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CINEMA DE PERRA GORDA

WHEN WILLIE COMES MARCHING HOME (1951, John Ford) Bill, que grande eres.

WHEN WILLIE COMES MARCHING HOME (1951, John Ford) Bill, que grande eres.

Rodada entre dos de sus reconocidas aportaciones al western – la extraordinaria SHE WORE A YELLOW RIBBON (La legión invencible, 1949) y WAGONMASTER (Caravana de paz, 1950), de la que conservo un recuerdo bastante más lejano-, WHEN WILLIE COMES MARCHING HOME (Bill, qué grande eres, 1951) fue filmada por John Ford a modo de compensación por su retirada en el rodaje de PINKY (1949, Elia Kazan) –un melodrama sureño que goza de una inexplicable mala fama, ya que me parece magnífico, y revelador ante todo de la valía del “estilo Zanuck”- para la 20th Century Fox. Lo cierto es que nos encontramos ante uno de los títulos más sorprendentes del cine fordiano en este periodo, en la medida que encierra no pocas de las constantes del maestro americano, pero cuyo tratamiento deviene bastante inusual. Es más, aunque asistimos a una comedia –y muy divertida, por cierto-, tampoco esa querencia por dicho género era algo extraordinario en un cineasta que ofreció numerosas muestras de conocimiento de sus resortes –presentes en casi todas sus películas, incluso en aquellas de tinte más dramático-, pero a la que se adscriben de manera más directa títulos tan míticos, atractivos –aunque algo sobrevalorados a mi juicio- como THE QUIET MAN (El hombre tranquilo, 1952)- u otros menos prestigiados pero que considero más disfrutables, como DONOVAN’S REF (La taberna del irlandés, 1963). Siempre he señalado –y no me cansaré de hacerlo-, que una de las virtudes supremas de la obra fordiana era esa capacidad de penetrar con pasmosa facilidad en los recovecos del alma humana, en donde lo trágico y lo cómico era expresado en muchas ocasiones casi en el mismo plano.

Dicho esto, cierto es que a partir del inicio de los cincuenta, el cine de Ford frecuentó la adscripción de títulos caracterizados por su intimismo, e incluso por unos diseños de producción muy limitados, en los que el realizador quizá mostró su inclinación por diversos elementos de su mundo personal, que podían ir desde su querencia irlandesa THE RISING OF THE MOON (1957), GIDEON’S DAY (Un crimen por hora, 1958), el estamento militar en la previa THE LONG GRAY LINE (Cuna de héroes, 1955), o incluso revisitando obras suyas de antaño –THE SUN SHINES BRIGHT (1953). Más allá del variable resultado alcanzado en este y otros exponentes de dicha tendencia, lo cierto es que WHEN WILLIE… desde sus primeros compases asume el inequívoco eco de su cine, pero al mismo tiempo advertimos la singularidad de una propuesta que parece suponer un extraño híbrido entre HAIL THE CONQUERING HERO (1944) de Preston Sturges –no soy el primero en detectar dicha afinidad, que al parecer se encontraba en la génesis del proyecto-, y títulos posteriores como THE SAD SACK (El recluta. George Marshall) –con Jerry Lewis-, o incluso OPERATION MAD BALL ( Richard Quine), ambas de 1957. La película narra la azarosa –por aburrida- andadura vivida por William Klugs (un estupendo Dan Dailey), uno más de los ciudadanos de la plácida Punxatwney, en el Oeste de Virginia, quien a partir del conocimiento del bombardeo de Pearl Harbor, será el primer voluntario de la localidad que se alistará, lo que supondrá su conversión en un héroe para la misma. Puesto en la práctica de sus posibles facultades en el combate, finalmente será destinado como entrenador de tiro –faceta en la que su anterior práctica de la caza le habría supuesto un inesperado marco de aprendizaje-. El azar querrá que sus tareas las desarrolle en su propia localidad, lo que en principio supondrá un elemento de comodidad. Sin embargo, dicha circunstancia se convertirá de forma paulatina en un auténtico tormento, ya que esos mismos vecinos que habían visto en él un héroe, poco a poco lo considerarán un haragán que ha huido del combate. Será una circunstancia que el propio protagonista vivirá con creciente incomodidad, intentando de manera reiterada ser enviado al frente solicitándolo a sus superiores, quienes con la misma reiteración irán denegándole la demanda… al tiempo que –detalle genial-, en cada una de dichas citas le recomienden para un ascenso y la enésima medalla por el buen comportamiento. Esta enojosa situación –que se prolongará durante más de dos años y hasta casi el final de la II Guerra Mundial-, se verá inesperadamente truncada cuando tras la baja de un enviado, William pueda ser enviado en avión hasta Inglaterra junto a un grupo de compañeros. Otra hilarante circunstancia –este se queda dormido cuando sus compañeros han abandonado el avión, que no puede aterrizar debido a la adversa meteorología-, llevará al deseoso pero desastrado soldado a aterrizar en Francia, en donde se encontrará con un grupo de resistentes, quienes tras asegurarse de sus auténticos orígenes, le encomendarán una crucial misión –de la que el protagonista parecerá ajeno-, que le devolverá su condición de héroe… aunque en realidad este la viva como un auténtico y por momentos desternillante calvario físico.

WHEN WILLIE… destaca en primer lugar por su condición de pequeña parábola en torno a la fragilidad en la mirada sobre el ser humano. La voz en off de su protagonista, y la propia ajustada duración que apenas alcanza los ochenta minutos, proporciona al relato una inusual importancia al montaje, para con su adscripción hacer avanzar la acción y otorgar a su conjunto un sentido del timming cómico, digno de figurar en cualquier antología del género. Este se irá manifestando de manera paulatina –la descripción de los padres de William en el servicio religioso, donde la presencia como padre del espléndido William Demarest nos evoca desde los primeros instantes la figura del mencionado Preston Sturges-, irá introduciendo al espectador en un marco descriptivo amable, pero en el que no faltarán las constantes puyas críticas en torno a la maleabilidad de una comunidad que muestra en todo momento una hipocresía congénita. Con gran habilidad, el relato en over del protagonista irá diluyéndose, dejando paso a una sucesión de secuencias en las que el fluido montaje tendrá un notable protagonismo, discurriendo las mismas con un claro predominio del plano general y americano. Esa gradación en el interés y lo disolvente del relato, se irá percibiendo sin alzar el tono, con el veneno del frasco de vitriolo bellamente envuelto en oropel. Esa heroicidad que por caprichos del destino se irá convirtiendo en auténtica tortura para Williamas, está expuesta en la pantalla con tanta impavidez como fluidez. Como esa odisea que sufre de manera progresiva el protagonista, se manifestara en un incesante y al mismo tiempo imperceptible goteo. Esa casi kafkiana lucha personal por intentar ser reclutado para el combate en el frente –que solo servirá para favorecer sus ascensos-, no es más que un ejemplo de los varios que asume el guión de Sy Gomberg y Richard Sale, y que Ford narra con una soltura y convicción envidiable. La manera casual con la que finalmente es reclutado, las circunstancias que le permitirán encontrarse con miembros de la resistencia francesa –quedarse dormido en el avión-. Y a partir de ese momento, se insertará el tercio final de la película, en el que el nonsense adquiere un carácter casi apoteósico, con la necesidad imperiosa de William de conciliar el sueño, que le será negada en todos aquellos lugares a los que acuda, recibiendo en cambio una casi imparable ingestión de bebidas alcohólicas, convirtiendo esta sucesión de secuencias en un delirante marco de situaciones, dignas del más disolvente contexto de los Marx Brothers, y de las que no dudaría en destacar la huída del protagonista del psiquiátrico al que por error se le va a destinar –en un plano inserto con implacable sentido del slapstick-, o los auténticos e involuntarios atentados físicos que recibirá cuando el militar regrese a su casa huyendo del recinto hospitalario, y una vez su misión de espionaje –en la que ha participado prácticamente de manera ajena- ha concluido con éxito.

En medio de todo ello, y aún asumiendo su condición de suponer una propuesta modesta y sin aparentes pretensiones, no cabe duda que WHEN WILLIE COMES… supone, además de una película muy divertida que se disfruta con auténtica placidez, uno de los ejemplos más remarcables dentro de las miradas críticas que, dentro de la comedia ofreció, más que el cine bélico propiamente dicho, lo absurdo del estamento militar. Ford no cuestiona ese patriotismo que –se mire con mejor o peor grado- supuso una de las piedras angulares de su cine, pero en esta ocasión pone en tela de juicio esa maraña burocrática que rodea los altos mandos del ejército de su país.

Lo dicho. No vamos a situar esta película entre las pobladas cimas de la obra fordiana, pero su resultado a mi juicio se encuentra por encima de otras propuestas más valoradas, demuestra la versatilidad de su gran director y, por encima de todo, es una pequeña delicia.

Calificación: 3

2 comentarios

Juan Carlos Vizcaíno -

Siempre he encontrado más frescura en LA TABERNA... que en EL HOMBRE... Cierto es que la primera suele ser uno de los títulos más divertidos, vitalistas... e infravalorados de la obra de Ford. Que yo recuerde, tan solo Javier Coma la defendió en un lejano DRIGIDO POR... preciendo que en el futuro sería considerada una de las obras mayores fordianas...

westerner -

Siendo ambas excelentes prefiero La taberna del irlandés a El hombre tranquilo y me ha emocionado que compartamos esta opinión. Hasta ahora no he leido ningun comentario favorable sobre esta gran película. Además de ser una comedia divertidísima, mención especial para Lee Marvin que imagino iba borracho durante el rodaje, es una obra bastante profunda, con una galeria de personajes maravillosa, un entorno isleño paradisíaco y repleta de momentos emotivos e incluso dramáticos( memorable John Wayne consolando a la chica que llora).