THE POWER OF THE PRESS (1928, Frank Capra) El poder de una lágrima
Decir que Frank Capra era ya un cineasta experimentado cuando se enfrentó a la realización de THE POWER OF THE PRESS (El poder de una lágrima, 1928), es una obviedad. El gran realizador italiano ya había demostrado no solo su destreza en el terreno cómico, ratifica en sus célebres colaboraciones con el cómico Harry Langdon. Pero al mismo tiempo había puesto de manifiesto su capacidad para alternar diversos registros genéricos, como mostraba la recuperada y estupenda THE MATINEE IDOL (1928). Esa tendencia a combinar su innata capacitación con la comedia, la facilidad con la que integraba el melodrama, o su visión crítica de ciertos elementos de la sociedad norteamericana –a los que cuestionaba a nivel individual para con ello salvaguardar la eficacia de los resortes que este mismo contexto proporcionaba para su propia eficacia-. En definitiva, la confianza en un idealismo que el paso de los años fue el principal elemento que sirvió a los detractores de Capra para cuestionar su cine, sin tener las suficiente capacidad para atender la valía de un estilo, que en el film que nos ocupa posee tanta simplicidad como eficacia. Es decir, nos encontramos con una receta quizá previsible contemplada a más de ocho décadas vista, pero que en su configuración cinematográfica, en su ingenuidad y al mismo tiempo la convicción que despliega en un metraje que apenas sobrepasa la hora de duración –en la parte final se detecta parte de una secuencia perdida; la que narra el contraataque del periodista protagonista y la confidente que localiza, cuando se encuentran a punto de ser aniquilados por un gangster-.
THE POWER… se inicia con matices de comedia, narrándonos el marco de actuación de un joven, encantador, patoso y ambicioso periodista Clem Rogers (un Douglas Fairbanks Jr. que demuestra su encanto y capacitación para la comedia en la pantalla). Este en realidad se encarga simplemente de elaborar unas ridículas crónicas de índole metereológica, que su director se encargará en reducir de manera drástica. Ya en esos primeros instantes del film, Capra logra describir a la perfección la atmósfera de una redacción periodística de la época, incluso adelantándose con ello a propuestas posteriores firmadas por nombres como Milestone. Será esta una de las virtudes y singularidades de la película, destacando quizá como su fragmento más fascinante, la fuerza documental que define ese fragmento que con ritmo vertiginoso muestra al espectador el proceso de elaboración en la rotativa del periódico. Estoy casi convencido que nunca hasta entonces en la pantalla se había contemplado con tal garra, dinamismo, credibilidad y acierto de ritmo y de montaje, la magia de la aparición de ese ejemplar periodístico, que en su portada ofrece la exclusiva de la acusación de la joven Jane Atwill (Jobyna Ralston), hija de un candidato a la alcaldía -previsible ganador de las elecciones que se van a celebrar un par de días después-, como autora del asesinato de un fiscal de distrito. La exclusiva ha sido captada –de manera casual- por parte de un Rogers al que sus torpezas le llevaron incluso a ser rechazado por la policía para visitar el lugar donde se había cometido el crimen. En todo momento, nuestro protagonista mostrará su inseguridad, acariciando un pequeño llavero que le sirve de amuleto. De nada le valdrá, sin embargo, la redacción y logro de dicha exclusiva. El reencuentro con la Atwill, que acude a la redacción asegurándole su inocencia –y mostrando esas lágrimas que modificarán la percepción del inconsciente periodista-, solo servirá para que este sea despedido del periódico –y ayudado para ello por los dos reporteros que nunca dejaron de verle como un auténtico estorbo, en un instante dominado por un divertido alcance slapstick.
A partir de ese momento, la atención de nuestro protagonista estará centrada en la búsqueda de indicios que le lleven a la definitiva resolución del caso, en la medida que no solo ha creído en el testimonio de Jane, que le ha entregado una documentación que el fiscal antes de ser asesinado le confesó servirían para anular las posibilidades del candidato opositor a su padre. A partir de ese momento, y ayudado de cierta casualidad –el encuentro con el hombre que le llevó por un derrotero erróneo a la acusación de Jane cuando se encontraba en los exteriores de la mansión del fiscal-, este seguirá un sendero no exento de riesgos que le irán acercando al círculo del rival electoral de Atwill, descubriendo poco a poco los turbios manejos de este, para lo cual logrará acercarse a la amante del mismo –Marie (Mildred Harris)-, que se encuentra prácticamente encerrada y custodiada por parte de uno de los esbirros del candidato al alcalde. Se trata de un hombre hipócrita y calculador, que ofrece su aparente apoyo al candidato que parte con ventaja inicial, al que la acusación que recae sobre su hija anula en sus posibilidades –un plano de la película nos mostrará una lógica reacción de un matrimonio que lee el periódico, confesando tras atender la noticia que no pueden ya confirmar en él y votarle-.
Siempre he pensado que en los títulos más característicos de Capra –que creo que de forma errónea se han escorado de forma exclusiva con la comedia- se escondían dramas de tremendas proporciones, sublimados en el último minuto con la inclusión de esos pequeños matices humorísticos y distanciados –centrados de manera especial en el comportamiento de sus personajes secundarios-. En esta ocasión, tal incidencia aún no se manifiesta con la homogeneidad posterior familiar en su obra, pero sí que es cierto que THE POWER OF THE PRESS se despliega con un ritmo trepidante, combinando secuencias divertidas con otras incluso de tinte dramático –aquellas en la que la acción de la policía alcanza un notable protagonismo-. Todo ello adornado con un ritmo notable –apenas se detectan momentos en los que se aprecie un cierto estancamiento en la acción-. Es más, llega a producirse en la película un cierto alcance didáctico, en la estratagema de Rogers a la hora de procurar encontrar el valor de ese material que el fiscal entregó a Jane, del que ninguno de ellos pueden descifrar el mismo, hasta que se encuentren con el siniestro sicario del candidato opositor. Como no podía ser de otra manera, la película culminará con el inevitable Happy End, sin evitar mostrarnos la captura del auténtico autor del crimen, ante cuya imagen no cederán en la tentación los autores de su captura –Clem incluido-, quien no dudará poco después en vengarse ante los dos veteranos reporteros que hasta entonces no dejaron de ridiculizarlo.
Pese a esas ciertas ingenuidades e insuficiencias –propias por otro lado de un producto claramente concebido como diversión del público de la época-, THE POWER OF THE PRESS no solo es un título divertido, entrañable, atrevido y hasta cierto punto original, sino, sobre todo, una de las primera manifestaciones en la pantalla, que lograron mostrar con fuerza, entusiasmo y también cierto alcance crítico, ese mundo tan apasionante como también cuestionable que domina los entresijos del llamado “cuarto poder”.
Calificación: 3
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