SHUTTER ISLAND (2010, Martin Scorsese) Shutter Island
Todos aquellos que conozcan mis preferencias cinematográficas, saben de sobra que no me encuentro entre quienes veneran el cine de Martin Scorsese, máxime cuando me refiero a los últimos años de su andadura fílmica. Es por ello que de entrada, y partiendo de dichas premisas, reconozco que SHUTTER ISLAND (2010) mejora en buena medida el nivel –a mi juicio correcto, más nada memorable- de sus últimas obras. Ello me permite reconocer en este thriller unas cualidades que logran mantener el interés, una calidad en su atmósfera que a fin de cuentas se erige quizá en su principal y más valiosa cualidad, redundando en un producto sin duda interesante, aunque no puedo pese a ello unirme a esa larga catarata de elogios que han situado esta película entre las cimas de la producción generada en 2010. Es decir, que nos encontramos con un producto atractivo, al que su duración de casi dos horas y cuarto apenas se acusa ante el espectador, y cuya premisa argumental y tratamiento narrativo, nos remite a un tipo de producción más o menos habitual en el cine USA de los años 40 y 50, retomado en esta ocasión en un brillante color –obra de Robert Richardson-, que logra evocar un clasicismo que en el recuerdo siempre se mantenía en blanco y negro, pero que en esta ocasión adquiere unos tintes precisos, pictóricos, y al propio tiempo oscuros y tenebrosos. Se trata de uno de los mayores aciertos de un film quizá excesivamente ambicioso, que puede que ofrezca menos de lo que en apariencia describe, que por momentos se pierde en disgresiones que a lo mejor no llevan a ningún lado, y que en algunos instantes deviene en un –sano pero a veces enfermizo- ejercicio de cinefilia.
En todo caso, sea en la combinación de todas estas vertientes, en ese empeño bajo el formato de una producción mainstream –ochenta millones de dólares de presupuesto- de invocar el imposible espíritu de la serie B, lo cierto es que SHUTTER ISLAND se erige como una propuesta atractiva, desarrollando su argumento en 1952. Partimos del viaje que realiza el oficial Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio), acompañado de su inferior Cuck Aule (Mark Ruffalo) en barco, a la isla de Shutter Island, en donde se encuentra ubicado un manicomio caracterizado por la dureza de sus pacientes, dentro de unas características que hacen parecer el recinto más como penitenciario de alta seguridad que un establecimiento psiquiátrico. No es de extrañar que así sea, dada la peligrosidad y irremediable demencia de sus pacientes, a la que han acudido los oficiales para resolver la huída de una de ellas –Rachel-. En realidad, no será este más que el punto de partida de una deriva psicológica de su personaje protagonista, en la que una serie de vivencias sensoriales y casi terroríficas, irán minando la percepción de la realidad de Daniels, hasta el punto de hacerle dudar de su propia condición y estabilidad emocional.
Realidades alteradas, referencias en torno a elementos de la época en la que se desarrolla el film –ecos del nazismo y la “Caza de Brujas”-, tomados en forma de guión por parte de Laeta Kalogridis, adaptando la novela de Dennis Lehane, invocando de alguna manera –al tiempo que actualizando- ese espíritu del cine psicoanalítico tan en boga en el cine norteamericano, de forma muy especial en la segunda mitad de los años cuarenta. Títulos que van desde SECRET BEYOND THE DOOR… (Secreto tras la puerta, 1947. Fritz Lang), SPELLBOUND (Recuerda, 1945, Alfred Hitchcock) hasta THE CHASE (Acosado, 1946. Arthur D. Ripley). Exponentes más o menos valiosos, que en esta ocasión son evocados con una cierta patina de nostalgia, aunque dentro de una ambientación en verdad magnífica, llega de un magnetismo y un alcance sombrío, erigiéndose como uno de los elementos más notables de la función. La llegada al establecimiento de Shutter Island, supone el clásico encuentro a un contexto de amenaza, que es mostrado en esa ambientación de precisa composición y al mismo tiempo irreal, que nos podría retrotraer –dentro de otro contexto- a la que describía Tim Burton años atrás en SLEEPY HOLLOW (1999). Será a partir de ese momento, cuando Scorsese se abandone en una anécdota argumental que en sí misma tiene poco atractivo, pero que no supone más que una tímida base para desarrollar lo que realmente se erige como auténtico protagonista del relato; la evolución o el reconocimiento de la psicología del oficial protagonista. Esa psique que en esta película irá mostrándose retrotrayéndonos a su experiencia vital previa. Un pasado caracterizado por un acontecimiento traumático que marcó su existencia.
No cabe duda que cualquier aficionado más o menos avezado en el cine clásico y, en concreto, dentro de aquel ámbito de producción, podrá percibir las semejanzas existentes con aquellas propuestas que quedaron en nuestra memoria. En esta ocasión, actualizando sus características, Scorsese incorpora a las mismas unas nada solapadas influencias del cine de David Lynch, introduciendo e incorporando de manera cada vez más presente una sensación malsana, aunque ello no quiera decir que nos encontremos con una mayor densidad en el film. Lo cierto es que se percibe en el conjunto de SHUTTER ISLAND una alternancia de virtudes y defectos a lo largo de todo el metraje, con la misma irregularidad y esfuerzo que al mismo tiempo manifiesta la interpretación de un tan esforzado como “miscasting” Leonardo diCaprio –mucho más entonados, y sin esfuerzo alguno, se encuentran sus compañeros de reparto y, en especial, los veteranos Ben Kingsley y Max von Sydow-. Y es en secuencias concretas, donde a mi modo de ver se encuentra lo mejor de la película. Es en todo el episodio de la impresionante ventisca vivida durante una noche en dicho emplazamiento –en especial la secuencia en la que Daniels y Chuck se tienen que refugiar de la violencia huracanada en un panteón del cementerio-, en la larga escena que sucede a la desaparición del segundo junto a un acantilado, la bajada del mismo por parte de Daniels, la visión de una base infestada de ratas, y su descubrimiento de la ¿auténtica? Rachel, que en realidad poseía otra identidad, y la explicación que esta le ofrece de las acciones que se realizan en el siniestro establecimiento psiquiátrico o, incluso, los recorridos que el protagonista ofrece por las escaleras metálicas del interior de ese faro que se ofrece a modo de catarsis. Son todos ellos, fragmentos que pueden situarse en cualquier galería del mejor cine de su realizador, demostrando no solo su virtuosismo visual sino, ante todo, la idoneidad y justificación de las mismas. Es algo que no puede decirse del conjunto del metraje y, sobre todo, de la mayor parte de esas secuencias en las que se expresan las crecientes paranoias del oficial, llevando el relato a una vertiente que puede que deslumbre a algunos, pero que a mi no me terminan de convencer.
En definitiva, asumiendo un dominio del lenguaje cinematográfico fuera de toda duda, una nada solapada acepción cinéfila, y algunos excesos de virtuosismo quizá innecesarios, Martin Scorsese elabora un título de tan irresistible atractivo como esa cierta tendencia al exceso y el manierismo. Algo por otra parte habitual en el tramo final de su obra, pero que justo es reconocer en esta ocasión se encuentra más dosificado y tamizado, permitiendo asistir a un relato interesante, por momentos incluso apasionante, en el que quizá ese exceso de ambiciones es el que impide que su conjunto alcance una superior altura de miras.
Calificación: 3
2 comentarios
Fernanda -
Eugenio Murcia -