TAKE ME LETTER, DARLING (1942, Mitchell Leisen) Ella y su secretario
Aunque Mitchell Leisen siempre prefirió la parte de su obra que se desarrolló en los años treinta, se solía manifestar en torno a TAKE ME LETTER, DARLING (Ella y su secretario, 1942), como uno de sus títulos preferidos, destacando en ella su enorme éxito comercial. Resulta curiosa dicha predilección, en un periodo donde Leisen dará vida sus obras más logradas, perdurables, sus combinaciones de género más singulares, y desplegará en buena parte de su producción, esa elegancia innata, que queda definida como uno de sus rasgos de estilo más sensibles y reconocidas. A pesar de que su periodo de gestación hizo que se sucedieran los nombres de diversos realizadores y estrellas -Preston Sturges, Claudette Colbert, Barbara Stanwyck, Carole Lombard-, lo cierto es que nos encontramos con una comedia de innato regusto Screewall, que parece estar destinada en primer término, a quienes finalmente asumieron sus principales responsabilidades.
De entrada, la propia e ingeniosa configuración de sus títulos de crédito, en una sucesión de diseños publicitarios que son mostrados con el visto bueno del realizador, nos predisponen a un producto elegante, basado en esta ocasión en una base dramática del experto comediógrafo Claude Binyon en la que, obvio es señalarlo, desde el primer momento, vamos a conocer el resultado final de la misma. Ello no importa en esta magnífica comedia, que sabe hablar entre líneas de las inescrutables aristas de la condición humana, y lo hace además en un ámbito dominado por la sofisticación -el de la creación publicitaria-, presentándonos a los dos personajes centrales del relato. De un lado, el atractivo pero opaco Tom Verney (Fred MacMurray), un hombre de rentas venidas a menos, que sueña con ser pintor en México, para lo cual aceptará el empleo de secretario que le brindará la mundana A. M. MacGregor (Rosalind Russell), su oponente. En realidad, no busca en un joven bastante incompetente su eficacia como secretario, sino encontrar en él una auténtica carabina, de cara a solventar las suspicacias de las adineradas esposas de los clientes que va a visitar, intentando aplacar en ellas sus celos.
A partir de esa premisa, y como es de esperar, se desplegará un delicioso decoupage de situaciones, que oscilarán entre lo escorado al equívoco, la guerra de los sexos, la contraposición de caracteres, el contraste del mundo desprovisto de atractivo que rodea al simplón Varney, y la extrema sofisticación que envuelve el entorno de A. M. Entre la autenticidad y sencillez de Tom y la falsedad envuelta en oropeles del ámbito de su jefa, en realidad se esconde la personalidad insatisfecha de una mujer envuelta en su ambición profesional, pero vacía en su interior, y la timidez congénita de un hombre de tanta sencillez como nobleza.
Leisen articula un relato, siendo esta sin duda una de las películas en las que plasmó de manera más adecuada la relación de sus personajes, en torno a una dirección artística que sabe envolver el devenir y la psicología interna de sus reacciones. Pero sin lugar a duda, lo que imprime carácter a esta magnífica película -a la que, justo es reconocerlo, le cuesta un poco arrancar-, es la afortunada concatenación y combinación de secuencias, buscando en ellas insertar una evolución en el proceder de esa apareja totalmente opuesta en intenciones y caracteres, pero que en realidad sabemos desde el primer momento, están condenados a entenderse y compartir el futuro.
Pero la gracia de la buena comedia americana estriba siempre en su desarrollo, y TAKE ME LETTER, DARLING despliega casi con tiralíneas una evolución que por momentos entra en lo delirante, y en otros revela una sensación de verdad, realmente pasmosa. Dentro del primer apartado, uno no puede dejar de destacar la primera secuencia de la pareja protagonista en el interior de un taxi, con destino a un primer encuentro profesional de la publicista, jugando Varney con la chistera que acaba de estrenar, y soportando las irónicas invectivas de esta. En un asombroso plano fijo, el alarde de divertida dirección de actores marcado por Leisen, transmite al espectador tanto regocijo, como conocimiento del interior de la pareja. Los ecos de la Screewall Comedy aparecerá en otro asombroso episodio, el de la fiesta, en la que Tom -y A. M.- conocerá a Ethel Caldwell (divertidísima Constance Moore). Esta es la extrovertida y atractiva hermana del archimillonario Jonathan Caldewll (estupendo Macdonald Carey, en su segunda película), caracterizado por su aversión a las mujeres, tras cuatro divorcios consecutivos. El fragmento, de creciente interés, que por momentos no deja de parecerme un precedente de la fiesta protagonizada por Jack Lemmon y Joe E. Brown en SOME LIKE IT HOT (Con faldas y a lo loco, 1958. Billy Wilder), cobrará un elemento explosivo con la irrupción de Ethel, quien se enzarzará a bailar durante toda la velada con Tom, en medio de un delirante montaje que irá mostrando el devenir de la velada, con A. M. y Jonathan a solas, culminando con la zancadilla que esta propinará a Tom cuando abandonen el salón, cerrando la secuencia un par de rezagados comensales. O en el impagable montaje de telegramas enviados por una cada vez más celosa A. M. a la mansión de los Caldwell, mientras Tom no deja de disfrutar con Ethel una serie de divertidas peripecias, cuando en realidad se está limitando a cumplir el encargo de lograr la firma en el contrato de publicidad para la firma.
Pero esa casi constante querencia con la comedia, se insertarán pasajes dominados por su carácter confesional, revestidos de una especial sinceridad de sentimientos. El primero de ellos, quedará descrito en esa estancia en una vivienda campestre, donde por vez primera aflorará la atracción entre la pareja -la construcción escénica del episodio es especialmente relevante-. La segunda, será la magnífica secuencia -en mi opinión, el pasaje más memorable de la película-, en el que el misógino Jonathan confiese sus debilidades y, en definitiva, su devoción hacia A. M., llegándole a rogarle que se case con él, en un episodio que avanza los mejores logros del cineasta en el ámbito del melodrama. Si a ello unimos la presencia de característicos tan brillantes como Robert Benchley -el despreocupado socio de la Russell, siempre con sus juegos en el despacho-, el borrachín Cecil Kellaway, o esas puritanas tías de Jonathan, desbocadas en el ensayo de su boda con A. M., obtendremos una brillantísima comedia, que se encuentra a punto de entrar en las puertas del olimpo del género. Que no lo hace finalmente, pero es una muestra magnífica de un periodo de gran brillantez en el mismo, al tiempo que una demostración plena de la experta mano de un cineasta casi imprescindible; Mitchell Leisen.
Calificación: 3’5
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JORGE TREJO RAYON -