Que la obra del norteamericano Samuel Fuller conoció desde hace tiempo su obligada reivindicación, desde aquella lamentable calificación como “cineasta fascista”, es algo de Perogrullo. Sin embargo, cierto es que sigue manteniéndose una cierta disparidad a la hora de la elección por parte del aficionado o el estudioso, de cuales de sus títulos merecen destacar entre el conjunto de su obra. Recuerdo, llegados a este punto, como en no pocas ocasiones se citaba SHOCK CORRIDOR (Corredor sin retorno, 1963), como el título que más gustaba a aquellos que no apreciaban la obra de Fuller. Y sinceramente estimo que sigue manteniéndose dicha diversidad a la hora de apreciar una obra sorprendente en su apariencia exterior, al mismo tiempo que dotada de enorme coherencia en su entraña interna. Uno de los géneros en los que el cineasta ha venido finalmente logrando un mayor grado de prestigio, ha sido en sus aportaciones al género bélico –siete en total-, que se extendieron incluso hasta uno de sus últimos títulos THE BIG RED ONE (Uno rojo; división de choque, 1980). Lo cierto es que entre ellas no puede decirse que CHINA GATE (1957) sea precisamente la que goce de mayor prestigio… Tal es la disparidad con la que los aficionados asumen el cómputo de una obra muy atractiva en su conjunto, pero de la que cada espectador suele elegir dispares producciones.
Por todo ello, sin ánimo de epatar ni llevar la contraria a nadie, he de señalar que el visionado de la misma no solo me ha supuesto un considerable descubrimiento, ya que no dudo en considerar –en contra del sentir general- a CHINA GATE como una de las grandes obras de su director, al tiempo que probablemente la mejor de sus aportaciones al género bélico –esta era la única que hasta el momento desconocía-. Siempre he pensado que a la hora de profesar un determinado grado de admiración a realizadores de prestigio, lo que importa en definitiva es patentizarla, quedando en segundo término si cada uno elige unos u otros de sus exponentes. En este caso, y ya desde sus primeros fotogramas, con las plasmación de esa escenografía situada en Indochina, y el inolvidable y hermoso rótulo en el que se detalla la presencia en la banda sonora “extendida por Max Steiner en honor de su viejo amigo Víctor Young”, fallecido antes de la conclusión del film, nos predispone, unido a la magnificencia de un CinemaScope ayudado por la extraordinaria fotografía en blanco y negro de Joseph F. Biroc –un elemento de capital importancia a la hora de ocultar la condición de sumida serie B de la 20th Century Fox-, y revertirlo precisamente en su sentido opuesto, otorgando a sus imágenes de una atmósfera que en sus momentos más tensos llega a convertirse en irrespirable.
La película se inicia con una breve sucesión de imágenes de archivo, que nos introducirán en la Indochina del periodo posterior a la Guerra de Corea. En concreto en 1954, cuando se está produciendo la invasión comunista en un territorio que protege Francia de manera oficial, pero que se encuentra igualmente respaldado por fuerzas norteamericanas. Muy pronto la acción nos llevará hasta el deseo de los militares de la Legión Extranjera –formada por los países antes mencionados-, para intentar localizar el lugar donde se encuentra custodiado, en el interior de un monte, un importantísimo arsenal de armas que, con cuya destrucción, el rumbo de la guerra variaría por completo. Para ello, no tendrán más opción que contar con los servicios de la joven y curtida Lia Summer (una carnal Angie Dickinson), mestiza de aspecto caucasiano, que es conocida y respetada en todos los ámbitos, dado su carácter alegre y extrovertido. Pese a ofrecérsele una suculenta recompensa de cinco mil dólares por intentar localizar aquel emplazamiento a través de sus contactos, esta lo rechazará abiertamente, y tan solo aceptará a condición de que su pequeño de cinco años sea llevado tras la misión hasta los Estados Unidos y, con ello, evitarle tener que vivir en un lugar para ella lleno de peligros e inseguridades. No obstante, cuando se dispone a aceptar la misión, se producirá un enorme elemento de tensión al reencontrarse con el que fuera –y seguirá siendo, más adelante lo comprobará- su esposo; el arrogante y duro sargento Brock (Gene Barry), padre del pequeño, al que abandonó cuando comprobó que su aspecto físico era demasiado oriental para lo que una mentalidad tan racista podía permitir. Pese a esta en principio insalvable contingencia, se logrará formar un destacamento –en el que Lia y Broca serán elementos destacados-, compuesto por una serie de soldados que vivirán una auténtica odisea, llena de peligros, riesgos y muertes, hasta llegar al objetivo deseado; el fortín que domina el comandante Chan (Lee Van Cleef), uno de tantos hombres a los que Lee provoca el deseo, y que llegará a proponerle casarse con ella, adoptar a su hijo y marchar juntos a Moscú, donde este tiene un porvenir político. Sin embargo, y pese a la abierta hostilidad general existente entre el dinamitero Brock y Lia, poco a poco se ha ido abriendo en ellos el sentimiento latente que se ha mantenido pese al paso del tiempo, lo que invocará a un tremendo sacrificio final por parte de esa mujer descreída del mundo y, en consecuencia, un absoluto cambio de actitud en la actitud que mantendrá Brock una vez la misión concluya con éxito a nivel fáctico, aunque de forma trágica en la posibilidad de que esos dos esposos que en realidad no se encontraban separados, volvieran a vivir una segunda oportunidad en sus vidas.
Cierto es –y es algo que arguyen los relativos detractores del film-, que el ingenuo anticomunismo del film quizá se encuentre más presente que en otras obras fullerianas. No obstante, considero que no es ese el objetivo que se marca CHINA GATE, que a mi modo de ver se centra en dos vertientes bastante claras. Una de ellas la descripción de esa tensa y casi asfixiante aventura vivida por el grupo de expedicionarios, y por otra la búsqueda de esa segunda oportunidad no sólo para la pareja protagonista, sino para aquellos que forman dicha expedición, en la que se encontrarán seres traumatizados, como ese soldado que imagina tras una pesadilla que está contemplando a un soldado ruso –un detalle que preludiará elementos de SHOCK CORRIDOR-, en el deseo oculto del negro Goldie (un excelente Nat “King” Cole), que en el fondo anhela adoptar a ese niño que siempre ha despreciado el carente de escrúpulos Broc. El devenir del traslado de los componentes del comando quedará descrito a través de secuencias en las que el hecho de estar rodadas en una selva simulada en estudio –como pudiera ser en el ámbito del western THE OX-BOW INCIDENT (Incidente en Ox-Bow, 1943. William A. Wellman)-, conceden una tensión suplementaria a esos episodios esencialmente nocturnos. En uno de ellos, uno de sus componentes caerá y se fracturará de espalda, siendo consciente de la inminencia de su muerte, pidiendo a sus compañeros que le abandonen, aunque estos lo acompañen hasta que llegue ese momento, que todos saben inminente. Dentro de dicha misma vertiente, se insertará el instante más memorable del film; el ataque de un comunista, sufriendo Goldie la caída en una trampa que llenará de pinchos uno de sus pies, no teniendo otra opción que acallar su dolor para evitar llamar la atención de los guerreros que se encuentran allí diseminados, y con ello hacer fracasar la misión.
En CHINA GATE se da de la mano la esencia del mejor cine fulleriano a la hora de mostrar esas tensiones y enfrentamientos humanos, ese racismo latente en la fauna humana que alberga –no nos olvidemos de la secuencia inserta en los primeros minutos del metraje entre Broca y el sacerdote encarnado por el veterano Marcel Dalio, recriminándole la actitud que mostró años atrás, y recordándole que a él le tuvieron que amputar una pierna por su condición cristiana. La culminación de la secuencia con una grúa de retroceso que mostrará una imagen en piedra de la Virgen en medio de tanta ruina, otorgará al momento de una contundencia admirable. Cierto es que en ocasiones se abusa en exceso de la presencia de cartelería y fotografías de los líderes comunistas –en ocasiones se ha señalado que ello se produjo para intentar paliar las carencias de serie B que esgrime el conjunto-. Sin embargo, no es esa mi impresión, puesto que de entrada he contemplado otros títulos de Fuller en donde estas carencias de producción aparecían más evidentes. Quizá esta presencia gráfica apareciera como simulación a la hora de despistar a determinados sectores del público de la época, de las auténticas intenciones del film; la de mostrar una mirada global absolutamente desoladora en torno a una galería humana delimitada en un periodo y marco concreto, pero fácilmente extensible a la Norteamérica de un tiempo que ya se encontraba inmersa en el denominado American Way of Life, pero que aún arrastraba el trauma del maccarthismo y la esencia racista de su sociedad.
Dentro de una planificación en la que Fuller administra con magisterio el formato panorámico, algo que permite junto a la intensidad de los rostros y los cuerpos de sus personajes, conformar una auténtica sinfonía del horror de la vivencia de la guerra. Y junto a ello ese horror se hará patente en la primera aparición del niño que será, en definitiva, el eje de la narración, albergando en su interior el único perrito que sobrevive dentro de una población en la que el hambre ha llegado a hacer desaparecer todo tipo de animales. La película finalizará de un modo elegíaco, con la canción de Cole, sentado ante las ruinas, pensando en sus adentros la oportunidad perdida que tuvo de hacerse cargo del pequeño, y contemplando como su padre ha roto para siempre aquellos prejuicios que, en el fondo, le han hecho perder cinco años de posible felicidad en su vida, y que con la trágica ausencia de su madre, jamás podrán ser compensados, aunque al menos sí sustituidos en el cariño por ese niño, que lucirá feliz a partir de esos momentos el reloj de su padre, quizá trasladando una metáfora sobre la añoranza del paso del tiempo.
Ubicada por lo general en un segundo término a la hora de valorar la filmografía de su director, no dudo en considerar CHINA GATE una de sus obras mayores, sin pensar en que dicha afirmación tenga mayor o menor número de seguidores. La pasión que me han transmitido sus imágenes, su tono de tragedia contenida, el lirismo de sus mejores pasajes, el grado existencial que desprenden no pocos de sus episodios, me llevan a considerarla una de las propuestas bélicas más valiosas e infravaloradas de la década de los cincuenta, sin duda uno de los periodos más brillantes de la historia de dicho género.
Calificación: 4