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CINEMA DE PERRA GORDA

Woody Allen

CAFÉ SOCIETY (2016, Woody Allen) Café Society

CAFÉ SOCIETY (2016, Woody Allen) Café Society

Resulta triste, muy triste, contemplar la manera injusta con la que determinadas élites norteamericanas, han impuesto a la figura del ya anciano Woody Allen. Hasta ese punto llega mi identificación hacia su figura, que un servidor, moderado admirador de su obra más no incondicional de la misma, no puede por menos que mostrar una identificación por un hombre de cine constante a sus formas y su propio modo de entender la vida, que durante décadas emergió como uno de los referentes de la cinematografía de su país. Un hombre que, además, envejece como el resto de los mortales, y que, en sus últimas obras, deja entrever una apuesta por la sinceridad de los sentimientos. Una mirada revestida de melancolía, aparece quizá como un grito agónico de un cineasta que supo, en sus mejores momentos, hablar de los sentimientos, y la propia fragilidad de estos.

Buena parte de todo ello aparece en CAFÉ SOCIETY (Idem, 2016), que Allen ideó, ante todo, para plasmar una comedia romántica, que se desarrollara a finales de los años treinta, un tiempo que el realizador siempre amó como espectador. La historia, se centra en la figura del joven Bobby (un extraordinario Jesse Einsenberg), muchacho de familia judía, que ha decidido viajar de Nueva York hasta Hollywood, con la ilusión de poder trabajar en la industria cinematográfica, contando para ello con el supuesto apoyo de su tío, el poderoso representante artístico Phil Stern (notable Steve Carell). Este, no obstante, no dejará de darle largas, antes de recibirlo,e incorporarlo a modo de chico de los recados, dejando que su joven secretaria -Vonnie (una sorprendente Kristen Stewart)-, haga como guía suya en torno a aquella ciudad. Como no podrá ser de otra manera, poco a poco los dos jóvenes sentirán que algo les une, aunque la muchacha le revele que hay otra persona en su vida, indicando que se trata de un periodista. En realidad, el amante de esta es el propio Stern quien, llegado un momento, comentará a Vonnie estar dispuesto a separarse para unirse a ella. Será una intención que. finalmente, no se atreverá a llevar a cabo, permitiendo dicha circunstancia que ella vuelva a acercarse a Bobby, incluso aceptando la idea de este de casarse con él, y retornar ambos a Nueva York, donde él atenderá el club que ha montado su hermano -un gangster y criminal, frio como el acero-.

El tiempo pasa, y de manera casual, un Phil totalmente deprimido confesará a su sobrino, el hecho de que tiene una amante a la que dejó, pero no puede olvidar. Poco después, se enterará que Vonnie era la misma, y su tío era esa otra persona que ella apenas le había indicado. Puesto en tesitura de elegir, con cuál de los dos se queda, la muchacha optará por hacerlo con Stern, retornando Bobby a Nueva York, y acertando a integrarse en ese nuevo club, donde muy pronto mostrará su destreza y don de gentes. Allí, una noche, conocerá a la bella y elegante Verónica (deslumbrante Blake Lively), con la que muy pronto se casará, al descubrir que la ha dejado embarazada. Así pues, mientras su hermano es detenido, juzgado y finalmente ejecutado, por su actividad criminal, Bobby vivirá una estabilidad emocional, alcanzando su madurez personal… que se verá rota, con la inesperada llegada al club de su tío y Vonnie. Será, de entrada, un reencuentro que rechazará. Sin embargo, los recuerdos y los sentimientos, volverán a ubicarse en primer plano, hasta el punto de llegar a plantearse si ambos, aparentemente triunfantes en sus vidas, no se equivocaron a la hora de elegir los destinatarios de sus sentimientos -sobre todo en el caso de ella-.

Con la aparente e inicial ligereza de una comedia, que asume en su desarrollo no pocos ecos de títulos precedentes en la obra alleniana, es indudable que poco a poco, el ya veteranísimo realizador, que sabe a ciencia cierta que el final de su obra está cercano, logra plasmar a esta delicada y al mismo tiempo volátil comedia romántica, de una textura personalísima. Ese gusto por las disgresiones narrativas, por los elementos de enredo, por pequeñas subtramas que, por fortuna, se insertan de manera complementaria en el relato -todo lo referente a la familia newyorkina del protagonista, entroncado en esas descripciones familiares, tamizadas a modo de comedia, tan gratas al muy veterano cineasta, envueltas de agudos apuntes en torno a la mezquindad de la condición humana; ese vecino que no deja de molestar al hermano de Bobby, que por la insidia de su esposa, desaparecerá, y no será más que la piedra de toque para su fin ante la justicia-. En cualquier caso, lo que eleva CAFÉ SOCIETY, a la condición de título magnífico, al que solo la voluntaria ausencia de pretensiones, impide ser considerado uno de los logros del cineasta, es la sensibilidad con la que se plasma en sus imágenes, esa evolución de los sentimientos, insertos estos en los recovecos de la actividad humana, en la que tanto afectan las facilidades de lo material y, de igual modo, una madurez que, en el fondo, lo único que permite es que la pasión y lo auténtico de los mismos quede ahogado, en medio de otras circunstancias y elementos sociales.

Allen acierta al describir esa evolución en la inesperada relación entre ambos jóvenes, alentado por la espléndida química, generada entre un deslumbrante Eisenberg, y la frescura generada por la Stewart. A ello, se sumará la gradación que brindará Steve Carell, a la hora de modular el drama interior vivido por su personaje, que oscilará entre lo fatuo de su apariencia interior -deudora de la condición social de su profesión e influencia-, y los remolinos que sortearán su alma, dudosa a la hora de dar el salto a una nueva ilusión amorosa. Todo ello, quedará envuelto por una espléndida selección musical y, de manera decisiva, por la calidez y sensibilidad, que describe la admirable iluminación del italiano Vittorio Storaro, en la primera de las tres colaboraciones que ha mantenido con Allen hasta la fecha.

Todo ello confluirá en un relato que se describe con una extraña mezcla de musicalidad y melancolía, modulado con un perfecto montaje, en el que Allen decide ocultarse a través de sus personajes, pero en el que no dejan de insertarse destellos de virtuosismo fílmico. Pienso, por ejemplo, en el deslumbrante fundido, descrito tras la elección de Vonnie, que llevará a Bobbie hasta Nueva York, trasladando la imagen hasta su más célebre puente. O en la elegancia con la que se desenvuelven todas las secuencias descritas en el interior del club, en el que nuestro protagonista se revelará especialmente dotado. La chispa que revestirá la secuencia del encuentro entre este y la mundana Verónica, personajes ambos que vivirán una de las secuencias más intensas y delicadas del relato. Será aquella, casi de conclusión, en la que esta, intuyendo que quizá el reencuentro de Vonnie y su marido haya producido algo más que un simple contacto, le preguntará a Bobby si en alguna ocasión le ha sido infiel tras casarse con él, mintiéndole tras negarle dicha posibilidad -un pasaje confesional, resuelto admirablemente en un solo plano-. Inmediatamente antes, se habrá producido en Hollywood el último encuentro entre los en el pasado jóvenes amantes, confesando Bobby finalmente; “Hay sentimientos que nunca mueren ¿Es eso bueno o malo?”. De inmediato, otro fundido, nos devolverá a un atardecer newyorkino.

CAFÉ SOCIETY albergará uno de los finales más hermosos y, al mismo tiempo amargos, del conjunto de la filmografía de Woody Allen. La espléndida secuencia de la celebración en el club de una fiesta de fin de año, quedará coronada con un lento travelling rodeando a un añorante Bobby -excepcional Eisenberg-, mientras suena el elegíaco ‘Auld Lang Syne’ de llegada del nuevo año, fundiendo hasta la fiesta que, en Hollywood, está viviendo Vonnie. La distancia y las circunstancias, no pueden apagar los rescoldos de un amor sepultado en la falta de valentía. Allen Forever.

Calificación: 3’5

A 14 días, del XV aniversario de Cinema de Perra Gorda (XVL) DIRECTED BY... Woody Allen

A 14 días, del XV aniversario de Cinema de Perra Gorda (XVL) DIRECTED BY... Woody Allen

Woody Allen, entre Diane Keaton y Mariel Hemingway, en la inolvidable MANHATTAN (Idem, 1979).

 

WOODY ALLEN... en CINEMA DE PERRA GORDA

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(12 títulos comentados)

BANANAS (1971, Woody Allen) Bananas

BANANAS (1971, Woody Allen) Bananas

La entronización vivida por la figura y la obra de Woody Allen, especialmente a partir de ANNIE HALL (Idem, 1978), ha oscurecido para su numerosa pléyade de fans, la circunstancia de encontrarnos con una aportación cinematográfica desigual. Lo que debería ser asumible incluso por cineastas muy por encima de las facultades de Allen, parece que se resiste a ser asumido por un cineasta que es indudable debe ocupar un lugar de cierta referencia, en el cine norteamericano de las últimas décadas. Pero al mismo tiempo, en más ocasiones de las deseables, flaqueó en su excesiva subordinación a la palabra, en detrimento de un trabajo más sólido de puesta en escena y también, en la prolongación de las neuras del personaje eternamente encarnado por Allen, que no dudo supondrá un elemento de placer para sus múltiples admiradores, pero que a mi en pocas ocasiones me ha transmitido autenticidad como tal exponente fílmico.

Esa incapacidad para separar el grano de la paja en la corpulenta y saludable obra alleniana, es la que permite que un título tan endeble, tan zafio y tan poco atractivo como BANANAS (Idem, 1971), siga gozando de cierto prestigio incluso, a la hora de establecer una mirada en torno a los derroteros de la comedia USA en aquellos primeros años setenta. Segunda película como realizador de Allen, me sorprende su escaso grado de acierto, en la medida que su debut como director conserva para mi un buen recuerdo –TAKE THE MONEY AND RUN (Toma el dinero y corre, 1967)-. Por el contrario, BANANAS no resiste bajo mi punto de vista el menor análisis, diluyéndose por un lado en una de las más molestas plasmaciones del torpe, parlanchín y egocéntrico personaje alleniano, al tiempo que gasta la pólvora en salvas, en su supuesto alcance satírico, tanto en esa mirada a la contracultura americana, como los mecanismos gubernamentales del momento, o el propio devenir de las revoluciones centroamericanas, con especial mirada en la figura del recientemente desaparecido Fidel Castro, al que nunca se menciona, pero siempre se tiene presente.

De entrada, cabe ubicar BANANAS dentro de un contexto en el que la comedia americana –como tantos otros géneros tradicionales- se encontraba sin rumbo. Jerry Lewis se encontraba casi perdido, realizando el extraño WHICH WAY TO THE FRONT? (¿Donde está el frente?, 1970), mientras que Frank Tashlin había abandonado la realización, y moriría prematuramente al año siguiente. Stanley Donen había abandonado dicho ámbito –retornaría a él con la estupenda pero nunca apreciada MOVIE MOVIE (Idem, 1978)-, abriendo un sendero seguido con mayor dramatismo por Richard Quine, mientras que tanto Vincente Minnelli como Blake Edwards daban palos de ciego –el segundo sin embargo volvería con sus comerciales más poco remarcables “panteras rosas”. De hecho, el único gran cultivador de la comedia que prolongaría con acierto su aporte sería Billy Wilder, que abriría senderos muy singulares, brindando algunos de los mejores exponentes más perdurables del decenio. Al margen de dicho contexto, lo cierto es que la comedia americana pierde buena parte de sus señas de identidad según finalice la década de los sesenta, introduciéndose en los sesenta bajo un predominio del elemento satírico y la ascendencia de la comedia judía. Es decir, nombres como Robert Altman, Mel Brooks, Carl Reiner, o estrellas como Dick Van Dyke, unidos a nombres hegemónicos como Jack Lemmon y Walter Matthaw, prolongarán el devenir de una de las vertientes cinematográficas más valiosas de Hollywood. Y en un contexto que aún produciría gemas ocultas como COLD TURKEY (Un mes de abstinencia, 1971. Norman Lear), Woody Allen exteriorizó un ámbito de aprendizaje que quizá sorprendiera por lo supuestamente transgresor de sus propuestas, pero que a mi modo de ver, en BANANAS aparece revestido de una simplonería casi sonrojante.

La película, que tiene uno de sus mayores aliados en su corta duración, describe la torpeza del joven Fielding Mellish (Allen), al que descubriremos trabaja como probador en una empresa encargada de fabricar diseños supuestamente novedosos. Un día recibirá la visita de una joven y hermosa activista –Nancy (Louise Lasser)- de la que se enamorará perdidamente, y que le contagiará en sus anhelos revolucionarios. Como quiera que esta intuirá que la relación entre ambos no termina de funcionar, Mellish se enrolará como voluntario al estado latinoamericano de San Marcos, donde se está fraguando una rebelión para derrocar al dictador Vargas (Carlos Montalbán). Llegará incluso a entrevistarse con este, pero será capturado por los hombres de Esposito (Jacobo Morales), ayudando a los revolucionarios a llegar al poder, entronizando a un nuevo líder, que muy pronto se contemplará resulta peor que el que han derrocado. Es por ello, que los mandos de la revolución propondrán al atolondrado Mellish como presidente, que llegará a viajar hasta USA para lograr una serie de mejoras económicas, siendo no obstante perseguido y condenado por la autoridades.

En realidad, BANANAS se plantea como una extraña mezcla en torno a dos figuras cómicas tan opuestas como complementarias, como fueron las de Groucho Marx –a quien Allen siempre profesó veneración- y Jerry Lewis. La ascendencia del segundo se puede percibir en esas fallidas secuencias en las que se nos presenta al protagonista probando una serie de artefactos creados por la empresa en la que trabaja. En realidad, todos aquellos pasajes en los que se incide en la torpeza de Mellish llevan la sombra del autor de THE NUTTY PROFESSOR (El profesor chiflado, 1963), sin su sentido del ritmo, su don para la comedia ni, por supuesto, su adecuada plasmación como tal exponente del género en la gran pantalla. Justo es reconocer que las primeras apariciones fílmicas de Lewis adolecían de falta de definición, pero en su descargo, cabía destacar que en el Lewis inicial no aparecía un elemento discursivo que si abanderó Allen. Un cómico que, por otro lado, funciona bastante mejor en las constantes réplicas de sus ocurrentes y distanciados diálogos, prolongando notablemente la estela del ya señalado Groucho.

A partir de dichas premisas, BANANAS funciona a través de une estructura inconexa de episodios, la mayor parte de los cuales, y es una opinión muy especial, devienen hoy día de una pobreza casi sonrojante. No encuentro la supuesta comicidad en el episodio en el que Allen tiene que comprar una revista porno, ni en el posterior en el que se tiene que enfrentar con un par de facinerosos en el metro –uno de ellos encarnado por un horrible y jovencísimo Sylvester Stallone-. Ni siquiera en el episodio pregenérico, escenificando la muerte del presidente de San Marcos, antes de llegar al poder el dictador militar, o en la mayor parte de los pasajes de la supuesta historia de amor entre Fielding y la activista que despertará en él un involuntario sentido revolucionario. En su conjunto, el film de Allen resulta pobre, conceptual y narrativamente. Su comicidad deviene tan periclitada, que uno no deja de sorprenderse ante el hecho del relativo prestigio que sigue manteniendo. Ni siquiera a la hora de destacar su alcance satírico, uno deja de añorar propuestas mucho más valiosas, creadas en la década de los sesenta. En cualquier caso, y rebajando mucho el listón, hay aspectos que apuntan a las posibilidades de lo que podía haber propuesto su conjunto, si Allen hubiera dejado de lado su obsesión supuestamente centrada en subvertir convenciones, y hubiera trabajado mucho más el timing y el elemento netamente cinematográfico de la propuesta. Atendamos a la adecuada banda sonora propuesta por un sorprendente Marvin Hamlish –en la que no faltarán canciones de raíz latina-, o episodios que aún resultan divertidos, dentro de su propio carácter absurdo, como el de la cena de Allen con el dictador ¡que tendrá que costear personalmente!, el hilarante pasaje de la compra de la comida del conjunto de revolucionarios –sin duda lo mejor de la película-, o ese juicio a que es sometido en USA, donde prácticamente se le llegará a atar y amordazar, impidiéndole su propia defensa.

Calificación: 1’5

MAGIC IN THE MOONLIGHT (2014, Woody Allen) Magia a la luz de la luna

MAGIC IN THE MOONLIGHT (2014, Woody Allen) Magia a la luz de la luna

Con pocas excepciones, el devenir de la notable filmografía de Woody Allen, además de su escrupulosa anualidad, ha ido confluyendo en una serie de variaciones sobre temas que iría barajando en los diferentes escenarios en los que se han ido desarrollando sus películas. También, y aunque ello aparece más como un rasgo anecdótico –aunque no por ello menos veraz-, el hecho de sucederse obras de notable brillantez, por otra más livianas, menos ambiciosas o, aunque sus numerosos fans no suelan reconocerlo, hasta cierto punto fallidas. Y es que si a estas alturas de su andadura, no se puede apreciar una película desdeñable en Allen, no es menos cierto que no pocos de sus exponentes devienen bastante más formularios, previsibles o desangelados –táchese lo que no proceda- de lo que suele ser reconocido por su pléyade de incondicionales. Así pues, tras las cargas de profundidad esgrimidas por la magnifica BLUE JASMINE (2013), le sucederá la liviana, pretendidamente inmersa dentro de un extraño e irregular joie de vivre MAGIC IN THE MOONLIGHT (Magia a la luz de la luna, 2014), con la que Allen retorna a uno de los temas inherentes a su mundo temático; la angustia existencial. Se trata de un contexto que ha florecido con mayor hondura y sagacidad en otros títulos suyos, y que en esta ocasión emerge dentro de una base argumental sencilla y, lo que es peor, previsible, desarrollada en 1928, que se centra en la figura de Stanley (Colin Firth), conocido por su extraordinaria destreza en el campo de la magia con el nombres artístico de Wei Ling Soo. Las primeras secuencias de la película, quizá las más delimitadas en su refinada estética, nos describen una actuación del mago en el Berlín de aquel año, presentando al siempre áspero y amargado Stanley. Casi de inmediato descubriremos una personalidad que esconde el horror de su vacío existencial bajo un barniz de culterano escepticismo. Esa premisa de comportamiento, le ha permitido ejercer como azote de falsos espiritistas y videntes, que para el protagonista son todos, ya que es un absoluto descreído de cualquier puente hacia lo metafísico. Fervoroso de Nietzsche, nunca dejará de exteriorizar en sus siempre afilados comentarios, el menosprecio hacia cualquier manifestación que él entiende como debilidad humana, a asumir cualquier asidero que se encuentre en el ámbito sobrenatural.

Espoleado por un viejo amigo, suplantará la identidad de un supuesto comerciante, para acudir a cada de una acomodada familia, acercándose y supuestamente desenmascarando a una joven vidente Sophie (Emma Stone) quien, acompañada de su madre, se encuentra sorprendiendo a la madura matriarca de la familia anfitriona –Grace Catledge (Jackie Weaber)-, a la hora de ofrecerle constantes predicciones y vaticinios, que están llegando a condicionar el devenir de la familia, e incluso acercando al hijo de la misma –Brice (Hamish Linklater)- a la propia Sophie. Stanley demostrará su acritud ante esta joven que le desarma en sus réplicas, y de la que de manera paulatina irá percibiendo como manifiesta el conocimiento de su pasado, e incluso su autentica identidad. No obstante, y aunque aparezca diluido bajo el creciente y amable contacto con Sophie, se esconderá entre ellos una sincera atracción. Bajo estos sencillos mimbres, Woody Allen despliega con una extraña mixtura entre la serenidad y lo previsible, una comedia romántica revestida de cierta placidez, en la que por un lado al hasta entonces severo escéptico se romperán sus esquemas y, lo que es más importante, encontrará un sentido a una existencia dominada por esa visión, mientras que para la vidente aparecerá la oportunidad de vivir una sincera relación sentimental, sin las ataduras de intentar un situación acomodada y olvidando su pasado, al casarse con Brice. Será la base que permitirá a Allen plasmar un relato tan liviano como agradable, en el que el fondo de la naturaleza del sur de Francia, aparecerá casi como marco bucólico para ese desembarco de sentimientos en una pareja de entrada antitética. Un ámbito plácido para una película sencilla, en la que ese recorrido sereno por estilemas comunes al cine de Allen, apenas alcanza momentos en los que se tenga la sensación de asistir más que a una película, por así decirlo, de trámite –por momentos uno casi puede sentir la sensación de trasladarse al ámbito de A GOOD YEAR (Un buen año, 2006) de Ridley Scott-. Prolifera una dirección artística retro –Allen siempre ha apostado por una inmaculada y al propio tiempo nada creíble estética, intentando con ello ofrecer una patina de irrealidad a aquellas películas desarrolladas en una ambientación de época-, un tono preciosista, la abundancia de secuencias de exteriores delimitadas por pintorescos paisajes costeros, y una extraña y acusada sensación déjà vu. Entremedias, es cierto que aparecen perfiles y secuencias dotadas de especial atractivo. Entre ellas, justo es reconocerlo, aparece el personaje de la anciana tía Vanessa (maravillosa Eileen Atkins), aunando la sabiduría de una larga vida y un pasado con lugar para la tristeza –percibiéndose en torno a su serenidad, los ecos de la abuela del AN AFFAIR TO REMEMBER (Tu y yo, 1957) de Leo McCarey-. En torno a ella aparecerá lo mejor, lo más perdurable de esta decididamente menor MAGIC IN THE MOONLIGHT. Nos lo proporcionará el plano sostenido sobre Stanley, implorando y rezando para que la gracia divina interceda en la crítica operación a que van a someter a su tía, renunciando a su eterno escepticismo, hasta que un instante de dignidad revierta el ruego en un retorno a sus principios. O ese agresivo picado que se cierne sobre ambos personajes cuando la anciana ha logrado recuperarse, casi como invocando cinematográficamente una presencia exterior. O, en definitiva, en esa secuencia confesional casi de conclusión, en la que Stanley se sincera ante esa mujer que ha vivido el mundo y atesora experiencia y humanidad, escuchando con cierta condescendencia ese remolino interior de su sobrino, cuando expresa el amor que siente por esa falsa adivina, y entendiendo que ello ha dotado de cierto sentido a una existencia hasta ahora descreída.

Es cierto. Allen no desaprovecha la ocasión para introducir una extraña fuga con la presencia del encuentro de la pareja protagonista de un observatorio tras una inesperada tormenta. Una situación tan poco creíble a nivel racional –la puerta del mismo se encuentra abierta y su interior en impecable aspecto-, aunque ofrecida como una inesperada fuga romántica y fantastique, dentro de un relato que confronta dos miradas contrapuestas de entender la existencia, y que peca de indefinición y carencia de mordiente, aún ofreciendo esa mirada entre lúdica y nostálgica, en la que el azar y la necesidad aparecen como objeto de referencia en su obra.

Calificación: 2’5

MATCH POINT (2005, Woody Allen) Match Point

MATCH POINT (2005, Woody Allen) Match Point

En pocas ocasiones dentro del cine de los últimos años, es posible contemplar como una película es recibida desde el momento de su estreno de manera casi aclamatoria –la unanimidad nunca existe-. Ejemplos de ellos lo podrían proporcionar las ya un tanto lejanas MAGNOLIA (1999, Paul Thomas Anderson), MILLON DOLAR BABY (2004), CHANGELING (El intercambio) y GRAN TORINO, ambas rodadas por Clint Eastwood en 2008. Pero pese a tener un considerable séquito de admiradores que quieren ratificar en cada película suya una nueva obra maestra, y se vuelven locos por verlo tocar el clarinete –y España es uno de los países que más fans del cineasta atesora-, no es menos cierto que la consideración general de su cine es muy variable, no faltando quienes apelan a la –por otro lado lógica- irregularidad de su obra, el hecho de ser un realizador mucho más limitado de lo que se le suele reconocer. A depender demasiado de ideas ingeniosas en unos guiones que se suelen deshinchar o, a recurrir a demasiados lugares comunes, tics y estereotipos de intelectual newyorkino. Nunca he negado que me encuentro en ese segundo apartado, sin dejar de reconocer en Allen a un interesante hombre de cine cuyas películas albergan siempre un mínimo de personalidad, por más que sus resultados fílmicos no resulten siempre especialmente significativos –algo que su propio artífice suele reconocer por otra parte en sus declaraciones, realizadas presumo que con bastante sinceridad-.

Es por todo ello, por lo que quizá tenga más valor mi apreciación de las excelencias de MATCH POINT (2005), que no solo me parece una de las mejores películas de los últimos años –una apreciación bastante extendida-, sino quizá una de las tres grandes obras de de su artífice. Tan solo la situaría por debajo de MANHATTAN (1979) –para mi gusto la cumbre de su obra, y a la altura de CRIMES AND MISDEMEANORS (Delitos y faltas, 1989), con la que es de sobra conocido comparte importantes elementos temáticos.  Pese a resultar un título aún relativamente reciente, no se puede negar que de MATCH POINT se han escrito ríos de tinta. Es lógico y estimulante que así suceda, ya que su desarrollo y resultados predisponen a ello, aunque bien es cierto que en dichas disertaciones se tiendan más a valorar sus elementos extra cinematográficos –su background cultural, uno de los puntos fuertes generados por la mitomanía alleniana-, que en sus estrictas virtudes como sorprendente expresión de la trayectoria de su realizador. A todo ello, resulta obligado señalar un aspecto consolidado desde que firmara esta película; la presencia de rodajes en diferentes ciudades europeas, que en esta ocasión iniciara una trilogía en Londres, prolongándose en Barcelona, París o Roma. A esta alternancia de rincones más o menos míticos del continente europeo, puede hablarse de una mayor homogeneidad en el devenir de sus rodajes anuales –tan solo me sorprendió desagradablemente la inocua SCOOP (2006) y la superficialidad de VICKY CRISTINA BARCELONA (2008)- ¿Señales de una madurez estilística? Quien sabe. En cualquier caso, bienvenida fuera en su momento esta excelente película, en la que Woody Allen se muestra dramático como en pocas ocasiones de su obra, pero sin duda adoptando ese tono grave con mayor coherencia, densidad, un nihilismo revestido de subversiva ironía sobre la condición humana, y un profundo conocimiento y sensibilidad impuesto como manto en torno a sus personajes.

Vaya por delante la única elección de Allen que no me interesa especialmente de MATCH POINT. Esta es su excesiva y a mi juicio redundante selección de arias de ópera envolviendo sus imágenes. Cierto es que las mismas determinan con maestría el progreso de la acción criminal del protagonista, y en algunos otros llegan a resultar pertinentes. Sin embargo, considero que en su mayor parte no enriquecen nada el conjunto –admito que es una opinión muy personal, procedente de un no seguidor de esta vertiente musical-. Sin embargo, más allá de este anecdótico detalle, creo que las virtudes que emanan de la película de Allen, provienen de la base de un guión espléndido y sin fisuras, la combinación de un equipo artístico y técnico magnífico, y el aplastante rigor de la puesta en escena de un director que sin renegar de las obsesiones e inquietudes de su trayectoria precedente –sería ilógico que así fuera-, ha sabido sedimentarlas en una labor de realización en la que cada plano, cada movimiento de cámara y cada inflexión en su argumento, tienen una lógica en un conjunto que sin duda se ofrece como el de mayor lucidez de cuantos ha conformado el cine de su autor.

En esta ocasión, las referencias culturales –“Crimen y castigo” y Dostovieswki- resultan inapelables, las inquietudes existenciales devienen adecuadas en el pensamiento del protagonista –esa creencia en el azar que define nuestra propia existencia-, la presencia de diálogos siempre resulta interesantísima y nunca parecen parrafadas de intelectual pedante. Con rara perfección, la cámara del ya veterano director alcanza una sensación de veracidad en las confesiones y diálogos de Chris (Jonathan Rhys Meyers) con Nora, con el viejo compañero de correrías tenísticas… Como en pocas ocasiones en la trayectoria del director newyorkino –al menos en la globalidad de un producto-, alcanza tal grado de precisión en la descripción de unos personajes, de los que sin alzar la voz logra una sinceridad incluso de la propia hipocresía de sus comportamientos.

De todos es conocido el recorrido argumental de MATCH POINT, como antes señalaba abierto por vez primera a los exteriores del Londres contemporáneo –y del que demuestra una enorme precisión en sus comportamientos sociales-, en cuyo seno se describe la trayectoria de un joven irlandés caracterizado por su atractivo y sensibilidad, que en poco tiempo ascenderá de monitor de tenis a emprendedor ejecutivo, gracias a la relación que mantendrá con Chloe (Emily Mortimer), con la que muy pronto se casará. Pero en esta perfecta ecuación de materialismo solo existirá un inconveniente; la irrefrenable pasión que unirá a Chris con Nola (Scarlet Johansson). Una pasión que podrá con su propia voluntad, pero que en un momento dado tendrá que interrumpir violentamente, al comprobar que esta se puede convertir en un inconveniente para el estatus que ha adquirido.

Con un planteamiento desarrollado con el tiralíneas de la inspiración, Allen despliega el retrato de un arribista –retomado de los ejemplos cinematográficos y previamente literarios de A PLACE IN THE SUN (Un lugar en el sol, 1951. George Stevens) y ROOM AT THE TOP (Un lugar en la cumbre, 1959. Jack Clayton), a los que supera sobradamente en sus resultados cinematográficos-, que no solo por su encanto personal y físico logra introducirse en un entorno social que le es ajeno. Al mismo tiempo logra mantener las simpatías del espectador, incluso en las evoluciones más censurables de su comportamiento, trasladándonos en su tercio final una sensación de incomodidad al identificarnos con alguien caracterizado por un comportamiento detestable. Ni que decir tiene que en el logro de esa difícil dualidad, tiene su base en la elección y la performance de un eminente Jonathan Rhys Meyers, ratificando sus cualidades como uno de los mejores actores británicos de su generación, y en el que sigue siendo el mejor rol de una carrera nada desdeñable. El recorrido propuesto de su Chris está perfectamente definido a partir de esa sensibilidad inicial, trasladándolo a la pesadumbre final que acompañará el paradójico triunfo de sus calculadas intenciones.

Como quiera que de MATCH POINT se ha dicho ya casi todo, valgan algunas impresiones personales entorno a sus múltiples sugerencias, una de las cuales es la sugerente continuidad que plantea con la inmediata obra de su autor, la magnífica aunque ligeramente inferior CASSANDRA’S DREAM (El sueño de Casandra, 2007)

* La capacidad de observación que se plasma de la sociedad inglesa, y se extiende a elementos tan definitorios como la importancia en la dicción como referente de clases –espléndido el acento del americano Brian Cox-, o fenómenos recientes como la inmigración: el interés del vecino negro por querer aparecer como ejemplar y colaborador, y que solo recibe indiferencia por parte de los agentes del orden.

* El acierto en la utilización de Scarlett Johansson que, partiendo del falso talento, la falsa belleza y la artificial sofisticación de este bluff cinematográfico, convierte un personaje convencionalmente “atractivo” en el prototipo de la vulgaridad. Cierto es que en algunas escenas “a dos” con Rhys Meyers, Allen extrae de ella destellos de buen actriz.

* El sorprendente giro final que, por un lado demuestra y recoge el plano inicial del film –esa pelota de tenis que choca con la parrilla- y descoloca a un espectador que confía en el descubrimiento de la verdad. Tal conclusión en absoluto resulta gratuita. Por un lado, su desarrollo dramático adquiere una suprema carga subversiva, apela a la ironía al introducir la teoría del azar y la ausencia del destino del ser humano –el inspector de policía que en el momento preciso en que Chris apela a un sentido de la justicia, descubre entre sueños las motivaciones del doble crimen- y finalmente, su conclusión absolutamente demoledora; el joven en teoría ha triunfado en la vida, pero en el interior de su existencia siempre estará presente el tormento de errónea conducta.

En definitiva, todo un prodigio de sutilezas que podríamos extender a fragmentos de gran intensidad, como las secuencias que rodean el doble crimen cometido por el protagonista, o la sutil variación visual al filmar de modo “nervioso” los instantes que describen las primeras pesquisas policiales relativas a dichos asesinatos.

¿Es posible que la personalidad sugerida por Londres condicionara de modo positivo el devenir cualitativo del cine de Allen? CASSANDRA’S DREAM –una clara continuación de la esencia del título que nos ocupa, podría aseverar tal enunciado, pero la discreta SCOOP lo desmentiría. Puede, eso si, que esa tendencia iniciada con MATCH POINT –que debemos definitivamente considerar uno de los grandes títulos de la primera década del siglo XXI-, haya permitido en sus obras digamos “turísticas”, aflorar unas mayores cotas de homogeneidad, al margen de mostrar en ellas su fascinación y, para que negarlo, lograr en dichas elecciones geográficas, sustanciosas subvenciones oficiales. Nada de ello se puede objetar, cuando los resultados provienen en títulos de la envergadura del que comentamos, una obra tan desasosegadora como fascinante, que se adentrará con bisturí en los recovecos de esa maldad consustancial al ser humano.

Calificación: 4

MIDNIGHT IN PARIS (2011, Woody Allen) Midnight in Paris

MIDNIGHT IN PARIS (2011, Woody Allen) Midnight in Paris

Una de las facetas que a lo largo de su ya dilatada carrera ha proporcionado un mayor número de adeptos al cine de Woody Allen, ha sido la habilidad del cineasta para proponer brillantes situaciones de partida que lograban “enganchar” al espectador, aunque en algunos de dichos ejemplos, las mismas no se vieran correspondidas con un desarrollo que prolongara la altura del mismo. Es una impresión quizá poco compartida, pero en más de un caso he tenido la impresión de que dichas atractivas ideas se exhibían antes como base de extraordinarios cortos, que de un largometraje a la altura de dicho enunciado. Y para ilustrar ejemplos en ese sentido, sería fácil recurrir a la historia de las galletas que iniciaba la simpática SMALL TIME CROOKS (Granujas de medio pelo, 2000) o el comienzo de THE CURSE OF THE JADE SCORPION (La maldición del escorpión de jade, 2001), e incluso a otro nivel me remontaría a la por muchos –no es mi caso, aunque me parezca una comedia romántica estimulante- mitificada THE PURPLE ROSE OF CAIRO (La rosa púrpura de El cairo, 1985). Pues bien, MIDNGIHT IN PARIS (2011) viene a suponer una nueva apuesta de Allen por este tipo de componentes argumentales, introduciendo en el relato una situación cercana a un sentido fantastique, que por momentos –y en otro ámbito- me recuerda a títulos tan alejados por otra parte, como THE LOST MOMENT (Viviendo el pasado, 1947. Martin Gabel) o la menos apasionante pero nada desdeñable THE HOUSE IN THE SQUARE (1951, Roy Ward Baker).

En esta ocasión, el film de Allen se inicia con una bellísima sucesión de planos fijos pero con situaciones en movimiento, en las que el espectador se queda hechizado ante los encuadres “de tarjeta postal” que contempla –recordándonos el de MANHATTAN (1979)-, y situándose en la mente de su protagonista masculino –Gil (un Owen Wilson quizá en el mejor rol de su carrera, sabiendo además imitar los tics habituales del Allen actor)-. Tras dicho episodio visual –que se expondrá antes de los títulos de crédito-, este comentará de manera admirativa el impacto que le ha ofrecido la ciudad, aunque no esté dispuesto a residir en la misma. Gil es un reconocido guionista de Hollywood que se encuentra a punto de casarse con Inez (Rachel McCadams), y que de manera paralela está ultimando una novela, con la que pretende postularse como hombre de letras y abandonar para siempre la frivolidad de su implicación en el cine. En definitiva, su vida se encuentra casi al borde del caos, entre la inseguridad que le plantea la cuestionable valía de su novela y los crecientes recelos que mantiene de manera interna con Inez, a los que ayudará no poco la actitud reaccionaria de los padres de la muchacha –simpatizantes del Tea Party-, y la creciente sensación de que la cercanía de la boda, no hace más que poner de manifiesto la incompatibilidad de la pareja, puesto que los posibles contrayentes en realidad apenas tienen nada en común.

A partir de ese momento, es cuando Allen introduce uno de esos ingeniosos “planteamientos imposibles” proponiendo un insólito viaje en el tiempo en plena noche del viejo París, trasladando en un coche de época a Gil hasta una fiesta… en la que se encontrará con el mismísimo Scott Fitzgerald y su esposa. Será el inicio de una estupefacción para el protagonista, quien en apenas horas conocerá y conversará con figuras legendarias de los años veinte, como los ya citados, Gertrude Stein –a la que pedirá que revise su borrador de novela-, Ernest Hemingway, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Man Ray, el torero Juan Belmonte, o incluso Pablo Picasso. Para un hombre que no encuentra en su vida habitual más que elementos para la rutina tras su aparente comodidad económica y social, el encuentro y sentirse partícipe de un periodo inimitable de la cultura del siglo XX, supondrá el motivo perfecto para proseguir en dichas veladas, por más que estas vayan provocando la suspicacia de su novia –que hasta entonces se han dejado llevar por la insoportable pedantería expresada por Paul (Michael Sheen)-, alardeando en todo momento de sus conocimientos culturales –faceta esta en la que aparecerá fugazmente la ex primera dama francesa, Carla Bruni-. Incluso el padre de Inez contratará a un detective para que siga los pasos a su futuro suegro -provocando en los últimos momentos del film uno de los mejores gags de la filmografía alleniana-.

De todos modos, lo importante en este MIDNIGHT IN PARIS, reside bajo mi punto de vista en la capacidad demostrada por el realizador newyorkino para haber recurrido a uno de esos puntos de partida ingeniosos, sin que su resultado se resienta de ello. Es decir, en su ajustado metraje –al que no dejo de reconocer, no obstante, le sobran unos diez minutos- plantea la descomposición de una relación basada en la comodidad mutua antes que en el amor verdadero. Y lo expresa recurriendo a una narrativa eficaz, en la que los diálogos siempre brillantes e incisivos no ahogan una puesta en escena sencilla y eno no pocos momentos inspirada. En realidad, creo observar que en la mayor parte de sus últimas películas, el cine de Allen ha adquirido una cierta serenidad narrativa, que quizá a algunos les parezca producto de una senectud, pero que personalmente valoro de forma más positiva que varios de los exponentes que forjaron su cine en los últimos diez o quince años. A partir de una planificación adecuada en la que el uso de planos generales y la inserción de primeros planos se erigirán como eje de la película, su director logra imbuirnos en una insólita propuesta feerie, logrando algo tremendamente complejo en el cine de nuestros días, como es plasmar una combinación del pasado y el presente en la misma función, logrando que dicha premisa argumental ofrezca la suficiente lógica a algo que en la racionalidad carece de la misma.

Esta circunstancia tendrá su impecable pertinencia al vivirlo de manera inicialmente estupefacta por el frustrado Gil, quien quedará maravillado por ser testigo y partícipe de un momento de especial efervescencia cultural y creativa en el Paris de los años veinte ¿Era realidad ese contraste con la rutina actual, o no suponían dichos inesperados encuentros ello más que un espejismo como escapatoria ante la situación que vive el escritor en esos momentos de crisis personal y creativa? En un momento determinado, y cuando junto a Adriana, una de las mujeres que poblarán el mundo de los célebres artistas de aquel tiempo, logre mágicamente retroceder en el tiempo junto a Gil, y vivir la magia del “Can Can”, departiendo con pintores como Toulouse Lautrec y otros compañeros de generación, esta argumentará –sosteniendo el mismo criterio que su acompañante en su comparación con su origen contemporáneo- que el tiempo que dejó era aburrido, y el que ha experimentado esa noche excitante. Será el momento en el que el frustrado guionista asuma la moraleja de la extraordinaria aventura vivida, del privilegio casi inexplicable que le ha iluminado en estos días en París, que modificarán el futuro de su vida –dejará de forma definitiva a su esposa y decidirá continuar en la capital francesa al menos durante un tiempo-. Y es que Gil en realidad comprenderá la importancia del momento en que la vida llegó a cada persona, y la necesidad de cada ser humano de tener la suficiente valentía para afrontar el marco en el que ha de desarrollar su existencia.

Todo ello, será expuesto en MIDNIGHT IN PARIS con un tono ensoñador, en el que la acaramelada y dulce fotografía en color propuesta al alimón por Johane Debas y Darius Khondji –supongo que uno de ellos asumiría las secuencias nocturnas de los viajes en el tiempo del protagonista, y el otro las de índole diurno-, unido a esa serenidad estimo ya asumida en el último cine de Allen, contribuyen a redondear un conjunto que, sin estar a la altura de otras propuestas suyas rodadas en los últimos años –sin ir más lejos, la previa YOU WILL MEET A TALL DARK STRANGER (Conocerás al hombre de tus sueños, 2010) me parece más lograda-, no es menos cierto que ratifica la vigencia del cine de este venerable anciano, mejorando o depurando para mi gusto, una serie de elementos que en épocas precedentes empobrecían su cine ¿La lucidez de quien va intuyendo cercana la conclusión de su obra? El tiempo lo dirá, máxime cuando una película como la comentada se erige ante todo como un canto vitalista.

Calificación: 3

YOU WILL MEET A TALL DARK STRANGER (2010, Woody Allen) Conocerás al hombre de tus sueños

YOU WILL MEET A TALL DARK STRANGER (2010, Woody Allen) Conocerás al hombre de tus sueños

A estas alturas de la vida, cuando la carrera de Woody Allen discurre con tanta placidez como mecanicismo –dicho este término en el mejor sentido de la palabra-, ya parece haberse disipado aquel aforismo que señalaba que cualquier obra estrenada del realizador newyorkino era considerada una nueva obra maestra. Parece, por el contrario, que ya no despierta el interés de tan solo unos años atrás, quedando prácticamente como un icono para el público barcelonés –en donde de forma muy astuta Allen rodó uno de sus títulos menos memorables-. Y un servidor, que nunca ha sido un seguidor incondicional de su obra, no deja de considerar injusto este retiro en el que de forma callada y discreta se está ubicando una andadura cinematográfica en la que se podrán cuestionar sus más y sus menos –sobre todo su preponderancia de lo verbal sobre lo específicamente narrativo-, pero que en  su conjunto merece un respeto dentro del cine realizado durante las últimas décadas. Dentro de ese contexto, parece que la exhibición de YOU WILL MEET A TALL DARK STRANGER (Conocerás al hombre de tus sueños, 2010) ha supuesto un producto propicio para hablar de la senilidad del autor de MANHATTAN (1979), aspecto este que de entrada no comparto, en la medida que Allen no solo ha rodado títulos de mucho inferior calado que el que comentamos, sino que el mismo revela a mi modo de ver una patina de melancolía, revestida de unos modos fílmicos relajados, en los que no desaprovecha la posibilidad para introducir las suficientes cargas de profundidad. Todo ello le permitirá cuestionar esa sociedad media londinense, que un hombre tan avezado en la vida como es nuestro cineasta, no podía dejar de expresar en una película de aspecto sencillo y humilde, pero de costuras más hondas de lo que su entramado superficial pudiera proporcionar.

YOU WILL MEET A TALL… apuesta de nuevo por la comedia coral, evocándonos lejanos títulos de su artífice, y en esta ocasión rodada en un Londres en el que Allen se siente ya especialmente a gusto. Su propuesta se inicia con una voz en off que a primera instancia se nos puede antojar temible –no olvidemos que uno de las debilidades del Allen cineasta es su preponderancia de la palabra sobre la imagen-, pero que muy pronto comprenderemos ejercerán como necesario catalizador para presentarnos la galería humana y el mosaico que poblará la función. Así pues, nos acercaremos al matrimonio Shebritch que, de repente, se separa –el marido; Alfie, asumirá la ilusión de enfrentarse a una segunda juventud, casándose incluso con una joven casquivana que solo va en busca de su dinero-. Por su parte, su hasta entonces abnegada esposa Helena (estupenda Gemma Jones), se abandonará a las predicciones que le formulará una oportunista adivinadora, mientras mantiene en su casa a su hija Sally (Naomí Watts),  y su esposo Roy (un Josh Brolin cada día más enrome como intérprete), un escritor frustrado y en crisis creativa, después del éxito efímero de su primer libro. Sally logrará por su parte formar parte del staff de la galería que dirige el atractivo Greg (Antonio Banderas), con quien poco a poco empezará a intimar, pese a que este se encuentra también casado. Para cerrar el círculo, Helena conocerá a un viudo que regenta una humilde librería de ocultismo, con el que se podrá vislumbrar un futuro en sus vidas, mientras que su hija se separará de Roy –que ha logrado un inesperado éxito apropiándose del manuscrito de un colega suyo que cree ha fallecido en un accidente-, quedando frustrada en su intento de acercarse sentimentalmente a Greg, quien por su parte lo ha hecho con una de las pintoras que esta le presentara en su momento, y cuando Sally se encuentra a punto de iniciar su aventura profesional junto a una compañera.

A tenor del sucinto recorrido argumental que comentamos, YOU WILL MEET A TALL… se ofrece como una actualizada variación de LA RONDE (La ronda, 1950) ophulsiana, en donde cada causa tiene su efecto, en donde lo aparentemente nimio ofrecerá su oportuna repercusión, y en el que incluso las situación es más duras vividas por sus personajes, en realidad quedarán tamizadas por un baño de extraña placidez, como si fueran comentadas por alguien que ha vivido los suficientes vaivenes que ofrece la existencia, como para restar importancia a los que la misma proporciona. No se si resultaría lo suficientemente adecuado señalarlo, pero es quizá en esta ocasión donde personalmente atisbo una patina más singular de melancolía en sus personajes. Bajo su apariencia banal, sin obviar ser divertido en no pocas ocasiones –los contrastes que ofrece el impostado matrimonio protagonizado por Hopkins-, sin dejar en el off de la función elementos de extrema gravedad –la recuperación del autor de la novela que ha devuelto el éxito y la falta autoestima a Roy-, Allen no se olvida en esta ocasión de mostrarse diestro con el uso de plano secuencia y, sobre todo, con la pintura de caracteres. Todas y cada una de las criaturas que pueblan su ficción están descritas con tanto cariño, mostrando su debilidades como tales seres humanos –destaquemos la facilidad con la que hace aflorar el carácter autoritario de Helena en plena sesión espiritista, o el detalle de Roy, cerrando esa ventana que le muestra la visión de otra joven de gran belleza una vez se ha unido sentimentalmente con los mismos métodos a Dia (Freida Pinto).

Nunca se he sido un especial seguidor de aquello que comúnmente se denomina la ligereza “renoiriana” en determinadas obras del conocido director francés, pero justo es reconocer que en esta película de Allen se atisba una mirada casi contemplativa. Se percibe la intención de mostrar un retablo humano en el que en realidad se relatan situaciones tristes y propicias a una mirada desencantada de la vida. Sin embargo, al contrario que sucede en tantos de sus otros films precedentes, en esta ocasión el newyorkino opta por un sendero liviano en su aspecto exterior, aunque en absoluto desprovisto de hondura en su mirada interior. En ese sentido, es donde bajo mi punto de vista se encuentra la auténtica entraña de esta película que, si bien no puede situarse entre las cimas de su obra –bajo mi punto de vista menos de las que se suelen considerar-, creo debería ser merecedora de una mirada más serena y, ante todo, reconocer en ella no la senilidad con que algunos la despacharon, sino la muestra fílmica de un hombre que a lo largo de cerca de cuarenta títulos ha sabido desarrollar un sendero quizá más irregular de lo que se le suele reconocer, pero que en esta ocasión propone la mirada de un ser sensible. Un demiurgo que proporciona una oportunidad teñida de cariño, a un relato que podría suceder –aunque se desarrolle en un ámbito de clases medias / altas-, en cualquier contexto y ciudad. En definitiva, bajo mi punto de vista, YOU WILL MEET A TALL… demuestra que Allen va atisbando la cercanía del final de su obra y, quizá por ello –aunque no conviene adelantar acontecimientos-, esta propuesta se torne hasta tierna en sus momentos más elegíacos, aunque nunca el veneno que lleva dentro abandone su lugar adecuado.

Calificación: 3

VICKY CRISTINA BARCELONA (2008, Woody Allen) Vicky Cristina Barcelona

VICKY CRISTINA BARCELONA (2008, Woody Allen) Vicky Cristina Barcelona

VICKY CRISTINA BARCELONA (2008, Woody Allen) ha sido uno de los títulos más polémicos del 2008 cinematográfico, hasta tal punto de conciliar en su entorno posturas absolutamente encontradas que, a la postre, han beneficiado y dotado de un interés suplementario la filmografía del ya anciano cineasta newyorkino. Resulta paradójica  esta circunstancia, sobre todo en un cineasta que en los últimos años dejó de ser profeta en su tierra, cuando la película ha gozado de un notable éxito en su país, recibiendo incluso galardones y nominaciones, y levantando una estela de reconocimiento como pocas veces ha logrado su cine en USA. Sin embargo, es curioso constatar como siendo un título rodado –y subvencionado- por el Govern de Catalunya, ha suscitado un amplio rechazo entre la crítica, aunque cierto es que siempre tengo la sensación de que cualquier film de Allen, por más menguado que sea su interés, siempre encontrará –y me ciño al ámbito de nuestro país- el suficiente caudal de espectadores y críticos que vean en él una gran película. Sería este un elemento a analizar de cara a una valoración conjunta de la trayectoria cinematográfica de Allen. Digo esto al reiterar que reconociendo su valía como cineasta, y asumiendo que nos encontramos con una filmografía que siempre ha demostrado unos mínimos de los cuales a mi modo de ver jamás ha descendido, su obra ha llevado ligada un adjetivo al que tan renuentes han sido siempre los incondicionales del cineasta; la irregularidad.

 

Y creo que asumiendo esa, por otro lado, humana circunstancia, es cuando se puede entender que la obra de Allen, por otro lado muy uniforme en sus entregas anuales, pueda verse afectada de una mengua en su brillantez visual –uno de los eternos puntos flacos de su cine- o de un abuso de una serie de “tics” temáticos que por otro lado han sido generalmente celebrados por sus incondicionales –entre los que, nunca lo negaré, no me encuentro-. Aceptando de entrada estas oscilaciones de creatividad, es cuando de manera más certera aprecio sin coartadas un cine en ocasiones inspirado, agudo y mordaz, a veces incluso visualmente inspirado –ahí está MATCH POINT (2005) para ratificarlo-, en otras deudor de trucos o ideas en apariencia brillantes que pronto encubrían guiones escasos de inventiva. A partir de dichas premisas, justo es señalar que en su obra más cercana se manifiesta nuevamente esta circunstancia, ofreciendo de forma sorprendente una propuesta de la talla de la citada MATCH POINT –quizá su obra cinematográficamente más lograda-, a continuación un divertimento tan manido como SCOOP (2006) y, sin solución de continuidad, una tragicomedia del calado de CASSANDRA’S DREAM (El sueño de Casandra, 2007). Parecía lógico, pues, que tras un título de elevado nivel se sucediera otro de menguadas cualidades.

 

Así pues, y reconociendo de entrada que VICKY CRISTINA BARCELONA me parece una película de interés limitado, no me sorprende esa hasta cierto punto lógica mengua de interés, ya que considero esas oscilaciones son habituales en la filmografía de Allen. Las objeciones que encuentro se centran en la desgana que demuestra el newyorkino a la hora de plasmar una historia llena de agujeros y falta de arrojo, que se transmite en una puesta en escena plana y poco inspirada. Ello no impide que finalmente, y pese a esa atonía, sus imágenes vayan revelando la capacidad del realizador para penetrar en determinados comportamientos inherentes en las relaciones humanas del mundo moderno, dejando finalmente la sensación de asistir a una especie de cuento moral al que le cuesta arrancar, con personajes quizá inicialmente poco definidos, y que cuando despliega sus mayores cotas de sinceridad o de ironía en su tratamiento, es demasiado tarde para que el espectador se sienta finalmente cercano –tanto en la vertiente afectiva como en la previsiblemente irónica- de sus personajes.

 

Como si fuera un idílico planteamiento de vacaciones estivales, y con en el bastantes ocasiones molesto acompañamiento de una voz en off que parece erigirse como el arma máxima de Allen para hilvanar diversas de sus secuencias –insertadas con sentido de la levedad que puede que en algunos casos responda a una intención deliberada, pero en otras denota un desaliño inusual incluso en un cineasta que nunca apoyó demasiado su obra en la labor de puesta en escena-, plantea una irónica dualidad de personalidades jóvenes –Vicky (Rebecca Hall) y Cristina (Scarlett Johansson)- quienes verán revelados los rasgos más recónditos de sus en el fondo débiles personalidades, a partir del pretendido hechizo que les producirá un verano vivido en Barcelona. Nada nuevo, por otro lado, de lo manifestado en tantos y tantos títulos que toman como base una ciudad para, a partir del impacto que esta les proporciona, conciliar el relato turístico con la base de una referencial geográfica que sirva de involuntaria catarsis. Es más, los primeros instantes de esta situación y, fundamentalmente, el encuentro de ambas jóvenes con el pintor Juan Antonio (Javier Bardem) me recordaron en cierto modo los planteamientos que se establecía en la menospreciada PARIS - WHEN IT SIZZLES (Encuentro en París, 1963. Richard Quine) –que sigue pareciéndome una de las comedias mayores de dicha década-, a la hora de plantear personajes más o menos arquetípicos en dicha vertiente, como la parodia de Alain Delon que realizaba Tony Curtis en aquel film. El problema, a mi modo de ver, que subyace en la base de VICKY CRISTINA…, es la abulia con la que Allen se enfrenta a la película, su carencia de chispa, la desgana con la que se encuentra filmada –en no pocos momentos su desarrollo parece estar dictado al ayudante de dirección-. No se trata, por otra parte, de algo nuevo en algunos de los títulos de su obra más o menos reciente. Sin embargo, puede que para el público español esta circunstancia venga dada por el alcance especialmente tópico plasmado a la hora de la elección de los exteriores –más convencionales no pueden ser, aunque nos dejen en el aire una interrogante poco aclarada ¿Ha actuado igual Allen cuando ha fotografiado eternamente su New York o Londres?-. Unamos a ello el escaso acierto que Javier Bardem proporciona a su personaje –no me lo creo nada- y la sempiterna inutilidad como actriz como Scarlett Johansson, para crear sendos agujeros en la definición de dos de sus personajes centrales que, cierto es reconocerlo, tienen un importante contrapeso en el momento en que Penélope Cruz –en el rol de Maria Elena- hace acto de presencia, logrando desplegar en su personaje y su temperamento –y eso que es una actriz que nunca me ha dicho nada-, un feeling hasta entonces ausente en el metraje. Es probable, por otro lado, que ese fuera el efecto buscado por el realizador –cuya experiencia nadie puede poner en duda-, a lo que hay que añadir la –esa si- divertida introducción de la dicotomía lingüística de la presencia paralela del español y el inglés en las discusiones de Juan Antonio y Maria Elena, que proporciona algunos de los momentos más divertidos de la función, y que hacen inviable poder contemplar la película doblada. Lo cierto es que a partir de ese momento, VICKY CRISTINA… alcanza un peso específico que, pese a ciertas oscilaciones, ya no abandonará la pantalla. Afortunadamente, esa desgana logra quedar en un segundo término, revelando un grado de sutileza a la hora de mostrar esas relaciones amorosas contrapuestas a partir del encuentro con el pintoresco artista y, especialmente, con el regreso de la antigua esposa de este.

 

Así pues, entre planos turísticos francamente poco inspirados, ambientaciones dominadas por el estereotipo, la odiosa cancioncita que se reitera en la película, un casting desigual y una innegable desgana a la hora de ofrecer una realización más o menos contundente, lo cierto es que pese a ese desaliño y abuso de convenciones, finalmente VICKY CRISTINA…, pese a cierto atropellamiento en su conclusión, logra desplegar unos relativos elementos de interés, permitiendo finalmente reconocer al agudo y cáustico analista del caos de la sociedad urbana y del progreso, de sectores por lo general rodeados de un aura de alta cultura, pero que en realidad muy pronto revelarán las debilidades y flaquezas de su comportamiento. Probablemente el resultado sea hasta cierto punto decepcionante viniendo de quien viene, y sea preciso reconocer que nos encontremos ante un título poco memorable en su trayectoria –francamente, debo destacarlo entre los menos valiosos de su cine-. En cualquier caso ¿cuantos y cuantos directores sobrevalorados jamás han llegado a la altura del menguado interés esgrimido en esta película?

 

Calificación: 2