintorescos personajes. Allí, la recién llegada intentará luchar para lograr este beneficio económico que tanta falta le hace, mientras que el joven psiquiatra intenta inútilmente poner en práctica sus terapias. Ambos, sin embargo, de manera imperceptible, irán exteriorizando la atracción que uno siente sobre el otro, y que tendrá como punto de inflexión, la proyectada boda que la protagonista proyectará con el estridente cowboy Stanley Gardner (Ralph Bellamy), que a punto estará de provocar la definitiva huída del psiquiatra.
A cualquier conocedor de los mecanismos de la Screewall o la sempiterna guerra de los sexos, que marcó una de las columnas vertebrales de la comedia norteamericana, le será muy fácil distinguir dichos rasgos en LADY IN A JAM, definida de forma muy clara, por la oposición establecida entre el excesivamente racional Enright, y la excesivamente ausente Palmer. Dos seres ajenos a la realidad de su tiempo, uno por exceso y otro por defecto, que entrarán en colisión en este simpático pero al mismo tiempo no siempre inspirado artefacto cómico, que propondrá una segunda parte, con el traslado de la pareja, a esos agrestes parajes donde se encuentra el despojo de una mina desahuciada, donde Jane intentará infructuosamente alcanzar el fruto deseado de la misma. Curiosamente, no sería la única vez en la que Irene Dunne propondría en una comedia el contraste de la vida acomodada y la rural –lo haría años después en la muy divertida NEVER A DULLMOMENT (¡Que vida esta!, 1950. George Marshall)-, ni Ralph Bellamy era la primera ocasión en la que encarnaba a un cowboy en tono paródico –lo había hecho poco tiempo antes, con mayor fortuna, todo hay que decirlo, en BROTHER ORCHID (1940, Lloyd Bacon)-. En realidad, el film de La Cava se establece como una muestra más de la vitalidad que aún registraba el género en aquellos años, aunque en modo alguno se pueda insertar su resultado, ni dentro de los grandes logros del mismo ni, menos aún, dentro de esas pequeñas joyas ocultas, que siguen permaneciendo ocultas en su historiografía –pienso ahora en otro título, protagonizado por la Dunne y Charles Boyer, titulado TOGUETHER AGAIN (Otra vez juntos, 1944. Charles Vidor)-. Y es que, pese a no faltar los buenos momentos, lo cierto es que nos encontramos ante una película en la que se ausenta el necesario equilibrio. En el que por un lado falta ese necesario “gramo de locura” que engrandecía el mecanismo de relojería de las grandes muestras de la comedia y que, personalmente, solo encuentro en esa disolvente conclusión, en la que los dos caracteres, parecen prefigurar un futuro, esta vez sí, lleno de autenticidad y vida propia. Y, por otra parte, se echa de menos una mayor presencia de instantes, en los que una cierta serenidad quede presente en la confidencialidad y verdad de los seres que pueblan esta farsa, en ocasiones divertida, en otros, insuficiente. Es algo que puede describir lo chirriante del personaje encarnado por un cargante Ralph Bellamy, en contraste con la extraña combinación de aliento caricaturesco y sabiduría que proporcionará la veterana tía de Jane, encarnada por una estupenda Queenie Vassar, a la que acompañará una galería de roles episódicos y rostros cansados y envejecidos, con los que La Cava conecta –directa o indirectamente-, en ese cine que le hizo tan popular la década anterior, dominado por las preocupaciones sociales, o quizá asumía el impacto que en aquel tiempo había alcanzado una cumbre de la comedia, como fue SULLIVAN’S TRAVELS (Los viajes de Sullivan, 1941. Preston Sturges). Sea como fuere, para disfrutar de LADY IN A JAM, uno se ha de olvidar de las cimas alcanzadas previamente por La Cava –a quién, de todos modos, se ha de reconocer más oscilaciones en su cine de lo que se le suele señalar-, y, con ello, disfrutar moderadamente de episodios tan notables y transgresores, como el que describe la subasta de la vivienda de Jane, transformada casi de manera insospechada en una fiesta de sociedad. O la extraña mezcla de autenticidad y caricatura que revisten esos derrotados pobladores de la mina, que parecen sacados de THE GRAPES OF WRATH (Las uvas de la ira, 1940. John Ford). O el paroxismo que apunta pero no concluye, la presencia de esos pieles roja a caballo, que acuden para proporcionar colorido a esa boda que finalmente se frustrará… En cualquier caso, pese a esa ausencia de desmesura, equilibrio e intensidad –aspectos estos en apariencia opuestos-, LADY IN A JAM nos permite completar la mirada en torno a un cineasta, aún hoy, necesitado de un revisionismo lo suficientemente amplio, para poder establecer definitivamente el alcance de su obra.
Calificación. 2’5