YESTERDAYS ENEMY (1959, Val Guest) Ayer enemigos
Al contemplar YESTERDAY’S ENEMY (Ayer enemigos, 1959, Val Guest), uno no deja de sentir una cierta sensación de desconcierto ¿Hasta qué punto nos encontrábamos en el momento de mayor inspiración de un cineasta modesto como el británico Val Guest? ¿Cómo es posible que un título de sus características no se encuentre ubicado en cualquier galería del mejor –y más reflexivo- cine bélico de su tiempo? ¿Hasta que punto el equipo de producción de Hammer Films posibilitó su notable resultado? ¿Qué acogida hubieran logrado sus mismas imágenes, si estas hubieran estado avaladas por nombres tan dispares como Anthony Mann, Stanley Kubrick, Joseph Losey o, quizá el referente más cercano a su espíritu, Sumuel Fuller? Son cuestiones que vienen a mi mente al contemplar como una propuesta tan densa, atractiva y, al mismo tiempo, tan opresiva como la que describe el título de Guest –en una de sus mejores obras-, queda expuesta prácticamente desde su primer fotograma, insertos ya en los sencillos títulos de crédito, sobreimpresionados ante el avance de un diezmado y casi exhausto batallón británico, discurriendo por las pantanosas y oscuras aguas de la selva birmana en plena II Guerra Mundial. La extraordinaria y tenebrosa fotografía en blanco y negro de Arthur Grant, el espléndido uso del Megascope, y la ausencia de énfasis en la mera descripción del penoso discurrir de soldados, ya predispone al espectador a atisbar la densidad de un relato agónico –partiendo de un guión de Peter R. Newman-, que respira desesperación por todos sus poros. No sería la primera ocasión en la que Guest acometía la realización de variantes del cine bélico –el recuerdo de THE CAMP OF BLOOD ISLAND (1958) estaba presente-, pero lo que resulta innegable es que la misma alcanza personalidad propia, al tiempo que se inserta dentro del contexto de una producción formulada –antes y después- por cineastas como los antes citados y varios otros, en los que se ponían en solfa valores hasta entonces estipulados sino como intocables, sí en todo caso cuestionados de manera más sutil o, si se quiere, menos contundentes en su forma fílmica.
Por el contrario, en YESTERDAY’S ENEMY no hay lugar para las sutilezas, visualizando el penoso discurrir de ese comando, que porta heridos en camillas que apenas pueden sostener por encima del agua, dirigidos por el duro a implacable Capitán Langford (un extraordinario Stanley Baker). El mando tiene como premisa el salvamento de lo que en realidad puede sobrevivir de su batallón, no dudando en mostrarse inflexible a la hora de coartar esfuerzos humanitarios realizados a heridos de imposible salvación. Todo ello tendrá su marco de inflexión a partir de la llegada del diezmado comando a una aldea birmana, en la que junto a enemigos japoneses –que lucharán contra ellos desde detrás de varias de sus humildes viviendas-, se encuentran pacíficos habitantes, que en un momento determinado se convertirán en inocentes víctimas de uno u otro bando, aunque propicie un momento de especial virulencia en la dureza con la que Langford no dude en asesinar a dos de dichos humildes campesinos, con el objetivo de lograr la confesión de un japonés del que desde el primer momento sospecha contiene una valiosa información de las directrices de las tropas niponas. Pese a lograr el resultado apetecido –este proporcionará la información buscada, aunque no le librará de la muerte, ni incluso de un enterramiento digno-, el doble crimen suscitará numerosas reticencias entre sus propios súbditos, integrando en el relato una vertiente discursiva que se entremezcla con notable precisión con la propia fuerza física, oscura y telúrica que se mantiene en todo momento en la pantalla. Y es que en realidad, no podemos destacar al film de Guest por decantarse por la acción. Por el contrario, y de manera deliberada, su discurrir se entronca en una sucesión de disgresiones centradas en las discutibles decisiones del duro e implacable líder de los británicos, que poco a poco serán comprendidas por parte de aquellos que lo acompañan en su misión. Lo harán incluso Max (Leo McKern), enviado de prensa, y, sobre todo, el en principio diametralmente opuesto a los planes de Langford, el capellán que encarna Guy Rolfe. En torno al cuadro coral de soldados diezmados por una marcha casi infernal, y atemorizados ante un futuro incierto en el desarrollo de sus misiones, no podrán ni siquiera utilizar los aparatos de radio de que disponen, observando poco a poco como van siendo sitiados por soldados japoneses, contra los que en la parte final del relate se enfrentarán, sin poder superarlos. Una vez siendo sus presos, la película establecerá un duelo de inteligencia entre Langford y el astuto mandatario del batallón nipón, quien confiesa en todo momento su admiración por la cultura británica. Será en esos momentos cuando el devenir de YESTERDAY’S ENEMY gire a un terreno de enfrentamiento psicológico de dos personajes de similar visión del hecho bélico, que en el fondo buscan uno en el otro encontrar los elementos de debilidad para contraatacarles en sus respectivas luchas. Por parte de Langford, en un casi suicida objetivo de dar a conocer a las fuerzas británicas de la situación de estos, mientras que el mando japonés intentará por todos los medios descubrir la auténtica información que este posee sobre sus movimientos estratégicos. En medio de ambos objetivos, se establecerá un auténtico duelo –digno del mejor cine de Losey-, en donde los modos rudos del británico –caracterizados estos por su presunta sutileza- se contrapondrán con la elegancia perversa vertida por el mando japonés, quien además ha logrado reducir y apresar a todo el grueso de ingleses supervivientes.
El gran mérito del film de Val Guest, reside en la capacidad que muestran sus imágenes para transmitir la tensión, la sensación de imposibilidad de escapar de la espesura de la selva birmana, la inutilidad en suma de asistir e incluso ser protagonistas de una ceremonia de fúnebre conclusión, en la que se verán envueltos incluso inocentes y humildes habitantes de una población que será prácticamente aniquilada. Todo ello, además, sabiendo utilizar con magisterio la opresión de unos encuadres que son utilizados con una impecable precisión, tanto en sus escasos primeros planos como, sobre todo, en aquellos en los que se encuentran insertos varios personajes dentro de estos, que son seguidos con pertinencia e incluso intensidad por la cámara. Al mismo tiempo, y sin dejar de mostrar en su discurrir esa sensación compartida en tantas producciones de la época de la inutilidad del hecho bélico, destaca en la película la relativa comprensión que dentro de un marco de brutalidad, pueden tener la toma de decisiones en principio crueles –ese doble asesinato de inocentes habitantes-. Se trata sin duda de elementos en ningún momento caracterizados por lo políticamente correcto, pero no dejan de resultar verosímiles a la hora de plantear la realidad de la crueldad de la guerra. Una guerra que no se fraguó solo en grandes batallas sino, fundamentalmente, en acciones de este tipo, auspiciadas por civiles que en un momento dado tuvieron la desgracia de vivir situaciones en las que nunca hubieran deseado participar. Pero unido a estas virtudes –en su metraje quizá tan sólo se puedan objetar algunos instantes en donde se atisba cierta morosidad narrativa-, si algo termina por otorgar a YESTERDAY’S ENEMY su carta de naturaleza como notable exponente dentro del drama bélico inglés, es el profundo pesimismo que esgrimen sus instantes finales, en donde los representantes de ambos bandos perderán sus vidas –los británicos serán fusilados, mientras que Langford en un gesto postrero logrará conectar la radio para que con ello las fuerzas británicas localicen el lugar dende se encuentran los nipones. La simple imagen de una lápida conmemorativa del esfuerzo inútil y anónimo de aquel puñado de hombres, culminará en una película seca, austera, incómoda de ser contemplada sin sentir en ocasiones nauseas, cercana a otros exponentes del género en su tiempo pero que, por fortuna, ofrece una personalidad propia, erigiéndose por derecho propio en una de las obras más perdurables –si no la que más- de ese irregular pero en ocasiones inspirado artesano que fue Val Guest, así como una prueba más de que el interés que ofrecía Hammer Films, no se circunscribía solo al género fantástico –aunque fuera en dicho ámbito donde alcanzara sus logros más memorables-.
Calificación: 3
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Luis -