THREE BAD MEN (1926, John Ford) Tres hombres malos
Que en 1926 el lenguaje cinematográfico se encontraba en una notable madurez, es una evidencia. Que ya había atesorado no pocas obras maestras, resulta de Perogrullo. Incluso que el propio John Ford ya había rodado con anterioridad títulos de especial relevancia, e incluso superiores a este –THE IRON HORSE (El caballo de hierro, 1924)-, aparece como un hecho. Sin embargo, ello no nos ha de servir como excusa para dejar de destacar los valores que atesora THREE BAD MEN (Tres hombres malos, 1926), que muestra una de las más hermosas cualidades del cine fordiano –en mi opinión la que aprecio de forma más cercana-. Me estoy refiriendo a su capacidad –compartida con cineastas como Leo McCarey o Frank Borzage, con los que mantenía una enorme afinidad- para oscilar en sus registros del drama a la comedia con una pasmosa facilidad, sin forzar nunca la inclusión de su narrativa en uno u otro género. Esa capacidad tiene en THREE BAD… uno de sus primeros y más rotundos exponentes dentro del contexto de su obra silente, logrando el gran maestro norteamericano una enorme soltura al incorporar diversos registros casi de un plano a otro, dentro de una narración que al mismo tiempo atesora varias propuestas argumentales, entremezcladas entre sí con una agilidad admirable.
Inserta dentro de su amplio periodo ligado a la Fox, la película aparece como una mirada a ras de tierra, después de abrirse como una visión generalizada sobre la colonización que por parte de colectivos de diversas nacionalidades y orígenes, se ofrecieron en tierras norteamericana –en este caso del estado de Oregón-, una vez el decreto del presidente Ulyses F. Grant confinó a los indios a nuevas reservas, y permitiendo que las que hasta entonces habían sido sus tierras pudieran ser colonizadas, en especial por aquellos que veían en la búsqueda del oro la solución a su futuro. A partir de esa misión de conjunto, el devenir de sus imágenes –surgidas a partir de la adaptación de la novela de Herman Whitaker Over the Border-, se centra en una serie de personajes que irán entrelazándose, hasta configurar una narración tan relajada como vitalista, de ese Oeste que iba configurándose casi a jirones, entre la ilusión y la avaricia, las ganas de vislumbrar un futuro y la implícita tarea de colonizar con rapidez un país de enormes terrenos y posibilidades. Entre ellos, destacará el protagonismo adquirido por tres ya veteranos bandoleros, buscados en todos los estados, pero que se sumarán a ese nuevo proyecto y serán contratados por Lee Carlton (Olive Borden), una joven colonizadora que ha quedado huérfana tras el asalto de unos cuatreros. Los tres bandidos demostrarán su capacitación, al tiempo que observarán la necesidad de que la muchacha encuentre un novio. Para ello activarán la búsqueda, hasta encontrar el candidato perfecto en el joven, primitivo y atractivo irlandés Dan O’Malley (George O’Brian), al que Lee ya había conocido –e incluso deseado- cuando había ayudado a su padre a reparar la rueda del carruaje que portaban. Junto a esta línea argumental –caracterizada por su afectivo tono de comedia-, THREE BAD… mostrará un lado más siniestro en las crecientes tropelías efectuadas por el sheriff Hunter (Lou Tellegen), quien no dudará en asesinar a un viejo minero para saber donde se encuentra el tan deseado oro, iniciando una espiral de destrucción que culminará en el asesinato de una joven, que resultaría ser la hermana de uno de los tres bandidos recuperados para la sociedad. Será un trágico punto de inflexión –que tendrá su preludio en el desalmado incendio provocado por las hordas del presunto mandatario de la ley-, que no impedirá el despliegue de una gigantesca caravana encaminada a la búsqueda de oro, aunque en ella se inserten los primeros indicios indicativos de la facilidad con la que estos colonos encontrarían un futuro más próspero trabajando la tierra. Será también el momento de la venganza por parte de estos tres veteranos forajidos, que de alguna manera entenderán que ya no tiene lugar en un Oeste encaminado a una nueva configuración, en la que sí que podrán establecerse como pareja Dan y Lee.
Una de las virtudes que desde el primer momento esgrime THREE BAD MEN, es su capacidad para atrapar al espectador “descendiendo” desde su generalizada visión inicial. Con apenas pocos planos y una serie de insertos de pertinente alcance didáctico, la cámara de Ford nos acercará a ese mundo primitivo, enfrascado en caravanas que se dirigen, procedentes de Dakota en 1876, con destino a un futuro marcado por la búsqueda del oro como elemento de riqueza. Ford ofrecerá un lenguaje depurado, combinando con gran destreza el uso de una planificación llena de dinamismo y, sobre todo, articulando la progresión de su relato con un notable sentido de la relajación, en la que tendrá un especial predominio la comedia. Serán bajo mi punto de vista las dos principales características, que han permitido que la película se haya conservado tan bien más de ocho décadas después de su realización. Esa capacidad para mostrar la humanidad de sus personajes con apenas pequeñas pinceladas –el beso que Lee y Dan estarán a punto de ofrecerse, visualizado desde un plano ubicado en la parte trasera de la caravana, mostrando únicamente los pies de los dos jóvenes-, la propia configuración de esos terribles bandidos, que en realidad son veteranos y curtidos hombres libres del viejo Oeste, permitirá que sus imágenes vayan prendiendo en la retina del espectador, hasta ir acercándonos a los sentimientos más íntimos que emanan de ellos. Será algo que expresará de forma conmovedora ese largo primer plano compartido por la pareja protagonista, cuando ella le anuncie a Dan la muerte de su padre, lo que propiciará el primer beso de los dos ya reconocidos enamorados –mientras el vaquero acaricia su rostro con su mano enguantada-. En la película, O’Brian aparece como un precedente de la tipología que pocos años después caracterizaría a Gary Cooper en sus primeras apariciones en el western, recreando el vaquero rudo pero atractivo, de buen corazón y nobles sentimientos.
Del mismo modo, sus imágenes encierran suficientes elementos que con posterioridad conformarían el mundo temático fordiano. Uno de los más curiosos lo ofrece la curiosa presencia de estos tres vaqueros, cuya tipología reutilizaría dos décadas después en la estupenda e insólita THREE GODFATHERS (1948), otro la herencia irlandesa del joven protagonista, la plasmación de ese Oeste en transformación, o la incorporación de roles tan queridos al universo del gran realizador, como ese sacerdote que ofrecerá en la función el peso de elemento moralizador. Lo cierto es que con la presencia de estos matices, la película destaca en un tercio final admirable, repleto de aciertos narrativos, y cuyo contexto puede ubicarse sin duda entre los fragmentos más valiosos de todo el cine de su artífice. En el desarrollo del mismo la tragedia asume por sus costuras, a partir del terrible incendio que Hunter propiciará a la humilde iglesia que ha logrado establecer el párroco, repleta de feligreses –en especial mujeres y niños-. Allí será herida de muerte la joven –y hasta entonces desconocida hermana de Bull Stanley uno de los “hombres malos”-, que se ha situado delante del pastor para salvar su vida, recibiendo los disparos de las hordas de Hunter. Las imágenes adquirirán en esos instantes una asombrosa expresividad, alcanzando una catarsis a partir de los deseos de venganza de Stanley, quien no cejará en perseguir al corrupto sheriff, protagonizando una pelea en el saloon revestida de una brutalidad física y cercana –pocas veces he visto en el cine tal credibilidad en la manera de destrozar puertas-. Junto a esa sed de venganza particular, la película mostrará la grandeza del inicio de la caravana, en unas imágenes majestuosas que tendrán el preludio con esa asombrosa panorámica que mostrará el número incontable de carromatos dispuestos a salir al galope, siguiendo las órdenes gubernamentales. El alcance de superproducción del film tendrá su máxima expresión en este fragmento, mostrando el inicio de ese multitudinario desplazamiento, por medio de un montaje de imágenes soberbio –atención al plano de ese pequeño que ha sido dejado casi a pie de la caravana-, y que quizá tenga su instante más hermoso en el carro que se quede rezagado, y cuyos dos ya maduros ocupantes oscilarán de la desolación a la esperanza, al comprobar la esposa que la tierra que están pisando podría ser el germen de su futuro si la trabajaran.
A partir de ese instante, queda el momento de la venganza, o quizá de forma inconsciente la constatación de ese trío de ya experimentados hombres del Oeste, de que su tiempo ha pasado. Adelantándose cuatro décadas al cine de Peckimpah, John Ford supo plasmarlo de forma admirable en sus diálogos finales –en donde ambos asumirán su propia desaparición física-, teniendo como único objetivo una mirada teñida de esperanza hacia esa nueva sociedad representada en la joven pareja, que años después no dejarán de recordar a aquellos bondadosos bandidos, que un día dieron lo más noble de sus vidas apostando por lo que ellos representaban. La evocación a su figura concluirá esta hermosa película, en la que Ford demostraba de forma sobrada ser ya un primerísimo cineasta.
Calificación: 3
5 comentarios
Federico -
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En primer lugar, muchas gracias por tus palabras y por seguir mis
siempre limitados comentarios. Lo reitero en muchas ocasiones; me
sorprende que haya personas que se detengan en ocasiones en estas
impresiones... y solo me hace pensar en la magia que proporciona
compartir la pasión común por el cine, que logra derribar cualquier
frontera. Halagos como el tuyo me hacen sentirme acompañado, y
permitir que este extraño diario tenga en ocasiones su razón de ser.
En cuanto a la valoración de John Ford, me sería muy fácil definir lo
que para mi lograr uno de los grandes maestros del cine. Lo definiría
con la sencilla secuencia de clausura de JUEZ PRIEST, uno de sus
títulos de la primera mitad de los años treinta. Hace muchos años que
la ví, pero recuerdo la conclusión de un juicio que me había conmovido
hasta la lágrima. De repente, la cámara hacía un giro hacia la ventana
de la sala, en donde se observaba una algarabía, trasladándonos hasta
la calle, en donde un pasacalles nos movía a la sonrisa. Más allá de
sus "westerns" y de otras tantas cualidades, la esencia de Ford, su
conocimiento del alma humana, de las emociones, está en esa sencilla
escena que casi nadie ha destacado, y que me atrevería a señalar como
la más conmovedora de su cine. Todo ello, se encuentra ya en sus
títulos silentes, entre los que destacaría EL CABALLO DE HIERRO y,
sobre todo, CUATRO HIJOS.
Espero tus impresiones y, mucho me temo, que seguiremos intercambiando
ya opiniones más cercanas mediante nuestros respectivos emails.
Un abrazo desde España.
Juan Carlos
El 14/03/11, Blogia
Federico -
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En primer lugar, gracias por tus cariñosas palabras. No tiene ningún mérito
mi labor, ya que las películas están ahí; el mérito es solo de ellas. Quizá
solo haya que destacar el hecho de dirija mi mirada a títulos poco
comentados, antes que los generalmente comentados. Nada más. En cuanto a
Ford, siempre es un placer ir saboreando esos títulos que aparecen en un
segundo término en su obra, pero que en ocasiones emergen tan interesantes o
más que algunos de los más reputados de su filmografía. En ese caso, siempre
es mejor proyectar una mirada limpia y complementaria y ¡Que caramba!
simplemente disfrutarlos, que para eso están.
Un abrazo
Juan Carlos
El 16 de noviembre de 2010 15:38, Blogia <
thecinema.2010111502....@email.blogia.net
Noches de luna -
Tus artículos son muy buenos, te sigo habitualmente y tengo que darte las gracias por haberme dado la posibilidad de descubrir pequeñas joyas desconocidas totalmente para mí.
Un saludo
Victoria