THE GREAT MAN'S LADY (1942, William A. Wellman) Una gran señora
Es curioso señalar como en el documentado libro escrito por Frank. T. Thompson en 1983, y editado diez años después en nuestro país, cuando en 1993 el Festival de Cine de San Sebastián dedicó una merecida retrospectiva a la figura de William A. Wellman, no citaba en su comentario de THE GREAT MAN’S LADY (Una gran señora, 1942), el hecho innegable de que su estructura –pese a erigirse en unos parámetros dramáticos totalmente opuestos- tomaba como base el elemento renovador propuesto por Orson Welles en CITIZEN KANE (Ciudadano Kane, 1941). Es decir, nos encontramos con una película que se centra ante todo en el recorrido vital de una persona que ha muerto, y cuyo recuerdo en cierto modo difiere bastante de la imagen que sobre él se ha tenido, rompiendo el relato a través del uso del flash-back, una determinada mitología, y haciendo sentir al espectador cómplice de un determinado grado de intimidad en torno al descubrimiento de facetas que se desconocían del personaje en litigio. En realidad, esto es lo que nos propondrá esta atractiva producción de la Paramount dirigida por William A. Wellman, que para el realizador y su principal protagonista, supuso un film en el que echaron toda la carne en el asador, sintiéndose totalmente defraudados. Sobre todo en el caso de Barbara Stanwyck, que ofrece uno de los trabajos más complejos y –en su encarnación de anciana centenaria- conmovedores de toda su carrera. Una de esas performances dignas de un Oscar, y a la que solo la adversa andadura o recepción de un film relegarían de un galardón cantado.
Iniciando su acción en el momento del rodaje del film, THE GREAT MAN’S LADY describe los instantes previos a la inauguración de una estatua en homenaje al fundador de una ciudad. Se trata del lejano Ethan Hoyt (Joel McCrea), quien cien años atrás diera vida lo que en esos momentos se ha convertido en un próspero colectivo. Sin embargo, todos los asistentes echarán de menos a la que fuera su esposa –una anciana de ciento ocho años de edad- que sorprendentemente ese día ha decidido recluirse en su casa, abandonando la mecedora en la que se instalaba diariamente –y que nos mostrará el magnífico doble plano inicial de grúa-. Los periodistas quedarán expectantes en contemplar a la anciana –Hannah Templar (Stanwyck), llegando a invadir su mansión, de la que poco a poco ella logrará expulsarlos, poniendo a prueba su paciencia y personalidad. Sin embargo, entre todos ellos se quedará una joven muchacha (Katherine Stevens), provista de una especial sensibilidad, y que en realidad confesará estar preparando una biografía de Hanna. Pese a las reticencias de la anciana, poco a poco se establecerá entre ambas una evidente empatía, sirviendo para que la centenaria mujer vaya rememorando los recuerdos que se remontan a cuando apenas tenía dieciséis años, y huyera con el que ya entonces fuera el amor de su vida; el hoy homenajeado Hoyd. Ella sería en todo momento su elemento de base, su sustento, la valentía e incluso la intuición que le falta al que será su esposo –magnífica la secuencia de su boda en pleno campo, rodeados por la caravana que les acompaña y en medio de una tempestad-.
El film de Wellman –en el que se encuentra la presencia argumental de Vina Delmar, especialista en el tratamiento de personajes en el que la diferencia de edad sea un elemento decisivo; no olvidemos su participación en la admirable MAKE WAY FOR TOMORROW (1937, Leo McCarey)-, destaca por diversas facetas, pero una de ellas reside a mi juicio en su facilidad a la hora de plasmar esa mixtura de géneros que, en definitiva, se plasma en esta extraña y notable muestra de Americana. Una película en la que se combinan elementos del western, la formación de los propios Estados Unidos, romance, y todo ello además, sabiendo alternar instantes de comedia y otros de índole dramática, con un admirable sentido del equilibrio. Wellman logra algo casi milagroso en esta película, como es combinar la densidad de su trazado dramático, y al mismo tiempo ofrecerlo de una manera liviana y en no pocas ocasiones escorada a la comedia. Esa capacidad que los primitivos del cine demostraron de saber conocer los recovecos del alma humana, queda plasmada en el recorrido vital de una mujer que no dudará en mantener relación con dos hombres -su esposo y Steeely Edwards (una espléndida y sutil composición de Brian Donlevy)-, sabiendo establecer la frontera existente en la relación entre ambos, aunque ello en un momento dado provoque la separación de Ethan de su esposa –plasmado en un plano en el que los dos personajes permanecerán en penumbra en el interior del hogar en el que viven, señalando su esposo que jamás volverá a verla-.
El tiempo pasará, y Hannah –que nunca había revelado a su esposo que se encontraba embarazada de él- tendrá dos gemelo-, a los que el bondadoso Steele mandará junto a su madre en una diligencia a Virginia para que se reúna con el padre de ambos. Sin embargo, una inundación acabará con los pequeños, y a punto estará de hacer lo propio con nuestra protagonista, quien sin embargo se reencontrará con Edwards y podrá contemplar la tumba de sus dos pequeños –otros de los instantes memorables del film-. Dentro de un largo recorrido en el que el uso de la elipsis contribuirá no poco a hacerlo digerible, a alternar los cambios de tonalidad del mismo y, en definitiva, transmitir al espectador una sensación de livianeidad de la propia existencia, al tiempo que hacernos comprender el enorme sacrificio realizado por Hannah, al esconder su identidad, dado que Ethan, creyendo que ha muerto, se ha casado y ha tenido incluso otros dos hijos. El ofrecimiento que le realizará ¡el propio padre de la protagonista, al descubrir que se encuentra con vida y trabajando acomodadamente en el casino de Steele, cuando de joven era el primero que se oponía a la relación entre esta y Hoyt! –ya que este último está iniciando una prometedora carrera política que podría irse al garete si se descubriera esta inesperada bigamia-, será el detonante para que esta vieja hasta poder contemplar al candidato a político y, a escondidas, tener un último encuentro con él, revestido de un sentido épico que llegará a rozar lo conmovedor.
No hará falta proseguir con el relato, descendiendo la centenaria Hannah con su biógrafa al pie de la estatua cuando ya no se encuentra nadie ante ella. El recuerdo del hombre a quien siempre quiso y apoyó, incluso desde la distancia, será patente en un gesto último de íntima nobleza, cuando la joven la deje sola frente a la estatua, rompiendo el documento de matrimonio que, en realidad, nunca anuló, albergando con ello el más supremo secreto de su vida, y la prueba de amor más sublime de su existencia. Los fragmentos de ese viejo documento caerán como pétalos de flor en un final emotivo, para una película que comprendo supusiera un fuerte revés para Wellman y la Stanwyck al no recibir el reconocimiento que merecía, y que si bien no adquiere en su conjunto esa cualidad de perfección que serviría calificarla como un título indiscutible, en su conjunto se revela poco menos que magnífica, y una de las perlas menos conocidas del cine de su autor –que por cierto florecieron en la misma en bastantes más ocasiones de las reconocidas-.
Calificación: 3’5
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