THE PHENIX CITY STORY (1955, Phil Karlson) El imperio del terror
Aunque resulta difícil hacer una valoración tan categórica, estoy dispuesto a afirmar que THE PHENIX CITY STORY (El imperio del terror, 1955) pueda ser la mejor de cuantas películas rodó el norteamericano Phil Karlson en su larga filmografía. Inserta en ese periodo de especial febrilidad de su obra, su resultado emerge empero sobre un conjunto de títulos magníficos, a partir de la voluntad demostrada por sus artífices –destaquemos entre ellos la aportación de Daniel Mainwaring y Crane Wilbur, este también en labores de investigación, como guionistas, la singularísima iluminación de Harry Neumann o el montaje de George White-. Con ellos y el equipo técnico y artístico presente en le proyecto, la Allied Artists logró apostar por una de las propuestas más singulares de un periodo ya casi tardío del cine noir, que en esta ocasión decidió de forma voluntaria huir de cualquier historia prefijada, y por contrario relatar un suceso real, vivido en la localidad que menciona el título original del film –no confundir con el Phoenix de Arizona que preludia PSYCHO (Psicosis, 1960. Alfred Hitchcock)-, situada en el estado de Alabama.
La voz en off de un ya establecido John Patterson (vigoroso Richard Kiley), nos describirá en sus primeros compases, la situación física y habitual de la ciudad de la que se relata en “flash-back” la espiral de violencia que en un momento dado tuvo un insoportable clima de ebullución, al estallar las fuerza vivas de la ciudadanía en contra de las extorsiones, asesinatos y delitos concentrados en la denominada “Calle 14”, atestada de garitos de juego y todo tipo de actividades prohibidas. Este será el marco –mostrando de manera documental la dependencia incluso laboral de sus ciudadanos- en el que se irá relatando la creciente tensión vivida, hasta esos momentos sostenida de forma latente en la localidad. En THE PHENIX CITY… esta se iniciará con la conversación que mantendrá el capo de todos estos establecimientos –Rhett Thanner (ejemplar Edward Andrews, con posterioridad ligado a la comedia)- con el veterano abogado Albert L. Paterson (el siempre magnífico John McIntire). El último no aceptará situarse del lado de todos ellos, aunque en el pasado los defendiera puntualmente de algún caso. Al mismo tiempo tampoco quiere ligarse con un grupo de representantes ciudadanos que desean luchar para erradicar lo que con razón consideran una plaga para la población, A partir de ese momento, y sobre todo con la llegada de su hijo John, la localidad se sumergirá en un auténtico torbellino de horror cotidiano, con constantes y atroces asesinatos, ante los que la población poco podrá hacer, puesto que las fuerzas policiales se encuentran por completo sometidas a esta mafia local, e incluso el grupo reopositores a estos desatinos, tiene un elemento traidor en la figura de Jeb Basset (Allen Nourse), quien no dudará en trasmitir a Tanner las conclusiones y estrategias esgrimidas por sus supuestos compañeros.
A aquel espectador que más de medio siglo después de su realización, contemple por vez primera THE PHENIX CITY… estoy seguro que le impactará la personalidad propia que adquieren sus imágenes. Siendo comparable en sus logros a títulos de aquel periodo como el muy desconocido THE SOUND OF FURY (1950, Cyril Endfield), o KISS ME DEADLY (El beso mortal, 1955. Robert Aldrich), lo cierto es que la misma logra emerger por alcanzar un difícil grado de singularidad. Se trata de una cualidad que pronto advertirá el espectador, cuando de forma gradual –pero rápida- se vaya insertando una especial sensación de pathos, la realidad de una auténtica barricada de perdición, en el contexto de una ciudad tranquila que tiene todos los ingredientes para conservar su normalidad diaria. Sin embargo, ello no será así, y desde el instante en que Patterson hijo llegue allí para instalarse en el despacho de su padre, la espiral de violencia se irá acrecentando casi sin dar lugar a la tregua, dentro de esa sentencia no escrita pero conocida por todos, que señala que “violencia engendra a violencia”. Por momentos, esa tendencia casi paroxística quizá pueda parecer incluso un tanto infantil en su expresión… pero sin duda se revela con una contundencia tal, que diferencia ese estallido de furia de los modos violentos expresados en aquellos años por cineastas como Samuel Fuller o Joseph H. Lewis –todos ellos admirables y definidos por estilos complementarios pero contrapuestos. La singularidad de THE PHENIX… proviene en esa combinación de elementos documentales, en la oscuridad opresiva y casi sofocante que ofrece la iluminación en blanco y negro, sobre todo en sus secuencias de interiores –las subidas a escaleras y recintos cerrados-, y en esa sensación de absoluta impunidad en el crimen que constantemente ejecuta ese colectivo organizado de facinerosos que rodean los garitos de juego. Una espiral que no se detendrá al asesinar a la hija de Zeke Ward (James Edwards), uno de los operarios negros del garito que comanda Thanner –un instante destacado en el conocido documental realizado por Martin Scorsese, recorriendo la historia del cine USA, y en el que apenas importa que se lance a la calle una muñeca evidente simulando el cadáver, a la puerta de la vivienda de Patterson; el impacto es brutal-. A partir de esa tremenda provocación, que el entorno de Tanner han marcado como una “señal” para que desistan de su propósito de organizarse las fuerzas vivas de la ciudad, el reguero ya jamás podrá detenerse. Se cometerá el asesinato del joven hijo de Gage –que tenía como chica a una de las empleadas de la casa de juego de Tanner- expresado en la pantalla de forma elíptica, lo que contribuirá a destacar en el espectador una sensación de desolación compartida con la que manifestará su padre, novia y el propio John en la ventanilla del hospital. Será todo ello el detonante –exonerando el crimen en un juicio con un jurado corrupto- para que el viejo Patterson, que hasta entonces no quería aceptar el compromiso de una lucha que parecía inútil contra esa organización, decida dar el paso adelante, provocando los recelos de los propietarios de la “Calle 14”. Y contra ello opondrán todas sus armas, boicoteando cualquier elemento que favorezca la candidatura del veterano abogado, dentro de un montaje de imágenes percutante y explosivo, digno de los fragmentos más coléricos del cine de Raoul Walsh. La ofensiva en contra de este –que mostrará incluso el atentado al hogar doméstico de una de las personalidades que lo apoyan, mientras se encuentran viendo a su padre y esposo ante la televisión- llegará hasta la propia jornada electoral, en donde los esbirros de Tanner no dudarán en agredir a los posibles votantes de Patterson e incluso coaccionar a otros poniendo a sus mujeres en la puerta de los colegios electorales. Puede ser que esa breve secuencia, considerada en sí misma, aparezca con un cierto alcance caricaturesco o excesivo, pero justo es reconocer que obedece a esa terrible lógica interna que preside un título único dentro del cine noir de aquel tiempo, aunque se encuentre emparentado con otros como DEADLY IS MY FEMALE / GUN CRAZY (El demonio de las armas, 1950. Joseph H. Lewis) o el antes citado KISS ME DEADLY.
Contra todo pronóstico, y pese al escaso margen de mil votos, la candidatura del veterano abogado logrará salir adelante, debido sobre todo al descuido –o ausencia de suficiente infraestructura- de los esbirros que controlan la temida “calle del pecado”-. Pese a su serenidad, Patterson intuye que su fin está cercano, aunque en su fuero interno sepa que su próxima muerte pueda servir como punto de inflexión para la necesaria regeneración de la zona. La plasmación visual del asesinato de Patterson será aterradora, dominada por la oscuridad de la noche, el uso de las sombras, el primer plano de este ensangrentado y caminando ya casi cadáver, o los gritos horrorizados de la joven Ellie (Kathryn Grant) –la novia de Gage, quien desde el momento de su asesinato se sumó a la cruzada contra Tanner, transmitiendo información desde su trabajo en el negocio de este-. A partir de la muerte de Patterson, se producirá la disquisición moral alentada por una población que no duda en clamar venganza. Y es a partir de ese momento, cuando THE PHENIX… se desmarca de las tesis pesimistas –y, por ello, más creíbles- que unos años antes asumía el ya citado THE SOUND OF FURY, inclinándose por una visión positiva de la acción y la fuerza de la comunidad, así como el respeto de las leyes. Pero no por ello sus imágenes dejarán de descender a un abismo de horror y catarsis en la violencia, que marcará el asesinato de Ellie –merced a la traición que ofrece el despreciable Jeb Bassett (Allen Nourse)-, la paliza que se produce en el lugar donde esta es localizada –la modesta vivienda de Zeke y su esposa-, o la lucha casi hasta la muerte de un exasperado John contra Tanner, secuencias todas ellas que sin lugar a duda se pueden destacar entre las más violentas del cine USA de aquella década. No era habitual, pese a encontrarnos en un periodo cinematográfico marcado por dichas características dentro de su género, encontrarse con episodios tan descarnados, tan a flor de piel, como los que presentan la parte final de la película, adquiriendo una contundencia tal que nos retrotrae a aquellas que se desarrollaron en “El Valle de la Muerte” de la lejana y admirable GREED (Avaricia, 1924. Erich Von Strohëim). Solo por esos minutos en los que cualquier asidero racional e incluso ético parece desvanecerse, en esa pelea en las orillas del río entre el hijo de Patterson y el magnate del lado oscuro de Phenix, el film de Karlson debería engrosar cualquier antología del cine policíaco – social que se precie. La virtud de esa conclusión paroxística –que asemeja el título que nos ocupa al planteado por Don Siegel en THE INVASION OF THE BODY SNATCHER (La invasión de los ladrones de cuerpos, 1956. Don Siegel) –no debe ser casualidad la cercanía en el tiempo de ambas y la presencia de Mainbaring en ambas-, es que se sitúa como conclusión a una película que discurre con un extraordinario sentido de la progresión dramática, que nos permite incluso disculpar la aparentemente superficial presencia de esa canción que se inserta en sus primeros minutos. No importa. Es uno de los pequeños lunares que se puede esgrimir a una de las más rotundas singularidades que brindó el cine policial de su tiempo. Un film provisto de una dureza casi mineral en algunos de sus tramos, y que al tiempo que mostrar quizá como ningún otro título de su filmografía, la manera en la que Phil Karlson expresaba la violencia, logra hacer creíble esa dualidad existente en el ser humano, capaz de lo mejor y lo peor incluso dentro de un contexto en el que se daban todos los elementos para poner en práctica la normalidad cotidiana. En definitiva, una nueva manera de poner en evidencia las grietas de una sociedad que en aquellos tiempos vivía en carne propia las consecuencias de la “Caza de Brujas” maccarthysta.
Calificación: 4
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Luis -