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CINEMA DE PERRA GORDA

THE STAR WITNESS (1931, William A. Wellman) El testigo

THE STAR WITNESS (1931, William A. Wellman) El testigo

Pese al hecho de ser una película sorprendente, estoy convencido que a cualquier aficionado que haya seguido con cierta atención –aunque sea de manera parcial- la copiosa filmografía de William A. Wellman en su fértil periodo de la década de los años treinta, el visionado de THE STAR WITNESS (El testigo, 1931) le permitirá el reencuentro con esa particular manera de enfrentarse al hecho cinematográfico basado en una sequedad, un ritmo ajustado y cortante, y la aplicación de situaciones revestidas de crueldad. En esta ocasión asistimos a una de sus ajustadas producciones para la Warner –su metraje no llega a los setenta minutos-, en la que el ya curtido cineasta sorprenderá al espectador con un argumento –procedente del poco conocido e igualmente realizador Lucien Hubbard- estructurado en base a un eje central, a partir del cual se establecerá de manera percutante otra historia de contundente dramatismo, retomando en su tercio final el pequeño drama doméstico que está a punto de aflorar en los primeros minutos de la película.

 

THE STAR WITNESS se inicia con notable ligereza tras la camara, con ese largo travelling lateral que sigue a los dos pequeños de la fanilia Leeds. Ya el rótulo inicial nos destaca que la historia se desarrolla en un ambiente urbano de clase media, predisponiendo al espectador a un relato familiar más o menos escorado hacia la comedia, a lo que contribuirá no poco la inesperada presencia del abuelo de la misma –Henchman Big Jack (impagable Nat Pendleton)-. Lo hará mientras el resto de los componentes se reúne para la cena, demostrando muy pronto la inestabilidad que preside la relación de sus componentes. En ese contexto, la llegada del pintoresco abuelo –apreciado por sus nietos pero mirado con reserva por el resto de la familia, sobre todo por su adicción a la bebida-, insertará en los Leeds un nada solapado deseo colectivo de alejarlo de su cotidianeidad. De alguna manera, Wellman parece adelantar el conmovedor drama que seis años después presidiría una de las obras más hermosas y al mismo tiempo dolorosas del cine norteamericano de aquella década –MAKE WAY FOR TOMORROW (1937. Leo McCarey)-. Y es cuando el drama empieza a aflorar en el seno de esta aparentemente idílica familia, el momento casual en que se desarrollará en el exterior de la vivienda un asalto con pistoleros, produciéndose dos muertes violentas, y entrando los autores del delito en el hogar de nuestros protagonistas para buscar una huída, no sin advertir a estos que no les identifiquen a la policía.

 

Como es previsible, las autoridades deciden apelar a la familia para que actúen como testigos, ya que el autor del asalto es Maxey Campo (Ralph Ince) que ha sido detenido, pero que ha de ser identificado por testigos para ser condenado a muerte –uno de los dos asesinados era un agente de policía que protegía a un soplón decidido a colaborar con la justicia. El fiscal Whitlock (Walter Huston) logrará convencer a los componentes de la familia Leeds, que en principio se mostrarán colaboradores. Sin embargo, una auténtica pesadilla se establecerá ante ellos, hasta el punto de renunciar casi todos sus componentes a participar como testigos. Llegados a este punto, no cabe duda que Wellman ya ha dejado prueba de su vibrante estilo cinematográfico, plasmado en la contundente secuencia del asesinato del agente de policía y el propio testigo, que la familia protagonista ha contemplado desde una ventana del edificio. Pero será a partir de la protección por parte policial de los Leeds, cuando realmente emerja una vivencia de pesadilla para todos ellos. Es en esos momentos donde Wellman deja pruebas bien evidentes de su gusto por la crueldad revestida de sequedad, que se manifestará en la insólita –y terrible- tortura vivida por el patriarca de la familia, quien es golpeado en reiteradas ocasiones contra una pared hasta dejar esta casi destrozada, sufriendo enormes heridas en su cabeza hasta dejarlo tirado medio muerto en el cauce del río –la visión de su cuerpo por parte de unos campesinos, devendrá casi fantasmagórica-. Será el elemento catárquico que hará que sus familiares se replanteen su participación como testigos, aunque el hecho de estar constantemente vigilados les permita un cierto margen de tranquilidad. Sin embargo, la desaparición del más crecido de los dos pequeños de la familia será el detonante para provocar la absoluta desesperación de todos los componentes del grupo familiar, especialmente por parte de la desconsolada madre, que ve como en pocas horas se ha destruido la –ficticia- unidad de les Leeds. La realidad es que los hombres de Campo han secuestrado al muchacho, con la intención de evitar que sus familiares declaren contra su jefe. Estarán casi a punto de lograr su objetivo, pero entre ellos encontrarán un contumaz defensor de la dignidad de ser americano –el viejo Big Jack- quien seguirá dispuesto a efectuar la identificación del gangster, para con ello evitar que gentes de esa calaña se adueñen del terror en las calles, aunque su declaración pueda llevar al asesinato de su nieto. Pero, repentinamente, tras descubrir el barrio donde parece que sus captores tienen a su niego, el viejo huye de la vivienda de sus descendientes, dirigiéndose hacia las siniestras calles de la zona determinada, tocando de forma intermitente con su flauta, aparentemente de manera libre –estupendo el detalle que lo confunde con un mendigo-. En realidad está utilizando una argucia valiosísima, para intentar captar la atención de su nieto por si estuviera junto a algunos de los edificios que recorre. La intuición se revelará acertada, logrando localizar al muchacho, provocar su rescate, y por último permitir condenar a Campo.

 

Todo ello está mostrado por Wellman con un estupendo uso de la síntesis cinematográfica, sabiendo introducir en el relato apuntes muy agudos que relativizan la importancia de los conceptos de valentía y cobardía en un ámbito de cierta cotidianeidad, y al mismo tiempo se mostrará comprensivo tanto de la actitud de los componentes de la familia –que se encuentran en estado de schock y totalmente desbordados ante el infierno que se les ha venido encima-, como del afán de Withlock por llegar incluso a utilizar a esta familia inocente que de manera causal contempló el doble crimen, para con ello poder aplicar el rigor de la justicia y proporcionar un castigo ejemplar a las bandas que proliferan en la ciudad. Es más, incluso en un momento dado, Wellman llega a plantear la humanización de uno de los delincuentes que tiene secuestrado al muchacho, con el cual confraterniza y al que, paradójicamente, facilitará la posibilidad de proporcionar una contundente señal –propiciada al escuchar el sonido de la flauta de su abuelo-, que le permitirá ser secuestrado.

 

Crueldad y crónica social, relato de gangsters y tratado sobre la descomposición de la familia. Una combinación casi explosiva, que solo un cineasta tan atrevido como William A. Wellman podía plasmar en la pantalla con tan pasmosa facilidad. Es más, llegará a finalizar la película de una manera tan en apariencia festiva como en última instancia desoladora. Pese a la aterradora vivencia vivida y el papel fundamental que el abuelo ejerció para darle solución –lo que incluso le permitirá evocar sus tiempos de lucha en la guerra de confederación, llegado el momento de rescatar directamente a su nieto-, una elipsis nos revela que este ha sido relegado de su familia. Es por ello que lo contemplaremos subido a un carro rústico tocando su sempiterna sintonía evocadora en su vieja flauta con destino al hogar del soldado, y pasando por un camino poblado de tumbas de antiguos soldados. Todo podría manifestar que nos encontramos ante una conclusión plácida, pero la realidad posee un alcance más sórdido, ya que este doloroso episodio quizá solo haya acelerado el proceso de disolución de un marco familiar que antes de esta vivencia, ya dejaba bien claras sus fisuras generacionales. En definitiva, la descomposición de su estructura.

 

THE STAR WITNESS es una nueva muestra del pletórico estado de creatividad con que Wellman afrontó este periodo clave para el cine norteamericano. Por ello, sus cualidades no suponen en absoluto, sorpresa alguna.

 

Calificación: 3

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