IL FERROVIERE (1956, Pietro Germi) El ferroviario
Según voy acercándome a la primera mitad de la no muy extensa filmografía del italiano Pietro Germi, quizá no observe en ella la presencia de un primerísimo cineasta, pero sí la de un director que supo integrarse dentro de la enorme riqueza de la producción de aquella época, tratando en las obras que rodó en aquel tiempo –que tuvieron su conclusión precisamente cuando su obra se insertó en el sendero de una comedia tan zafia como de incomprensible reconocimiento popular y crítico-, un mosaico de temáticas quizá tuvieron su caldo de cultivo más adecuado en tramas policíacas, pero que no obviaron una mirada que atisbaba un cierto progreso social. Un nuevo mosaico marco que no era más que la punta del iceberg de una crítica a los modelos de comportamiento familiares, que se encontraban en crisis ya en aquel tiempo. En dicha vertiente, y siguiendo un modelo de raíz neorrealista tardía- que tuvo sin duda su ejemplo más valioso en la memorable y posterior ROCCO E I SUOI FRATELLI (Rocco y sus hermanos, 1960. Luchino Visconti), Germi asumió la realización de IL FERROVIERE (El ferroviario, 1956) que no dudaría en considerar entre sus obras más logradas, en la medida que a través de la historia de los componentes de la familia Marcocci, logra plasmar un auténtico mosaico social, en el que el desencanto, el tiempo perdido, el sufrimiento, la amistad y la oportunidad de un futuro, se dan de la mano en un relato que podía haber incurrido en numerosos recovecos y debilidades. Sin embargo, pero que, con una notable sensibilidad narrativa y, sobre todo, a través de la entrega dispensada al material elaborado por su magnífico equipo de guionistas, logran consolidar en un mosaico sencillo, directo, cruel y al mismo tiempo tierno, en el que la vivencia de la vida parece diluirse por una Italia que no termina de asumir su cotidianenidad. Todo ello, en medio de unos parajes en donde los edificios envejecidos se aúnan a otros de reciente construcción. En el que el funcionariado no deja de leer el periódico y, en cambio, a un hombre dedicado tres décadas a su rudo trabajo como ferroviario, no se le perdonará un fallo cometido dentro de una situación extrema.
Nuestro protagonista es Andrea Marcocci (el propio realizador, encarnando de nuevo el rol protagonista), un hombre a punto de cumplir el medio siglo de vida, casado con Sara (magnífica Luisa Della Noce), encabezando juntos una familia compuesta por la joven Giulia (Silvia Koscina), el también joven y ocioso Marcello (Renato Speciali), y el pequeño y espabilado Sandrino (Edoardo Nevola). A partir de este núcleo familiar de clara extracción obrera, dominado por la capacidad de trabajo de Andrea y la abnegación de su esposa, se articula la descuidada relación mantenida por Giulia con el joven dependiente Renato (Carlo Guiffré), de quien quedará embarazada, forzándose a un matrimonio indeseado por parte de la muchacha. Por su pare, Marcello se enfrascará en sospechosas deudas de juego, mientras que Andrea sufrirá una dolorosa e inesperada situación al intentar sortear la presencia en la vía de un suicida, lo que provocará un fallo posterior que prácticamente le inhabilitará para el desempeño de esa profesión que había sido el eje de su vida. A partir de ese momento, IL FERROVIERE mostrará el descenso a los infiernos emocionales de un hombre trabajador, honesto y también algo juerguista, a quien prácticamente despojarán de su dignidad, e incluso llegarán a acosar con pagos pendientes, acusar de esquirol, e incluso dejará de frecuentar su círculo de amistades, visitando tugurios e incluso la compañía de mujeres de poca catadura. Su esposa asumirá con resignación el hundimiento moral de Andrea, al que habrá que unir la separación de Guilia –que se ha ido a trabajar como planchadora, abandonando la casa-, e incluso ese Marcelo que nunca sabremos si ha sabido reconducir su vida. El frágil mundo sobre el que se sostenían los Marcocci, prácticamente tendrá el único aguante de la mamma y el optimismo casi inalienable del pequeño Sandrino.
A partir de la crudeza con la que se muestran marcos urbanos y obreros en ocasiones complementarios –esa ciudad que va asumiendo un progreso en sus formas, contrapuesta a la rudeza del trabajo de nuestro protagonista-, Germi describe un relato que podría haber recaído con facilidad en el tremendismo pero que, de forma casi milagrosa, logra un equilibrio y una serenidad que no abandonará ni siquiera sus instantes finales –resueltos con tanta emotividad en la elección de la elipsis como en la voz en off del muchacho-. No cabe duda que nos encontramos con un drama de entronque popular. Algo, por otra parte, habitual en el cine italiano de las décadas de los cuarenta y cincuenta. Un exponente ya tardío de unos modos neorrealistas, en los que no se ausenta la importante presencia de un niño, pero que en esta ocasión es utilizado con un notable grado de originalidad, al insertar sus opiniones en ese fuera de campo, como un contrapunto distanciador y hasta inocente al enorme drama que, de forma casi incontrolada, vivirá una familia que, casi de la noche a la mañana, verá destruidos todos sus cimientos. Será algo que ya percibiremos en s miradas que Guilia brindará a su siempre sufrida madre en su propia boda –se ha casado con Renato sin interés alguno-, en la nobleza con la que siempre se encontrará Andrea con su eterno compañero de trabajo y, sobre todo, fiel amigo Gigi Liverani (excelente Saro Urzi) –lo que dará pie a uno de los mejores instantes del film, cuando el desahuciado padre de familia, acompañado de su pequeño, regrese a esa taberna en la que siempre fue la estrella con sus cánticos de guitarra-.
En realidad, IL FERROVIERE es una muestra más de esa sociedad italiana que no había encontrado aún el necesario acomodo en unos nuevos modos, y en las que sus diferentes generaciones entendían el hecho de su vivencia de modo completamente opuesto –la relación adúltera de Giulia con un antiguo pretendiente-. Sabiendo combinar instantes revestidos de una efímera felicidad, con otros en los que el dramatismo deviene casi insoportable, el film de Germi logra un extraño equilibrio, sabe de manera astuta dirigirse a diversos públicos generaciones de su tiempo, pero alberga sobre todo la virtud de erigirse como un testimonio inapreciable de un modo de vida que acaso podemos sentir como propio, merced a la credibilidad que proporcionan la acción de todos sus personajes, ayudados por la excelente y cruda iluminación en blanco y negro brindada por Leonida Barboni, y la no menos adecuada partitura del gran Carlo Rusticelli, que sabe puntear del modo más adecuado el tono de cada uno de sus episodios.
Antes comentábamos la referencia de ROCCO E I SUOI FRATELLI y en un momento dado se me antojó otra de otro eminente exponente posterior del cine de Visconti –IL GATTOPARDO (El gatopardo, 1963)-. Llegados a este punto, la vivencia del magnífico episodio final de aquella admirable adaptación de Lampedusa, no dejan de tener su concomitancia con el desarrollado en esta ocasión, en el que los amigos de Andrea acudirán a su casa –este se encuentra enfermo- a celebrar la navidad, viviendo todos juntos una celebración llena de sinceridad, por momentos se me antoja la despedida de todo un mundo. En aquella ocasión representado el aristocrático Príncipe Salinas, y esta en el casi desahuciado obrero Andrea Marcocci. Aquí su mundo también dirá adiós. Pero lo hará con delicadeza, en el que sin duda es uno de los instantes más hermosos –por doloroso y al mismo tiempo elegíaco- de toda la filmografía de Germi, completando un conjunto brillante, sin apenas aristas, y demostrando la vigencia de ese conjunto de crónicas que forjaron una de las páginas más memorables de la historia del cine italiano.
Calificación: 3’5
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Luis -