ISLAND IN THE SUN (1957, Robert Rossen) Una isla en el sol
Es de sobra conocido que la segunda mitad de los años cincuenta, favoreció en el contexto del cine norteamericano la adaptación de numerosos relatos que versaban sobre conflictos, romances e incidencias con trasfondo racial. Eran tiempos en los que se podía tratar con una aparente franqueza un contexto hasta entonces implícitamente vetado –con excepciones notorias como la de CROSSFIRE (Encrucijada de odios, 1947. Edward Dmytryk)-, especialmente en el terreno de las relaciones entre blancos y negros. Es indudable que esta faceta se extendió entre conflictos de otras etnias –sobre todo la expresada con el mundo oriental, manifestada en títulos como SAYONARA (1957. Joshua Logan)-, mientras que en la faceta anteriormente citada, tuvieron cabida títulos tan dispares como BAND OF ANGELS (La esclava libre, 1957. Raoul Walsh), SOMETHING OF VALUE (Sangre sobre la tierra, 1957. Richard Brooks) o THE DEFIANT ONES (Fugitivos, 1957. Stanley Kramer). Exponentes todo ellos provistos de tanta buena voluntad como en ocasiones esquematismo o maniqueísmo –además de servir para que Sydney Poitier fuera uno de los actores más solicitados del momento-, en los que por lo general –hagamos excepción del título de Walsh, más centrado en su vertiente de melodrama sureño, y con una superior calidad en su concepción como relato- la visión de esa conciencia negra fue expresada sin la suficiente lucidez. Tal vez, en ese sentido, solo el sagaz y excelente cineasta que fue Otto Preminger fue capaz de atravesar esa frontera con sus singulares musicales CARMEN JONES (1954) y –previsiblemente, y digo esto por que no he tenido oportunidad de contemplarla- PORGY AND BESS (Porgy y Bess, 1959)-.
La presencia de ISLAND IN THE SUN (Una isla en el sol, 1957. Robert Rossen) se inserta de lleno en este contexto, ofreciendo un drama que aúna a partes iguales su apuesta por un cine espectáculo provisto de un reparto estelar y definido en un relato coral. Unamos a ello la presencia de escenarios exóticos, la aplicación ya depurada de un CinemaScope enmarcado además dentro de un espectacular cromatismo –gentileza de Freddie Young- y, finalmente, la integración de dichos elementos dentro del marco de una mirada a los prejuicios raciales dominados en una pequeña isla del Caribe que, tras un largo periodo de colonialismo británico, se enfrenta a un cercano autogobierno. En este sentido, es innegable señalar que para poder valorar el conjunto de cualidades que atesora el film de Rossen –que son bastante más de las que se le suelen atribuir-, no conviene dejar de lado el peso de las convenciones de su propuesta. Como venía siendo habitual en las películas enmarcadas en aquellos tiempos, la visión que se alberga sobre los dirigentes negros dista mucho de alcanzar la debida profundidad, y en esta ocasión además viene lastrada por la aportación de ese pésimo actor que fue en su juventud Harry Belafonte –todavía recuerdo con estragos su ineptitud en la mencionada CARMEN JONES-, a quien se reserva además el protagonismo de la secuencia más ridícula de la función; esa canción que entona junto a los nativos, en una estampa folklórico-pintoresca digna de los más furibundos films protagonizados por nuestra Sara Montiel. Sin embargo, ISLAND IN… logra, bajo mi punto de vista, superar los esquematismos y convenciones que –presumiblemente- ya debían estar presentes en la novela de Alec Waugh, trascendiendo su planteamiento como un auténtico grito existencial de un colectivo humano dominado por la simulación, la hipocresía, y ahogado por una existencia incluso tortuosa dominada por las fronteras de esa pequeña isla. Es ahí, donde personalmente creo que se encuentra el gran acierto de esta película que alterna en su metraje la confluencia de dos personalidades como la del productor Darryl F. Zanuck y el realizador Robert Rossen. En este sentido, no se puede negar que en todo momento se detecta la sombra de cada uno de ellos, pero afortunadamente ello no suponen ingerencias ni proporciona choque alguno en la fluidez de un melodrama que no se avergüenza de serlo, que sabe transitar generalmente en voz baja, que funciona en su medido intimismo de la misma manera en la que se plantean secuencias desarrolladas en exteriores, con gran presencia de figuración, inclinadas especialmente en la descripción de rituales folklóricos –el desarrollo de los carnavales-, en las que queda patente el sello del que para mi siempre será el más valioso tycoon surgido en Hollywood.
Dentro de esa afortunada interacción, no cabe duda que aquí y allá se pueden oponer objeciones a la presencia de secuencias en la que se muestra la actividad de los inmigrantes, que ciertas convenciones tienen una presencia excesiva, o que la secuencia pregenérico –propia de un documental turístico- es absolutamente prescindible. Sin embargo, con todo ello, creo que nos encontramos con una película en la que Robert Rossen demostró una vez más que se trataba de uno de los directores norteamericanos más dotados para poner en práctica un cine “discursivo” –como poco a poco y con posterioridad lo fue Sidney Lumet, y utilizando dicho término sin matiz peyorativo-. Es evidente que esa inclinación es la que favoreció que en su momento su obra fuera injustamente valorada, arrinconando títulos bajo mi punto de vista tan valiosos como THEY CAME TO CORDURA (1959). Por eso conviene dejarse las anteojeras en un rincón a la hora de contemplar una película que sabe penetrar en la psicología de sus personajes, logrando sobresalir de un previsible esquematismo, y plasmando en la pantalla un universo coral dominado por la frustración, la apariencia, el deseo del poder o la búsqueda del amor y la realización personal. Elementos estos de universal aplicación, que tienen su justo desarrollo en la galería que plantea esta propuesta, en la que podremos contemplar las consecuencias imprevisibles que se plantean en la poderosa familia Fleury a raíz del descubrimiento de su lejana ascendencia negra. Mientras tanto, de otro lado advertiremos como un universo vital se encuentra en estado de transformación, pese a la apariencia de la salvaguarda de las buenas costumbres y los ritos practicados habitualmente por la minoría blanca, mientras esa silenciosa y expectante mayoría negra se prepara para su casi inevitable protagonismo como gobernante de la misma.
Con una primera mitad planteada especialmente en la descripción de sus personajes, ISLAND IN… se decanta en la segunda parte por el estallido del conflicto planteado por el inesperado asesinato de Hilary Carson (Michael Rennie), de manos de Maxwell Fleury (el espléndido James Mason, en uno de sus grandes personajes cinematográficos), dominado por un irrefrenable –y muy pronto demostrado como injustificado- sentimiento de celos. Un estallido en cierto modo previsible, en la medida que podría expresarse como un asidero emocional todo lo terrible y trágico que se quiera, dentro de un contexto vital ahogado por las convenciones y la falsa sensación de seguridad, expresada fundamentalmente por esa minoría blanca aparentemente anclada en la confianza del poder, pero que a su lado asiste a una lenta pero irrefrenable sensación de fragilidad. Será un elemento este que quedará muy bien planteado en una película que sabe articular los silencios, las miradas, las confidencias a dos –las de la sra. Fleury a su hija Jocelyn (Joan Collins), el coronel Whittingham (John Williams) al cada vez más atormentado Maxwell; que por otro lado nos permite comprobar como “Crimen y Castigo” de Dostowieski era referenciado en la pantalla bastante antes que por Woody Allen-, sabe dominar el contenido del plano y su propia duración para procurar la intersección del devenir de todos sus personajes, logrando que en su conjunto la película adquiera una extraña coherencia. Sin embargo, si tuviera que destacar una cualidad especialmente destacable en el film de Rossen –al que convendría incidir en una mirada que atendiera a la globalidad y la valía de la decena de títulos que conformaron su obra como director-, esta incidiría en elementos ya anteriormente citados. Con ello me refiero a la capacidad del realizador para modular la dirección de sus secuencias más intensas, potenciándolas con detalles que inicialmente se pueden revelar inocuos. Y a este respecto me gustaría destacar algunos instantes, que por sí solos, valdrían para avalar la personalidad cinematográfica de su artífice. Para ello vayamos a los detalles que, desde los primeros compases del film, sirven para provocar los celos de Maxwell en torno a Carson –esos insertos que proyectan la sospecha a partir de las boquillas de tabaco egipcio que aparecen en el salón del primero-, mientras progresivamente el espectador irá apreciando que tal sospecha es infundada. Pero, por encima de elementos como este, me gustaría destacar la secuencia en la que Jocelyn y el joven y atractivo hijo de Templeton –Euan (Stephen Boyd)- se verán aislados en la mansión de Maxwell. Apenas unos pocos planos nos servirán para percibir –al mismo tiempo que sus personajes- una sensación de desamparo y progresivo terror a una amenaza desconocida, que los dos amantes sublimarán con la exteriorizarán de la expresión física de su amor, sutilmente sugerida mediante elipsis –un recurso que la película aplicará con precisión en no pocos instantes del film-, y provocando con ello un impedimento casi insalvable para la consolidación de una relación dominada por un sentimiento sincero.
Cierto. ISLAND IN THE SUN puede ser rebatida en ciertos momentos por la presencia de convenciones hoy día superadas, pero creo que su conjunto demuestra la valía de un modo de hacer cine también, hoy por hoy, tristemente superada… para peor.
Calificación: 3
2 comentarios
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UNA ISLA EN EL SOL no goza del prestigio de los títulos que mencionas,
pero verás en mi comentario que a mi si me gustó bastante. En realidad
toda la obra de Rossen me parece que alberga un alto nivel, aunque los
films de citas sean la cima de su filmografía -en especial EL
BUSCAVIDAS-. Te recomiendo que adquieras en DVD LLEGARON A CORDURA,
otro de sus títulos malditos, y una magnífica reflexión sobre la
relatividad existente entre los conceptos de valor y cobardía. La
podrás encontrar muy barata... si ya no está descatalogada.
¡¡Ah, y a recuperar el blog cuanto antes!!
Un beso,
Juan Carlos
El 12/08/11, Blogia
Hildy Johnson -
Cuerpo y alma, El buscavidas y Lilith son tres películas que merecen la pena de Rossen..., y ésta creo que me va a gustar.
Estoy detrás de El político.
Besos veraniegos
Hildy Johnson
PD;... me quedé sin blog... Espero solucionarlo pronto.