THE BEST MAN (1964, Franklin J. Schaffner) [El mejor hombre]
El inclemente paso del tiempo detecta algunas debilidades en THE BEST MAN (1964), segundo de los largometrajes cinematográficos del ya experimentado realizador televisivo Franklin J. Schaffner. Cierta debilidad al trazo grueso y casi caricaturesco en aquellos personajes que no gozan de las simpatías de los responsables de la propuesta -especialmente centrados en el entorno que rodea al ambicioso senador Joe Cantwell (Clift Robertson)-, así como algunas piruetas finales en la conclusión del relato -representadas en el escaso eco dramático que adquiere en la función la muerte del presidente de los Estados Unidos-, tienen una relativa presencia en el cómputo de debilidades de la película, jamás estrenada comercialmente en nuestro país, aunque emitida por televisión en diversas ocasiones e incluso editada en DVD. De todos modos, aún reconociendo de entrada estos matices que impiden su consideración como un producto redondo, y admitiendo incluso que las propuestas más importantes emanadas a través de sus imágenes ya habían quedado expuestas con suficiente rotundidad en la previa y admirable ADVISE & CONSENT (Tempestad sobre Washington, 1962. Otto Preminger), lo cierto es que hay algo que me sigue provocando similar o incluso superior fascinación en esta película que la vez en la que la contemplé por vez primera, hace más de un cuarto de siglo en un lejano pase televisivo. Por encima de su alcance como parábola sobre las corruptelas, servidumbres y grandezas, de la búsqueda y la simple detención del poder, desde el primer momento el espectador advierte la sensación de que logra entrar en la propuesta. A través de un ritmo nunca vertiginoso pero en todo momento preciso -especial mención al montador Robert Swink-, desde los primeros fotogramas se nos inserta en las tensiones de una convención -presumiblemente demócrata-, en la que compiten de manera especialmente disputada con sendos candidatos que bien pudieran representar el modelo del primero de los partidos, con otro representando al republicanismo. A través igualmente de la impresionante fotografía en blanco y negro de Haxkell Wexler, y a partir del sentido de la progresión dramática y el dominio del espacio escénico demostrado por Schaffner, se logra expresar con notable facilidad la tensión de la colectividad enmarcada en una lucha política carente de todo sentido de la lógica, las triquiñuelas y miserias de su comportamiento y, al mismo tiempo, la intimidad de esos personajes que, detrás de la cortina, desarrollan esas acciones humanas definitorias de los entresijos del poder.
Una combinación casi perfecta que tiene como eje el planteamiento de un inspirado Gore Vidal, sirviendo como base una comedia dramática que sabe oscilar entre ambos registros, dejando entrever una tendencia del primero de los géneros citados, especialmente cifrado en los ámbitos de la United Artists, y expresado de manera visual con un blanco y negro que, de alguna manera, optaba por representar modos, escenarios y situaciones de un cierto componente realista. Es el marco que manifiestan títulos como el no muy lejano THE APARTMENT (El apartamento, 1960. Billy Wilder), el muy poco conocido y, finalmente no muy estimulante, A THOUSAND CLOWNS (1965, Fred Coe), o el posterior y magnífico THE LOVED ONE (Los seres queridos, 1965. Tony Richardson) -con el que comparte la presencia del mencionado Wexler como operador de fotografía-. Junto a todos ellos asume unos modos inicialmente sarcásticos y críticos que, de manera progresiva, van dando paso a un planteamiento de tesis que, pese a haber transcurrido más de cuatro décadas desde su realización, siguen siendo de probada actualidad -y no solo por el hecho de que en un momento dado, el veterano presidente USA prediga el hecho de que un negro pueda ser mandatario en el futuro-. Lo cierto es que el planteamiento dramático de Vidal se plantea con notable pertinencia en una película que basa buena parte de su efectividad en unos diálogos llenos de agudeza, al tiempo que logra desarrollar una serie de personajes de enorme calado psicológico, logrando con ello un conjunto lleno de credibilidad. Buena parte de dicho alcance queda expresada en una brillante dirección de actores, permitiendo con ello que el origen teatral de su engranaje dramático quede encubierto por una sólida factura cinematográfica. En ese contexto, resulta de especial interés el combate que mantiene el candidato William Russell (Henry Fonda) -prototipo del político reflexivo y discreto, que aboca sus facultades del pensamiento en el debate de cualquier elemento de su labor política-, con el ya mencionado Joe Cantwell -típico joven de buena presencia y origen humilde, definido en la demagogia y la energía de sus actividades-. Serán los dos contrincantes más sólidos para una elección en la que ambos buscan el apoyo directo del veterano y saliente mandatario de los Estados Unidos -Art Hockstader (Lee Tracy)-, un hombre absolutamente curtido en las batallas del desempeño del poder y el trato a la gente. Serán los ejes centrales de una pugna resuelta en pocas horas, que tendrá como marco colateral la crisis matrimonial de Russell o los intentos iniciales de Cantwell de desprestigiar a su adversario, utilizando un informe médico del pasado que podría permitirle alegar problemas mentales de este -en realidad sufrió una depresión-. Todo ello, unido al carácter dubitativo de Russell, son elementos que en principio inclinarán al mandatario cesante en favor de Cantwell. Sin embargo, un encuentro con este le revelará la nula talla humana que demuestra en sus acciones, decidiendo apoyar al primero pese a las reticencias que mantiene sobre su comportamiento político.
Es en ese triángulo de personajes donde THE BEST MAN adquiere en definitiva sus cartas de naturaleza, dentro de un triángulo que solo falla en cierta medida en uno de sus vértices. Es decir, se nota demasiado que la figura de Cantwell no goza de simpatía alguna por parte de los responsables de la película, a lo que hay que unir la cargante presencia y los tics emanados por Clift Robertson, uno de los actores más cuestionables de su tiempo. Pero si intentamos dejar de lado esta circunstancia, es evidente que el film de Shaffner alcanza sus más altas cuotas de virtuosismo específicamente cinematográfico y de lucidez en sus propuestas, en todos aquellos momentos en los Russell conversa de manera sincera con el Presidente Hochstader, confesándole este la inminencia de su muerte -un instante absolutamente memorable-. En esos momentos, destacará la espléndida labor de un Henry Fonda en el mejor momento de su carrera, y que poco después protagonizaría otra interesante muestra de los componentes de la "Generación de la Televisión", como fue FAIL-SAFE (Tiempo límite, 1964. Sidney Lumet), pero al mismo tiempo me gustaría resaltar de manera muy especial la labor realizada por Lee Tracy al encarnar al mandatario norteamericano. Vistas alguna películas suyas rodadas en los años treinta, la verdad es que me parecía un histrion de escasas posibilidades. El paso de los años nos permitió un reencuentro con su figura, logrando con el retrato de ese presidente conocedor de todos los trucos y la esencia de la labor política, y que asiste aterrado a la llegada de su muerte con una extraña dignificación exterior, no solo el rol más valioso de la película sino, sobre todo, una de las interpretaciones más brillantes que recuerdo y, en última instancia, la creación más memorable que Tracy logró legar a la posteridad. En por ello en esos momentos en los que se produce la interacción entre ambos intérpretes, el film de Schaffner alcanza un calado, una agudeza y una capacidad de reflexión -el momento en el que el veterano presidente confiesa la cercanía de su muerte y su pánico a la nada-, que será la que finalmente predomina en su desarrollo dramático -atención a la extraña lucidez y mezcla de ambición e intuición que muestra la esposa de Russell encarnada por la espléndida Margaret Leighton-. Todo ello tendrá su casi apasionante desarrollo, hasta esa resolución en la que un político sin carisma ni personalidad alguna será aupado finalmente hasta el poder, a partir del sacrificio de quien realmente lo merecía, culminando con dicho giro esta aguda y en ocasiones ligeramente esquemática sátira, que podría entroncarse con esa tradición del relato de las interioridades de la vida política, sublimado en la ya citada ADVISE & CONSENTS, y que podríamos extender hasta exponentes tan significativos como las posteriores THE CANDIDATE (El candidato, 1972. Michael Ritchie) o BOB ROBERTS (Ciudadano Bob Roberts, 1992. Tim Robbins).
Calificación: 3'5
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