PLYMOUTH ADVENTURE (1952, Clarence Brown) [La aventura del Plymouth]
El reciente entusiasmo que me ha producido el visionado de la admirable OF HUMAN HEARTS (1938), es probable que me permita ver con otros ojos la figura y la obra cinematográfica de Clarence Brown. En realidad, he de reconocer que cuantos títulos suyos he contemplado hasta la fecha no han estado en ningún caso exentos de interés, pero también es cierto que siempre he visto en su figura la representación máxima del artesano envarado y retórico, propio de las características emanadas por el estudio del que fue uno de sus profesionales más perdurables; la Metro Goldwyn Mayer. Esa mezcla de escaso entusiasmo y condescendencia a su cine, no quisiera que de la noche a la mañana se convirtiera en una enfervorizada admiración, en la medida que soy consciente de encontrarnos ante un realizador mesurado y poco proclive a las sorpresas cinematográficas. Pero no se si la casualidad o una cierta intuición, me ha vuelto a remitir a otro título suyo que considero admirable –cierto es, algo menos que el ya citado OF HUMAN...-, y que al mismo tiempo sirvió como prematura retirada suya de la pantalla, cuando contaba sesenta y dos años de edad. Con ello me refiero a PLYMOUTH ADVENTURE (1952) –jamás estrenado comercialmente en nuestro país, aunque emitido en las pantallas televisivas con su traducción literal de LA AVENTURA DE PLYMOUTH-, que ya de antemano pienso que merece alcanzar un lugar de preferencia dentro del subgénero de aventuras submarinas, mucho más por cierto que no pocos films excesivamente mitificados –entre ellos, por citar un ejemplo, uno protagonizado por el mismo Spencer Tracy y también procedente de la Metro, como es CAPTAINS CORAGEOUS (Capitanes intrépidos, 1937. Victor Fleming)-, aunque en realidad su propuesta adquiera unos derroteros inusuales a los habitualmente esgrimidos en esta vertiente, al propio tiempo que resulten bastante familiares a los hipotéticos conocedores –si es que queda alguno- del cine de Brown.
En efecto, ese estilo contemplativo, de raíz pictórica, basado en una gradación y una mesura en la vida de sus personajes, huyendo en la medida de lo posible de la espectacularidad y acercándose por el contrario a una vertiente reflexiva, en algunos momentos rondando a un cierto misticismo, que en sus mejores momentos emparentan a Brown con figuras de la talla de John M. Stahl o Henry King, tiene en PLYMOUTH... una de sus manifestaciones más depuradas y moduladas, ubicando el inicio de su andadura en el puerto inglés de Shoutampton en 1620. De allí partirá un grupo de colonos. Unos, simples perseguidos por la justicia, y otros unidos por pertenecer a una nueva iglesia no muy bien vista en suelo inglés, con destino hasta el nuevo continente, en concreto a las tierras aún no colonizadas de Virginia. Para ello recurrirán a un largo viaje a bordo del Mayflower, un navío comandado por el hosco y misántropo capitán Christopher Jones (un memorable Spencer Tracy en uno de los mejores papeles de su carrera). Este no solo demostrará desde el primer momento una ausencia de sentimientos, sino que no dudará en aceptar el suculento soborno del representante de la compañía que financia el viaje, para llevar a los pasajeros no al destino inicialmente comprometido –en donde tendrían que aceptar un contrato de pago que los convertía casi en esclavos-, sino a New England, logrando con ello dicha compañía poder operar con otra en condiciones de franca ventaja.
Será este el punto de partida de un viaje áspero y dificultoso, que tendrá que soportar incluso un inoportuno retorno a tierras inglesas al detectarse serias averías en el buque acompañante, pero al que de manera proporcional a la creciente presencia de dificultades, se complementará con un mayor sentimiento de unidad y resistencia por parte de los viajeros, aunque en ocasiones estos se enfrenten a la rudeza de la tripulación, la inclemencia de la meteorología, la progresiva escasez de alimentos, las enfermedades, la atracción que las jóvenes despiertan entre los marinos, o ciertos conatos de desunión que aparecerán algunos momentos entre los pasajeros. Será en realidad un proceso evolutivo, un viaje iniciático en el que Clarence Brown desplegará su talento para la composición pictórica –ayudado por la espléndida fotografía en color de William Daniels- y una narrativa mesurada, sin rupturas de ritmo, evolucionando con ella tanto la acción de sus personajes como la modulación de su psicología, y mostrando en la conjunción de ambas vertientes una sensación de sinceridad cinematográfica que permite que el espectador viva y sienta no solo sus penalidades y esperanzas sino, sobre todo, se una al alma de todos ellos. Se trata sin duda de un cúmulo de sensaciones muy difíciles de plasmar en la pantalla, pero PLYMOUTH... logra introducirse en ese sendero de una manera pasmosa, basándose en el uso de planos largos, en el alcance pictórico de las secuencias, en la presencia de la narración en off por parte de uno de los colonos –Gilbert Winslow (encarnado por el siempre excelente John Denher)-, o el respeto de la iconografía del cine de aventuras marinas, tamizado por una extraña ligazón melodramática que se centrará de manera muy especial en la relación que el arisco Jones mantendrá con la joven Dorothy Bradford (maravillosa Gene Tierney), esposa de uno de los responsables del grupo de colonos –William Bradford (un magnífico Leo Genn, que probablemente lograra su rol en MOBY DICK (1956, John Huston) a partir de su trabajo en esta película). En medio de estas tensiones, de la paciencia y serenidad demostrada por un colectivo unificado en torno a un objetivo común y guiado por nobles sentimientos, se desplegará un auténtico recorrido espiritual de un grupo de seres que solo ansían una nueva oportunidad en sus vidas, guiadas en todo momento por el respeto a su prójimo y el legítimo derecho a prosperar. Brown guiará este recorrido con mano maestra, demostrando su especial implicación y su humanismo, conduciendo dicho azaroso viaje con el oportuno recurso a la elipsis que propician las anotaciones / narraciones en off de Winslow, y alternando la rutina del traslado, en creciente tensión por la escasez y penalidades sufridas, tanto por parte de los pasajeros como de la propia tripulación. El milagro de la película estriba a mi juicio en el casi sobrenatural equilibrio que se logra en la combinación de sus elementos de acción, con las pinceladas descriptivas de la vida diaria de sus personajes. Todo en la narración está mostrado con tanta serenidad, hay una delicadeza tal en la reacción de esos seres que respiran una bondad sincera, jamás bobalicona, que la ruptura que en su tono proporciona el largo y admirable episodio de la tormenta, adquiere en la película un matiz catárquico, al tiempo que muestra esa sensación de peligro con una fisicidad que alcanza de lleno a la sensibilidad del espectador. En pocos títulos del género ese plano de la viga central del navío quebrada adquiere tanta fuerza, completando esa contundencia la brillantísima idea de guión que supone solventar la misma utilizando el torno de una imprenta. Será un instante a partir del cual se producirá una inflexión en el interior del capitán, quien a partir de ese momento dejará entrever la sensibilidad que desde siempre ha anidado en su alma pero jamás se ha atrevido a expresar.
Tras mil penalidades, y con la hermosa y al mismo tiempo cruel presencia de un pájaro de tierra muerto que aparece sobre la cubierta, el Mayflower llegará hasta las tierras de New England. Será el momento de que todos conozcan la verdad, y el momento también en el que Dorothy y Jones se planteen la realidad de sus relaciones. Los colonos aceptarán incluso con sorprendente agrado el inesperado cambio de destino, pero entre el capitán y la esposa de Bradford se planteará una situación absolutamente dolorosa. En contra de lo que sería habitual en un singular triángulo amoroso como el que ofrece la película, PLYMOUTH... planteará el suicidio de la joven –expresado en un memorable primer plano de Dorothy reflejado en su rostro el nocturno del mar- de manera elíptica. Al retornar su marido –que había acudido junto a un grupo de colonos a explorar las tierras que se encuentran en la costa-, se mostrará destrozado al conocer la noticia.
A partir de esos instantes, el film de Clarence Brown logrará introducirse en la senda de lo conmovedor en varios de sus instantes posteriores. Se manifestará en el momento confesional que Jones comentará a Bradford, recordándole que su esposa lo quería profundamente, provocando los sollozos espontáneos e inconsolables de este. Y esa capacidad de conmover, se manifestará de nuevo cuando –tras recurrir de nuevo a la elipsis, que nos llevará del duro invierno a la alegría de la primavera, relatando los numerosos fallecimientos por enfermedad-, los colonos supervivientes se reunirán en la pequeña iglesia que han logrado construir, entregando todos ellos un pergamino en el que expresan su sincero agradecimiento por la ayuda que el Capitán Jones ha brindado a todos ellos, manteniendo el Mayflower en la costa, en vez de haber regresado a Inglaterra, tal como anunciara en su momento. Este recogerá conmovido tal atención, reconociendo que antes se encontraba solo y ahora cuenta con grandes amigos, meditando con serenidad la posibilidad de retornar a su país o quedarse entre esta nueva colonia. Finalmente decidirá retornar a su tierra, pero en su ánimo estará presente volver a estas primeras casas de la que posteriormente sería una próspera ciudad, brindando en honor de muertos y vivos una salva de ordenanza, mientras el Mayflower se aleja de las costas de New England.
PLYMOUYH ADVENTURE supuso el testamento cinematográfico de Clarence Brown. Desconozco si el realizador tenían intención o no de prolongar su andadura como director de cine, pero lo cierto es que en esta película Brown se muestra provisto de un alto grado de inspiración, filmando un título quizá un poco a contracorriente, pero cuyo resultado ha de ser considerado sin lugar a dudas como una de las grandes propuestas que el cine de aventuras ofreció dentro del subgénero de las aventuras marinas. Es más, me atrevería a señalar que podemos situarlo sin temor a equivocarnos, como uno de los diez ó doce mejores films de aventuras de todos los tiempos.
Calificación: 4
2 comentarios
Luis -
anselmo -