GOLDEN EARRINGS (1947, Mitchell Leisen) En las rayas de la mano
Pese a que, con posterioridad a esta película, en su filmografía aún se alberguen títulos de interés, se suele considerar que GOLDEN EARRINGS (En las rayas de la mano, 1947) fue el último éxito en la andadura de Mitchell Leisen dentro de su extensa vinculación con Paramount, su major de siempre. Pero junto a esta circunstancia puntual, lo cierto es que nos encontramos con una muy atractiva mixtura de género -aspecto este en que residirían buena parte de las virtudes del elegante cineasta norteamericano-. En este caso nos encontramos ante una afortunada mezcla de relato romántico con tardíos elementos antinazis, toques de comedia y aún más lejanos elementos fantastique. Todo ello conformará un conjunto brillante y con pocos altibajos, enaltecido de manera poderosa con el brillante diseño de producción del estudio -algo fundamental para el cine de Leisen-, hasta el punto de configurar un insólito anacronismo cinematográfico, en el que por otra parte se encuentran presentes a la perfección los rasgos de estilo que hicieron tan reconocible como magnífico su cine.
Nos encontramos en la Inglaterra de 1946. El terror de la guerra ya es parte del pasado. A un club londinense llega un pequeño paquete a nombre del coronel Ralph Denistoun (Ray Milland), a quien pronto veremos portando un aura de cierta melancolía. Le recepción del envío, que pronto veremos se trata de un par de pendientes dorados -los que señala su título original- por un lado, le impulsarán a tomar un vuelvo y, por otro provocará la curiosidad de otros de los componentes del club, que se han dado cuenta que tiene las orejas perforadas. Uno de los compañeros del mismo compartirá la butaca contigua en el vuelo, lo que de manera irónica permitirá el relato del protagonista, a raíz de la tácita curiosidad de este, en un largo flashback que ocupará la casi totalidad del metraje. La mirada retrospectiva se remontará a los comienzos de la II Guerra Mundial, antes de que Inglaterra entrara en la contienda. Denistoun y su fiel colaborador Richard Byrd (Bruce Lester) se encuentran prisioneros en una mansión incautada por los nazis, ya que ambos protagonizaron una misión fallida para obtener la fórmula de un gas venenoso que el veterano científico Otto Krosigk (Reinhold Schünzel) alberga para entregarlo a los alemanes. Los dos presos establecerán un sorprendente e inesperado plan de fuga, separándose y acordando un futuro encuentro en un poste de señalizaciones. La cámara y, con ella, la acción, acompañará la peripecia de Ralph, quien se insertará en frondosos bosques, y al que el destino le ligará a una gitana -Lydia (Marlene Dietrich)-.
A partir de ese momento, GOLDEN EARRINGS se erige como un singular, divertido, romántico, a ratos tenso -aunque todos sepamos que su protagonista no va a correr riesgos- cuento de hadas. Una fantasía que por momentos roza lo inverisímil, pero en la que el ya mencionado y brillante diseño de producción al que beneficia, paradójicamente, la admirable iluminación en blanco y negro que le brinda Daniel L. Fapp -esta misma película fotografiada en color hubiera incurrido en la frontera del kitsch, algo que asumen algunos títulos de Leisen de este periodo. Sin embargo, en esta ocasión el guion firmado a tres bandas por el cercano blacklisted Abraham Polonsky, Frank Butler y Helen Deutsch, a partir de la novela de Yolanda Foldes, permite el discurrir y ondear los diversos vértices de un relato que acierta a sortear los riegos que planteaba, integrándose en un extraño equilibrio, en el que se llevará la palma esa especial aura romántica que supondría una de las señas de identidad del director, Y lo hace elevando esa carga romántica y logrando que muy pronto -utilizando las armas de la comedia- esa improbable pareja formada por Milland y la Dietrich adquiera vida propia, y en la que la complicidad de ambos intérpretes será magnífica. Será algo en lo que tendrá capital importancia la aplicación de una de las cualidades más valiosas del cine de Leisen; la mixtura de serenidad e intensidad en su dirección de actores.
De esta forma, nuestro cineasta apuesta con claridad por un relato que juega a fondo y deliberadamente con la baza del anacronismo, y decide imbricarse por completo en la atmósfera del cuento de hadas y en esa asumida irrealidad que, en no pocas ocasiones, brindó algunas de las mejores páginas de su obra. Es cierto que nos encontramos ante un argumento que se delimita en unos márgenes tensos y concretos -los prolegómenos de una invasión nazi-. Pero lo evidente es que GOLDEN EARRINGS se dirime en las fronteras de un argumento que da pie a lo feerie, y en su querencia a lo telúrico se encuentra ligado a constantes y efectivos toques de comedia, basados fundamentalmente en el contraste de personalidades -la secuencia de la primera cena de un hambriento Ralph junto a la una Lydia sin los más mínimos modales; el momento en que esta le realiza los agujeros en las orejas-, hasta el punto de que por momentos parece que nos encontremos ante una inesperada reedición del universo de Laurel & Hardy.
La película irá discurriendo con precisión. Sin baches de ritmo -quizá solo objetar una demasiado extensa pelea entre gitanos, revestida sin embargo de oportunos apuntes cómicos- y, sobre todo, incrementando esa cercanía sentimental en la pareja protagonista. Ello no nos evitará que puntualmente se inserten instantes que incidan en el aura de amenaza vividos. Como sucederá en los pasajes inmersos en el tramo final, donde se produzca el deseado encuentro de Denistoun con el doctor Krosigk. Una secuencia modélica en la que su ausencia de tensión -desde el principio sabemos que el protagonista no corre riesgos- no impide que se encuentre dotada de un tremendo alcance emocional, una vez más, centrado en la planificación, la fuerza de las miradas y, en definitiva, esa capacidad que Leisen albergó para transmitir las emociones humanas.
En cualquier caso, dos serán las secuencias que destacarán de manera especial en GOLDEN EARRINGS. Una se entroncará de manera directa con los modos del fantastique que en aquellos años se rodaba en Paramount -fundamentalmente, en propuestas firmadas por John Farrow-. Me refiero a los instantes finales del reencuentro de Ralph y su fiel Byrd en el que ataviado de gitano simulará leerle las rayas de la mano ante la presencia de agentes nazis. En esos momentos, ya experimentado por Lydia, percibirá con horror -en un primer plano muy expresivo sobre su rostro- la inminente muerte de su amigo. El otro, ubicado en los pasajes finales del flashback mostrará los últimos instantes juntos de la inusual pareja protagonista. Todo ello, transmitido en la imagen con un sentido del éxtasis amoroso potenciado por esos exteriores y el espeso follaje, y la presencia en segundo término de una cascada. Una extraña sensación de felicidad absolkuta enmarcada en la naturaleza que, esta secuencia sí, podría insertarse entre lo mejor jamás rodado por su artífice.
Lástima quizá de esa conclusión un tanto apresurada y excesivamente escorada a la comedia, que rompe con esa ascesis previamente alcanzada. En cualquier caso, GOLDEN EARRINGS es una muestra representativa y magnífica de la personalidad en uno de los cineastas más singulares y aún necesitados de revisión de su tiempo del Hollywood clásico; Mitchell Leisen.
Calificación: 3’5