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CINEMA DE PERRA GORDA

THE ENFORCER (1951. Raoul Walsh y Bretaigne Windust) Sin conciencia

THE ENFORCER (1951. Raoul Walsh y Bretaigne Windust) Sin conciencia

Por encima de un análisis más o menos pormenorizado de sus cualidades y sugerencias, THE ENFORCER (Sin conciencia, 1951. Raoul Walsh y Bretaigne Windust) es un título rotundo y directo. Un policíaco realmente admirable que de alguna manera puede ser incluido dentro de una nueva vertiente del cine noir que surgió a principios de los cincuenta, compartiendo rasgos con títulos como THE PHENIX CITY STORY (El imperio del terror, 1955. Phil Karlson), THE BIG COMBO (Relato criminal, 1955. Joseph. H. Lewis) y algunos otros. Se tratan todos ellos, de títulos definidos en un aparente maniqueísmo para sus personajes y situaciones, pero en su esencia expresan en segundo término el estado de una sociedad externamente cercana al progreso económico, pero que en su fuero interno se encuentra aún aquejada de numerosos traumas, algunos provenientes de la concluida II Guerra Mundial, otros por la influencia de la tristemente “caza de brujas” puesta en práctica por el senador Joseph McCarthy, o la consecuente paranoia anticomunista que se prolongará hasta iniciada la década de los sesenta.

Es por ello, que sin tratar de forma directa estas temáticas, surgieron en aquel periodo una suerte de películas que reflejan por medio de relatos duros y cortantes, sobria y exquisitamente planificados. Es en sus imágenes, donde casi se puede intuir el poso de una sociedad desconocida, y que de alguna manera no se ha habituado aún a llegar al mundo del bienestar y el posterior American Way of Life. Buena parte de este enunciado, se puede aplicar en esta magnífica película, que de entrada cabe calificar como una de las mayores injusticias de la historia del cine. A pesar de que su trabajo como director de la película apenas se prolongó en tres días –luego fue despedido-, los créditos de THE ENFORCER reflejan únicamente a Bretaigne Windust como realizador. Sin embargo, fue Raoul Walsh el nombre elegido para “salvar” el proyecto, y prácticamente toda la película estuvo filmada por el veterano pionero norteamericano, por más que no pudiera trabajar previamente en la elección del reparto.

En cualquier caso, ahora todos sabemos que este deslumbrante policiaco llega a feliz término al controlar Walsh los materiales de que diponía, logrando con maestría una de las premisas básicas de los mejores títulos de estas características; que cada plano o movimiento de cámara obedezca a una necesidad interna del relato. A este respecto, la película resulta moderna e incluso ejemplar, ya que en su desarrollo se describe un largo flash-back, que posteriormente insertarán otros tantos de menor duración. Pero lo admirable de todo ello, es que esta elección formal logra que la película sea atractiva, que todas las subtramas que se desarrollan en su interior queden paulatinamente ligadas, y permitan al espectador mantenerse expectante en los avances de la historia, cuando sabe que se encuentra en un relato en pasado de algo que ya ha sucedido. El hecho de partir de una encomiable economía de medios, permite que en poco más de ochenta minutos, podamos concluir un relato de enorme densidad, que finalmente se centrará en el entorno de un negocio totalmente organizado de crímenes de toda clase, que tiene como cerebro al frío y calculador Albert Mendoza (Everett Sloane).

La película se inicia con el traslado a dependencia policiales de Joseph Rico (Ted de Corsia), para poder ser custodiado y que al día siguiente ejerza como testigo del asesinato que Mendoza provocó años atrás, y del que fue testigo. Rico se encuentra totalmente aterrado, ya que los sicarios del gangster han intentado ya acabar con su vida. Y un nuevo atentado sufrirá cuando está a punto de recibir un disparo de un arma de largo alcance. Todas estas secuencias son impresionantes, logrando con el uso de las sombras, una iluminación adecuada y la impecable labor de los actores, trasladar al espectador el miedo comprensible del acusado. Este intento, es el que llevará al también asesino a plantearse declinar ejercer como testigo. En un momento determinado, escapa del cuarto de baño e intenta huir por una cornisa. En ese instante el miedo le embarga e intentará retornar a la comisaría, para lo cual se ofrece a ayudarle el investigador Ferguson (Humphrey Bogart), pero pese a ello finalmente caerá hasta el suelo, perdiendo la vida. Con ello se cierra para los investigadores la posibilidad de encerrar a Mendoza, aspecto por el cual Ferguson opta por efectuar un repaso total a los elementos que han venido configurando esta vista.

Ello será el inicio para que a través de diversos flash-backs, conozcamos por un lado los progresos en la investigación y por otra –siempre de forma elíptica-, atisbemos el horror de los crímenes producidos y, sobre todo, la interrelación que entre todos los personajes se va produciendo. Todo funciona en THE ENFORCER con una rara precisión, sin que ello dañe la credibilidad, dureza, concisión y espléndida forma cinematográfica con la que Walsh es capaz de revestir este uno de los mejores films de toda su carrera. La grandeza de esta película seca, concisa, precisa, impecable y admirable, viene dada de la mano de su sencillez, del estado de gracia con que Walsh sabe plasmar grandes momentos cinematográficos, en la sensación que tiene el espectador de asistir e implicarse en un entorno social que bajo su aparente tranquilidad esconde una banda formada por asesinos sin discriminación de víctimas, en la impotencia que la justicia tiene para evitar que el encarcelado Mendoza pueda, desde dentro de la cárcel, seguir dirigiendo su repugnante negocio de asesinos. Todos estos rasgos se entremezclan de forma asombrosa en su desarrollo, en una película de secuencias de muy pocos planos, donde la elipsis sirve para que las manifestaciones de violencia sean aún más aterradoras –la máxima de Tourneur de “sugerir antes que mostrar”-, y en la que el espectador se siente un poco indefenso al ver que en una ciudad representativa del progreso y la civilización, se ocultan personajes y organizaciones de esta calaña. Al contrario de la relativa blandura de un Jules Dassin, Walsh va “al grano”, si una secuencia puede resolverla con un único plano, la resuelve, y si esta puede durar cinco segundos en vez de diez, mejor. Todo ello, basado en la incorporación de fundidos y otras posibilidades visuales, que tienen un importante peso a la hora de lograr el ritmo casi sincopado del film. Un ritmo por otra parte, que en algunos momentos llega a alcanzar un paroxismo casi “eléctrico”, en una línea por otro lado utilizada con frecuencia por realizadores como Sam Fuller y otros representantes de la denominada “generación de la violencia”.

Estoy convencido que mucho de los espectadores de la película –bastante olvidada en nuestros días-, se quedarán con la dureza de la secuencia en la que va a ser degollado el viejo taxista – testigo del primer asesinato de Mendoza. Sin embargo, dentro de un amplio muestrario de fragmentos modélicos, no dudaría en resaltar un plano aterrador, y sobre el que Walsh no incurre en ningún tipo de subrayado. Me refiero al que se ofrece tras conocerse que en el pantano se enterraban las víctimas asesinadas. Una secuencia inmediatamente posterior, nos mostrará un enorme espacio lleno de zapatos desgastados de toda índole, evocándonos el horror de la gran cantidad de cadáveres que se han venido asesinando con el paso del los años. En ocasiones, una mirada cotidiana puede mostrar el horror en toda su más sincera expresión. Una gran película, a la que quizá solo cabría oponerle ese carácter de filigrana que, en algunos momentos, tiene el desarrollo de su guión. Muy poco que objetar, por tanto, a uno los mejores títulos policíacos de la década de los cincuenta.

Calificación: 4

3 comentarios

anselmo -

Genial. Me parece el referente implícito de la muy inferior Sospechosos habituales.

santi -

excelente

jose juan ergo morales -

Un clásico tan bueno como des-
conocido. Un pero, lamentable
voz de doblaje en Bogart.