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CINEMA DE PERRA GORDA

LADIES OF LEISURE (1930, Frank Capra) Mujeres ligeras

LADIES OF LEISURE (1930, Frank Capra) Mujeres ligeras

La transición del periodo silente al sonoro, fue sin duda prolijo en la producción cinematográfica de Frank Capra. Denso en el número de títulos, pero especialmente relevante en la capacidad que el realizador italo norteamericano manifestó para adaptarse entre ambas vertientes cinematográficas, de una manera sin duda mucho más valiosa que numerosos compañeros de profesión, para los cuales la adopción de nuevos modos fílmicos pilló a contrapelo, enredándose en el contexto de las estáticas talkies. Por fortuna, en el cine sonoro de Capra –ya decididamente espoleado en una valiosa obra silente- nos encontramos con una frescura infrecuente, centrada en la búsqueda de unas formas narrativas estrictamente visuales, al tiempo que adaptando todo el legado heredado su práctica precedente. Todo ello se podrá apreciar en los primeros y deslumbrantes instantes iniciales de LADIES OF LEISURE (Mujeres ligeras, 1930). En ellos, la cámara se detendrá en una concurrida calle nocturna, a donde caen botellas de champañ que producen de las alturas de una elegante edificación. Sorprendidos e indignados los transeúntes, estos mirarán hacia arriba, iniciando la cámara un espectacular ascenso –imitando los modos del inolvidable King Vidor de THE CROWD (… Y el mundo marcha, 1928)-, hasta ubicarse en la terraza, desde donde una serie de mujeres de vida alegre se entretienen tirando esas botellas. Se encuentran disfrutando de una alocada fiesta, que Capra describe en su agridulce perspectiva, por medio de pequeños elementos de aspecto cómico, que inciden en el carácter grotesco de la misma, al tiempo que describe a la perfección ese mundo disertando de los “felices años veinte” perdidos por completo con la llegada de la Gran Depresión. Esa mirada revestida de tristeza se plantea al celebrarse esa fiesta en la casa del joven Jerry Strong (Ralph Graves), un muchacho de buena familia, al cual su novia ha solicitado sus dependencias para celebrar esta fiesta, aún a pesar suyo. Strong no se encuentra satisfecho de este mundo de vida –y en ello el elemento descriptivo incorporado por Capra funciona a la perfección-, decidiendo ausentarse de la celebración, huyendo por su coche hacia las afueras de Nueva York. En ese camino nocturno encontrará a una joven que abandonaba un pequeño barquito –otro ser que huye de una fiesta en un barco de mayor calado-. Se trata de Kay Arnold (Barbara Stanwyck), una mujer de compañía que ha decidido huir de su ámbito de actuación, siendo acogida por Jerry en su vehículo, y proponiéndole que actúe como modelo suyo –Strong posee una fuerte vocación pictórica que su padre quiere erradicarle-.

Este será el inicio de auténtico núcleo dramático de LADIES OF LEISURE, en la que cabría destacar a nivel argumental sus orígenes escénicos –que el director sabe dinamitar aplicando un constante dinamismo visual a sus fotogramas-, y del mismo modo por ofrecerse como una comedia romántica claramente inserta en el periodo pre code, permitiéndonos el protagonismo en pantalla de una mujer dedicada a la vida fácil, quien sin embargo será mostrada con una decidida humanización –algo impensable si la misma película se hubiera planteado unos años después-. Ayudado por la prestación de la actriz que mejor representó ese modelo de personaje en aquellos primeros años treinta, la Stanwyck aparece como un ser sensible, que no reniega de su condición –junto a la de su amiga, la desinhibida Dot Lamar (la prematura y tristemente desaparecida Marie Prevost)-. Esta última aportará a la película sus principales elementos de comedia –junto a los propuestos por el frívolo y al mismo tiempo lúcido Lowell Sherman, encarnando a Bill Standish, el fiel amigo de Jerry.

Lo cierto es que en la confluencia de todos estos componentes, LADIES OF LEISURE aparece como un conjunto revestido de una extraña modernidad. Los modos narrativos de su director logran solapar el origen escénico de la película, al tiempo que esta aparece revestida de un alto grado de naturalidad, por más que en su trasunto dramático se encuentre encerrada una nada solapada denuncia de unos modos sociales discriminatorios y anacrónicos –la oposición de la familia del joven protagonista, para que pueda consolidar su relación con Kay-. Sin embargo, por encima de ese alcance crítico –que justo es reconocer no sería demasiado habitual en el melodrama codificado pocos años después-, las mayores virtudes de la película se encuentran en aquellos instantes en los que a nivel narrativo se ofrecen muestras de verdadero avance. Es algo que se mostrará de manera casi ejemplar en el episodio en que la muchacha pasará la noche en el estudio de Jerry debido a la lluvia. Esta finalmente optará por quedarse a dormir en el sofá que se encuentra dispuesto tras la gran cristalera exterior sobre la que discurre una incesante lluvia –un detalle de escasa galanura por parte del un tanto adusto Jerry-. Sin embargo, un sentimiento irrefrenable de cariño se mostrará hacia esa mujer que, sin pretenderlo, ha ido llenando su corazón. En ese momento, la cámara mostrará los pies de este, caminando hacia el lugar donde se encuentra Key –supuestamente dormida-, para llevarle una manta y taparla cariñosamente. Aspectos como este, serán los que tendrán una especial incidencia en el tramo final del film, tras el encuentro de Kay con la madre del muchacho, entendiendo esta la imposibilidad de compatibilizar su sincero amor con un muchacho de buena familia. Más allá de la empatía y comprensión que se manifestará entre ambas mujeres -pese a sus prejuicios, la Sra. Strong no dejará de entender los sentimientos de una mujer, por más que esta se oponga abiertamente a su modo de entender la existencia-.

A partir de ese momento, Kay optará por huír en apariencia con Bill hasta La Habana, aunque en realidad el dramatismo de esa brusca separación con este –de la que el prpio Bill no tendrá noticias hasta que Dot le anuncie su decisión, tras una extenuante escalada al edificio de apartamentos en el que reside-, le vaya conduciendo interiormente hacia la única solución posible: el suicidio. Es en esos momentos, donde Capra inserta un episodio de tremendo dramatismo, basado en la herencia griffithiana de los tiempos paralelos, donde el elemento de “salvación en el último minuto”, ofrecerá finalmente una conclusión en apariencia inverosímil. Un happy end que, sin embargo, sorprende por su contundencia y que, por momentos, nos acerca al cine de Frank Borzage. En definitiva, no es escaso el bagaje de esta obra de Capra, inserta en un periodo de especial febrilidad creativa, y que sirvió de intermedio entre su periodo silente –más escorado hacia el cine cómico-, y uno posterior en el que se encuentran varias de sus obras más conocidas y, sobre todo, más características de su modo de entender el hecho cinematográfico. Que duda cabe que ese aprendizaje en el mundo del melodrama, supuso un elemento de singular importancia  a la hora de plantear una serie de supuestas comedias que, en el fondo, escondían dramas desaforados, adornados con apuntes de fino humor.

Calificación: 3

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