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CINEMA DE PERRA GORDA

TWO YEARS BEFORE THE MAST (1946, John Farrow) Revolución en alta mar

TWO YEARS BEFORE THE MAST (1946, John Farrow) Revolución en alta mar

A la hora de ofrecer un cómputo de las mejores propuestas del cine de aventuras ligadas a las aventuras en el mar, sin duda vendrán a la mente desde MOBY DICK (1956, John Huston), hasta A HIGH WIND IN  JAMAICA (Vientos en las velas, 1965. Alexander Mackendrick). Desde BILLY BUDD (La fragata infernal, 1962. Peter Ustinov), hasta MASTER AND COMMANDER (Master & Commander: al otro lado del mundo, 2003. Peter Weir). De SPAWN OF THE NORTH (Lobos del norte, 1938) a DOWN TO THE SEA IN SHIPS (El demonio del mar, 1949), ambas firmadas por Henry Hathaway.. Sin duda cada uno citaría títulos divergentes que ampliarían esta galería. Pero a estos y otros exponentes, no cabe duda que habría que añadir TWO YEARS BEFORE THE MAST (Revolución en alta mar, 1946), con probabilidad una de las obras más interesantes de John Farrow, un realizador en cuya filmografía se encuentran no pocos títulos de interés –NIGHT HAS A THOUSAND EYES (Mil ojos tiene la noche, 1948), WHERE DANGER LIVES (1950), HONDO (1953)-.En esta ocasión, se inclina por la adaptación de la novela de Richard Henry Dana Jr. –la única que conoció el cine-, adentrándose su argumento en un periodo de la vida de Estados Unidos –la primera mitad del siglo XIX, en concreto por 1840- en donde las leyes marinas se caracterizaban aún por la crudeza de su enunciado, basadas de manera casi militarista en el respeto escrupuloso a las órdenes emanadas por sus máximos responsables en el mar, aún cuando estos fueran personas en las que se ausentara cualquier atisbo de humanidad. En realidad, el film de Farrow se podría transmutar perfectamente por cualquier alegato antimilitarista, aunque trasladando su radio de acción al terreno de la aventura marina.

TWO YEARS… se inicia integrándonos desde el primer momento en el mundo de las exportaciones a través de barcos de la época, que Farrow muestra poniendo en práctica su destreza en largos y complejos movimientos de grúa, que servirán para insertarnos en el contexto empresarial de Gordon Stewart (Ray Collins). Pese a la complejidad de estos largos planos secuencia, están incorporados con una inusitada pertinencia y, lo que es más positivo, apenas se notan –como sucedía en otro estupendo título bélico de Farrow COMMANDO STRIKE AT DAWN (1942)-, lo que avalan su pertinencia. Muy pronto la película se bifurca en dos aspectos, entre los cuales el inesperado elemento unificador será el arrogante Charles Stewart (Alan Ladd), hijo del citado Gordon, limitado a una vida disoluta de joven rico, y al cual su padre mantiene en un profundo desprecio, en la medida que contempla que la vida de este va a ir abocada a convertirse en un disoluto bon vivant. Junto a esta presentación del personaje, conoceremos de manera paralela la obsesión marina del capitán Thompson (Howard Da Silva), un hombre empeñado –cual variación del capitán Ahab- por establecer récords en la rapidez de sus transportes marítimos, aunque en ello no le importe el desprecio a cualquier atisbo de humanidad, y solo atendiendo a las normas marítimas que le sirven como elemento de insoslayable apoyo. Una vez ha realizado el encargo encomendado, de inmediato asumirá el siguiente, no dudando en secuestrar prácticamente la tripulación de entre los marinos que se encuentran disfrutando la nocturnidad de las tabernas. Para desgracia de Charles, este será otro de los “elegidos” para dicha misión, tras vivir una de sus jactancias en una taberna. Será una circunstancia de la que tendrá noticia su padre, quien sin embargo en su fuero interno verá se trata de una inesperada oportunidad para intentar corregir el comportamiento disoluto de su vástago –un elemento dramático de notable interés y cierto carácter premonitorio-. Será a partir de ese momento, cuando la práctica totalidad del film de Farrow transcurra en el interior del barco comandado por Thompson, que muy pronto se dará a conocer en su carácter inflexible y adusto. Sin embargo, y como sucederá con el resto de los personajes de esta estupenda producción de la Paramount, una de las grandes virtudes que emana de su propuesta, reside en la capacidad para ofrecer un trazado de sus personajes, quizá dominados por un tamiz sombrío –en lógica consecuencia con el claustrofóbico marco en el que se encuentran insertos, en su mayor parte en contra de su voluntad-, pero sin que el fantasma del maniqueísmo cobre el más mínimo protagonismo –como sí sucedía con algunos otros célebres oficiales marinos plasmados en la pantalla-. Incluso el personaje del mandatario del navío es mostrado como un hombre que en el fondo solo tiene como objetivo respetar esas leyes –injustas- que ha aprendido, y de las que se muestra incapaz de emerger, como si su vida se encerrara en el único objetivo de batir récords de transportes, basándose para ello en las prerrogativas que le proporcionan esa tiránica normativa legal. Dentro de la galería humana que puebla la dureza de la vida de la ruta, el único hombre que se ha ofrecido voluntario para pertenecer a la tripulación es el educado Henry Dana (una insólita prestación de Brian Donlevy), que en realidad ha decidido embarcarse con la intención de escribir un libro en el que se denuncien los excesos que se cometen en el navío, para que en el futuro puedan se presentados y denunciados ante las instituciones norteamericanas y, con ello, establecer unas leyes más justas –en realidad Dana sufrió la pérdida de un familiar dentro de dicho ámbito-. También encontraremos a un cocinero astuto y familiar –encarnado por el gran Barry Fitzgerald-, al brutal Brown –que en un momento dado no dudará en asesinar a un tripulante caracterizado por ser el chivato del capitán, en una secuencia de enorme tensión dominada por las sombras de los subterráneos del navío-, el término medio que ofrece ese primer oficial (encarnado por William Bendix), que no duda en defender al capitán cuando Stewart decide encabezar un relevo, pero que poco después se rendirá a la evidencia de secundar la revuelta, aunque ello le cueste la vida.

Las virtudes de TWO YEARS BEFORE… estriban de un lado por el preciso trazado de sus personajes, la interrelación que se establece entre ellos, o el alcance sombrío de todas sus secuencias  -que solo muestran algunos descansos, casi imprescindibles- en algunos planos diurnos que contribuyen a despejar la tensión que domina buena parte del relato. Como toda propuesta del cine de aventuras, la propuesta de Farrow muestra un recorrido moral de todos sus personajes, en especial del protagonista que encarna Alan Ladd en un rol inusual y quizá uno de los más atractivos de su carrera, en donde apenas se encuentra presente el glamour que le hizo característico –aunque no nos evite contemplar su torso desnudo cuando es azotado-, desplegando un carácter taciturno, que encontrará una evolución interior, por un lado cuando se vaya identificando con las condiciones de dureza vividas en el navío, y de otro lado a partir de la llegada al mismo de la aristócrata española María Domínguez (Esther Fernández) –un detalle que avala el cuidado del relato; su criada hablará de manera muy divertida en español en la versión original-. Farrow y Ladd logran trasladar esa evolución del personaje de manera ejemplar, en medio de una magnífica y opresiva ambientación en la que junto al preciso y oscuro diseño de producción –obra de Franz Bachelin y Hans Dreier-, se une la excelente fotografía en blanco y negro de Ernest Laszlo. Con todos estos mimbres, su director logra imbricar los elementos de una propuesta en la que se aúna sordidez, la dureza de las condiciones de vida, la muerte de algunos de los tripulantes, la dureza de los castigos de Thompson, que ordena con un semblante impertérrito, o las anotaciones que formula en secreto Dana… Todo ello conforma una auténtica y oscura sinfonía en lo que lo mejor y lo peor del ser humano se da cita en un auténtico microcosmos rodeado de mar, en el que la ausencia de alimentos o la llegada del escorbuto, no impedirán que el inamovible capitán varíe sus objetivos, aunque con ello deje morir a algunos de sus tripulantes. En este sentido, uno recuerdo el más lejano THE LONG VOYAGE HOME (Hombres intrépidos, 1940) de John Ford –tomando como base un relato de Eugene O’Neill- y pienso que se queda por debajo del grado de sordidez que emana de esta película dominada por la ruindad, de cuya opresiva sensación –que por momentos se ofrece irrespirable-, Farrow logra extraer el máximo potencial. Y para ello, además de esa constante atmósfera opresiva, de la progresión dramática que de manera implacable se cierne en su metraje, el realizador logra conjugar la aportación de un reparto inmaculado, en el que incluso Ladd es elegido con pertinencia, mientras que la inesperada prestación de Donlevy –abandonando sus habituales roles de villano-, es contrapuesta por la ejemplar e introspectiva composición que ofrece Howard Da Silva del inhumano capitán, y uniendo a ello el resto de un reparto magnífico.

En sus minutos finales, esta odisea servirá para dos motivos, resolviendo el doble sendero que se había iniciado en la misma. Por un lado, Charles logrará el reconocimiento de su padre –al preferir estar encerrado en la cárcel, solidarizándose con sus compañeros del crimen cometido en contra del capitán-, mientras que Dana alcanzará su objetivo logrando que el gobierno norteamericano –quizá de manera un tanto apresurada-, modifique las leyes marítimas hasta entonces vigentes. En realidad, ese cierto apresuramiento es quizá la única objeción a una propuesta magnífica, que no dudo en recomendar a todo amante verdadero del más genuino cine de aventuras en su vertiente marina.

Calificación: 3’5

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