DET REGNAR PA VAR KÄRLEK (1946, Ingmar Bergman) Llueve sobre nuestro amor
No cabe duda que el Ingmar Bergman de DET REGNAR PA VAR KÄRLEK (Llueve sobre nuestro amor, 1946) no es, ni de lejos, el enorme valor que pocos años después empezaría a vislumbrarse, erigiéndole de manera paulatina entre los mejores representantes, no solo de la cinematografía sueca, sino de todo el mundo. Esa manera de entender el cine, esa angustia vital, esa progresiva ascesis de un cine magníficamente mostrado durante la década de los cincuenta con un inolvidable y personalísimo uso del blanco y negro, se expresaría de manera incipiente e inconexa en sus primeros títulos, en líneas generales estimables, con aciertos parciales, e incluso mostrando en algunos de sus instantes destellos de la creatividad que empezaría a despuntar poco después del inicio de la década de los cincuenta. En este su segundo film, ha habido quien ha querido ver en su desarrollo elementos que prefiguraban el estilo cinematográfico de su artífice. Puede que haya algo de razón en esta aseveración. Sin embargo, personalmente, y aunque por lo general no se suele coincidir en esta afirmación, encuentro más personalidad en la película que sirvió al sueco para debutar en la pantalla –KRIS (Crisis, 1946)-, a pesar incluso de que este fuera un encargo que sumió con total disposición, que en el título que nos ocupa. No quiere esto decir que nos encontremos ante una película desprovista de interés –creo que es una afirmación que no se puede formular a ningún título de su realizador-, pero estimo que su desarrollo ofrece demasiados vaivenes tanto argumental como cinematográficamente, como para lograr esa grado de armonía –sin que la misma esté revestida de elementos optimistas-, necesario para alcanzar un determinado estatus de calidad, posteriormente reiterado en su obra.
Es por ello que la tragicomedia protagonizada por los jóvenes David (el siempre inquietante Birger Malmsten, en su primer encuentro con el realizador) y Maggi (Barbro Kollberg), en buena medida podríamos integrarla dentro del conjunto de producciones –generadas en el cine europeo-, que planteaban con una mirada equidistante entre el patetismo y la ternura, las dificultades de parejas jóvenes destinadas a sortear sus dificultades en un contexto de posguerra. Se trata de un modelo que podríamos detectar quizá sentando un precedente en la comedia de Preston Sturges CHRISTMAS IN JULY (Navidades en julio, 1940) y que en estos años practicaría desde Jacques Becker, hasta posteriormente el Berlanga y Bardem debutantes con ESA PAREJA FELIZ (1951). Dentro de este contexto, nos encontramos con un relato casi dominado por un contexto fabulesco, en el que viviremos las enormes dificultades que para los protagonistas –que se han conocido inesperadamente en un tren- sobrevienen en su deseo de iniciar una vida en común. Algo contra lo que chocará su condición humilde y, muy especialmente, la reciente condena en la cárcel de David. Será una circunstancia de la que se aprovecharán unos y explotarán otros –el avieso propietario de la cabaña en la que recalarán-, componiendo un panorama social francamente demoledor, aunque esté revestido en la pantalla de aparentes tintes amables y envuelto en los confines de la fábula –las principales evoluciones de los protagonistas se describen a través de rótulos que se insertan a modo de viñetas irónicas-. Será este un rasgo en el que tendrá especial incidencia la presencia ocasional de un irónico y enigmático personaje provisto de un paraguas, que en diversas ocasiones se interpondrá en las andanzas del ex presidiario, aunque finalmente contribuya decisivamente a que se libre de ser condenado nuevamente, debido a una infundada acusación de robo, que en realidad encubre un generalizado rechazo por parte de todos aquellos que han rodeado a los jóvenes, y en buena medida se han aprovechado de su debilidad.
Será este un elemento que tomará un peso notable -quizá a mi juicio excesivo- en el desarrollo de DET REGNAR…-, y que es probable que fuera uno de los más apreciados en su momento, con un componente de crítica social que no omite ni a burócratas ni a representantes eclesiásticos dominados por la hipocresía. Sin embargo, no dudaría en preferir aquellos momentos intimistas que ya rebelaban esa capacidad del aún incipiente realizador, a la hora de profundizar en los recovecos y sombras del alma humana. Será algo que manifestará la inclinación de Bergman por el uso del primer plano, e incluso por el abigarramiento y caracterización de los rostros, acompañado en algunos momentos por la presencia de espejos que rondarán las acciones de sus personajes. En este sentido, y más allá del giro –atractivo pero hoy día excesivamente superado- que se produce en el juicio con la intervención del misterioso individuo del paraguas, convertido en improvisado defensor, hay instantes que revelan esas capacidades cinematográficas del sueco, poco después emergentes en toda su plenitud. Quizá el más representativo de esta incipiente capacidad, se encuentre en la secuencia en la que el extraño y avariento dueño de la cabaña en la que vivirán los protagonistas, revela a David el verdadero rostro que encubre su comportamiento adusto e hipócrita; la absoluta soledad en que vive, dominada por la nostalgia de sus hijos y nietos ausentes. Será algo que muestre a la perfección Bergman en las palabras confesionales de este mirando a un viejo espejo, y rodeado de las viejas fotografías de la descendencia que ha dejado en la tierra, y que le han abandonado irremediablemente. Un momento extraordinario, quizá el mejor que el director sueco había filmado hasta entonces en su cine, y que debería formar parte en cualquier antología que albergara una hipotética galería de los mejores fragmentos de su obra.
Calificación: 2’5
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