THE ANGRY SILENCE (1960, Guy Green) El amargo silencio
Un título de las cualidades de THE ANGRY SILENCE (El amargo silencio, 1960), además de revelarnos el buen pulso que expresaba el británico Guy Green en sus primeras realizaciones ante la pantalla, se inserta de lleno en el contexto de la vitalidad de un cine británico que en aquellos años se encontraba de lleno imbuido en el Free Cinema. Sin embargo, en este caso, y aunque es evidente que partimos de una premisa más o menos pareja, la película quedó delimitada dentro de los profesionales que en aquellos años forjaron lo que podríamos denominar “la vieja guardia” de dicha cinematografía, con lo que es probable no recibiera la atención merecida. Y es que, sin dejar de valorar en su justa medida las imprescindibles aportaciones de Karel Reisz, Tony Richardson y todos cuantos forjaron un movimiento tan perdurable, lo cierto es que ello no debería en modo alguno otras aportaciones parejas a dicha corriente como la que centra estas líneas, que al mismo tiempo nos sirven para entroncar las mejores cualidades existentes en el cine previo de las islas –su capacidad descriptiva, la facultad para manejar los resortes del drama psicológico con destreza-, con esos nuevos aires que caracterizaron la producción de finales de los cincuenta e inicio de los sesenta.
THE ANGRY SILENCE, nos permite encontramos en su cuadro técnico con profesionales como el posterior director Anthony Page en calidad de montador, el tiempo atrás actor y poco después director Bryan Forbes, ejerciendo como guionista, e incluso el joven intérprete Michael Craig será el coautor del argumento original tratado ante la pantalla. Y en el mismo año en que el ya mencionado Karel Reisz plasmara una de las cimas del cine inglés con su extraordinaria SATURDAY NIGHY AND SUNDAY MORNING (Sábado noche, domingo mañana), Guy Green plasmó una historia centrada en el entorno obrero delimitado por una fábrica de motores –Martindale-, a cuyo entorno llegará un agitador social, que aleccionará a uno de sus representantes sindicales –Bert Connolly (Bernard Lee)- para convocar una huelga que no tiene los perfiles muy definidos. Será una convocatoria que secundará la mayoría de sus empleados –cerca de setenta de los más de cien de la misma- Sin embargo, los que no la apoyan seguirán acudiendo a trabajar la fábrica, aunque la presión de unos teddy boys secretamente tolerados por Connolly, muy pronto harán desistir a la totalidad de los empelados, incluso a los más reticentes a la misma. Solo habrá una excepción, la de Tom Curtis (un magnífico Richard Attenborough), casado con Anna (Pier Angeli) de la que tiene dos hijos y espera un tercero, albergando hospedado en su casa a su amigo Joe Wallace (Michael Craig). Lo que supone un gesto de coherencia por parte de Curtis, muy pronto se convertirá en el inicio de un calvario tanto personal como para el conjunto de su familia, al encontrarse con que ninguno de sus compañeros le dirija la palabra, recibiendo presiones de uno y otro lado. La tragedia no hará más que empezar.
Una mirada simplista hacia el film de Green, podría hacernos ver que se trata de un alegato en contra del derecho de huelga. Sin embargo, cometerá error analizarla bajo este prisma, ya que ante todo nos encontramos con un drama en torno al egoísmo y la manipulación de la colectividad, en el que ni los huelguistas ni los representantes de la fábrica adquieren una visión en modo alguno positiva. La película se inicia con la llegada y la marcha del ya señalado agitador social –en realidad el detonante del conflicto que finalmente se le irá de las manos, sin que en ningún momento asuma la más mínima responsabilidad por ello-, y destaca por la hondura que muestra en todo momento a la hora de describir la amplia galería humana que rodea el entorno de nuestro protagonista. Ayudado por la espléndida fotografía en blanco y negro de Arthur Ibbetson, la película funciona a la hora de describir esos exteriores obreros llenos de tristeza, y deviene especialmente opresiva en la planificación de las secuencias que se desarrollan en el interior de la vivienda de los Curtis. En ellas no se omitirá la influencia de la televisión, y la complejidad de la composición de dichas escenas, vendrá presidida por la ubicación de los actores y objetos dentro del encuadre, situando los mismos siempre para potenciar la acertada dosificación de un relato, que en sus momentos más intensos adquirirá la condición de auténtica parábola de tintes kafkianos. Poco a poco, con un admirable sentido de la progresión dramática, THE ANGRY SILENCE va alzando la gravedad de su enunciado. Pero lo hará desde la seguridad de un trazado en el que no se descuida ni la creciente complejidad que esgrimen sus personajes, ni la amplia galería que estos representan y, sobre todo, la acre mirada que se efectúa sobre la insolidaridad, mostrando poco a poco como la aventura personal de Curtis, no solo resultará intolerable para los huelguistas –cuyos convocantes en un momento dado entenderán supone algo positivo para sus intereses- sino también para los máximos responsables de la empresa que sufre la casi insoportable situación, y que solo encontrará la excepción de su jefe de personal, que ejercerá como exponente lúcido de una comunión de intereses a los que no importa el drama vivido por el protagonista.
Es probable que nos encontremos con la mejor obra de un director poco apreciado y conocido como Guy Green, destacando en ella su tersura narrativa, la fisicidad que transmite de interiores y exteriores que casi se pueden palpar en su aspecto sombrío y alienante, la capacidad demostrada para generar tensión a través de sus personajes, los emplazamientos de cámara y el propio montaje. Cierto es que en algunos momentos cede a la innecesaria tentación de los planos inclinados o el montaje corto, pero ello no nos impide percibir secuencias tan espléndidas como aquella en la que el hijo del protagonista, que ha sufrido una agresión, se revuelva en la cama sobre su padre, acusándole de esquirol, y fundiendo dicho grito –de una manera tan abrupta como efectiva- con los que emanan en el comedor en el entorno de Curtis, quien –extraordinario Attenborough-, estallará en ira, recriminando a los que se niegan en ser sus compañeros, lo irrelevante que para ellos supone el silencio vivido, pero no consienta el que ataquen a su familia. La película irá adquiriendo una línea ascendente en su tensión, hasta llegar a una catarsis en la que Curtis sea sometido a una agresión que le costará un ojo, aunque ello sirva para que el hasta entonces conquistador y voluble Joe, adquiera en sus adentros la voluntad del compromiso, dirigiéndose a la multitud para hacerles ver hasta donde han llegado. Un plano de grúa en picado nos mostrará a este diseminándose entre los hasta ese momento iracundos trabajadores, ante un silencio culpable de todos ellos, culminando el relato con la marcha de ese agitador que, sin que nadie haya advertido, ha soliviantado la normalidad de un colectivo obrero que, se presiente, nunca será el mismo a partir de ese momento.
Fruto colateral de una de las corrientes más valiosas de la historia del cine británico, THE ANGRY SILENCE es otro más de los casi interminables exponentes que hablan de la valía del conjunto de una de las mejores cinematografías del cine europeo.
Calificación: 3
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David Breijo -