ALEXANDER THE GREAT (1955, Robert Rossen) Alejandro Magno
Creo no ser el único aficionado que, entre sus preferencias o debilidades cinéfilas, incluyen la figura del olvidado Robert Rossen, generalmente más apreciado en su decisiva contribución como guionista en el cine norteamericano de la segunda mitad de los años treinta y primeros años cuarenta. Lo cierto es que generalmente su labor como realizador no se suele valorar demasiado, con la excepción de las dos grandes películas que cerraron prematuramente su obra –THE HUSTLER (El buscavidas, 1961) y LILITH (1964)-.
No obstante, para intentar justificar algo tan injusto como el escaso reconocimiento de Rossen, quizá haya influido por un lado el verlo como un simple ilustrador de sus guiones y por otro, la escasa apreciación que tienen las tres películas que filmó en su exilio europeo –por otro lado bastante difíciles de contemplar- tras la traumática delación ante el comité de Joseph MacCarthy que marcó su vida. Que duda cabe que en Robert Rossen se plasma una de las trayectorias más tristemente abortadas del cine norteamericano de postguerra. Pero pese a esa circunstancia, creo que en los títulos que alcanzó a realizar hay suficiente nivel, talento y personalidad temática y expresiva como para situarlo en primera fila de la denominada “generación perdida”.
ALEXANDER THE GREAT (Alejandro Magno, 1955) es la segunda de esas tres películas que marcaron su exilio europeo, y si bien es cierto que está lejos de ser un gran film, creo que es merecedora de un cierto reconocimiento. No solo en lo que supone de eslabón en su filmografía, sino fundamentalmente al estar enclavada dentro del subgénero de superproducciones épicas que en aquellos años comenzaba a prodigarse en el cine USA.
ALEXANDER... es una novelización de la vida del célebre monarca y guerrero, narrada desde su juventud y hasta su prematura muerte. Eficazmente encarnado por un joven Richard Burton, la visión que nos ofrece Rossen –también guionista y productor- es la de un ser condicionado por sus ambiciones y sus ínfulas de gloria, en las que se planteaba un claro conflicto con su padre, el Emperador Filipo de Macedonia (Fredric March). En toda la película se hacen reiteradamente patentes esos enfrentamientos y conflictos, a través de una narración en la que imperan los aspectos intimistas y psicológicos, en detrimento de la espectacularidad de este tipo de producciones –que no obstante también está presente-. En este caso, las luchas y batallas se muestran por lo general con una presencia menguada y el uso de notables elipsis.
Al mismo tiempo y dentro de ese carácter intimista que define su dramaturgia, la película destaca plásticamente por un buen uso del cinemascope y, sobre todo, una disposición de los encuadres –tanto en interiores como en exteriores- en los que generalmente se detecta un especial esmero en utilizar dramáticamente todos los elementos escenográficos de cara a su puesta en escena. Todo ello, realzado por una hermosa fotografía de Robert Krasker –y Theodore J. Pahle en la segunda unidad- y la presencia de un ritmo más acusado en la misma, al compararla con otras muestras del “colosal” –en la que tropezaron nombres como el de Robert Wise HELEN OF TROY (Helena de Troya, 1956)-.
Finalmente, de ALEXANDER... cabe retener momentos magníficos como aquel en el que nuestro protagonista descubre la carroza en la que se encuentra el cadáver de Darío (Harry Andrews); el carro está parado en una laguna y junto al cadáver se encuentra una nota escrita por el propio difunto –ha intuido su muerte y le escribe con afecto de mandatario a futuro mandatario-, invitándole a casarse con su hija, para lograr así unir a griegos y persas.
Pero tampoco seríamos justos si dijéramos que esa amputación de casi cincuenta minutos por parte de la Metro Goldwyn Mayer, dejó notables secuelas en la estructuración de un relato que, pese a todo, mantiene bastantes de sus cualidades. Y en esos cortes se cuenta que afectó al tratamiento de la relación de Alejandro con su padre, pero también se manifiesta en momentos como los que muestran la enfermedad y muerte del protagonista –plasmados de forma bastante abrupta aunque bien filmados-.
Y es que, a pesar de todas sus irregularidades, en ALEXANDER... hay el suficiente buen cine –más aún estando ubicado en una vertiente poco dada a buenos resultados-, como para que sus aciertos merezcan ser reconocidos. Casi tanto como que, aún en un periodo complejo de su carrera y su propia vida, Robert Rossen seguía creando, aunque en tono menor y dentro de una coyuntura de producción demasiado codificada, algo tan complejo como un cine lleno de dignidad.
Calificación: 2’5
1 comentario
Jimenaa. ! -
no c ! =P
BMZZ ! AH RE :)
^^ LO DE ARRIBBAA NO SE ESNTIENNDE NDAA ,, =p