PICKPOCKET (1959, Robert Bresson) Pickpocket
Resulta francamente difícil poder aportar alguna nueva reflexión, ante uno de los títulos más justamente célebres del cine francés. Quizá el más reconocido en la admirable filmografía de Robert Bresson, uno de los creadores más personales y valiosos con que contó dicha cinematografía, y al que el paso del tiempo estimo ha permitido la vigencia de un cine que desde el primer momento contó con un reconocimiento generalizado. Es curioso pensar, a este respecto, como el mismo año en que se rueda y estrena PICKPOCKET (1959), lo hace igualmente À BOUT DE SOUFFLE (Al final de la escapada, 1959. Jean-Luc Goddard). No cabe duda que el segundo de los títulos gozó desde el primer momento de una acogida casi entusiástica, en calidad de adalid de la Nouvelle Vague. No obstante, creo que el paso del tiempo ha logrado atemperar tanto la relativa valía de la película protagonizada por Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg, al tiempo que ha permitido emerger el alcance rupturista de la propuesta de Bresson, como lo pudo hacer con la escasamente posterior LE TROU (La evasión, 1960. Jacques Becker). En definitiva, que tras la obligada distancia que proporciona el paso de medio siglo, cabría poner en relativa cuestión la auténtica paternidad de la nueva ola francesa en manos de Goddard o Truffaut, teniendo en cuenta la apuesta formulada por los ya señalados Bresson, Becker, a los que cabría añadir el René Clément de PLEIN SOLEIL (A pleno sol, 1960).
Hecha esta digresión como punto de partida, pese a parecerme un título magnífico, no sabría manifestarme en la definición de PICKPOCKET como la cima del cine de Bresson. Hay tanta homogeneidad en la diversidad temática que abordan sus films-el altísimo nivel de su filmografía solo lo puedo comparar con las de Yasujiro Ozu o Charles Chaplin-, se describe en el desarrollo de su filmografía una evolución tan magníficamente modulada, y comporta el conjunto de su obra –de la que me restan pocos títulos por contemplar- una coherencia tal, en constante comunión con el rigor expresivo y su hondura conceptual y temática, que resulta difícil decantarse por uno de sus títulos como el más completo o rotundo. En cualquier caso, quizá sí se produciría por mi parte esa decantación, ya que pese a manifestarse de manera absolutamente coherente con su obra precedente, lo cierto es que PICKPOCKET posee algunos rasgos más o menos singulares que voy a intentar plasmar en estas líneas, intentando aportar algún elemento más o menos novedoso –al menos personal- a la hora de comentar un título mítico, reconocido y suficientemente tratado por comentaristas cinematográficos sin duda más cualificados que un servidor en el conocimiento y el análisis de la obra bressoniana.
Lo primero que me sorprende es la manera con la que el realizador logra imbricar el desarrollo argumental de la película en un contexto absolutamente preciso. Es decir, tanto el personaje del cartero protagonista –Michel (un inolvidable Martín LaSalle)- como el marco en el que se desarrolla la acción, responde por completo a ese periodo temporal de finales de los cincuenta, en el cada vez más lejano fantasma de la II Guerra Mundial ha dejado en Francia una conciencia pesimista, expresada a nivel generacional en las obras literarias de pensadores como Sartre o Camus. Ese sentido oscuro y nihilista de la existencia, esa sensación de estar vagando por un mundo en el que nada, ni nadie, puede zafarse de una angustia a la que todos están abocados, se encuentra perfectamente reflejada en el dibujo y las actitudes de su principal personaje, un joven al que en apariencia cabría calificar como amoral en sus actitudes, pero que realmente encuentra en su inclinación al robo una salida para poder plantear una extraña rebelión –en un momento determinado del film, llegará a confesar que solo ha creído en Dios durante tres minutos en su vida-. En ninguna ocasión Michel roba por enriquecerse; lo vemos en todo momento guardando el botín que va acumulando, escondido en un rodapié de su habitación. Tampoco se observa mejora alguna en su austero e incluso miserable nivel de vida. Pero al mismo tiempo, el desarrollo estilístico de la película envuelve su propuesta con una visión gélida de la existencia. Jamás se observarán sonrisas, los figurantes que aparecen como fondo de las secuencias de exteriores o los interiores registrados en tabernas revelan una muchedumbre alienada, absolutamente errática en su discurrir casi autómata, aspecto en el que contribuye sobremanera la admirable manipulación que Bresson ofrece de su banda de sonido, que ejerce en todo momento como filtro difusor de sus intereses dramáticos. Esa capacidad para extraer lo esencial del relato, entendiendo este no como una sucesión de situaciones, sino como la muestra del sentido último de sus imágenes, es lo que hace de PICKPOCKET una apuesta tan personal como muy pronto admirable.
Esa capacidad para plasmar de una manera sencilla pero en realidad revestida en todo momento de rigor, el proceso que vive nuestro protagonista desde ese nihilismo inicial hasta la catarsis que brinda su descubrimiento del amor, representado en la joven Jeanne (Marika Green), es la esencia de una película precisa y absolutamente magistral en la aplicación de determinados recursos del lenguaje cinematográfico, que en inspirada combinación logra transmitir el mundo expresivo y personal del realizador galo. Es algo que se manifestará en el recurso de la voz en off como modo de plantear elipsis y observaciones, en la misma aparente arbitrariedad de las mismas –por ejemplo, la sorprendente elipsis que fulmina en un instante dos años de la vida del protagonista-
A partir de esas premisas, la película logra hacer casi tangible al espectador, esa ausencia de sentimiento, esa opción de rebeldía expresada en modo de robos de carteras, esa gran ciudad ausente y solitaria en la que sus habitantes funcionan como auténticos autómatas. Junto a ello, no cabe omitir la importancia que en PICKPOCKET adquiere la presencia de música clásica que contribuye a definir un alcance personal a sus imágenes, admirablemente iluminadas por el operador Léonce Henri-Burel, los ecos que su desarrollo cinematográfico mantiene con la obra literaria de Dostowieski, o las propias y deslumbrantes secuencias en las que contemplamos a Michel ejerciendo como carterista –ayudado por sus cómplices-, que son todo un prodigio de montaje precisión–en ello de alguna manera tenemos una continuidad de la precisión con la que Bresson mostraba la huída del protagonista de la previa e igualmente admirable UN CONDAMNÈ À MORT S’EST ÉCHAPPÉ OU LE VENT SOUFFLÉ OÚ IL VENT (Un condenado a muerte se ha escapado, 1956)- Pero por encima de estos elementos, justamente reconocidos por cualquier aficionado con sensibilidad, si tuviera que destacar una secuencia en la película no dudaría en elegir la última y breve conversación que mantendrá el protagonista con su anciana madre, admitiendo con entrañable lucidez la cercanía de su muerte. Ni siquiera en un momento como este la cámara de Bresson permite concesión alguna al sentimentalismo, ya que el objetivo último de su propuesta, es el encuentro del amor por parte de su protagonista. Será algo que finalmente descubrirá una vez sea llevado a la cárcel –sensacional el momento en el que es detenido en medio de unas carreras hípicas-, por medio de la comprensión que le manifestará Jeanne, con la que finalmente se fundirá en un beso teniendo por medio las rejillas del cuarto de invitados.
Una auténtica muestra de esperanza, una redención en torno al amor, tras un recorrido vital en el que cualquier asidero emocional quedaba absolutamente velado para nuestro protagonista. Incomunicación, frialdad, la apuesta por una suprarealidad y la fascinante expresión visual de los modos de esos robos en los que Michael ha decidido entrar, son algunos de los matices y rasgos en los que se entronca esta auténtica obra maestra, que en unos tiempos de auténtica convulsión cultural en general y cinematográfica en particular, supo ser más avanzado que nadie, y hacerlo además siendo absolutamente coherente con su propio ideario cinematográfico. Es por ello que medio siglo después de su realización, PICKPOCKET sigue manteniendo el privilegio de ser uno de uno de los más grandes films surgidos dentro del cine francés en toda su historia.
Calificación: 4’5
1 comentario
Anselmo -