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CINEMA DE PERRA GORDA

COPPER CANYON (1949, John Farrow) El desfiladero del cobre

COPPER CANYON (1949, John Farrow) El desfiladero del cobre

Dentro de una filmografía de más de cuarenta títulos, entre los que se pueden extraer muestras de interés en diferentes géneros –thriller, misterio, aventuras, bélico-, también el western ocupó el interés en la obra de ese interesante director que siempre fue John Farrow. Es más que probable que la muestra más valiosa de su adscripción a dicha vertiente estuviera marcada en la estupenda HONDO (1953) –sobre la que siempre gravitará la sombra de la participación ocasional de John Ford-, pero no cabe duda que el cineasta se desenvolvió con soltura en los márgenes del cine del Oeste, aunque no fuera, ni de lejos, uno de los cineastas cuya aportación fuera de especial relieve en el mismo.- Esta relación tiene su inicio dentro de la vinculación con la Paramount, en donde ya en la década de los cuarenta ofreció algunos exponentes como CALIFORNIA (1947), destacado por ser uno de los títulos en los que incorporó de manera más clara su inclinación a largos planos secuencia de complicada planificación, que constituyeron quizá su seña estilística más reconocida. Sin embargo, de la misma nos queda ese uso del Technicolor tan particular del estudio, que sería retomado en la posterior incursión del realizador en el western; COPPER CANYON (El desfiladero del cobre, 1949). Es curioso señalar que en esta ocasión el padre de Mia Farrow, renunció a la aplicación de dichos elementos narrativos, lo cual no me impide considerar la ligera superioridad del título que comentamos, sobre el señalado CALIFORNIA. Ello no quiere decir, sin embargo, que nos encontremos ante una muestra significativa en el género. No puede decirse que en estas incursiones en el cine del Oeste, Farrow lograra igualar lo alcanzado en aquellos años por cineastas como Henry Hathaway o Jacques Tourneur. En su defecto, nos encontramos con una apreciable muestra de estudio, destinada al disfrute del espectador de la época, en la que no cabe encontrar sutilezas tanto en su puesta en escena como en el contenido de la misma, pero de la que se advierte –dentro del respeto a las convenciones que se detectan en su relato-, una profesionalidad fuera de toda duda.

 

El inicio de COPPER CANYON es muy atractivo, y de alguna manera induce al espectador a pensar que nos encontramos ante una propuesta de mayor calado del que más adelante percibirá. El primer plano de dos revólveres que son disparados al unísono con precisión matemática, nos servirá para presentarnos a Johnny Carter (Ray Milland, que trabajó con Farrow en diversas ocasiones), un elegante entertainment que ejecuta unos trucos con las pistolas en diversos saloons del Oeste –su espectacular manejo de las armas será determinante en la historia-. Una vez ha culminado la actuación que nos presentará al carismático protagonista, Carter será seguido por tres hombres que le recordarán un previsible pasado como coronel sudista –nos encontramos en los primeros instantes de la formación de los Estados Unidos, tras la contienda civil vivida-. Johnny negará ser tal personaje e intentará distanciarse tanto de los que le han hecho recordar su supuesta procedencia, aunque estos le transmitan la necesidad que acuda hasta Copper Canyon, para defender a antiguos compañeros suyos, del abuso a que están siendo sometidos por parte de una serie de empresarios, quienes no dudan en robar lo obtenido por sus habitantes mineros del cobre, aduciendo para la impunidad de sus actividades el aún latente enfrentamiento existente entre los bandos contendientes. En realidad, Carter sí que será el militar que había sido reconocido, acudiendo a la población aunque en calidad de artista que se ofrece para actuar en el saloon que regenta  la atractiva Lisa Roselle (una bellísima Hedy Lamarr). Allí pronto comprobará el imperio de terror que tienen establecido los ayudantes del simbólico sheriff local, encabezados por el pendenciero Travis (un insólito Macdonald Carey ejerciendo de villano), que al mismo tiempo es también pretendiente de Lisa. Pese a aparentar ser polos opuestos, Johnny y Lisa manifestarán una atracción que este querrá disimular, tanto como ocultar su condición de antiguo militar –sobre el que gravita una condena por el robo de veinte mil dólares-, e incluso ayudar a sus compañeros sudistas de las injusticias que están sufriendo por parte de quienes solo han aprovechado dicho enfrentamiento para efectuar sus negocios ilegales con impunidad, y no dudando en provocar la violencia e incluso el asesinato.

 

Lo primero que cabe reseñar de COPPER CANYON, es la brillantez de ese Technicolor –obra de Charles Lang, con el soporte de Monroe W. Burbank en calidad de técnico de color- tan llamativo, pictórico e irreal, que domina e impregna todos y cada uno de sus fotogramas, destacando con ello la belleza del vestuario de Lisa, o la frescura de sus exteriores –centrado sobre todo en el episodio del discurrir de la caravana de mineros, el ataque que a ellos dirigirán los hombres de Travis, y el contraataque que ofrecerá Johnny por sorpresa, librando a estos de una emboscada segura-. Pero al mismo tiempo, y junto a su inclusión dentro de dicho género, el film de Farrow no omite la introducción de ciertos elementos de comedia –centrados en las actuaciones y la propia ironía que en todo momento desprende su protagonista, o que se insertará incluso en secuencias tan tensas como en la que dentro del saloon de Lisa se asesina impunemente a un minero hastiado y sus dos hijos, por parte de los secuaces de Travis; en ese momento el director de la orquesta pedirá al pianista que toque una pieza, y este intentará hacerlo sin percatarse que la cubierta del instrumento está puesta-. Esa sensación de asistir a un relato que no omite los momentos de acción, pero en el que se echa de menos una mayor densidad en sus propuestas, de alguna manera se percibe en una película que culmina con cierta precipitación –la manera con la que se remata a Travis es reveladora a este respecto-, que en sus instantes finales vuelve a retomar ese sentido de la ironía entre Johnny y Lisa –descubriendo este su antiguo pasado-, y que se degusta con cierta placidez sin que esa relativa superficialidad o distanciamiento nos evite un resultado apreciable, potenciado en el episodio de exteriores e incluso el intento de Carter por encabezar un grupo de hombres dispuestos a acabar con las fechorías de Travis, que ofrecen un alcance vibrante. Pero por encima de todo ello, finalmente destaca en COPPER CANYON la intención por parte de Jonathan Latimer –guionista- y Richard English –autor de la historia-, por introducir en este western de programa doble de la época, una mirada en torno a la reconciliación de la sociedad de aquella nueva Norteamérica, intentando extraer de la misma ese componente de maniqueísmo que la misma impuso, y que en realidad solo estaría marcada por el positivismo o la maldad de cada una de las personas. Una diáfana parábola de resonancias bíblicas, que no es de extrañar atrajera la atención de un John Farrow, experto en temas de la historia del catolicismo, además de un cineasta cuanto menos, interesante.

 

Calificación: 2’5

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