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CINEMA DE PERRA GORDA

THE WHITE COUNTESS (2005, James Ivory) La condesa rusa

THE WHITE COUNTESS (2005, James Ivory) La condesa rusa

Curiosa condena la que ha tenido que asumir a lo largo del tiempo el nacido norteamericano e hindú nacionalizado inglés James Ivory. Artífice de algunos de los títulos más reconocidos y galardonados en la décadas de los ochenta y noventa, arrastra de forma paralela un determinado desprecio por parte de no pocos sectores de la crítica, que nunca han dejado de acusarle de ser uno de los máximos paradigmas de la qualité cinematográfica en las últimas décadas, y de prolongar una tendencia de ese eterno cine para contemplar tras el “te a las cinco”, en medio de una irreprochable ambientación, solidez técnica y respaldo de la brillantez interpretativa. Creo que la evolución –y degradación- del lenguaje cinematográfico, nos tendría que llevar a adoptar una tendencia intermedia ante la trayectoria de Ivory. Una mirada que valorara con cierta distancia sus virtudes y defectos, separando por un lado la natural desigualdad de su obra –que no siempre gozó del reconocimiento en aquellos títulos que más lo merecían-, de la progresiva madurez de sus rasgos. Digamos para concluir, que estimo que no sería justo relegar a Ivory como un “competente ilustrador de melodramas de época”, al tiempo que tampoco habría que condenar implícitamente con esa calificación la relativa eficacia de esos mismos melodramas de época –especialmente la victoriana-.

 

A partir de esta premisa absolutamente personal, pese a no poder señalar que nos encontramos ante una de sus obras más rotundas –honor que personalmente aplicaría a sus magníficas THE REMAINS OF THE DAY (Lo que queda del día, 1993) y HOWARDS END (Regreso a Howards End, 1992)-, y reconociendo que su conjunto reviste algunas debilidades visuales y ausencias de intensidad que le impiden llegar a alcanzar la condición de logro absoluto, no puedo por menos que destacar la valía de THE WHITE COUNTESS (La condesa rusa, 2005), que me parece sin duda una de las aportaciones más valiosas, maduras y sensibles del cine de Ivory. En esta ocasión, me da la impresión que sedimentó toda su sabiduría en la aplicación de conflictos, de relaciones sentimentales ahogadas por los límites del puritanismo y diferencias de clase, dentro de un relato sutil, y hasta cierto punto perverso, en la medida que se plantea la posibilidad de crear un recinto de diversión, en el que pudieras encontrarse gentes de todos las tendencias que por aquel entonces dominaban la vida diaria en la convulsa Shanghai de 1936. Todo ello provendrá del deseo manifestado por Todd Jackson (un Ralph Fiennes más allá de todo elogio). Con un pasado que abarca la muerte de su mujer en un atentado, y posteriormente la de su hija en otra explosión  en la que él perdió la visión. En la vertiente opuesta encontramos a la aún joven y bella Condesa Sofia Belinskya (otra eminente interpretación por parte de Natascha Richardson). Sofia es parte de una importante familia rusa que tuvo que optar por la emigración, siendo ella la que con sus actuaciones, así como la presencia de la prostitución, logre los recursos necesarios para mantener a su familia y, especialmente, a su hija. Y es que el entorno familiar que le rodea, en realidad solo está definido por prejuicios de clase, y el hecho de que Sofia realice actividades por ellos no aprobadas, permiten que sea vista con desagrado aunque, eso si, todo el dinero que esta gane vaya a parar el fondo de esa hipócrita y clasista familia venida a menos.

 

Ese es el punto de partida que, antes o después, en medio de una situación prebélica día a día más acusada, permitirá que Todd y Sofia puedan encontrarse –lo hará casualmente esta, cuando con su ayuda evita al diplomático ciego el hecho de ser robado por unos bandidos-, estableciendo muy pronto entre ellos una sincera relación, siempre estrictamente profesional, que impide a ambos conocer aspectos de sus vidas pasadas. Jackson confía en sus cualidades y carisma, y la saca del tugurio donde hasta entonces lograba sus sueldos, convirtiéndola en el máximo atractivo de este nuevo salón, denominado The White Countess, con el que el protagonista quiere convertir sus instalaciones en un auténtico microcosmos de los distintos grupos y tendencias políticas y sociales que se manifiestan en aquel entorno. Como si tratara de exorcizar su auténtica y ya abandonada labor como diplomático de alto nivel y reconocidos logros, en realidad busca un punto de inflexión que le permita sentirse realizado, sintiendo a su lado ese mundo convulso que llega a intuir nada más salir a la calle.

 

Pero hay algo con lo que Todd ni Sofia contaban… el hecho de que ambos se sienten progresivamente atraídos uno a otro, aunque en todo momento hagan ostentación del hecho de pretender huir de ello. Sin embargo, el progresivo recrudecimiento de las circunstancias prebélicas, llevarán a un repentino declive del salón The White Countess, y al mismo tiempo a una situación límite a la degradada condesa, a la que su familia apremia para lograr los ingresos necesarios que propicien la huida hasta Hong-Kong de toda la familia. Sofia lo logrará con facilidad con la colaboración de Jackson, aunque ello le llevará finalmente a tener que admitir de forma dolorosa que su familia en realidad busca relanzar sus prejuicios de clase, y para ello la dejan de lado por considerar que su comportamiento –que les ha llevado a subsistir en su exilio forzoso-, no es el que sería un su mejor aliado para poder recomponer esta aristocrática familia, llegando para ello hasta de despojarle de su pequeña hija.

 

La situación se tornará enormemente tensa en la ciudad, en sus calles se presagia una invasión bélica, y en medio de dicho contexto inicialmente Todd se mostrará remiso a abandonar su salón –en realidad no es más que un subterfugio para asumir su derrota personal y la inminencia de su muerte-, y hasta se negará a recibir ayuda de su ocasional amigo mr. Matsuda (Horoyuki Sanada), un hombre de extrema cultura, tertuliano ideal que pronto simpatiza con la personalidad de nuestro protagonista, e incluso le ayuda en sus proyectos, pero que tiene un poderoso lado oculto como agitador político. Sin embargo, una última indicación de Matsuda, llevará a Jackson, pese a su invidencia, a recorrer un largo camino en la búsqueda de Sofía y de su hija. Un recorrido repleto de tensiones y dificultades, pero que finalmente propondrá a ambos la posibilidad de una segunda oportunidad en sus vidas. Algo que en realidad deseaban ambos, pero que incomprensiblemente, o quizá por atavismos de clase, se habían negado a sí mismos.

 

Como se puede deducir por este pequeño recorrido argumental, Ivory retoma algunos de sus temas de siempre, como la renuncia al amor y el disfrute de la existencia, impedido por conflictos de clase y recuerdos insalvables. Es en ese contexto, donde el realizador logra un film magnífico, en donde esa renuncia expresa a la emoción y a propiciar aquellos sentimientos que se encuentran en el interior de sus personajes, están admirablemente expresados, fundamentalmente por la sincera y admirable aportación de Fiennes y Richardson, en cuya química reprimida la película alcanza momentos absolutamente plenos de autenticidad. Y todo ello está magníficamente combinado con la ubicación de la historia dentro de un marco social totalmente inestable, describiendo a la perfección aquel Shanghai en el que se representan todas las culturas y etnias posibles, y que para el invidente y traumatizado diplomático supone una especie de entorno vital que evocará en él su anterior y prestigiada experiencia como diplomático.

 

Con la sabiduría que le proporciona una veteranía contrastada, Ivory maneja a la perfección los resortes del relato sencillo e íntimo, combinándolo con la desestabilización y decadencia que muestra el entorno elegido para la narración. Y todo ello con miradas, con diálogos excelentes –sobre todo los que mantienen Jackson y Matsuda, un oasis de claridad de conceptos en un océano de decadencia y progresivo envilecimiento, y con una narrativa modulada, elegante e intensa. Con esos elementos, propone un bellísimo melodrama en la búsqueda de una segunda oportunidad, y al mismo tiempo al abandono definitivo de un pasado que encorseta, lastra e incluso traumatiza la andadura de estos dos seres condenados a establecer sinceros lazos de unión. Es evidente que en algunos momentos –no demasiados-, Ivory cae en la tentación de imágenes ralentizadas o distorsionadas aunque, todo hay que decirlo, no tienen una incidencia muy negativa en el conjunto. Una película que culmina con ese plano general en el que dos veleros huyen con refugiados, y entre ellos se encuentran nuestros protagonistas, dentro de unas imágenes llenas de evocación que dejan abierta una puerta a la esperanza.

 

Sin lugar a duda, THE WHITE COUNTESS es uno de los títulos más valiosos rodados en 2005, así como una de las películas más logradas en la trayectoria de James Ivory. Posiblemente la mejor desde la ya mencionada THE REMAINS OF THE DAY. Contémplenla sin prejuicios y la degustarán con placer.

 

Calificación: 3’5

 

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